lunes, junio 18, 2018

Viajar y colonizar el espacio: ¿una quimera?

Al comienzo de su número 7, los Cuatro Fantásticos se las prometían muy felices, a excepción de La Cosa, cómo no, cuando la Humanidad entera entró en una especie de psicosis colectiva. De héroes indiscutidos, el cuarteto pasó a ser un peligro a eliminar por vía expeditiva, argumento poco sólido pero muy común en el trasfondo de las historietas escritas por un aún joven Stan Lee. Por culpa de un influjo mecánico extraterrestre, la Tierra se convirtió en un lugar poco recomendable, por lo que los protagonistas de la serie aceptaron de grado la invitación de Kurrgo, el tirano del planeta X, el cual estaba sentenciado a desaparecer por el inminente impacto de un asteroide. El dictador requería la presencia de Mr. Fantástico (qué poco ego el señor), para que diera con la solución científica que salvase a su especie, los xantha, de la extinción pues, la propia desidia de su pueblo, el cual conocía el secreto de la navegación interplanetaria, solo permitió la construcción dos naves espaciales minúsculas. La cuestión era evacuar a 5 billones de almas.

Sin que mediase palabra o revelación alguna, el pomposo líder de los Cuatro Fantásticos se sacó un conejo de la chistera y creó una fórmula química que provocaba que todo aquel sobre el que se rociara la solución disminuyese extraordinariamente de tamaño. Luego, en el planeta de destino, mediante la ayuda de un antídoto en forma de gas, se invertiría el proceso; pero Mr. Fantástico se guardó mucho de decir que eso último era una mentira, pues solo había logrado la primera composición y, además, en el universo el tamaño es relativo.

Este relato, en no pocos pasajes algo ridículo pasado a la viñeta, me ha dado de qué pensar durante las últimas semanas. Reapareció un buen día a modo de pasatiempo, quizá haciendo cola en el banco, quizá limitándome yo a mirar al techo, a la espera de las sombras de la tarde. Y ha llegado a inquietarme respecto a las posibilidades reales del Ser humano, como especie, de romper las cadenas que lo mantienen firmemente unido a nuestra Perla azul y enfrentarse con éxito al vacío del cosmos.

Navegar es necesario. Es lo que nos impulsó como especie pensante. Queríamos averiguar qué se escondía tras la siguiente isla, qué riquezas podrían existir, tanto materiales como inmateriales; pero, por aquella, continuábamos hollando una superficie amigable y “conocida”, con posibilidades de abarcarla en su totalidad en una sola vida, pero, ¿y el espacio?

Como dijo Mr. Fantástico, el tamaño es relativo en el universo, pero también lo son el tiempo y las distancias.

Un ser humano tiene una vida estimada de 80 años, siendo optimistas. Esta limitación apenas supuso un freno en su día al ser una especie capaz de manipular objetos y crear utensilios para alzarnos hasta la cúspide del dominio sobre la Tierra. Sin embargo, lanzarnos al espacio es un imposible debido a nuestras carencias tecnológicas y miedos más novedosos. Hay que alcanzar la velocidad de la luz, como poco, para ver el fondo del túnel, algo que, a día de la presente, resulta solo teórico sin el apoyo de la energía nuclear. Pero, aunque diéramos con el secreto para viajar a 300.000 km./s., tardaríamos 4,243 años en alcanzar la estrella más cercana a nuestro apartado punto relativo en la galaxia, Próxima de Centauri, sin saber si allí habría sitio para nosotros.

Los últimos estudios revelan la existencia de una infinidad de exoplanetas situados en una zona de habitabilidad dentro de sus sistemas, todos muy similares al nuestro. Y parece que son muchos más aquellos en los que existe una estrella enana roja, un astro que cuenta con un combustible prácticamente inagotable (al contrario que nuestro sol). Supertierras en la zona “Ricitos de Oro”.

Pero cualquier opción se encuentra fuera de nuestro alcance y ahí juega la relatividad del espacio-tiempo-tamaño-esperanza de vida. Aunque se haya probado la existencia de agujeros negros y se teorice sobre los de gusano que interconectan distintos planos del cosmos, nos costará siglos o generaciones entenderlos y aplicarlos prácticamente a nuestras perentorias necesidades, por no decir que esa vastedad llamada universo no se plegará a nuestros deseos de forma dócil y pacífica.

Con amargura, pues siempre he mirado hacia las estrellas con el mismo fervor reverencial que nuestros ancestros, considero que no contamos con las medidas necesarias para el viaje interplanetario. Nuestra esperanza de vida es insuficiente y enclaustrarnos en naves que tardarían décadas en llegar a un destino incierto mermaría a la propia Humanidad. ¿Qué consecuencias médicas y genéticas podrían causarnos las travesías de años por el espacio? Acabaríamos exhaustos y como bolas de sebo. Quizá los señores de los cielos, quienes puedan pasearse de estrella en estrella, provengan de sistemas en los que sus planetas y la vida sean millones de veces más grandes que los que pertenecen a nuestro sistema (por ejemplo, entre los Kepler tenemos 12 planetas más grandes que nuestro Júpiter, siendo que el Kepler -12b, de la constelación Draco, a 1956,64 años luz, casi lo dobla de tamaño). Quizá existan especies inteligentes en aquellos parajes para los que unos cien años humanos sean un suspiro, como es para nosotros la vida de ciertos insectos en la Tierra, que apenas duran unas horas y hasta nacen sin boca por la que alimentarse. Quizá sean también criaturas enormes que, puestos en comparación con nosotros, podrían aplastarnos como a hormigas; o justo lo contrario, pero con una longevidad que nos parecería antinatural.

La solución para un éxodo de la Humanidad (apunte en el que habría que discutir quiénes serían los afortunados/desgraciados en partir hacia las estrellas más cercanas), en mi opinión, pasaría por la transhumanización de la tripulación de la nave o la dependencia de una bondadosa inteligencia artificial, aunque todo se reduciría a una población encapsulada, en forma de embrión a desarrollar en el planeta hogar de destino, o en sistemas de hibernación cuyas secuelas físicas y mentales serían imprevisibles. Los tripulantes deberían hacer pasar sus esencias a cuerpos sintéticos que pudieran hacer frente a la erosión temporal y administrarse fármacos que frenasen una posible demencia; o la inteligencia artificial programarse de tal modo que pudiera cumplir su misión sin que llegase a decidir matar a todos los huéspedes. Con todo, el horizonte se reduce a que la Humanidad acabará viajando y colonizando el universo por medio de unos padres demiúrgicos mecanizados, arriesgándose a perecer en el vacío o a medrar en el planeta a colonizar sin conocimiento alguno de su pasado por culpa de una simple casualidad que borrase el registro de datos de la nave.

¿Viajar al espacio es una necesidad creada por un bromista cósmico que sabe de lo fútil de nuestros intentos? ¿En caso de que tengamos una necesidad tal como los xantha, seremos capaces de reclutar a algún Mr. Fantástico? Disculpadme, pero hoy me siento un tanto pesimista al respecto y me vuelve al recuerdo la pregunta que me hizo mi madre en una ocasión, disgustada al escuchar el desorbitado coste de un lanzamiento para la ISS, a la que respondí dándole una detallada lista de los beneficios que disfrutábamos diariamente gracias a la investigación espacial. La cuestión ahora será si ese despilfarro a ojos de mi madre podrá sernos útil a corto o a medio plazo para salvar a nuestro planeta y a nosotros mismos de paso. Que sirva como herramienta de salvación y no de huída. 

Aún con todo, navegar es necesario.

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