martes, septiembre 04, 2018

Guardia de cine: reseña a «Ran»

Título original: «Ran». 1985. Japón. Drama. Color. Dirección: Akira Kurosawa. Guión: Akira Kurosawa, Hideo Oguni y Masato Ide, basándose en la obra «El rey Lear», de William Shakespeare. Elenco: Tatsuya Nakadai, Akira Terao, Jimpachi Nezu, Daisuke Ryû, Mieko Harada, Yoshiko Miyazaki, Hisahi Igawa, Pîtâ

Durante la redacción de la reseña de «Trono de sangre» nos dejamos las uñas al rascar la capa superficial de la adaptación cinematográfica de la shakesperiana «Macbeth» al Japón feudal. Hoy hacemos otro tanto con «El rey Lear» que, en manos de Akira Kurosawa, queda rubricada en «Ran» de una forma más aciaga que el original: un duro retrato de la naturaleza intrínseca de los seres humanos que persiguen y anhelan el dolor y la muerte por encima de todo

En «Ran» contamos con mucho de lo que, por cuestiones obvias en el Japón de posguerra y ocupación aliada, se nos privó en «Trono de sangre»: el color. Asistiremos a un derroche de estandartes, kimonos, armaduras y sangre (esta última, eso sí, más bien parecía sobrante de pintura roja de automóviles de la Mitsubishi; debiéndosele añadir la mala calidad del sonido ambiental). Pero también, hay que decirlo, es una cinta de excesiva duración para tratar la tragedia de Lear, renombrándolo y desfigurándolo para la ocasión como el senil señor Hidetora, cabeza del clan Ichimonji, apoyado en su katana cuan bastón y cuyas manos están manchadas con la sangre de sus enemigos y de sus inocentes familias. Hidetora ha combatido durante medio siglo sin descanso, reduciendo y desmembrando clanes vecinos; un hombre sin escrúpulos ni remordimientos que ha sido incapaz de hacer retroceder al peor adversario de todos: la vejez.

Llegado a una edad muy avanzada para un guerrero y la época, el s. XVI, Hidetora decide retirarse cediendo el señorío de la forma acostumbrada a sus tres hijos, llamados Taro, Jiro y Saburo. Taro, el primogénito, ostentará el mayor rango fáctico, aunque su padre, seguirá, nominalmente siendo la cabeza del clan; Jiro, como el hijo mediano, acepta las disposiciones de su padre, alineándose junto a Taro, deshaciéndose en empalagosas alabanzas a su progenitor. Solo Saburo, la Cordelia de Shakespeare, se alza contra los designios de su anciano padre con sinceridad y amor en sus argumentos; Hidetora está condenando a los Ichimonji a una intestina guerra civil al creer inocentemente que los tres hermanos sabrán convivir en un reino dividido. El anciano, quien responde con enojo y escaso juicio a las palabras de Saburo, destierra a su hijo menor, dando inicio de este modo a la desgracia que vivirá el otrora aterrador señor de los Ichimonji hasta sus últimos días, siendo arrinconado y expulsado de sus dominios por Taro y Jiro, conduciéndole a la locura tras la toma a sangre, pólvora y acero del tercer castillo (esta escena, para mí, es un desacierto por cómo está montada, al dejar que la batalla se desarrolle sin otra banda sonora que la música instrumental, hasta la muerte de Taro de un disparo de arcabuz por la espalda y a traición, momento en el que los altavoces se congestionarán con los gritos de la guerra).

Hidetora, junto a su no tan fiel bufón, el único que es capaz de susurrarle las verdades más crueles, ruines y humillantes, vagabundeará con su locura por entre las ruinas de los castillos de sus antiguos enemigos, mientras la viuda de Taro, por medio de sus malas artes, maquina el desastre tras las puertas tori de las habitaciones de Jiro.

La venganza y el despertar de los remordimientos en un anciano compondrán la trama central, incluso más allá del corte de cirujano en el seno de una familia que se deshace por la codicia y el propio deseo de sus miembros. El karma actúa como viene prescrito en las antiguas enseñanzas de Buda: todo está predestinado en el pesaroso deambular de los hombres por este reguero de lágrimas y sangre derramadas que ellos mismos alimentan; algo frente a lo que los dioses no pueden hacer nada, en la idea de que las desgracias que padecemos no se deben al abandono de esos seres sobrenaturales o a sus deleznables diversiones: el ser humano es vil por naturaleza.

La desproporcionada longitud del metraje hace desmerecer a «Ran» pues Hidetora, loco y acompañado de un bufón, un espejismo patético de Don Quijote y Sancho Panza, es dejado a su suerte durante demasiados minutos en los que se nos da muestra sobrada de su caída en desgracia. Pero no cabe la menor duda que «Ran» es una gran película, así como una excelente adaptación de «El rey Lear»; se aprecia al bardo inglés mejor que en «Trono de sangre», con un mayor lirismo en los diálogos que retratan a los hombres y sus debilidades ante la vida, la guerra y la enfermedad, así como la vejez; en la tintura del veneno que crece dentro de la familia que solo se dirige en paz por medio de las mentiras, en la que el amor verdadero es repudiado por la ceguera de un orgullo infausto.

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