Por ejemplo, si uno se pasa la tarde leyendo el suplemento del nº 212 de de la Revista española de Defensa, de octubre de 2005, cuando llega al punto en el que se relatan los últimos instantes del navío de línea español Neptuno, ciertamente agónicos, en medio del temporal que siguió a la batalla de Trafalgar (1805), se encuentra con la intervención providencial de un cerdo salvavidas. Por supuesto, yo me quedé con los párpados abiertos, las cejas en el cogote y la boca como para que se me colara alguna alimaña dentro. Necesitaba ahondar un poco más en esta cuestión, comprobando, de paso, que es una pequeña perla bien conocida y divulgada por los guías turísticos de la ciudad gaditana cuando tienen ocasión.
De lo que he ido encontrando en un sitio y en otro, he decidido narrar por mí mismo el acontecimiento:
Rendido ante el Minotaur (1710 horas del 22 de octubre), sin conocimiento de su herido comandante, el desarbolado e ingobernable Neptuno fue apresado y remolcado por el inglés, cuya oficialía ordenó abandonar la empresa durante la madrugada del 23 de octubre ante el mal tiempo que amenazaba con hundir a ambos navíos. Represado el buque por parte de los aliados, tiró de él la fragata francesa Hortense, costándole el cabrestante. El Neptuno acabó fondeando frente a Rota, pero el temporal siguió vapuleándolo hasta que lo encalló en los arrecifes de piedra al oeste del castillo de Santa Catalina del Puerto, tras perder dos anclas, abriéndosele parte del costado de babor.
El Neptuno estaba sentenciado.
Desde el Puerto de Santa María se tomaron varias iniciativas para el salvamento de la tripulación del Neptuno. La primera fue a cargo de unos marineros (identificados como valencianos), que armaron una balsa con forma de plataforma, llamada jangada, con la que pretendían aproximarse al navío; ante su fracaso y el de otros, como los protagonizados por gentes del lugar y tropas del Regimiento de Zaragoza, el capitán de fragata Pedro Cabrera encomendó al teniente de fragata Francisco Michelena traer una lancha y, con marineros suficientes, echarse a la mar para el rescate, aunque no pudo acercarse mucho más que para que sus gritos fueran escuchados desde la cubierta del condenado cascarón, otrora orgullo de la Real Armada.
La desesperación era total, tan cercanos a la costa y, a la vez, tan vanos todos los esfuerzos por alcanzarla. Entonces, desde la lancha se preguntó a los oficiales supervivientes si contaban abordo con un cerdo vivo. La respuesta fue afirmativa y, por tanto, se les instruyó a los náufragos que echasen al agua al animal con un cabo delgado atado a una pata, que a buen seguro nadaría hasta tierra, donde sería recogido por los marineros en la playa, uniendo el cáñamo a la jangada que esperaba en la orilla y, halándola a través de éste, crearían una suerte de andarivel (en algunas fuentes se indica que el Regimiento de Zaragoza ingenió en andarivel con la ayuda de un barril).
Gracias a tan provechoso gorrino, absolutamente ignorante de su hazaña, el Neptuno pudo ser completamente evacuado durante esa noche y el día siguiente, con tiempo de sobra para que no quedara nadie en cubierta, sollados y pañoles para cuando la mar lo desfondara y terminara por hartarse de él.
La historia tiene su aquel. Por supuesto, ninguna crónica apuntó el nombre de tan animoso espécimen, pues cerdos de cuatro patas y soldados no tienen la suerte de afincarse en estas páginas. Una lástima.
Antes de cerrar, no estaría de más hablar un poco del navío de línea Neptuno (el tercero con dicho nombre en la Armada, aunque bajo la advocación de san Francisco Javier), comandado por el brigadier Cayetano Valdés y de Flores (1767-1834). Dicho buque fue considerado el mejor de su clase en la Real Armada, junto a sus gemelos Argonauta y Montañés. Su construcción se autorizó mediante RO de 6 de noviembre de 1792, disponiéndole, en sus dos cubiertas, de ochenta cañones conforme al sistema de Julián Martín de Retamosa (treinta cañones de 36 libras, treinta y dos de 24 y doce de 12; diez obuses de 36,8, ocho de 24 y ocho de 4; además de una carronada de 10 libras), así como unas dimensiones de 60,9 m. de eslora, 16,4 de manga y 8 de calado.
Su tripulación constaba de 797 entre oficiales, suboficiales, marineros, infantes de marina y pajes.
Su botadura data de 26 de noviembre de 1795, en los astilleros de Esteiro, El Ferrol, y diez años después encontraría su abrupto final en Cádiz, tras la batalla de Trafalgar. Se le colocó, en un principio, como el último en retaguardia de la línea de combate de la flota combinada hispanofrancesa, cosa que varió cuando Villeneuve se dedicó a hacer cambios de última hora a falta de minutos para el inicio del encuentro para que Nelson los cogiera a todos con el paso mal dado; así, el Neptuno pasó a encabezar la vanguardia, debiendo enfrentarse a los ingleses África, Minotaur y Spartiate.
La línea quedó de la siguiente manera: Neptuno (español), Scipion (francés), Intrépide (francés), Rayo (español), Formidable (francés), Duguay-Trouin (francés), San Francisco de Asís (español), Mont-Blanc (francés), San Agustín (español), Héros (francés), Santísima Trinidad (español), Bucentaure (francés), Neptune (francés), San Leandro (español), Redoutable (francés), San Justo (español), Indomptable (francés), Santa Ana (español), Fougueux (francés), Monarca (español), Pluton (francés), Bahama (español), Aigle (francés), Montañés (español), Algésiras (francés), Argonauta (español), Swift-Sure (francés), Argonaute (francés), San Ildefonso (español), Achille (francés), Príncipe de Asturias (español), Berwick (francés) y San Juan Nepomuceno (español).
El resto ya lo conocemos.
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