Película cuyo título resuena como un eco broncíneo y latente en el subsconsciente colectivo por su violencia primeriza de dos rombos, pero que, hoy, apenas se reduce a unos tiros y a un poco de sangre falsa, a diálogos contestatarios, irónicos y gruesos, y a alguna fémina a varios metros de distancia enseñándolo todo y mostrando nada. Un formato que hemos superado incluso de forma peligrosa, pero que sigue encerrando una entretenida y tensa historia policial, y presentando a uno de los personajes más icónicos de los encarnados por Clint Eastwood
Harry Callaghan es, siendo llanos, el recadero del Departamento de Policía de San Francisco. El término me rechina aún al oído y a las teclas; no se ajusta en toda su amplitud, pero sirve para hacerse una idea, por cuanto es el inspector al que hacen ir de un lado para el otro encargándose de los casos que los demás no quieren. Más que el recadero, Callaghan sería el basurero, de ahí la suciedad de su mote (sigue leyendo)
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