Lo más atractivo de «Twin Peaks» no son los sueños del agente especial Cooper y los momentos ridículos (que también), sino las líneas cruzadas de los personajes, todo ellos con secretos inconfesables y muy turbios, sobre todo Laura Palmer
A comienzos de los años 1990 no estábamos preparados para el tsunami que traería hasta nuestras costas las primeras cadenas privadas de televisión, terminando así con la unidireccionalidad pública. Para mí, que por entonces tenía 9 años, fue una explosión multicolor progresiva, al igual que para el resto de mis compañeros de quinta, con unas tardes que se irían cargando de contenido principalmente protagonizado por la familia Aragón (Miliki y sus hijos, Rita Irasema y Emilio Aragón Milikito, quien, como un tiburón en frenesí, aparecía por todos lados y estaba hasta en la sopa y en las tiendas de discos, ya sabéis: “cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma”). Eran los tiempos para series como «Caballeros del Zodiaco», «X-Men», etc. Y si había material vespertino infantil, también lo había adulto y noctámbulo que fue a lo que los ojos menos indicados se asomaban por el impulso acelerado y arrítmico de la preentrada en la adolescencia. No hablo de las Mamachicho o la saga «Porky’s», sino de aquel producto que puso la misma pregunta en boca de todos, incluso de los que no sabíamos nada de nada: ¿Quién mató a Laura Palmer? No recuerdo haber visto un solo minuto de la serie por aquel entonces, como tampoco me consta que en casa la vieran mis padres, pero todo el mundo parecía conocer a Laura Palmer y se prestaba a otros cuarenta minutos de televisión incomprensible. La primera emisión de «Twin Peaks» en España data de noviembre de 1990, aunque llegaría hasta mis oídos y los de todos con la reposición de 1993 (sigue leyendo)
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