«Cazafantasmas» salió un producto tan redondo que cuesta creer que se tardara cinco años en darle una continuación en la gran pantalla, aunque esta secuela distase mucho de estar a la altura
Su argumento arranca en el mismo año 1989. Por entonces, nadie quiere acordarse de los cazafantasmas ni de lo que hicieron. Son ninguneados sin miramientos (ni agradecimiento) por la Administración y el Ayuntamiento, que los demandaron por los daños causados a la ciudad. Otro tanto sucede con los ciudadanos de a pie, que los han reducido a charlatanes y estafadores de poca monta. Tanto es así que Stantz y Zedemore deben sacarse un extra como animadores de fiestas infantiles, aunque el primero sea también el propietario de una poco concurrida librería especializada en ocultismo. Spengler, quizá el mejor parado, dirige experimentos psicológicos, y Venkman es el presentador de un programa de televisión de misterio y entrevistas de muy baja estofa, que vive amargado por haber roto su relación sentimental con Dana Barret tiempo atrás, la cual se casó con otro hombre (del que ya se divorció), y tuvo un hijo, Óscar (sigue leyendo)
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