martes, junio 23, 2015

Guardia de cine: reseña a “Rambo III”

Título original: "First Blood, part III". 1988. 102 min. USA. Color. Dirección a cargo de Peter MacDonald. Guión a cargo de David Morrell, Sylvester Stallone y Sheldon Lettich. Elenco: Sylvester Stallone, Richar Crenna, Marc de Jonge, Kurtwood Smith.

Dejad de reavivar vuestro recuerdo con respecto a lo visionado en las dos primeras entregas, pues lo que ahora está arrullado entre nuestra manos ahuecadas poco o nada tiene de relación con el discurso original de “Rambo. Cambiamos radicalmente de escenario. Nos trasladamos a los agrestes y polvorientos valles de Afganistán y quien necesita ayuda es el coronel Trautman, que ha sido capturado por fuerzas soviéticas.

En ningún recodo hayamos vestigio alguno de Vietnam salvo en una ocasión y de pasada, pues la cinta es un poco disimulado elogio para el pueblo afgano en pie de guerra contra el invasor ruso (no obstante, el filme está dedicado al valiente pueblo de Afganistán). Pretende provocar cierta empatía en el espectador para que admite y apoye sin ambages ni condiciones a los mujahideen que, con armas del Pasado, se enfrentan a un oso mecanizado y letal; despertar de su letargo al consumidor occidental para que deje de ver esa guerra como algo lejano, carente de importancia, un apunte más en el noticiario del día. Incluso el propio Rambo es identificado con esa sociedad durmiente cuando el pobre hombre ha encontrado al fin un remanso de paz junto a unos monjes budistas en Tailandia y ha enterrado toda intención de regresar al campo de batalla. Las duras instantáneas que le entregan para convencerle no le descompasan los latidos del corazón (obvio, pues de cosas así ya se hartó de ver en Vietnam). Pero cuando es el coronel Trautman quien acaba con sus huesos en un insalubre celda de un fuerte soviético, Rambo se encamina de nuevo hacia el infierno, vía Peshawar, momento en el que da comienzo una lección a marchas forzadas sobre historia, cultura y tradiciones de un pueblo que ha frenado en seco el avance de varios imperios a lo largo de los siglos, a la par que se nos muestra, con sutil brutalidad y buscando un impacto visual en lo más recóndito del subconsciente, los efectos de una guerra sobre la población civil. A este respecto destaca la escena en la que Rambo se encuentra con su contacto en la propia Peshawar, en una tienda de prótesis ortopédicas: “Se venden muy bien en Afganistán”.

Siendo elogiable el esfuerzo por mostrar el dolor y valor del pueblo afgano en una guerra que sería conocida por el sobrenombre de “Vietnam soviético”, en la que los rusos dejaron idéntica o peor impronta que los americanos en el sudeste asiático, en ocasiones el filme adolece de cierta estructura de folleto meramente propagandístico al uso para ensalzar a los luchadores por la libertad, a los mujahideen; algunos de los cuales, expulsado el oso invasor, abrazaron la causa talibán y el radicalismo islámico ayudados por agentes externos como el saudí Osama bin Laden; siendo que, veinticinco años después, el territorio sigue desfalleciendo por exsanguinación y por las minas terrestres soviéticas, en un clima insoportable de guerra civil entre soldados de la Yihad.

Otras carencias que se aprecian en el metraje es la reiteración de elementos en la estructura narrativa que ya fueron vistas en “Rambo II, con huida, caza de enemigos y enfrentamiento final, por ese orden, no aportándose ni una sola pizca de originalidad por debajo de la espectacularidad propia de las escenas de acción; a lo que hay que sumar, una vez más, la prodigiosa capacidad del protagonista principal de salir medio ileso de choques que habrían hecho papilla a cualquier humano. Por último, no termina de convencer la inclusión de un persona infantil-juvenil que, aunque así se da cuenta de la existencia de niños-mujahideen cuyo sacrificio es horrendo, su participación en el argumento, tal y como se plasma, tan solo aporta a la acción de un tinte ñoño prescindible.

Película en ocasiones lineal, momentos en los que invita al bostezo, hasta que nos despabila de un golpe. Un notable descenso de calidad respecto las anteriores a pesar de todo lo bueno que tiene y del despliegue que se lleva a cabo.

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