miércoles, junio 10, 2015

Isabel Barreto, la reina de Saba pontevedresa

Hoy, en nuestros Apuntes, os invitamos a abrir la Sagrada Biblia, en concreto, por el capítulo décimo del Primer Libro de los Reyes, que dice así:

1 Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles.
2 Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía.
3 Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase.
4 Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado,
5 asimismo la comida de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa de Jehová, se quedó asombrada.
6 Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría;
7 pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído.
8 Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría.
9 Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia.
10 Y dio ella al rey ciento veinte talentos de oro, y mucha especiería, y piedras preciosas; nunca vino tan gran cantidad de especias, como la reina de Sabá dio al rey Salomón.
11 La flota de Hiram que había traído el oro de Ofir, traía también de Ofir mucha madera de sándalo, y piedras preciosas.
12 Y de la madera de sándalo hizo el rey balaustres para la casa de Jehová y para las casas reales, arpas también y salterios para los cantores; nunca vino semejante madera de sándalo, ni se ha visto hasta hoy.
13 Y el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados.
14 El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro;
15 sin lo de los mercaderes, y lo de la contratación de especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra.
16 Hizo también el rey Salomón doscientos escudos grandes de oro batido; seiscientos siclos de oro gastó en cada escudo.
17 Asimismo hizo trescientos escudos de oro batido, en cada uno de los cuales gastó tres libras de oro; y el rey los puso en la casa del bosque del Líbano.
18 Hizo también el rey un gran trono de marfil, el cual cubrió de oro purísimo.
19 Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los cuales estaban colocados dos leones.
20 Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y de otro; en ningún otro reino se había hecho trono semejante.
21 Y todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada.
22 Porque el rey tenía en el mar una flota de naves de Tarsis, con la flota de Hiram. Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
23 Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría.
24 Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón.
25 Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos.
26 Y juntó Salomón carros y gente de a caballo; y tenía mil cuatrocientos carros, y doce mil jinetes, los cuales puso en las ciudades de los carros, y con el rey en Jerusalén.
27 E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como piedras, y los cedros como cabrahigos de la Sefela en abundancia.
28 Y traían de Egipto caballos y lienzos a Salomón; porque la compañía de los mercaderes del rey compraba caballos y lienzos.
29 Y venía y salía de Egipto, el carro por seiscientas piezas de plata, y el caballo por ciento cincuenta; y así los adquirían por mano de ellos todos los reyes de los heteos, y de Siria.

Gracias a nuestra cultura judeocristiana, y a las películas de la edad de Oro de Hollywood (no le restemos sus méritos), hay no pocos y variopintos pasajes del Antiguo Testamento que nos son bastante conocidos: el malentendido ante el Árbol del Conocimiento en el jardín del Edén, el Diluvio que anegó la Tierra tras la última glaciación, el éxodo del pueblo judío desde Egipto liderado por Moisés o la batalla desigual entre David y Goliat; mas aquel que más cabezas pensantes ha cautivado es el encuentro entre Bilkis o Makeda, reina de Saba y mujer tan importante que hasta está referenciada en el Corán*1, y el más poderoso e influyente rey de Israel, Salomón. La pequeña crónica de dicho encuentro internacional, acontecido hace más de 2.500 años, nos presenta a dos soberanos que se sienten mutuamente atraídos por sus capacidades de gobierno y riquezas.

Ahora bien, en el texto bíblico con el que he dado comienzo a este artículo destaca la flota del Hiram, rey de Tiro y arquitecto y constructor del templo donde se custodiarían el Arca de la Alianza, la Menorah y la mesa de Salomón. Dicha flota trajo una cantidad ingente de oro de una región denominada Ofir u Ophir, lugar donde se supuso que se hallaría una de las famosas y esquivas minas del rey israelita y que tanto han alimentado la imaginación de aventureros y cazatesoros a lo largo de los siglos, siendo que nosotros realizaremos la pertinente escala en el s. XVI y ante las costas del Nuevo Mundo.

Nuestra historia en particular, y que da título al presente artículo, arranca en el año de Gracia de 1567, momento en el que el conocimiento científico-cartográfico distaba aún mucho de abarcar todo el orbe y las potencias navales guardaban sus secretos de navegación de todo ojo indiscreto y enemigo. En la carrera de Castilla y Portugal hacia Occidente y Oriente se anhelaba descubrir tierras completamente desconocidas y, por supuesto, aquellas otras sobre las que se cernían cientos de rumores más o menos fabulosos. A este respecto, los españoles de entonces, dueños y señores del Nuevo Mundo, supimos poner oídos a los mal llamados indios*2 acerca de unas tierras aisladas en el Mar del Zur, ricas en metales preciosos; eso sí, de cómo los conquistadores pudieron llegar a la conclusión de que aquellas islas perdidas en medio del Pacífico debían ser forzosamente las de Ofir se hurta a nuestro conocimiento y raciocinio.

Álvaro de Mendaña de Neira
El navegante leonés Álvaro de Mendaña de Neira (1542-1595) —atraído por las riquezas que podría lograr para beneficio de la Corona de Castilla y gracias al apoyo financiero*3 del virrey de Perú, quien, a la sazón, era su tío—, organizó una misión compuesta por dos navíos —Los Reyes y Todos los Santos de doscientos y ciento cuarenta toneladas de arqueo respectivamente—, con el objeto de hallar las islas de donde procedían, sin duda, las riquezas del todopoderoso rey de Israel y, de paso, la también misteriosa Terra Australis incognita.

El puerto de El Callao de Lima despediría a Mendaña y los suyos un 20 de noviembre de 1567, en demanda de la aventura y la gloria de Castilla, plantando el pendón de la Corona el 7 de Febrero del año siguiente en la primera de las islas que conforman las Salomón*4, bautizada con el nombre de Santa Isabel.

El leonés se maravilló ante las costas que iba descubriendo, pero en ninguna de ellas encontró vestigio alguno de esa generosa riqueza que lo lanzó a los brazos de la mar con tanta alegría; tan solo hordas de indios abiertamente hostiles y cuyas artes culinarias incluían el canibalismo. Tras remontar e inspeccionar de forma más o menos exhaustiva varios de los ríos del dédalo de islas que Mendaña*5 fue cartografiando, escasos de gente de armas para pacificar los territorios recién descubiertos en nombre del rey Felipe II, se ordenó virar en redondo, logrando poner de nuevo pie en los muelles del puerto de El Callao el 22 de junio de 1569.

Álvaro Mendaña regresó dichoso, bien es cierto, pero exhausto y arruinado. Le faltó tiempo para dirigirse a Palacio a dar cuenta de sus descubrimientos, pero lo que le contaba al nuevo virrey del Perú distaba mucho de entusiasmar a éste: tan solo le daba la noticia de la existencia de unos cuantos pedruscos baldíos en mitad de la nada. Con gesto indolente, el virrey se desentendió del aventurero y de sus ruegos, por lo que al intrépido leonés no le quedó otra que correr tras la Fortuna y tratar de cobijarse bajo sus alas a marchas forzadas viajando a España, solicitando audiencia al mismo monarca. Tras muchos tiras y aflojas en Madrid, el rey Felipe II firmó unas capitulaciones que permitirían a Mendaña, ya nombrado gobernador de las nuevas tierras de las islas de Poniente y Adelantado en las Salomón, reclamar la soberanía en nombre de la Corona de Castilla e iniciar la Evangelización de las mismas. Sin embargo, y en este punto no había negociación alguna, la Real Hacienda no empeñaría un solo escudo en la empresa.

Isabel Barreto
Tras tres años buscando financiación, bajeles y gentes de mar y guerra, Álvaro de Mendaña arriba a ciudad de Panamá en 1577. Allí, el insistente navegante, aún con el título de privado del virrey, tropezará con el gobernador del territorio, quien, con tan mala sangre, no tuvo reparo alguno en hacerlo preso y pasar cuatro días y sus respectivas noches en el calabozo. Quedaba claro que allí no encontraría apoyo alguno, por lo que se convenció de que tenía que jugar a otro nivel y una hermosa y arrojada mujer se le presentaría como su apoyo más importante: la pontevedresa Isabel Barreto (1567?-1610-12?).

Resulta harto complicado averiguar la cuna de la bella Isabel, pues su biografía es oscura si tratamos de ahondar en los años anteriores a su llegada al Perú, de niña. Ciertas fuentes bibliográficas apuntan en la dirección de que era hija del marino luso Francisco Barreto, decimoctavo gobernador de la India portuguesa; mientras que otras dan por cierto que sus padres fueron los lisboetas Nuño Rodríguez Barreto, conquistador del Perú, y Mariana de Castro. Pero todas coinciden en que Isabel era una apasionada de la mar y que resultaba lógico que se sintiera fuertemente atraída, intelectual y sexualmente, hacia un hombre vetusto cuya piel era puro salitre: Álvaro de Mendaña. La joven flor, de diecinueve años, contraería nupcias en el mes de mayo de 1586 con el marino, más de veinte años mayor. 



Pedro Fernández de Quirós
La vida en la tórrida Ciudad de los Reyes se hizo insoportable para Mendaña e Isabel. El primero ansiaba regresar a las islas que descubriera antes de que su esposa siquiera naciera; la segunda seguirle a donde fuera, pues su energía y temperamento no podían quedar encerrados en ricos salones; así que ambos esposos no tuvieron embarazo alguno en compartir este nuevo proyecto, cosa que disgustaba mucho al piloto al que Mendaña acudió: el luso Pedro Fernández de Quirós, quien mostró desde el primer instante su desentendimiento y enemistad con la Barreto, antipatías que fueron agravándose en cuando la expedición se hizo a la mar*6. 

Por si fuera poco, Mendaña escogió al peor hombre posible para comandar a su gente de guerra: el maese de campo Pedro Marino Manrique, un tipo desaforado que haría de las suyas para que los contactos con los indios de las islas a descubrir fueran de todo menos pacíficos, siempre rubricados con una brutal y mortal firma; por no decir que éste también se llevaría a matar con Quirós.

El pobre y esforzado Mendaña se vio en medio de una violenta tormenta de tensiones entre su mujer y Quirós, y entre éste y Marino Manrique, a lo que hay que sumar que tendría que formar camarilla con los tres hermanos de Isabel, quienes se apuntaron a la empresa de regresar a las islas de Salomón. Aún así, solo le faltaba señalar la fecha de partida pues logró las suficientes simpatías y alistar cuatro navíos, a saber: 
  • Galeón San Gerónimo, nao capitana, de 300 toneladas de arqueo. Embarcaron en el mismo: Mendaña, Isabel Barreto y sus hermanos, Quirós y Marino Manrique, por lo que el ambiente a bordo fue de todo menos apacible.
  • Galeón Santa Isabel, nao almiranta, de 300 toneladas de arqueo. Comandada por Lope de Vega, casado con Mariana, hermana de Isabel.
  • Galeota San Felipe, de 40 toneladas.
  • Fragata Santa Catalina, de 40 toneladas.

Con los hados frunciendo el ceño, los cuatro navíos zarparon de El Callo de Lima el 29 de Abril de 1595, haciendo aguada y bastimentos en Paita, donde también se completó la tripulación y pasaje, sumando 368 almas a bordo, entre las que se encontraban varias mujeres y niños, lo cual da muestra del cariz colonizador de la misión.

Debido a los años entre los que nos movemos, Mendaña, como los demás navegantes, no tenía un método para determinar su posición exacta en la carta náutica. Ya se daba gracias al Cielo por contar con métodos e instrumentos con poder calcular la latitud, pero no había nada para la longitud; así que, cuando avistaron tierra, no es inaudito que creyeran haber llegado ya a destino, a las islas Salomón, cuando aún les quedaba medio camino por recorrer. Mendaña no tardó mucho en percatarse de su error por lo que, acompañado del pendón de Castilla, tomó posesión de un archipiélago al que bautizaría como Marquesas, siendo La Magdalena*7 el nombre de la primera de las islas.

Los encuentros con los nativos de las nuevas tierras se desarrollaron con agradable cordialidad en un principio, pero las manos largas de estos, que se iban tras todo objeto de metal, obligó a marcar distancias, algo a lo que ayudó el maese de campo Marino*8. 

Deseoso de reconocer de nuevo las costas que le llevaban quitando el sueño desde hacía dos décadas, Mendaña puso proa a Occidente, cometiendo el error de desviarse unos grados al Sur, pero dándose perfecta cuenta del malestar creciente entre las tripulaciones y los pasajeros, faltos de provisiones y de puertos seguros en los que asentarse; y hartos de las desavenencias entre los oficiales y los indios. Sin embargo, las dichosas islas de Salomón, con sus riquezas sin límite, no aparecían, la Santa Isabel desapareció sin dejar rastro*9 y el primer terruño que encontraron al dejar las Marquesas poseía un volcán activo en su seno, lo cual fue interpretado como una señal de muy mal fario.

Tras vérselas y deseárselas, las tres naves restantes alcanzaron una isla que sería bautizada como Santa Cruz (perteneciente a zona norte de la actual Vanuatu, a no más de trescientas millas de las Salomón), y donde se proyectó la construcción de un asentamiento; pero la gente no tenía el horno para bollos: nadie vive mucho tiempo solo de ilusiones y paradisíacos paisajes, y varias voces se alzaban expresando su deseo de regresar al continente. Entre los descontentos, sacando varios cuerpos de ventaja, estaba el maese de campo Marino, quien orquestó un motín entre los soldados, seguramente envalentonado al ser sabedor que Mendaña comenzaba a quejarse de unas dolencias que se identificaban con la malaria.

Cada vez más enfermo y débil, Mendaña quiso que la presencia española en Santa Cruz fuera pacífica y lo consiguió durante algún tiempo, haciendo buenas migas con un cacique local, de nombre Malope, pero Marino Manrique consiguió el apoyo que creía necesario y se rebeló, conato que fue abortado por el propio Adelantado, quien mandó ejecutar a muerte a Marino de ocho apuñaladas, a Tomás de Ampuero de la misma suerte y degollar al alférez Juan de Buitrago, condonando la pena capital a otros dos conspiradores.

Así las cosas, la situación de la joven población colonial de bahía Graciosa se complicó cuando un soldado asesinó a Malope de un arcabuzazo. El que aquel estúpido fuese condenado a muerte y degollado no calmaron los ánimos de los nativos.

Falto de fuerzas y viendo cercana su muerte, Álvaro Mendaña dictó testamento, nombrando a Isabel Barreto “[…] gobernadora y heredera universal y señora del título de Marquesado que del Rey Nuestro Señor tengo” y se dice que, al día siguiente de testar, el 8 de Octubre, el navegante y aventurero feneció*10, por lo que Isabel se convirtió de facto y de iure en general y gobernadora de la expedición y Lorenzo, su hermano, almirante de la misma; aunque éste, días más tarde, compartiría el destino de su cuñado, por lo que la Barreto asumiría también, por sucesión, el título de almirante y Adelantada de las islas Salomón, siendo así la primera mujer en la historia de España en ostentar tal cargo oficial.


Derrota de la expedición según la antropóloga Eloisa Gómez-Lucena

Isabel, consciente de la precaria situación de los españoles en Santa Cruz, ordenó a Quirós seguir rumbo hacia las Salomón y poner fin a sus desgracias. Las tres naves supervivientes se echaron a la mar el 18 de noviembre de 1595, pero las ricas islas de Ofir se ocultaban a los ojos de los vigías y se tomó la acertada decisión de poner rumbo a las Filipinas y dar por terminada aquella calamidad cuanto antes*11. Mas si creyeron alguna vez que la tarea iba a ser liviana, estaban muy equivocados: al reguero de muertos que se arrojaba a diario por las bordas, habría que sumar las ejecuciones sumarias por insubordinación a la Almiranta y la pérdida de la galeota*12 y la fragata, ésta última muy sentida por llevar en sus entrañas de madera los restos del Adelantado. Por si fuera poco, las tensiones entre los mandos se hicieron más tirantes, siendo que Quirós tacharía a Barreto de déspota, ligera y egoísta, a la que poco le importaba que su gente desfalleciera por falta de agua, cuando ella la derrochaba.

Al momento en el que la única nave superviviente enfiló el puerto de Manila, ya corrían  en tierra habladurías fantásticas acerca de que a bordo de la misma viajaba una hermosa y arrogante mujer, la cual, sabiéndose que la nao formaba parte de la expedición de Mendaña a las Salomón, no podía ser otra que la reina de Saba.

La empresa a las Salomón fue un rotundo fracaso al no haber sido capaz de reencontrar el archipiélago descubierto dos décadas atrás, pero Isabel Barreto y Fernando de Castro, con quién la pontevedresa contrajo nupcias tras el año de viudedad, solicitaron ayuda real para organizar un nuevo intento. Por su parte, Quirós quiso hacer lo propio por su cuenta, pero no fue hasta 1603 cuando consiguió cédula real por la que se ordena al virrey del Perú aprestar dos navíos*13, siendo los gastos de la expedición soportados por la Real Hacienda.

Isabel y Fernando trataron de formar parte de la empresa de Quirós, pero no hubo entendimiento con el navegante portugués, muy requemado de su anterior experiencia con la orgullosa Adelantada, quién ahora ostentaba tal cargo a título honorífico.


1*En concreto, en la surah 27, titulada Al-Naml.

2*Los indios que hicieron llegar a los españoles noticia de la existencia de islas ricas en oro y plata perdidas en el océano Pacífico, y que fueron confundidas con las tierras de Ofir, fueron los incas, tal y como recoge Pedro Sarmiento de Gamboa en su obra Historia de los Incas.

Cierto era que no había razón alguna para considerar sus rumores e, incluso, leyendas como simples falacias o cuentos de viejas, pues toda historia tiene su poso de realidad y muestra de ello es que el propio Vasco Núñez de Balboa halló las aguas del que llamaría Mar del Zur siguiendo las indicaciones de varios pobladores nativos que le advirtieron de la existencia de un gran océano que se abría al oeste de Panamá.

3*Los españoles estamos condenados, por propia y estúpida indolencia, a soportar un sambenito muy particular con el que bramar al mundo el mea culpa como católicos descafeinados que somos; ese mismo que nos llevan colgando durante siglos, principalmente, ingleses, holandeses y aquellos unos y aquellos otros que se quedaron en las antiguas colonias del Nuevo Mundo: el de avariciosos y saqueadores.

Por supuesto, a este hay que sumar ese otro de genocidas.

Pero no nos vamos a calentar aquí con la falta de luces propias y ajenas del personal, sino que vamos a glosar sobre el tema de la financiación de las expediciones de exploración y conquista, que tanto montan, montan tanto con el sambenito.

Las exploraciones oceánicas (al igual que las terrestres), sobre todo en estos tiempos lejanos de los s. XV y XVI, son equiparables a enviar astronautas al espacio en la actualidad, mas si cabe si tenemos en cuenta el creciente interés de entidades mercantiles privadas en el relanzamiento de la carrera espacial. Estas misiones, como las de Colón y otros tantos, suponen una considerable inversión económica que las arcas de muchos países son incapaces de siquiera soportar. En aquellos tiempos, pocos reinos podían enfrentarse a tales retos, pero sí las arcas de otras personas que acabarían fundando las conocidas Compañías de las Indias. 

La empresa era arriesgada y costosa, por cuanto no todo el mundo (ni ahora) era armador de un barco y lo podía poner al servicio de una misión de exploración con la misma alegría con la que lo mandaba a la pesca de la anchoa. Además de buscar quién dispusiera de un bajel, o que lo vendiera, hacía falta buscar otros socios capitalistas que aportaran la cantidad suficiente de escudos o la moneda que fuera para la adquisición de jarcias, velamen, maderas, provisiones y otros suministros indispensables. El flete era muy costoso y más si se iba a la aventura, siendo seguro protagonista de una historia de final incierto y de segunda parte con el título de "tornaviaje" más que dudosa; por ello tampoco es que sobraran en un principio voluntarios que se ofrecieran a los rigores e inclemencias de la mar y del escorbuto, aún no yendo gratis.

A fin de cuentas, para cuando la expedición partía de puerto, el artífice de la idea había tenido que tejer una amplia y complicada red de contactos y favores, de socios y deudas que había que satisfacer en su momento, y la única forma de hacerlo era encontrando metales preciosos y materias primas, lo mismo con lo que se les había puesto la boca dulce a aquellos que empeñaban sus fortunas y bienes personales. Incluso el éxito de la misión era crucial para el "padre de la criatura", pues ponía parte de lo suyo (en esta historia tenemos un claro ejemplo con las dos misiones de Mendaña).

Era una fuerte inversión de la que se esperaban réditos y de forma rápida.

Cuando hablamos de los conquistadores, siempre nos imaginamos a hombres aguerridos, con vistosa armadura, llevándose oro a puñados con el que se cargaba hasta los topes a los galeones, muchos de ellos presas fáciles de huracanes y de la piratería. Hombres enloquecidos por la fiebre del dorado metal, Coronas europeas sedientas de esas riquezas; pero lo que nadie se ha preocupado de ver más allá de las aguas cristalinas del Caribe es que esos cargamentos venían a pagar deudas contraídas por los expedicionarios, ya fueran con su rey, en caso de ser el sostén económico la Real Hacienda, o con banqueros y otros personajes que no tenían porqué ser compatriotas ni poco dados a la usura.

En una época en la que las cuentas de las Coronas no estaban muy saneadas por las continuas guerras, ya fuesen con los vecinos o civiles, así como por diversas desgracias que se cebaban con la población, no resulta raro que todas las naciones que pudieran se lanzaran a la aventura y conquista de forma pública y/o privada. Por ejemplo, en el caso de España, nosotros no nos quedamos con ese oro que arribaba a Sevilla, ¡qué más quisiéramos!, sino que la gran mayoría terminó en las arcas de los banqueros italianos.

4*Obviamente, creyendo que esas eran las islas de Ofir, el archipiélago se bautizó en honor al rey Salomón.

En esta misión se hallaron otras treinta y tres islas, entre las que destaca Guadalcanal, cuyo nombre se debe al lugar de nacimiento de su descubridor: Pedro Ortega.

5*Los ríos de las islas que se descubrían fueron inspeccionados gracias a un bergantín construido al efecto allí mismo.

6*Es plausible que lo que le disgustaba a Quirós fuera la simple presencia de mujeres en la expedición y que chocara con Barreto desde que se conocieron por la altivez y arrogancia de esta última. Aunque adelantándonos a acontecimientos en este pie de página, cuando Isabel Barreto recibe el título de Almiranta, la cosa pinta en bastos si atendemos a las crónicas, ya que la viuda de Mendaña es tachada de tirana por la inmensa mayoría de los supervivientes de la expedición.

Destacable es la opinión generalizada entre los estudiosos de los textos que dejó Quirós, quienes aprecian una sorprendente falta de cortesía y respeto del navegante al referirse a Isabel Barreto, aunque nunca llega a ahondar en sus palabras en la razón real de su enemistad manifiesta.

7*Tras este descubrimiento, se encontraron otras tres islas bautizadas como San Pedro, Dominica y Santa Cristina; a las que siguieron otras como San Bernardino o la Solitaria.

8*Según el propio piloto mayor Quirós, los enfrentamientos se saldaron con alrededor doscientos indios muertos, bien dejados en el campo de batalla o ahorcados.

Del primer encuentro en Magdalena, Quirós referencia que Marino disparó un verso con los arcabuces para espantar a los indígenas y cejaran en su pillaje, pero estos, aún habiendo huido en un primer momento, reaparecieron dispuestos a luchar. Este primer malentendido se saldó con cinco o seis bajas mortales en el bando nativo.

9* Mendaña ordenó a Lorenzo Barreto que zarpara con la fragata y tratara de localizar a la nave Santa Isabel, misión de la que regresó sin éxito.

10*Según Quirós, ese día se registró a las “diez y siete” un eclipse total de luna, lo que ya era lo que les faltaba a los más supersticiosos.

11*Decir que, en un principio, la intención de Isabel Barreto era la de dirigirse a la isla de San Cristóbal, pero al no dar con ella, se tomó la dirección de las Filipinas.

12*En realidad, la galeota no se perdió en la mar, sino que siguió camino separada de sus compañeras, logrando alcanzar puerto en Mindanao.

13*Al final Quirós pudo reunir tres naves: Santos Pedro y Pablo, San Pedro y Los Tres Reyes, que zarparon de El Callao el 21 de Diciembre de 1605.

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