martes, diciembre 13, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «La chica mecánica», de Paolo Bacigalupi

Título original: «The Windup Girl»
Segunda edición. Julio de 2011
Plaza & Janés. Barcelona
ISBN 978-84-01-339440-0
535 páginas
Bacigalupi es capaz de crear un ambiente distópico demasiado actual, por el que se desarrolla una historia que escapa al propio género de la ciencia ficción 

A medida que nos adentramos en la historia, nos despertamos en un mundo familiar, pero extraño a la vez; en un momento futuro imposible de determinar, aunque no demasiado lejano; muy en plan Harry Harrison (quizá demasiado). La Humanidad se cae a pedazos como los enormes edificios y torres de la época dorada del petróleo y las riquezas sin fin, de la Expansión y toda su tecnología; de cuando las calles se iluminaban con farolas eléctricas y los vehículos de combustión atestaban las avenidas; de un tiempo anterior al que permitió que genetistas nada cuidadosos y más leales a las directrices de las megacorporaciones a las que debían su nómina, se dedicaran a crear plagas y hambrunas, guerras por las semillas aún no esterilizadas y muerte a cambio de un sustancioso cheque que cambiar en la ventanilla de un banco de despojos. En el planeta Tierra ya no hay nada que el Hombre haya olvidado trasfigurar y mutar en una carrera de fondo hacia la destrucción total o la supervivencia más desesperada.

Caminaremos por las calles de una Bangkok rodeada de diques que frenan el océano, deseoso de devorar y sepultar la ciudad; entre rickshaws de pedales y megodontes, que no son otra cosa que elefantes modificados genéticamente, enormes moles que se hacen cargo de las tareas más pesadas como la de proveer energía y combatir en luchas armadas. Entre edificios en ruinas donde se hacinan los tarjetas amarillas (refugiados chinos de Malaca), puestos de venta de productos que cuentan con certificados falsificados de estar libres de cualquier enfermedad que campe a sus anchas fuera de los límites de la capital, en sembrados y cuerpos de hombres, mujeres y niños cremados; entre todo esto, se nos harán conocidos personajes tan dispares como un ambicioso fabricante de calorías que busca dar con el banco de semillas que permite al reino de los thais sobrevivir al hambre y a la influencia extranjera; un anciano tarjeta amarilla que trabaja para el fabricante de calorías y que tan solo pretende recuperar su pasado de esplendor realizando apuestas que no puede cubrir y llenándose los bolsillos de dinero que hace desaparecer de los libros de contabilidad; un capitán de los camisas blancas y su teniente, que luchan a diario contra la corrupción imperante haciendo uso de técnicas poco ortodoxas; un pirata genético que puede revolver el estómago de cualquiera; y Emiko, la chica mecánica, una especie de replicante a lo Blade Runner, abandonada a su suerte por su dueño y que sobrevive en un pub de mala muerte siendo objeto de las más aberrantes humillaciones y abusos sexuales que uno se pueda imaginar. Emiko no es la protagonista central, pues estamos ante un relato coral; pero sí es el personaje sobre el que convergen todos los demás, quien más quien menos, pues su mera existencia y lo que llega a hacer una noche determinada cambiará el destino de todos los habitantes de Bangkok.

Emiko se presenta como una muchacha desamparada en un mundo hostil. Su cuerpo no ha sido diseñado para el calor húmedo del Sudeste asiático y es una aberración para todo aquel que pone los ojos en ella. Una heechy-keechy cuyo único sino es acabar muerta y cremada. Un juguete desechado; un neoser que se desplaza con movimientos mecánicos y que sueña con la libertad, llegando a presentarse como el siguiente paso de la evolución humana, por encima de las enfermedades que asolan a los homo sapiens.

«La chica mecánica» le valió a su autor el alzarse con los premios Nébula, Hugo y Philiph K. Dick de literatura de ciencia-ficción, algo que no sucedía desde que William Gibson publicara «Neuromante» en 1984. Bacigalupi crea un escenario creíble y terrible, un futuro distópico que en poco tiene que ver con lo que se nos ha acostumbrado y que en poco se diferencia de nuestra actualidad, pues el dolor, el hambre, la enfermedad y la guerra son el pan nuestro de cada día en aquellas lejanas regiones tan alejadas de nuestras tranquilas fronteras y pantallas de televisión. La elección del Sudeste asiático ha sido todo un acierto, pues dota a la obra de una exotismo nada vulgar que nos sumerge en un mundo decadente, pero en el que la espiritualidad permanece inalterada.

Aunque Bacigalupi advierte que no retrata la sociedad y política actuales de Tailandia, es obvio que traslada a sus párrafos la particular idiosincrasia de este pueblo.

La trama general, en sí misma, engarza a la perfección entre muelles percutores, megodontes, terribles enfermedades infecciosas creadas en laboratorios, cheshires (evolución artificial del gato doméstico), estiércol y un horizonte bastante poco halagüeño; pero haría otro tanto en cualquier ambiente, pudiendo considerarse apta para una novela de tintes negros, incluso de thriller político en determinados instantes. No se describen comportamientos que no sean propios al ser humano de nuestro tiempo (como suele suceder en estas obras distópicas); por lo tanto, no sabemos si Bacigalupi ha disfrazado el argumento con la telas de la ciencia-ficción o lo ha hecho justo al revés. Fuera como fuese, la jugada le ha salido redonda y ha escrito una novela que atrapa al lector y taladrea su mente por medio de una narrativa ahogada por largas narraciones que arrojan luz a cada uno de los pensamientos de los personajes y que en nada hace desmerecer su lectura.

Aún así, no parece que Bacigalupi haya dedicado tiempo a trabajar a los personajes principales. Quizá Hock Seng, el tarjeta amarilla, aún con sus reiteraciones y Jaidee, el capitán de los camisas blancas, sean los mejor desarrollados; el resto no cuenta con el suficiente fondo más allá de ciertos rasgos propios y de su pasado, quedando espacios o bien en blanco o bien saturados con redundancias.

El clímax que se alcanza con el conflicto armado que enfrenta al Ministerio de Comercio con el de Medio Ambiente es intenso, mas dura poco y solo sirve para poner las cartas sobre la mesa, el punto límite de cada personaje.

Considero que la obra es merecedora del reconocimiento mundial que se le ha dispensado. Bacigalupi no es el típico escritor que da el pelotazo por el simple motivo de haber gustado a alguien cuya opinión importe al rebaño de ovejas global, sino porque posee sobrada calidad como narrador de historias; es alguien que nunca dejará de sorprender.

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