martes, diciembre 20, 2016

Guardia de cómic: reseña a la novela gráfica «Fire», de Brian Michael Bendis

PLANETA DE AGOSTINI
Barcelona. 2005
108 páginas
ISBN: 84-674-1402-2
Una historia narrada en primera persona por un asesino al servicio de la seguridad nacional o algo más allá. Una obra con sus luces y sombras 

Ésta es la historia de Ben, contada por él mismo. Más bien, escrita con pulso firme. Resumida en un buen fajo de folios que terminarán en las manos de un periodista de la capital, por la simple y llana razón de que alguien ha de destapar el cubo de la basura. La historia de un chico joven, sin familia, cuya desaparición no provocaría inquietud alguna, pues nadie preguntará por él; una sombra, un modelo ideal; alguien a quien tentar con las mieles de un servicio dudoso y que se desvive por sostener el equilibrio mundial, de fuerzas o lo que se tercie.

Ben es asaltado un buen día por D. D., una hermosa y cautivadora mujer, un señuelo. Un encuentro fortuito en una de las salas de un museo de arte cualquiera que resulta ser el primer contacto directo de Ben con el grisáceo mundo en el que éste se sumergirá conscientemente, incluso de forma exultante, en un punto temporal no determinado durante el mandato presidencial de Ronald Reagan.

Pero que nadie se exalte al leer la reseña equívoca en la portada del volumen, pues es incierto que estemos ante un relato de espías. No. Por mucho que se haya una referencia nada discreta a «El espía que surgió del frío” y a que incluso Ben acabe adquiriendo ciertos detalles personales del protagonista de la obra que catapultó al éxito y fama mundial a John le Carré, ésta no es una historia de espías, sino de operativos especiales, comandos K o algo inferior (sí, inferior) que realizan “entregas” y que asesinan sin remordimientos: la de un hijo legítimo del “Proyecto Fire”, que se irá torneando con paciencia, haciéndose a fuego lento, a lo largo de dos años a contar desde su reclutamiento; un elemento que es prescindible a la primera de cambio, en cuanto su simple existencia sea una molestia intolerable o no haya otras misiones que encomendarle pues la extensa, peligrosa y enmarañada tela de araña se ha roto.

La novela que firma Bendis, tanto al guión como a los lápices y pinceles, implosiona gracias a su propia fuerza. Los diálogos (centrémonos en ellos, pues el argumento carece de originalidad, dejemos esto bien claro) son densos, naturales y “rabiosos”. Un texto sobrealimentado en el buen sentido, pero eso no lo libra de cargar con estigmas o, al menos, de lucir una profunda cicatriz en el rostro.

La novela se queda corta, algo que termina pagando la propia historia, arruinándola. Aunque cierra un círculo, digamos, perfecto, es de escaso desarrollo más allá de unas pocas escenas en las que el protagonista, ya agente con todas las de la Ley, acaba en el fondo de su espiral de autoconmiseración, quemado a todos los niveles, sin apenas saber el lector nada.

Hasta el día presente no había tocado un solo libro de este escritor y dibujante (por desconocimiento, desidia, falta de tiempo… ¡Hay tantas excusas tan a mano como tristes!), pues el señor Bendis es toda una celebridad, un peso pesado del mundo de la banda diseñada. He ojeado sus otros volúmenes y comprobado que éste es su estilo habitual: resulta perturbador enfrentarse a unas viñetas tan pobladas de cartelas y bocadillos que se van uniendo (cuando no embrollando) en un convoy interminable cuyos enganches no son todo lo firmes que se desearía. La culpa, la asumo, es mía en exclusiva (ha de serla), pues me he dejado engatusar por obras de menor recorrido textual y bragas más fáciles de bajar. Un guión como el de «Fire» fluye como un torrente salvaje desde los labios de los protagonistas y secundarios, dejándome traspuesto. Sin embargo, excusas una o mil aparte, en más de una ocasión tuve dudas acerca del orden de lectura de ciertas viñetas y no digamos ya de los bocadillos, no presentándose una la labor muy intuitiva.

Por otro lado, contamos con el contenido de las propias viñetas; escenas moribundas con sobredosis de sombras y entintado. Sin lugar a dudas, Bendis cada vez que prepara una obra hace feliz y rico al vendedor de rotrings y tinta china del barrio. Su técnica va muy bien con la historia que se quiere contar, incluso aporta un matiz anímico a la narración, pero, también es cierto, que muchas escenas (encerradas en pequeñas viñetas) son confusas por cuanto uno es incapaz de diferenciar qué se encierra en ese marco (¿una mancha?). En ciertas ocasiones se advierte (igual son imaginaciones mías) algo de cansancio o pereza en el dibujante, que se limita a plasmar perfiles toscos, totalmente entintados, sin detalle alguno, o personajes “descabezados”, cuyo lenguaje corporal no aporta nada y es (¿casi?) una viñeta que sobra.

Hay muchos y variados ejemplos de lo que trato de explicar, pero ya está bien.

Lo que es indiscutible es que estamos ante un autor de altura. ¿Leeré más de Bendis? La respuesta, a la fuerza, ha de ser afirmativa. Así de simple.

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