miércoles, julio 04, 2018

Guardia de literatura: reseña a «Carrie», de Stephen King

Random House Mondadori.
Barcelona
5ª edición, Octubre de 2008
255 páginas
ISBN: 978-84-9759-569-8
King plantea una historia de maltrato y desprecio descarnados y también, desde su óptica y experiencia como profesor de Inglés, una acusación contra aquellos compañeros de enseñanza que son testigos mudos del abuso y que no hacen nada por defender a la víctima o lo hacen cuando todo está perdido

Este es un título sobre el gira una leyenda cuasiurbana, que tendrá su base de realidad, y que es avivada por King cada vez que le dan la oportunidad. Recuerda un poco a aquella otra referente a cierta obra clásica del género de terror que, tras pasar por la retina y entendimiento de la esposa del autor, ésta, espantada, arrojó el manuscrito a las llamas, donde se consumió por completo. El afligido escritor se vio entonces en la urgencia de reescribirla en una sola noche, calcando de su memoria todo aquel horror imaginario. Con «Carrie» fue King quien echó el borrador a la papelera, siendo Tabitha, su mujer, quien lo rescató del fondo de la basura; algo que fue providencial, pues ésta sería la primera novela del de Bangor y con la que alcanzaría la fama que tanto ansiaba; con la que se terminarían de raíz todos los problemas personales, el malvivir en una caravana con un raquítico salario de maestro que apenas servía para hacer frente a los gastos de una joven familia de cinco miembros y cuyas facturas medicas se abonaban a golpe de relato publicado en revistas como Playboy.

King no se las tenía todas con él, sin sospechar nada de lo que se escondía al otro lado de la puerta de la edición de esta novela. Tenía dudas que se centraban en el propio argumento. ¿Cómo trasladar el drama y el horror a una línea protagonizada por adolescentes? Era una pregunta complicada a pesar de que él mismo era profesor y  observaba a sus alumnos a diario desde el otro lado del pupitre. Carecía, en su convicción, de la visión por debajo del pedestal de los adultos. Pero la obra fue rescatada por Tabitha, tras una jornada desquiciante para Stephen, llegó a la editorial correcta y se escuchó ese click inesperado: todo encajaba, incluso entre el público y la crítica.

«Carrie» es una novela de principiante. Apenas llega al mínimo de palabras exigido para ser considerada una obra larga y el autor se sirve sin pudor de un recuro que sería común en sus primeras obras: poblar los capítulos con extractos de noticias, teletipos, libros especializados y testimonios, todos de su propia factura (y en los que el autor comete algún que otro fallo). ¿Esta medida la eligió King con el ánimo de presentar un manuscrito con las dimensiones prescritas o estuvo así planeado siempre en su cabeza?, ¿genialidad o una triste excusa para cumplir? Me da igual, pues esos extractos le dan fuerza al texto, lo mantienen vivo y hasta son interesantes, cuando no divertidos.

Y esos mismos extractos se adelantan al propio desarrollo narrativo de la trama en «Carrie». Desde el principio sabemos qué va a suceder gracias a los sesudos “estudios” sobre la telequinesia, testimonios ante comisiones de investigación y libros de confesión escritos a posteriori por testigos que tienen una penitencia que pagar. Tras esas cuñas intermitentes, en las que se teoriza de forma subjetiva sobre el desastre de la ciudad de Chamberlain y los supuestos poderes de Carrie White, King relata la historia tal y como “sucedió en la realidad”. Resulta, así, digno de aplauso que King sea capaz de mantener firme al lector durante el corto desarrollo argumental protagonizado por la adolescente hija de Margareth White, una chica de instituto que es el centro de todas las bromas preparadas por los “graciosos” de turno, quién sabe si solo motivadas por su poco atractivo físico o por ser la hija de una fanática religiosa un tanto anormal que quiso matarla con un cuchillo nada más nacer. Lo cierto es que Carrie deambula como una alma en pena por los pasillos de una siniestra prisión, que se alza tanto dentro como fuera de su casa, donde es sometida a constantes vejaciones; y King plantea una historia de maltrato y desprecio descarnados y también, desde su óptica y experiencia como profesor de Inglés, una acusación contra aquellos miembros de la enseñanza que son testigos mudos del abuso y que no hacen nada por defender a la víctima o lo hacen cuando todo está perdido, cuando ya forman parte inseparable de la masa de risas hirientes, ya ese voluntaria o involuntariamente.

Todo el drama da comienzo en las duchas del vestuario femenino. Carrie, de 16 años, está experimentando su primera menstruación y sangra para su asombro y desolación; cree firmemente que se está muriendo. Sus compañeras no desaprovechan la ocasión, pues Carrie no sabe qué le está sucediendo, es así de tontaina, y le arrojan compresas y tampones para “¡que se lo tape!”. Una de esas chicas es Susan Snell, quien generará un sentimiento de culpa que le acompañará durante años, y que creía que su expiación la encontraría tratando de hacer feliz a Carrie. Otra de esas chicas será la cabecilla de los abusadores, Chris Hargenssen, cuyas emponzoñadas tripas elucubrarán un plan maestro para destruir a la paria, reducirla a la nada.

Las líneas convergen hacia el baile de fin de curso, algo tan típico y americano. Carrie es invitada por Tommy Ross, la pareja de Susan Snell, movido por la compasión y los tejemanejes penitenciales de su novia. A la par, tenemos a Billy Nolan, un macarra peligroso y violento con el que Chris se ha unido para beber, meterse mano y retar a la Muerte.

Una serie de casualidades llevarán a Carrie a la humillación definitiva, momento en el que sus poderes alcanzarán un punto álgido, pasando de la pasividad mojigata a la locura homicida.

King recoge en este título varios ingredientes comunes en sus próximas novelas: elementos paranormales, violencia, muerte, retazos de la etapa juvenil, la religión mal entendida y la deshumanización de pequeños núcleos de población ante lo inesperado, aunque siempre manteniendo un brillo de esperanza apenas discernible.

El argumento de «Carrie» es simple. Si lo desnudásemos de los adornos, de esos que le quedan tan bien, casi es un cuento de terror de escaso fondo, nada más allá de la advertencia de que uno nunca sabe a qué fuerzas se está enfrentando y que la humillación siempre pasa factura, deja marcas lacerantes en la víctima y, en ocasiones, en los agresores, siendo estas últimas mucho más profundas y brutales. Un apunte psicológico real sobre el que no se tiene plena conciencia hasta que acontece la desgracia.

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