lunes, julio 09, 2018

Plásticos a «go go»

La Semana Verde es una feria agropecuaria (y mucho más), que se celebra cada mes de Junio en el recinto correspondiente de la localidad de Silleda (Pontevedra). Si uno cuenta con los dineros y las necesidades suficientes, puede salir de sus pabellones con una buena docena de huevos de gallina campera, unos kilos de chorizo de Toro, unas excelentes cuñas de queso de cabra, el mobiliario del salón reformado, una piscina nueva o conduciendo un tractor o un turismo de kilómetro cero; incluso vistiendo un equipo completo de caza o pesca y cargando en el maletero con alguna antigüedad. Hay de todo. Pero también se puede uno conformar con admirar los ejemplares que concurren a los concursos de razas domésticas en peligro de extinción, domas de caballos árabes y pruebas de agilidad con canes de todo tipo; y siempre tras haber llenado el papo con muestras gratuitas dispuestas en los diferentes stands del pabellón 1, desde lo más pijo a lo más llano, o comprado una sartén de esas mágicas que tanto se pregonan en la teletienda.

Hay quien se consuela con cargar un ejemplar de la edición del día de “El Diario de Pontevedra” y no haber pagado un chavo por él.

Si se pasa el día entero entre sus naves y pasillos abiertos, y el tiempo acompaña, lo mejor es relajarse comiendo un bocadillo de jamón, a 5 € la unidad, con la consiguiente botella de agua o lata de refresco, sentarse en la grada y admirar las evoluciones tranquilas de algún jinete a lomos de su montura. Si no acompaña, la opción más aconsejable es llevar los pasos hasta el cercano pabellón 10 y hacer cola en el autoservicio, donde, por 12 €, se puede disfrutar de un bufet libre bastante aceptable.

Con vistas al amplio campo, este pasado 10 de junio llegamos al autoservicio con la extraña sombra de la portada del periódico pontevedrés, referenciado dos párrafos antes. A todo color, bombo, platillo y demás instrumentos de percusión, se alertaba que la ciudad del Lérez es la que menos recicla plástico en relación con el resto de la Comunidad, con unos raquíticos 8,1 kilos/año por cabeza; siendo que Galicia es la segunda región donde menos se separa y trata el plástico en origen, detrás de Extremadura.

En una ocasión pasada os hice partícipes de un sueño/pesadilla que tuve de un mar asolado por los plásticos y de una posible solución; en la misma semana en la que disfruté de los aires puros de Silleda, supe de cierta masa plástica entre las islas gallegas que se abren al mar, frente a las rías; pocos días antes, había saltado a la palestra la noticia de un cetáceo que moría entre convulsiones y en cuyo estómago se encontró ochenta kilos de bolsas… Pero no quiero ahora poner a parir a esos que se ríen a la cara de los que separamos residuos o de los que se conforman con derivar esfuerzos al tratamiento de desechos de materia orgánica que, siendo sinceros, no es la solución a los problemas de este planeta. Lo que quiero es hacer constar una realidad que sucedió en ese pabellón 10 de la cafetería-autoservicio. Sobre la bandeja coloqué dos platos, uno de los cuales fue cargado de lechuga, tomate, cebolla, maíz y atún desmigado y el otro con churrasco y patatas fritas. Hasta ahí todo normal, incluso cuando llegué a la mesa. Lo aterrador aconteció después, cuando comprobé que SOLO YO, con esa comida, IBA A GENERAR CINCO ENVASES PLÁSTICOS: un individual de aceite de oliva y otro de vinagre para la ensalada (como no tomo sal, me ahorré el tercero), a lo que sumé otro con mahonesa para las patas y un vaso para servirme la bebida, además de la copa de flan de huevo. Por suerte, los cubiertos eran metálicos y los platos de porcelana barata. Quizá aquel domingo se sirvieron más de 1.000 menús, más las raciones que se zamparon las hambrientas masas dispuestas en largas filas ante food-trucks y remolques dedicados a la comida rápida.

Respecto a mi menú, ¿tanto habría costado haber puesto una aceitera y una vinagrera a compartir entre los comensales de la mesa larga? Lo de la mahonesa tiene un pase, todo sea para no invitar a nuestros intestinos a la desagradable salmonella, pero… ¿Qué clase de desarrollo social nos ha llevado a semejante prodigalidad plástica? Echo una mirada ahora a mi alrededor y enumero una infinidad objetos con componentes derivados del petróleo. Desde este ordenador, pasando por las gafas de sol que reposan a escasos centímetros de un flexo; al lado de la agenda tengo un sobre de este versátil y contaminante material a la espera de que se materialice el mensajero que ha de llevárselo. Los brazos los tengo apoyados en dos apéndices de una silla en la que las piezas de metal se limitan a los tornillos y a la palanca del elevador…

Y salvo mis pantalones, que son 100% algodón, todo lo que llevo encima tendrá algo de poliéster o algún derivado del petróleo. TODO.

Es como, al igual que sucede con la electricidad, si ya no pudiéramos vivir sin plásticos a nuestro alrededor, irremediable muleta para la más ínfima acción diaria. ¿Qué seremos capaces de sacrificar por poner fin al veneno que llega a nuestras aguas, pero que nos es tan sustancial como civilización avanzada? ¿Seremos capaces de dar con un remedio, con un sustituto menos tóxico y fácil de tratar? ¿Los gobiernos se toman en serio este problema o se limitan a parchear para salir guapos y sonrientes en las fotografías y que el follón lo arreglen, si pueden, las generaciones futuras?

Estas son mis pajas mentales de hoy.

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