martes, julio 17, 2018

Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «The Wire. Bajo Escucha»

Título original: «The Wire». 2003. Episodios de 59 minutos. Drama policíaco, investigación policial. Creador: David Simon. Dirección: VV. Guión: VV. Elenco: Dominic West, John Doman, Deirdre Lovejoy, Wendell Pierce, Lance Reddick, Sonja Sohn, Seth Gillian, Domenick Lombardozzi, Clarke Peters, Andre Royo, Michael Kenneth Williams, Jim True-Frost

Esta segunda temporada es como el necesario respiro para volver con Avon Barksdale y para calar definitivamente a Stringer Bell

Tras la intensa operación de caza del entramado del narcotraficante Avon Barksdale, los integrantes de la unidad han sido dispersados por todo Baltimore, recibiendo sus recompensas o sus castigos. El asunto de la escucha, tan abruptamente cercenada cuando se empezaron a llamar a puertas que no se debía, aún sigue coleteando en el ánimo de los agentes de la Policía, sin entender cómo acaban de nuevo reunidos para iniciar una nueva caza cuando se descubre en los muelles los cadáveres de más de una docena de mujeres, asfixiadas dentro de un contenedor; más aún cuando, en realidad, se les reúne por un ejercicio de cohecho demasiado presuntuoso por parte de un insidioso comandante que persigue a la cabeza de unos de los sindicatos de estibadores locales.

Aunque la trama gana profundidad, pues no se queda estancada en el asunto de las drogas y del territorio Barksdale, tocando palos como la trata de blancas, el contrabando, la especulación urbanística, la corrupción política y la mafia portuaria, no llega a mantener la tensión de la primera temporada. Se conserva el aliento sobre los problemas que atenazan Baltimore, haciendo hincapié en que es una ciudad abandonada, sin oportunidades, a la que sus ciudadanos se ven abocados al crimen, aunque sea por omisión

Paradigma de esto que comento es la supuesta presa, Frank Sobotka, presidente del sindicato que, en el fondo, solo pretende llamar la atención del número suficiente de políticos para que draguen el canal y se reabran unos muelles para que el puerto de estiba regrese a los buenos tiempos, con más barcos, más trabajo y menos apuros para los operarios. Pero Sobotka es un excelente ejemplo de que el fin no justifica todos los medios, sobre todo cuando no tienes el corazón corrompido hasta ese punto.

La unidad del teniente Daniels abarca mucho más sobre la pizarra, involucrando al departamento de Homicidios y hasta el FBI, pero se atraganta a la hora de presentarlo al espectador. Con capítulos de larga duración se quedan cortos y vuelve a observarse una falta de implicación personal de los personajes menos principales en un reparto coral hasta el ahogo. El trío policial McNulty-Greggs-Daniels sigue copándolo todo y, en el otro frente, está Sobotka y su sobrino Nick, entre los que pulula el personaje más estúpido y odioso que haya podido parir guionista alguno: Ziggy Sobotka, a quien te gustaría estrangular en más de una escena y que resulta asombroso que su cuerpo no acabe flotando en las aguas del río Patapsco. No hay justicia y la cosa es así de clara.

Quizá el problema es que no seamos capaces de ver a los del sindicato como los “malos”. En realidad no lo son, por mucho que algunos pasen del despiste de algún contenedor y se dediquen al tráfico de drogas. Tampoco es que a los camellos de Barksdale los veamos como tales, pero hay una mayor indefinición, sobre todo cuando esa maldad la saturan el Griego y su lugarteniente.

Esta segunda temporada es como el necesario respiro para volver con Avon Barksdale y para calar definitivamente a Stringer Bell. La trama de prisión no funciona y, tanto es así, que se comete la tropelía de cargarse al maravilloso personaje de D’Angelo. Para saber de qué palo va Stringer tampoco había que llegar a tanto, pero es que el argumento entre rejas patina desde la escena del juicio y punto en boca.

No es que esta temporada sea inferior en calidad, ni mucho menos. Se puede apreciar aún más los orines que carcomen la superficie de Baltimore, una mayor oscuridad, pero, en cambio, un pulso débil.


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