martes, octubre 30, 2018

Guardia de literatura: reseña a «La devoción del sospechoso X», de Keigo Higashino

Título original: «Yôgisha X no Kenshin»
EDICIONES B SA
Barcelona, 2011
Traducción de Francisco Barberán
ISBN: 978-84-666-4736-6
325 páginas
Keigo Higashino nos invita a disfrutar una historia preparada sin artificios narrativos, algo descarnada, casi un guión, con un fondo básico en el que sus personajes interactúan en un marco de fuertes sentimientos

Sayoko Hanaoka es lo que se acostumbra a denominar una mujer “superviviente”. Su relativa belleza, por encima de la media estandarizada, y un entorno en el que siempre ha encontrado gente que la estima no le han proveído una vida fácil y feliz. La causa de sus amarguras es Shinji Togashi, su exmarido, con quien convivió en una errática espiral de malos tratos y alcohol de la que ella no era capaz de apearse, si quiera años después de haberse divorciado, acongojada ante las esporádicas reapariciones de Togashi en busca de dinero. Para sobrevivir, aún cuando estaba casada, Sayoko trabajó como camarera en clubes de alterne y, al momento de los hechos principales narrados en la novela, lo hace como dependienta de un establecimiento de preparación y venta de bentō.

Que Togashi la haya encontrado tras varias mudanzas es lo que lleva a Sayoko a una situación límite, pero ante la que se queda paralizada. Togashi, como siempre, acude con la pretensión de ablandar el corazón de su exmujer para que vuelvan a estar juntos, pero la adolescente Misato Hanaoka no está dispuesta a pasar por el maltrago una vez más y reacciona violentamente contra su padrastro. Todo ello conduce a que madre e hija asesinen a Togashi. Es entonces cuando entra en escena, aunque sea el primer personaje al que Keigo Higashino nos introduzca, Ishigami, el apocado vecino de las Hanaoka, un profesor de matemáticas en el instituto cercano, quien está perdidamente enamorado de Sayoko. Ishigami se ofrecerá gustoso a ayudar a las dos mujeres a encubrir su asesinato y a tejer una red de mentiras para despistar a la Policía.

Desde el comienzo sabemos la identidad de las asesinas, de los cómplices, pero Keigo Higashino da paso a la investigación policial, enredándonos en ella junto con el detective Kusanagi, quien, como en ocasiones anteriores, se ve forzado a echar mano de un viejo amigo que trabaja como físico en la Universidad de Teito y que es conocido por el sobrenombre de “profesor Galileo” (que da título a la serie de novelas negras), aunque en el texto siempre sea referido por el narrador y los personajes por su nombre real: Manabu Yukawa.

Yukawa se siente fuertemente atraído por el caso al llegar a su conocimiento la identidad de uno de los implicados, de Ishigami, a quien conoció durante su época de estudiante, un excelente hombre de Ciencias, con una inteligencia extraordinaria. Colaborar con Kusanagi permitirá a Yukawa retomar la amistad que quedó silente y en el frigorífico durante dos décadas.

El punto de partida es muy a lo Colombo; aunque es probable opinar que no tiene sentido hacer que el lector se entretenga con una investigación policial, línea en la que se lo pasará en grande con las divertidas conversaciones/discusiones entre Yukawa y Kusanagi. ¿A qué vienen, entonces, tantas vueltas que no conducen a nada? Pues porque Kusanagi y los suyos no son capaces de determinar correctamente el orden cronológico del crimen ni de derribar las coartadas de las Hanaoka, las principales sospechosas. Ciertos detalles de la escena donde fue hallado el cadáver de Togashi no tienen explicación; las historias que convergen en las declaraciones no son contradictorias, pero no son sólidas… Existe una sombra de sospecha con la que el autor juega hábilmente con el lector, confundiéndolo con las siguientes preguntas: ¿por qué Ishigami ayuda a las Hanaoka a deshacerse de un cadáver que, curiosamente, desfigura pero es rápidamente identificado y hallado a las pocas horas del asesinato? ¿Por qué ese rosario de simples pistas falsas y no tan falsas que la Policía no logra descifrar? Ishigami reta al detective Kusanagi y al lector: ¿en serio sabemos qué sucedió entre la hora del asesinato de Togashi y el descubrimiento de su cadáver? Cuando la cuerda policial se tensa, nos desestabilizará que Ishigami se entregue; quizá no tanto sabiendo cuánto ama a Sayoko, un sentimiento muy fuerte y para nada correspondido. Pero Keigo Higashino nos cocina una sorpresa final a la que es imposible adelantarse, razón por la que esta historia gana enteros tras una lectura cómoda y relajada, un descanso entre otras más exigentes, y es ahí cuando te atropella con las defensas bajadas.

Como en todas las novelas negras de cierto calado en público y crítica, el aspecto psicológico y sociológico es capital, además de servir de entretenimiento, exigiendo al lector una colaboración estrecha, pues las descripciones físicas de lugares y personajes son prácticamente inexistentes, solo habido cabida, a pinceladas nerviosas e impresionistas, a aquello mismo que anida en nuestra alma.

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