martes, octubre 16, 2018

Guardia de cómic: reseña a «Lágrimas en la lluvia», de Damián Campanario y Alessandro Valdriaghi

Planeta d'Agostini. Barcelona, 2011
193 páginas
ISBN: 978-84-684-7565-3
Con el paso de las páginas se nos describe una sociedad no muy distinta a la actual y fácilmente manipulable a golpe de ratón, aquejada por los mismos males; pero la necesidad de ajustarse a las cortas dimensiones del volumen han conllevado a la reducción de la pasta narrativa hasta límites más allá de lo meramente comprensible, como si cualquiera que se acercara a este cómic lo hiciera (o debiera hacer) tras la previa experiencia de haber leído una novela que supera las cuatrocientas páginas


Cometo, por enésima vez, el error de tomar contacto con una obra a través de un formando distinto al original. Por mucho que la autora de la novela, en la que se basa este cómic, reitere en su prólogo que siempre tuvo en mente una idea más apropiada para ser encajada entre viñetas, uno no deja de tener la sensación certera de que se ha perdido muchas cosas que no se han sabido trasladar al guión o que se han obviado a propósito.

Eso es lo que me ha sucedido al leer «Lágrimas en la lluvia», en su versión para el cómic, con Damián Campanario al guión y Alessandro Valdriaghi a los lápices. Los saltos y los giros son continuos, y el lector pasa las páginas con la frialdad tópica y típica de una mente en blanco, aunque no por ello deje de entender la trama ni se le prive de disfrutar de un relato que bebe sin pudor ni disfraz de «Blade Runner», aunque no llegue a un punto tan oscurantista ni críptico.

Al abrir las tapas se nos traslada al Madrid de comienzos del s. XXII, que identificamos con destellos directos a Sol, el Museo Reina Sofía o la Gran Vía, mientras uno de los personajes, Yianis, nos pone al día de lo que ha ido sucediendo durante las últimas décadas a través de su ordenador en el Archivo central de los Estados Unidos de la Tierra: la creación de los replicantes y su corta vida, las distintas guerras que asolarán el planeta, la conquista del espacio, nuevos países que habitarán en estaciones orbitales… y hasta contactos con especies alienígenas desarrolladas.

La protagonista será la detective Bruna Husky, una replicante modelo de combate, que sufre un intento de asesinato por parte de otro ser artificial que acabará suicidándose de forma bastante desagradable (y que me parece otro guiño a «Blade Runner»). Husky se ve involucrada en una investigación contrarreloj que persigue esclarecer porqué los replicantes comienzan a actuar de forma extraña, matando a cuantos se les cruce por delante e inmolándose en absurdos y sangrientos atentados terroristas. Los pasos que irá dando la llevarán hasta una conspiración en las altas esferas, con memorias artificiales adulteradas, cambios interesados en la Historia oficial de la Tierra, presiones políticas y un sistema policial y judicial del que es mejor no fiarse en demasía.

Mientras Husky avanza, a su alrededor comienza a generarse una tensión social, con actos violentos que podrían desencadenar una guerra entre humanos y reps. La investigación lleva a diferentes puntos de Madrid, pero también de la propia geografía de Husky, sobre su particular drama y dolor inducidos por su Pasado artificial, escrito por un memorista.

Con el paso de las páginas se nos describe una sociedad no muy distinta a la actual y fácilmente manipulable a golpe de ratón; aquejada por los mismos males pero revestidos de otra guisa, como siempre se ha hecho o lo ha permitido la ciencia-ficción clásica. Sin embargo, al menos en cómic, me sabe a poco, como falta de ingredientes. La formula dista de ser novedosa y, como novela negra, vuelvo a dar con un culpable al modo de Arturo Pérez-Reverte en «El asedio»: alguien sin peso en la trama, que aparece en dos escenas contadas y que es una sombra endeble, a quien se señala de pronto con la fuerza de las pruebas, tras marearnos sin fundamente entre Fulanito y Menganito.

La sensación que describí en su momento se acentúa a medida que nos acercamos al final, con escenas familiares por vistas en tal o cual obra de suspense y que conllevan a una resolución acelerada. Se nos obligará a volver sobre nuestros pasos al creernos culpables de haber leído demasiado rápido o no haber prestado la debida atención a determinados detalles; pero no es así, pues el guionista o la necesidad de ajustarse a las cortas dimensiones del volumen han conllevado a la reducción de la pasta narrativa hasta límites más allá de lo meramente comprensible, como si cualquiera que se acercara a este cómic lo hiciera (o debiera hacer) tras la previa experiencia de haber leído una novela que supera las cuatrocientas páginas.

Por lo demás, el dibujo del italiano Valdrighi es muy correcto y armónico, con cierta visión cinematográfica, pero sin inventiva o riesgo, privando a las viñetas de un futuro con arquitecturas y objetos más futuristas.

En fin, mi valoración general de este cómic es una gráfica de hoja de sierra. Quizá aproveche las horas de estío para hincarle el diente a la novela de Montero y, luego, ser capaz de leer mejor este cómic.

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