jueves, enero 23, 2025

Mediocridad periodística

A escribir se aprende de dos maneras: escribiendo un poco y leyendo un mucho. Más o menos fue lo que Stephen King nos dijo en su magnífica obra Mientras escribo. El de Bangor afirmó que de la lectura siempre se aprende, sin importar si era con un título excepcional o con uno que fuera una completa basura: de aquellos buenos se aprende y se asimila la forma correcta de narrar y expresar; de aquellos mediocres se obtiene una lección sobre todo aquello que hay que evitar.

Sin embargo, es fácil tropezarse con necios que se autoproclaman como escritores, pero detestan leer, a semejanza de aquel inepto que rueda películas y no le gusta el cine. Sobra decir quién.

A muy temprana edad me sentí atraído por la alquimia literaria y, décadas después, aún me considero un estudiante poco aplicado. El título acreditativo de la condición de escritor dista mucho de serme impreso y entregado. Y también me sentí atraído por el periodismo.

Recuerdo el formulario de la selectividad, aquel en el que debía enumerar las cinco facultades por las que suspiraba. Me dio por anotar la de Ciencias de la Información. Durante el Bachillerato nos habían ido refinando los gustos (o disgustos) hacia al periodismo. En vez de leer y analizar pasajes del Quijote, lo hacíamos con noticias y artículos de opinión de las principales espadas nacionales. Podía ser tan entretenido como tedioso, según se mirara, pero la cosa estaba relacionada con la escritura y eso me interesaba. Sin embargo, acabé escogiendo un sendero determinado porque ya transitado y porque mis padres no estaban por la labor de que su hijo menor acabara vagabundeando por los pasillos de la Facultad más cercana a nuestra casa, frecuentemente mencionada en los telediarios y no precisamente por sus profesionales más renombrados.

Con el paso de los años, mi apetencia por el campo del periodismo se fue deteriorando hasta el punto de sentir cierto desprecio generalizado por la profesión. Obviamente, algunos nombres propios se salvan, pero me repatea el culo la masa informe de reptiles que acciona y reacciona según la cantidad de dinero que logre con la extorsión o según  tire o afloje la correa el amo de turno, sin tener escrúpulos a la hora de caer en la felación y el canibalismo.

La degeneración del periodismo causa vergüenza. La mediocridad es aberrante. Las noticias son vómitos prefabricados con ausencia total de estilo y personalidad. Por eso y por otros motivos, ya no leo prensa actual. Prefiero perderme en las hemerotecas y repasar reportajes amarillentos, escritos por plumillas que hilaban y trenzaban la noticia con las palabras, en una unión sacrosanta, en una batalla por culturizar. 

En una de esas tardes de náufrago de hemeroteca, di con una crónica que recogía un suceso terrible, acontecido hace casi medio siglo. Tan atroz que podría haber sido protagonizado en la ficción por Alex y sus drugos en uno de los capítulos de La naranja mecánica, de Anthony Burguess: unos jóvenes irrumpieron en la casa de un matrimonio de ancianos, culminando la noche en asesinato y necrofilia.

El crimen real fue trasladado al papel con una mezcla de repulsión y exuberancia estilística que da cuenta de la cultura y del buen hacer de aquellos periodistas ya extintos.

Voy a extractar parte de la noticia para que os hagáis a la idea:

“[…] dos jóvenes hermanos perpetraron un espeluznante y trágico hecho de sangre […] careciendo del sentido crítico de la razón […] impulsados por la violencia ciega que padecían en contra de sus congéneres […] El suceso conmovió por las dramáticas características que reunió el doble homicidio […] se buscó y se quiso conquistar con la muerte de los atacantes […] los agresores los ultimaron con un cuchillo filoso.”

¿Os imagináis que, hoy día, pudiéramos leer noticias con este estilo recio y refinado? Yo no lo puedo imaginar, pues esta sociedad y el periodismo son muy distintos a aquellos.

Nos creemos superiores por el simple hecho de que todos los de mi generación, y los de las más nuevas, hemos hecho el rito de paso a la edad adulta mediante un título universitario, pero somos unos necios, peores que analfabetos, y los periodistas de hoy en día bailan al mismo son. El periodismo se ha enfangado en los bajos fondos lingüísticos; se ha reducido a las escupideras. 


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