martes, febrero 06, 2007

Boletín de Febrero 2007 de la Fundación "Letras del Mar"

“Si muero, que me pongan desnudo,

desnudo junto al mar.

Serán las aguas grises mi escudo

y no habrá que luchar.”


JOSÉ HIERRO


AL RICO LIBRO HELADO

En las bibliotecas y librerías existe un murmullo imperceptible, producido por los volúmenes allí depositados. Nos susurran que abramos sus páginas para descifrarnos las claves del tesoro que cada uno alberga: pepitas de ciencia, granos de historia o centímetros de entretenimiento, virtuosamente colocados palabra a palabra, que cada lector debe buscar en las interminable estanterías, según sus deseos o necesidades de gozo o sapiencia.

El próximo mes de marzo comienza el Año Polar Internacional que, pese a lo que su nombre indica, se extenderá veinticuatro meses, ya que los polos necesitan que volvamos los ojos hacia ellos, pues se han vuelto en los sensores del cambio climático; estando programados 229 proyectos, de los que 160 tienen objetivos puramente científicos y el resto se centrarán en el estudio de la población que vive en la región ártica, zona a la que España enviará por vez primera al buque oceanográfico Hespérides, existiendo 15 equipos de investigadores españoles que participarán en proyectos científicos. La celebración coincide con el 125 aniversario del Primer Año Polar Internacional (1887-1888), el 75 aniversario del Segundo Año Polar Internacional (1932-1933), y el 50 aniversario del Año Geofísico (1957-1958) que condujo al establecimiento del Tratado Antártico; por lo que a ése murmullo perceptible en esos “sancta sanctorum” del saber, se unirá el producido por muchas publicaciones editadas o reeditadas, para poner resaltar la importancia de nuestros polos, tratando de reclamar la atención del lector desde el rincón de las novedades, pregonando las bondades de su mercancía con un evocador “al rico libro helado”, al estilo que los vendedores del Frigo lo hacían en los descansos de las sesiones cinematográficas: el frío, o más bien el calentamiento polar van a ser una constante en la temática de muchos libros.

Calentamiento cuya cara amable nos mostrará la expansión de la navegación por rutas clave, como el mar del Norte y el pasaje del Noroeste, ya que se irá alargando de los meses de verano a otras estaciones, debido al declive del hielo marino, lo que sin duda atraerá viajeros de todo tipo a las regiones más frías del planeta. Científicos, historiadores o turistas que: seguirán las huellas del explorador español Gabriel de Castilla, al parecer, el primer navegante en llegar a la Antártica en 1603; buscarán con afán los restos del navío de bandera española San Telmo, que en 1819 desapareció en mitad de una tormenta al sur de Cabo de Hornos; seguirán las huellas de los cazadores de lobos marinos y ballenas, arribados al continente helado austral a principios del siglo XIX; o emularán a los partícipes en campañas antárticas como la llevada acabo en 1982 por el Idus de Marzo, o a la presencia española tanto en las bases Juan Carlos I y Gabriel de Castilla como en las expediciones de Ramón Larramendi por todas las tierras heladas de nuestro planeta.

Pero, sobre todo, los libros nos harán volver la vista atrás para recordar a quienes lograron llegar a los polos. Como Peary que pasó nueve inviernos en el norte, relacionándose con los esquimales que le enseñaron los secretos de la supervivencia en el Ártico, partiendo a finales del invierno de 1909 hacia el punto más septentrional de la tierra al que, supuestamente, llegó el 6 de abril: logro que fue muy discutido, principalmente por su rival Cook. Entretanto, Roald Amudsen demostró la paradoja del Paso del Noroeste navegando con una pequeña embarcación, pegado a la costa, dilatándose nada menos que cuatro años, de 1903 a 1906, en completar el trayecto. Años en los que el británico Scott luchó contra el escorbuto, la ceguera de la nieve, el hambre y las deserciones para conseguir, únicamente, en 1904 el paralelo 82 sur; lo que fue superado en 1908 por Shackleton que llegó al 88. Mientras que el soñado 90 fue alcanzado el 14 de diciembre de 1911 por el noruego Amudsen. Las consecuencias de estas exploraciones trasformaron el mundo: una nueva ruta de alcance planetario se estableció en el Ártico, que se convirtió en el protagonista de la historia oceánica global, al establecerse en él rutas submarinas y aéreas que acortaron, espectacularmente las distancias, lo que en menor medida ha ocurrido en el Polo Sur.

Y, todo lo mucho relatado y lo no menos que resta por relatar está o estará albergado en ése fabuloso arca de papel que es el libro.


SISTEMA DE VIAJE Y DE ALTERNE

Leer es distraerse, pero además es un modo de viajar en compañía del libro, y un sistema para introducirnos en el alterne de ideas con el mundo que nos rodea: y no hay mecanismo más eficaz para navegar lejos del océano que hacerlo a través de las “Letras del Mar”. Lo que mes a mes nos ponen en bandeja las novedades editoriales que impregna de salitre marino los escaparates de las librerías, como es el caso de “Mi viaje alrededor del mundo” editada por Noray que, con su propio puño y letra, narra el viaje de Francesco Carletti, un joven florentino que circunda el mundo, tras peregrinar por el globo durante quince años, movido por su afán de hacer negocios. Lo que contiene tintes muy originales, ya que nos cuenta como ve el mundo un comerciante, con criterios muy distintos a los ofrecidos por los viajeros de aquella época, normalmente navegantes, militares o frailes. Viajero curioso e infatigable, cuando vuelve a su Toscaza Natal está completamente arruinado, pero cargado de miles de experiencias que resume en unos escritos destinados a informar a su protector el Príncipe de Médicis.

“Las islas de la felicidad” de la que es autor José Luís Olaizola, es una novela histórica en la que se nos da cuenta de la aventura de Andrés Urdaneta, joven navegante guipuzcoano enrolado en una temeraria aventura que permitió descubrir la que sería una de las rutas más importantes del mundo: la ruta de las especias, en base al fenómeno meteorológico conocido como “tornaviaje”.

MARPOL edición refundida 2006, editada por la OMI, es, como su nombre indica, la refundición de artículos, protocolos e interpretaciones unificadas del Convenio Internacional para prevenir la contaminación por los buques.

“Bajo los siete mares. Aventuras con el Institute of Nautical Archaeoloy” es una serie de relatos de primera mano de los descubridores de algunos de los pecios más importantes y de proyectos de ciudades sumergidas, en los que se muestra la evolución de las excavaciones arqueológicas submarinas, desde los primeros dispositivos de buceo de los sesenta hasta los sofisticados sistemas actuales.


SOBRE Y BAJO NUESTROS MARES

Al hilo de lo anterior, y aún con cierto retraso, queremos dejar constancia de nuestro recuerdo y postrer homenaje a quien fue un faro de luz que guió a muchos seguidores tras su estela de navegante y arqueólogo: el pamplonés Carlos Etayo, una autoridad mundial en navegación en carabelas y en construcción naval del siglo XVI, que nos ha dejado a los 84 años de edad, tras una fructífera vida en la que mezcló ciencia náutica y aventura, dándose a conocer en 1962 al viajar con la reproducción de una carabela de Colón desde Huelva a Santo Domingo, año en que comenzó una larga carrera que dio como resultado 20.000 millas de navegación en este tipo de embarcaciones.

Etayo y su ambición por la arqueología no fueron debidamente respaldados por nuestras autoridades, como tampoco lo son los muchos yacimientos que se encuentra bajo la superficie de nuestros mares. Como es el caso de la Junta de Andalucía, en cuyas costas, sin duda, se hayan nuestros pecios más importantes: la Consejería de Cultura contabiliza 81, de los que la provincia de Cádiz cuenta con el 54%. Andalucía tiene 812 kilómetros de costa y una extensa red hidrográfica que, a lo largo de la historia, han servido de zona de paso, comercio y asentamiento de diversas culturas, lo que ha generado numerosos yacimientos subacuáticos. De otra parte, el litoral de Alicante y Murcia esconde más de cincuenta barcos sumergidos, lo que representa uno de los cementerios de naves más importantes del mundo. Algunas de ellas, que sobrepasan los 100 metros de eslora y pesan más de 10.000 toneladas, yacen allí desde finales del siglo XIX y principios del XX.

En cuanto a libros incunables tenemos que la casa de subastas Sotheby´s de Londres ha subastado, recientemente, un atlas de 1477 que fue consultado por Colón, y que ha sido considerado como el más caro de la historia, ya que se ha pagado por él 4 millones de dólares. Se trata de una edición de la Cosmographia, el atlas que elaboró Ptolomeo, hasta el siglo XVI , convertida en la obra cartográfica más importante.


MAR CRUEL (*)

Así terminó la batalla y así acabó la lucha en todo el Atlántico, con un final que resultaba extrañamente insulso después de cinco años y medio de lucha encarnizada. No hubo ninguna resistencia numantina, ningún ataque a vida o muerte contra un barco, ningún intento individual de piratería después de la fecha de la rendición. La terrible guerra se deshizo en burbujas, con una rendición sombría y la lacónica orden de "síganme ustedes". Pero ninguna frialdad, ningún final oscuro podía atenuar la sensación de triunfo ni el orgullo de una victoria que se había logrado al precio tan enorme de treinta mil marinos muertos y tres mil barcos hundidos solamente en el Atlántico, con la contrapartida, enorme también, de setecientos ochenta submarinos hundidos para nivelar la balanza.
La batalla del Atlántico pasaría a la historia por su duración y por su ferocidad nunca atenuada. Viviría en el recuerdo de los hombres por lo que les hizo pasar a ellos mismos, a sus amigos y a los barcos que habían amado tanto. Sobre todo, viviría en la tradición naval y se convertiría en una cosa legendaria a causa de aquel servicio vital prestado a una isla perdida en el mar, del precio de tantas vidas de marinos, y de su logro inestimable: la línea vital, nunca interrumpida, de unión con el mundo exterior.
(*) Reproducimos el final de la novela “Mar cruel” que describe, según es habitual a lo largo de todo el relato, de forma magistral el final de la Batalla del Atlántico.
NICHOLAS MONSARRAT

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