lunes, abril 23, 2012

El Signo de los Cuatro, de sir Arthur Conan Doyle (publicada en Febrero de 1890).

Ésta que os comento, es la segunda obra dedicada al personaje que haría famoso a su autor a lo largo de todo el mundo. Sherlock Holmes sería el culpable de que fuera recordado más de 100 años después. Bueno, mejor dicho, habría añadir el nombre de John Watson. Alrededor de esta pareja gira un microcosmos londinense variopinto e inolvidable.

Tras publicarse “Estudio en escarlata,” sin gran repercusión y acogida, Doyle siguió con su oficio de médico y deseando dedicarse a las monografías; pero unos yanquis llamaron a su puerta y le persuadieron de que volviera a ensuciarse las manos con ese clon literario de su mentor Joseph Bell. Quién sabe con qué lo convencieron exactamente. Yo, al menos, lo desconozco.

“El Signo de los Cuatro” es una novela corta que no es una continuación cronológica de “Estudio en escarlata.” Los hechos son recientes, sí, pero no lo suficiente como para catalogarla como de segunda aventura. A pesar de las recaídas que sufre Watson de la herida que recibió en la India, se nos hace saber que ya han tratado varios asuntos y nuestro amable narrador ha compartido con la sociedad londinense a través de sus relatos cortos, los cuales cuentan con un éxito arrollador.

También se ha de subrayar que este libro se nos apunta el talento y afición de Holmes por el boxeo y el disfraz, notas que han pasado desapercibidas en nuestro concepto mental del detective, heredado de las adaptaciones teatrales, cinematográficas y televisivas, hasta que Guy Ritchie se sirve de los puños y del maquillaje para dotar sus aventuras de acción a raudales, a cambio de un sacrificio inexplicable de sus dotes y espíritu.

Vayamos con la historia…

En un día en el que un manto gris envuelve la ciudad de Londres y casi enclaustra al detective y al médico militar en el 221 B de Baker St. De entre la niebla se materializa una nueva cliente, la señorita Morstar, institutriz que trabaja a las órdenes de otra mujer que necesitó en su momento de los servicios de Holmes. Watson se siente poderosamente atraído por la joven que se presenta ante ellos en su salita, pero la cuestión principal de todo el asunto (un tesoro, salpicado por demasiada sangre) lo podría alejar de ella (cuestiones propias de la sociedad inglesa del s. XIX). Aquí vemos que Watson no era del modo en el que se nos mostraba y que ido a parar a nuestro subconsciente colectivo. En vez de un joven ex - oficial médico, nos quedábamos con un hombre entrado en carnes y años. Para nada veíamos a ese ligón.

Con un comienzo que bien parece haber servicio de inspiración para el inicio de la obra “Millenium,” de Stieg Larsson, acabamos viajando, a través de los recuerdos de un tal Jonathan Small, a la razón de ser del Signo de los Cuatro, en medio de una India en llamas y de una historia en la que vulgares ladrones y asesinos tenían más honor y palabra que ciertos caballeros ingleses con los que se toparían en su ajetreada aventura a lo largo de varios lustros.

La principal nota de esta obra es que, a pesar de ser algo lenta en ocasiones, te mantiene en la lectura. Yo lo se lo atribuyo a la calidad de los ambientes y a su exotismo.

Fue el punto de arranque para que Doyle siguiera escribiendo sobre Sherlock Holmes y John Watson, hasta que acabó harto. El autor supo adaptarse, mediante la creación de relatos cortos, a las imperiosas necesidades del consumidor de finales del s. XIX: una lectura atractiva y rápida.

¡Feliz día del Libro!



2 comentarios:

Francisco dijo...

Feliz día del libro, Javier. Buen acierto el que sir Arthur siguiera deleitándonos con Holmes y su inseparable Watson, aunque lo hayan tenido que persuadir para ello. Una buena reseña y una buena recomendación para un día como hoy. Saludos, Paco (Blog Un Lector Indiscreto).

Javier dijo...

Te contesto en tu blog también, Francisco. Gracias por tus palabras.

Holmes y Watson siempre serán buenos compañeros de aventuras.

Un saludo!