Ésta que os comento, es la segunda obra dedicada al
personaje que haría famoso a su autor a lo largo de todo el mundo. Sherlock
Holmes sería el culpable de que fuera recordado más de 100 años después. Bueno,
mejor dicho, habría añadir el nombre de John Watson. Alrededor de esta pareja
gira un microcosmos londinense variopinto e inolvidable.
Tras publicarse “Estudio en escarlata,” sin gran repercusión
y acogida, Doyle siguió con su oficio de médico y deseando dedicarse a las
monografías; pero unos yanquis llamaron a su puerta y le persuadieron de que
volviera a ensuciarse las manos con ese clon literario de su mentor Joseph
Bell. Quién sabe con qué lo convencieron exactamente. Yo, al menos, lo
desconozco.
“El Signo de los Cuatro” es una novela corta que no es una
continuación cronológica de “Estudio en escarlata.” Los hechos son recientes,
sí, pero no lo suficiente como para catalogarla como de segunda aventura. A
pesar de las recaídas que sufre Watson de la herida que recibió en la India, se
nos hace saber que ya han tratado varios asuntos y nuestro amable narrador ha
compartido con la sociedad londinense a través de sus relatos cortos, los
cuales cuentan con un éxito arrollador.
También se ha de subrayar que este libro se nos apunta el
talento y afición de Holmes por el boxeo y el disfraz, notas que han pasado
desapercibidas en nuestro concepto mental del detective, heredado de las
adaptaciones teatrales, cinematográficas y televisivas, hasta que Guy Ritchie
se sirve de los puños y del maquillaje para dotar sus aventuras de acción a
raudales, a cambio de un sacrificio inexplicable de sus dotes y espíritu.
Vayamos con la historia…
En un día en el que un manto gris envuelve la ciudad de
Londres y casi enclaustra al detective y al médico militar en el 221 B de Baker
St. De entre la niebla se materializa una nueva cliente, la señorita Morstar,
institutriz que trabaja a las órdenes de otra mujer que necesitó en su momento
de los servicios de Holmes. Watson se siente poderosamente atraído por la joven
que se presenta ante ellos en su salita, pero la cuestión principal de todo el
asunto (un tesoro, salpicado por demasiada sangre) lo podría alejar de ella
(cuestiones propias de la sociedad inglesa del s. XIX). Aquí vemos que Watson
no era del modo en el que se nos mostraba y que ido a parar a nuestro
subconsciente colectivo. En vez de un joven ex - oficial médico, nos quedábamos
con un hombre entrado en carnes y años. Para nada veíamos a ese ligón.
Con un comienzo que bien parece haber servicio de
inspiración para el inicio de la obra “Millenium,” de Stieg Larsson, acabamos
viajando, a través de los recuerdos de un tal Jonathan Small, a la razón de ser
del Signo de los Cuatro, en medio de una India en llamas y de una historia en
la que vulgares ladrones y asesinos tenían más honor y palabra que ciertos
caballeros ingleses con los que se toparían en su ajetreada aventura a lo largo
de varios lustros.
La principal nota de esta obra es que, a pesar de ser algo
lenta en ocasiones, te mantiene en la lectura. Yo lo se lo atribuyo a la
calidad de los ambientes y a su exotismo.
Fue el punto de arranque para que Doyle siguiera escribiendo
sobre Sherlock Holmes y John Watson, hasta que acabó harto. El autor supo
adaptarse, mediante la creación de relatos cortos, a las imperiosas necesidades
del consumidor de finales del s. XIX: una lectura atractiva y rápida.
¡Feliz día del Libro!
¡Feliz día del Libro!
2 comentarios:
Feliz día del libro, Javier. Buen acierto el que sir Arthur siguiera deleitándonos con Holmes y su inseparable Watson, aunque lo hayan tenido que persuadir para ello. Una buena reseña y una buena recomendación para un día como hoy. Saludos, Paco (Blog Un Lector Indiscreto).
Te contesto en tu blog también, Francisco. Gracias por tus palabras.
Holmes y Watson siempre serán buenos compañeros de aventuras.
Un saludo!
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