Microrelatos, minirelatos, relatos, novelas cortas y casi la enciclopedia británica. ¿Qué tienen en común? Fácil. Son protagonistas, casi absolutos, en un curioso boom en Internet y de dimensiones desproporcionadas: los concursos literarios.
No entran en esta disertación esos premios de renombre organizados por empresas que te dejan bien claro que si no estás en su nómina, ni te molestes.
Gracias al mundo en el que nos ha tocado vivir, la escritura de ha democratizado hasta el punto en el que hay obras que nacen de blogs y hasta “tweets.” ¡Qué locura! ¿Verdad? Pero es una realidad incuestionable. Ahora, todo hijo de vecino tiene el poder de ejercer de “cuentacuentos” ante una pantalla de ordenador (o de un móvil). Para aprovecharse de estas circunstancias, creo, han surgido la mayoría de los concursos que pululan como manadas de hienas por la sabana literaria, como setas en un bosque salvaje en un día nublado de otoño, tras escampar la lluvia.
Esta proliferación me resulta harto extraña. Me da de qué pensar. ¿Se pretende potenciar la cultura realmente? No voy a dar nombres, pero me he encontrado con certámenes en los que presentando 150 palabras te puedes llevar la friolera de 500,00 €. En contraposición (y exagerando el ejemplo), te puedes topar con otros en los que, presentando una novela corta, puedes ocupar por la patilla una cama de hotel durante dos noches de fin de semana.
Yo antes participaba en estos eventos con asiduidad, pero acabé por dejarlos de lado. No eran mal entrenamiento...
Algún avispado podrá llegar a la acertada conclusión que sigue: “Es que lo que le pasa al gilipollas, éste es que no ha ganado nunca.” ¡Pleno al 15, caballero! Pero no es por ello por lo que escribo estas poco sesudas líneas. Simplemente me he dado cuenta de que es casi imposible relatar algo en 150 palabras y que dos noches de hotel no merecen un mes intensivo de tu vida.
La pregunta sigue sin respuesta. ¿Qué se pretende realmente con este tipo de certámenes?
No entran en esta disertación esos premios de renombre organizados por empresas que te dejan bien claro que si no estás en su nómina, ni te molestes.
Gracias al mundo en el que nos ha tocado vivir, la escritura de ha democratizado hasta el punto en el que hay obras que nacen de blogs y hasta “tweets.” ¡Qué locura! ¿Verdad? Pero es una realidad incuestionable. Ahora, todo hijo de vecino tiene el poder de ejercer de “cuentacuentos” ante una pantalla de ordenador (o de un móvil). Para aprovecharse de estas circunstancias, creo, han surgido la mayoría de los concursos que pululan como manadas de hienas por la sabana literaria, como setas en un bosque salvaje en un día nublado de otoño, tras escampar la lluvia.
Esta proliferación me resulta harto extraña. Me da de qué pensar. ¿Se pretende potenciar la cultura realmente? No voy a dar nombres, pero me he encontrado con certámenes en los que presentando 150 palabras te puedes llevar la friolera de 500,00 €. En contraposición (y exagerando el ejemplo), te puedes topar con otros en los que, presentando una novela corta, puedes ocupar por la patilla una cama de hotel durante dos noches de fin de semana.
Yo antes participaba en estos eventos con asiduidad, pero acabé por dejarlos de lado. No eran mal entrenamiento...
Algún avispado podrá llegar a la acertada conclusión que sigue: “Es que lo que le pasa al gilipollas, éste es que no ha ganado nunca.” ¡Pleno al 15, caballero! Pero no es por ello por lo que escribo estas poco sesudas líneas. Simplemente me he dado cuenta de que es casi imposible relatar algo en 150 palabras y que dos noches de hotel no merecen un mes intensivo de tu vida.
La pregunta sigue sin respuesta. ¿Qué se pretende realmente con este tipo de certámenes?
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