lunes, abril 30, 2012

Indiana Jones y el Reino de la Calavera de cristal


Título original: “Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull.” USA 2008. 122 Min. Género: Acción. Color. Director: Steven Spielgberg. Interpretación: Harrison Ford, Cate Blanchett, Karen Allen y Shia LaBeouf

Esta es una entrada que no recomiendo leer a aquellos que aún se rasgan las vestiduras y se arrancan los cabellos desde que, en el año 2008, Spielgberg, con un guión que solo podría darle el visto bueno George Lucas, resucitó al bueno de “Indie” y lo hicieron salvarse de una explosión nuclear dentro de un frigorífico (contaban con la teoría científica de que había un 50% de posibilidades de sobrevivir: o vivías o morías (no miento, lo ha dicho el propio Lucas)).

Yo no la había visionado hasta hace unas pocas semanas. Por supuesto, llevo años sin sentar mi trasero por una sala de cine por razones que ya he expuesto hasta casi “el infinito y más allá.” (¿Buzz Lightyear se cree Chuck Norris?) En dvd no me cuadró y en la tele… Ya sabéis cómo es ver una película con 17 minutos de anuncios por hora (eso, si respeta el límite legal, ya que les sale más rentable violar la normativa y pagar la sanción económica, que es inferior a las ganancias que se obtienen con los “consejos” que se introducen de más).

A decir verdad, cuando la estrenaron en Antena 3, solo la vi hasta la persecución de camiones y anfibios por la selva y no me disgustó tanto lo que había pasado por mi retina.

Hasta que me decidí dedicarle el tiempo necesario para llegar a los títulos de crédito del final, he escuchado machaconamente feroces críticas contra esta cuarta entrega. Y aquí estoy ahora, escribiendo estas líneas con todo visionado y con una opinión. Por supuesto, de todas las películas de este personaje, es la más floja, pero la prefiero al “Templo maldito”, en lo que entre la rubia que desgasta la palabra “Indie” y que es un curso acelerado de entomología (algo que no me va nada en absoluto por motivos de repelús), solo me la he tragado una vez. Ninguna podrá igualarse a “La última cruzada”, por descontado, pero este Reino de la Calavera de cristal contiene una serie de detalles a favor en cuanto al marco argumental. Nos trasladamos a 1957 y, desde el principio, ya se nos presentan las obsesiones del americano medio de la época de “American Graffiti”: los soviéticos y los extraterrestres, junto al peligro nuclear. Desde 1947 se puede confirmar esto en los medios de comunicación y en los derivados culturales (que se lo digan a Stan Lee y su trabajo en Marvel en sus comienzos) esta extraña inclinación. Lucas se sirve de ello, además de unir a la receta el interés parapsicológico que inspiró al Kremlin, potenciado desde el mismo comienzo de la URSS hasta su colapso final. Por último, mete la baza de las calaveras de cristal y la costumbre ancestral (no solo observada en Sudamérica, sino a lo largo de todo el globo) de deformar el cráneo alargándolo, quién sabe si para acercarse físicamente a esos dioses antiguos que venían de las estrellas.

Sin duda, de las cuatro películas de la saga, será la favorita de Erich von Däniken.

Me parece entretenida, pero no llega a la calidad del Indiana del pasado y para el último tercio ya comienzas a hacerte preguntas que amenazan con tambalearse la “realidad” del argumento. Siempre me han hecho gracia esos mecanismos y trampas antiquísimos y muy complicados, en los que ya han caído otros antes que tú y que regresan por “arte de magia” a su estado original a pesar de todos los destrozos y daños que se causan, como si no hubiera pasada nada en absoluto.

El final casi es una copia de conclusiones ya vista, pero en esta ocasión no se sabe por qué sucede. Esos últimos veinte minutos, para los que hemos llegado hasta allí, suponen una caída libre.

El guiño a una posible vuelta del personaje en una quinta entrega espero que sea un señuelo falso, ya que Harrison Ford no está ya para esos trotes y el hijo que le surge cuan seta de entre la niebla, en plan “Rebelde sin causa”, es casi de chiste.

Ahora, si es vuestro deseo, rasgaros las vestiduras por saber que no he sido muy duro con esta película de la que Steven Spielgberg se quiere lavar las manos y echarle la culpa en exclusiva a George Lucas.

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