Título original: «Ascension». 2014. EEUU. 6 capítulos de +/- 50 min. Guionistas: Adrian Cruz y Philip Levens. Elenco: Tricia Helfer, Gil Belows, Brian Van Holt, Andrea Roth, Brandon P. Bell
Trama coral de ciencia-ficción que se reduce y se abandona a la deriva con la filmación de tan solo seis capítulos, suponiendo esto una merma de calidad que no tendría que haberse permitido nunca
Trama coral de ciencia-ficción que se reduce y se abandona a la deriva con la filmación de tan solo seis capítulos, suponiendo esto una merma de calidad que no tendría que haberse permitido nunca
«Ascensión» es la corta crónica de algo que pudo ser muy grande, pero que se quedó en un coitus interruptus bochornoso. La ambiciosa trama que se nos presenta resulta imposible de solventar con un poco de dignidad por medio de una miniserie de seis capítulos de algo más de cuarenta minutos de duración y que deja la resolución de casi todo para guiones que nunca se grabarán; en el “mejor” de los casos, algunas líneas son finiquitadas a marchas forzadas y violentamente, tanto en las formas como en el fondo.
En el primer capítulo se nos ubicará en una sociedad cerrada con cierto regusto a los años ’60 del pasado siglo, pero dotada de ciertas notas discordantes de tecnología avanzada, recordando el decorado a «La fuga de Logan». Una estricta meritocracia en la que, a pesar de todo, se dan demasiadas diferencias sociales e, incluso, parias, siendo el sexo la moneda de cambio más común. Sabremos que estamos a bordo de una nave interestelar e intergeneracional propulsada por energía nuclear (no es el desvarío nocturno del guionista de turno, pues su concepto es real y fue tratado en profundidad durante los primeros años de la carrera espacial como único modo eficaz de alcanzar las estrellas más cercanas a nuestro sistema con misiones tripuladas (y me da que aún no ha sido superado)), en la que se enredan como serpientes sinuosas ciertas tramas de poder y corruptelas, tan comunes en ciertas producciones televisivas de ciencia-ficción de la década de 1990, pero entre las que irrumpe una investigación policial al reportarse el primer asesinato tras cumplirse el quincuagésimo aniversario del lanzamiento de la misión.
Lo más sobresaliente de la serie es que al término de cada episodio sucede algo totalmente inesperado que nos dejará atónitos y con la boca abierta, con el consabido peligro que esto conlleva, sobre todo en verano, siendo que descubriremos que Ascension no es una nave espacial ni viaja a sitio alguno: es una especie de ambicioso «Show de Truman», vasto y ultrasecreto, con el que se pretende investigar los efectos sociales de un viaje interestelar de cien años de duración; pero tampoco es que sea esa la meta principal, pues las cobayas de Ascension trabajan en un inmenso laboratorio para la obtención de tecnología avanzada sin contaminación externa y hasta una forma revolucionaria de desplazarse por el cosmos y, en última instancia, un desarrollo evolutivo del ser humano.
Se nos presenta una trama coral, con demasiados personajes, dentro y fuera de la nave, a los que les mueve intereses definidos y encontrados, además de una extraña niña que manifiesta poderes psíquicos, dejándose todo esto a la más horrenda deriva tras los ridículos e insuficientes seis capítulos (tanto para los guionistas como para los espectadores) que cierra la serie, lo cual es una merma de calidad que no tendría que haberse permitido nunca. Hubiera sido mejor dejar Ascension en un cajón hasta la llegada de tiempos más bonancibles.
La variedad de temáticas y de aspectos en el microcosmos de Ascension hubiera merecido el esfuerzo de algunas temporadas más prolongadas y me ha dejado, aún con sus deficientes y clichés reiterativos, con ganas de más pues considero que esta idea es admirable para insuflar vida y recuperar el género de ciencia-ficción espacial en televisión, dignificándolo.
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