Y esta última marcha suicida se justifica en la necesidad de compartir con todos vosotros los resultados de mis últimos sondeos, tras investigar diferentes muros donde quedan grafiadas las opiniones de un dédalo de fervientes defensores de esta nueva oleada de modernidad. De entre mis notas sobresalen dos apreciaciones bastante curiosas y favorables a la extirpación del elemento humano de la imaginación y de la creación subjetiva.
La primera de ellas cuenta con un sinnúmero de reacciones positivas, pulgares hacia arriba y sonrisitas placenteras de emoticón. Como si nos hablara desde un púlpito de pilares verdaderos e inamovibles, este opinante compara la IA con la fotografía y el largo camino que tuvo que trasegar para poder ser considerada un Arte en comparación a la pintura.
Pero este sentir, tan discutible como todos los demás, terminó en una espiral marcada por una serie de hitos de piedra que son prueba de su estupidez. Así, a través de dicha comparativa, este ponente dictaminó que si la fotografía alcanzó tal estatus artístico, la creación a través de IA también, dando por hecho que una y otra son dos elementos que corren en paralelo a ambos lados de un espejo tecnológico. Y la necedad más supina de este defensor radica en que no parece entender la diferencia entre sacar una fotografía a tu primo el día de su primera Comunión y sacar una fotografía que gane el Premio Pulitzer. Se cree que uno tiene una herramienta tecnológica y que, por eso, es artista y tiene derecho a optar a premios, etc. Algo tan simple como esto lo traslada a las IA, donde con una serie de parámetros, el programa genera una imagen Frankenstein que debe ser considerada como obra de arte.
Con tan burda y frágil base, juzga que un fotógrafo no tiene porqué contar con una formación, con una serie de instrumental, con conocimientos técnicos y con algo que se nombra mucho pero que se aprecia en el mundo real de los mononeuronales como es el talento, la sensibilidad, la sutileza…, así como estar en el momento y lugar adecuados para obtener esa instantánea de un evento que dura una fracción de segundo y que puede que no se vuelva repetirse jamás.
Por si no fuera suficiente, este mismo individuo creyó descubrir un paralelismo entre el artista que usa IA con los grandes genios de la pintura y de la literatura que tenían talleres y aprendices que “le hacían en trabajo sucio". Pero no es lo mismo, caballero: seguían siendo personas, sigue habiendo un trabajo humano detrás: un trabajo original.
La segunda opinión reseñable me horrorizó especialmente. No trataba de esta, según él, agresión banal a la creatividad en el campo la ilustración y la escritura. Se refería expresamente a la futura destrucción de puestos de trabajo que se viene anunciando y lo hacía con éxtasis y alegría, el muy botarate. Resumiendo: si tu trabajo está en peligro de extinción por la irrupción de la IA es porque tú y tu trabajo no aportáis nada. Bonita forma de llamarte inútil, ¿verdad? No hay problema aquí para arrojar a la basura a un individuo y a su capacidad creativa e intelectual.
Lo que nos hacía falta después de la escabechina que organizaron los presuntuosos de recursos humanos en los años 1990, de lo que aún nos estamos lamiendo el pus, es esto.
El mostrenco se deleitaba en su exposición edulcorándola con capas de supuesto humor y sarcasmo dirigido a los llamados haters, refiriéndose así a aquellos que se oponen a este abuso de las IA. Como no podía de ser de otro modo en nuestra actualidad y desde siempre, aquel que protesta, se opone, trata de ir contra una corriente, recibe el insulto gratuito y fácil. Aunque, bueno, aquí se ha utilizado el término hater y no el de facha, más de moda. Gracias a Dios.
Ahora dudo si fue en la primera o en la segunda opinión, da igual. Para uno de estos “genios”, encima relacionado con el mundo de la edición literaria (o eso dice), la IA es todo ventajas porque, si antes para poner un libro al alcance de la mano de un lector hacían falta unas veinte personas, entre autor, corrector ortotipográfico, maquetador, diseñador de portada, etc., ahora con una sola persona ya basta y se ahorraba una barbaridad en salarios.
No pienso decir nada al respecto…
La IA no sabe ni sabrá los sufrimientos y transformaciones de quien gesta una obra a partir de una idea. Ni siquiera llegará a la altura de un útero artificial. Y una cosa es emplear esta herramienta para recuperar textos perdidos, como los papiros de Herculano, lo cual es maravilloso, y otra cosa es la decadencia fácil. Mudar en algo normal que alguien pierda en contacto con la obra, siendo que esa persona no sepa lo que se siente al crear, por ejemplo, una historia en la que los personajes acaben hablando al autor y contándoles su vida, y lo que significa entregarla al público.
Hace dos semanas comencé esta trilogía de artículos de opinión, haciendo expresa mención a la obra «El planeta de los simios», de Pierre Boulé. Y hoy, más que ayer, no me cabe duda que nos encaminamos hacia un futuro (cada vez más presente), en el que un simple programa sustituya toda la creatividad humana por un plagio continuo y constante (y hasta donde cabe el error), y nosotros, montones de carne con ojos, nos dejemos agostar como materia muerta. ¿Estamos ya en Soror, donde la humanidad involucionó al dedicarse a no hacer absolutamente nada? ¿Es esto el futuro Edén prometido por la tecnología? ¿Estamos en una tierra en la que la gente dejará de estudiar medicina simplemente porque habrá un programa que diagnostique enfermedades y paute medicamentos? ¿La gente dejará de estudiar ingeniería porque habrá un programa capaz de diseñar todas las estructuras imaginadas y por imaginar? ¿Vamos a dejar de estudiar arte y literatura porque ya habrá un montón de terabytes que desmenuce el conocimiento humano y toda la humanidad contenida en un libro? ¿Vamos a abandonarnos al encefalograma plano? ¿Vamos a volvernos analfabetos, esta vez de una vez por todas? ¿Vamos a dejar de tener una cultura propia? ¿Vamos a dejar de inquietarnos y escuchar la llamada que surge de nuestro interior?
La mente humana ya no tiene valor, no aporta. Así que sí.
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