Título original: “Close Encounters of the Third Kind”. USA 1977. 132 Min. Género: Ciencia-ficción. Color. Director: Steven Spielgberg. Interpretación: Richard Dreyfuss, François Truffaut y Teri Garr
Unos bombarderos de la II Guerra Mundial aparecen inexplicablemente en medio del desierto décadas después de su desaparición. Un piloto de un vuelo comercial se encuentra con algo en los cielos que no es capaz de identificar. El gobierno de los EEUU tiene la certeza de que una raza alienígena va a aterrizar en nuestro planeta y que está poniendo todo de su parte para comunicarse y que haya un encuentro. Mientras, muchos habitantes de todo el globo tienen experiencias que solo unos pocos entienden.
Sin duda alguna una de las películas que marcaron nuestra infancia. Una obra de ciencia – ficción que, aún transcurridos más de 30 años, sigue maravillando con sus escenas, como la del puré de patatas o el rapto del chavalillo por los aliens, la cual, la última vez que la visioné me llegó a encoger el corazón -una sensación que creía olvidada-. Pero aún me sigo quedando con la primera, la que abre el film, cuando en el desierto de Sonora aparecen esos bombarderos Avenger de 1945, como si no hubiera pasado el tiempo por ellos (ni por sus pilotos como se puede comprobar mucho más tarde).
La historia de Ray (Richard Dreyfuss), obsesionado por lo que vio y ese perfil que no es capaz de dibujar o esculpir, trata perfectamente el desmoronamiento familiar. Nos ubicamos en la típica urbanización norteamericana, pero no nos muestran a la típica familia de padres e hijos perfectos. Son reales.
También lo que sigue atrayendo de esta película son las naves espaciales. Debido a lo decepcionantes que resultaban en las películas anteriores ver aquellos cutre-platillos, Steven Spielgberg les dio una gran idea a los equipos artísticos y de diseño: que parecieran aviones comerciales que se abalanzaran sobre uno en plena noche, sin poder distinguirse sus formas. Luego, cada cual, que creara todo lo que quisiera. Por suerte, en este último apartado también modificaron la nave nodriza, que iba a ser oscura, sin luz alguna.
El argumento es sencillo, con diálogos reales de gente real, y con la presencia del gran François Truffaut, que lleva a uno a escenas fantásticas, aunque el hecho de que Ray se fuera con los aliens no terminó de convencer a Spielgberg al cabo de unos años, ya que esa idea la tuvo cuando aún no tenía familia.
Tararearás la melodía mientras Lacombe se comunica con el último alien, que era el padre robótico del futuro E. T.
Como podéis apreciar, comienzo a hacer reseñas para las horas en las que se pasa uno al pairo.
Unos bombarderos de la II Guerra Mundial aparecen inexplicablemente en medio del desierto décadas después de su desaparición. Un piloto de un vuelo comercial se encuentra con algo en los cielos que no es capaz de identificar. El gobierno de los EEUU tiene la certeza de que una raza alienígena va a aterrizar en nuestro planeta y que está poniendo todo de su parte para comunicarse y que haya un encuentro. Mientras, muchos habitantes de todo el globo tienen experiencias que solo unos pocos entienden.
Sin duda alguna una de las películas que marcaron nuestra infancia. Una obra de ciencia – ficción que, aún transcurridos más de 30 años, sigue maravillando con sus escenas, como la del puré de patatas o el rapto del chavalillo por los aliens, la cual, la última vez que la visioné me llegó a encoger el corazón -una sensación que creía olvidada-. Pero aún me sigo quedando con la primera, la que abre el film, cuando en el desierto de Sonora aparecen esos bombarderos Avenger de 1945, como si no hubiera pasado el tiempo por ellos (ni por sus pilotos como se puede comprobar mucho más tarde).
La historia de Ray (Richard Dreyfuss), obsesionado por lo que vio y ese perfil que no es capaz de dibujar o esculpir, trata perfectamente el desmoronamiento familiar. Nos ubicamos en la típica urbanización norteamericana, pero no nos muestran a la típica familia de padres e hijos perfectos. Son reales.
También lo que sigue atrayendo de esta película son las naves espaciales. Debido a lo decepcionantes que resultaban en las películas anteriores ver aquellos cutre-platillos, Steven Spielgberg les dio una gran idea a los equipos artísticos y de diseño: que parecieran aviones comerciales que se abalanzaran sobre uno en plena noche, sin poder distinguirse sus formas. Luego, cada cual, que creara todo lo que quisiera. Por suerte, en este último apartado también modificaron la nave nodriza, que iba a ser oscura, sin luz alguna.
El argumento es sencillo, con diálogos reales de gente real, y con la presencia del gran François Truffaut, que lleva a uno a escenas fantásticas, aunque el hecho de que Ray se fuera con los aliens no terminó de convencer a Spielgberg al cabo de unos años, ya que esa idea la tuvo cuando aún no tenía familia.
Tararearás la melodía mientras Lacombe se comunica con el último alien, que era el padre robótico del futuro E. T.
Como podéis apreciar, comienzo a hacer reseñas para las horas en las que se pasa uno al pairo.
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