Desde que salió a la distribución y venta mi novela “Los
últimos años de mi primera guerra”, no he sido capaz de escribir ni una mísera
línea de ficción. El trabajo de promoción, aunque sea únicamente por Internet, me absorbe de tal manera que me hace caer rendido en silla y cama. Da igual que
podamos considerar los relatos de hechos en demandas (en no pocas ocasiones,
sin mucho sentido) o las contestaciones a los emails como una especie de
“entrenamiento” de tercer nivel para hacer funcionar los engranajes del cerebro
y mantenerlos lubricados. No. Desde entonces, nada. He perdido el hilo por
completo de lo que llevaba hasta entonces. No es la primera vez, he de
confesarlo, pero no creía que tal acontecimiento vaciaría mi capacidad. Me da
pereza releer lo escrito para retomar la senda. ¡Qué lejanos parecen aquellos
días en los que escribía hasta 2.000 palabras! Es como si no existiesen más que
en leyendas que no me creo ni yo. El vago de mi cerebro, muy persuasivo él, me
hace encender la memoria externa de mi PC y pasar el rato solo mirando y
perdiéndome en historias ajenas. En el mejor de los casos, leo cómics y libros
(también alguna que otra revista especializada, lo cual no es moco de pavo).
Y así llevo ya unas semanas. ¡Cómo corre el tiempo! Cuando quiera
darme cuenta, otros siete días habrán volado, con sus noches, y no habré regresado a la "rutina". Seguiré tumbado entre las hierbas altas, con una brizna de paja en la
boca, a la sombra de árboles nudosos y cubiertos de hojas en blanco. con
esfuerzo hincaré los codos y levantaré mi cabeza para ver a todos los demás que
siguen el camino. Quizás vea también a otros que comparten mi situación actual.
Odio esta prisión dulce.
Pero, que nadie se equivoque. Que nadie piense: “como ya ha
publicado, pues carece de metas.” No. Este libro no es más que el comienzo de
verdad. El inicio del cumplimiento de un sueño por el que muchos no daban ni un
céntimo. Todo lo que quedó atrás: años escribiendo, documentándome,
corrigiendo... Tardes de invierno y verano, de fines de semana, puentes y
vacaciones sacrificados... Todo esto no fue más que la preparación hacia algo
que no tenía forma. Navegaba a bordo de un buque de transporte de tropas y
ahora estoy en plena cabeza de playa. La jungla se levanta ante mí. De la
espesura brotan las colinas. He de alcanzarlas. Tan oscuras recortadas sobre la
frondosidad verde y caótica, vibrante de gritos y miedos pegajosos. He de hacer
un nuevo esfuerzo por levantarme y salir de detrás de esta trinchera. Estoy en
la isla que muy pocos han visto.
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