miércoles, abril 30, 2014

Guardia de literatura y cine: reseña a “El hombre que pudo ser rey” de Rudyard Kipling y John Huston

Relato de sobra conocido, sobre todo gracias a la magnífica adaptación cinematográfica que dirigió el mítico John Huston; una historia épica macerada con unos ingredientes únicos y exóticos que tan solo alguien como Kipling sabía cocinar con sus palabras.

Lo solemos encontrar en antologías de cuentos a los que termina dando el título, siempre y cuando no se vea eclipsado por el perturbador “El rickshaw fantasma” (cuento y nombre del volumen en el que fue recogido en un principio).

Casi todas las historias que encontramos son de temática paranormal y fantástica, algo muy en boga en la época y que eran indispensables al pie de las páginas de unos periódicos cada vez más gruesos; pero la aventura de Daniel Drovet y Peachey Carnehan abre una diferencia con respecto a otras obras cortas de Kipling; mas es preferible su desarrollo en la gran pantalla, aportándose una coherencia que el lector pide casi a gritos en algunos momentos. Y es que nos topamos con demasiadas lagunas que, a buen seguro, son fruto de la típica técnica de la narración en primera persona, recogida y trascrita por un tercero; de un relato oral que pasa al papel. 

La falta de desarrollo por parte de Kipling se suple con el guión que interpretan Sean Connery y Michael Caine. Así, cuando llegamos a Kafiristán, el relato original en sí comienza a nublarse, careciéndose de datos que aporten a la narración una solidez. Un buen ejemplo de lo que afirmamos es la razón por la que Daniel es confundido por un descendiente de Alejandro Magno: en el cuento, este aventurero desaparece durante meses, peregrinando y buscando a lugareños a los que someter, y vuelve imbuido con el aura de rey y heredero del emperador macedonio; sin embargo, en la película se nos muestra a la perfección el “porqué”, aunque sea una invención del guionista.

Siguiendo con esta temática, pero en otro orden, uno de los aciertos del guión cinematográfico es el de convertir a Billy Fish en un soldado gurkha, superviviente de una expedición geográfica, con el que los protagonistas se cruzan por casualidad ante una fortaleza. Así no solo se salva el obstáculo de la comunicación lingüística, sino el de la decisión de Kipling de que no fuera más que un reyezuelo del lugar que se mantendrá fiel a Daniel y Peachey hasta el mismo final.

Sin violentar las marcas trazadas por el autor, Huston supo homenajear una obra mítica y a la que no debemos restar puntos por el sentimiento imperialista que se filtra en no pocas de sus escenas.

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