martes, mayo 27, 2014

Guardia de televisión: reseña a “True Detective”

Sé que la inmensa mayoría se encuentra en el mismo punto que yo ahora mismo, es decir, con la serie que voy a comentar, “True Detective”, muy reciente en la cabeza por haber alcanzado el último minuto de su capítulo final. A buen seguro. Pero no por ello voy a dejar de lado la oportunidad de reseñar esta obra.

Conocía de este proyecto, firmado por Nic Pizzolatto (seguro que recordaréis su estilo en “The Killing”), gracias a diferentes “habladurías” que corrían libres y salvajes por Internet. Todas vociferaban, como heraldos exaltados, anunciando una serie que rompía los moldes de lo hasta el momento visto o, incluso, establecido. Una oportunidad más para que Matthew McConaughey se reafirmara como actor de primera línea, abandonando el papel de guaperas-listillo-musculado en el que se había encasillado. Otra más también para Woody Harrelson de demostrar su valía en un registro como éste. 

Alabanzas gozosas y damiselas arrojando pétalos de rosa a su paso. Pues... Puede que no sea ni para tanto ni para tan poco. Cierto es que, para ser una producción de HBO, me ha sorprendido gratamente que me haya enganchado desde el primer instante, y eso que sigue fiel a los dictados de mamá: ser lenta hasta el aborrecimiento. A pesar de ese consabido defecto, a mí me dejó clavado delante de la pantalla y no tuve que esperar, como dicen por ahí, hasta los capítulos cuarto y quinto (de una serie de ocho) para querer saber qué se escondía detrás de la siguiente puerta. 

El papel y el lazo en el que viene envuelta, así como la impresionante escena de la mujer con los cuernos de ciervo, que da pistoletazo a todo el asunto del escurridizo y escalofriante Rey Amarillo, fueron platos de mi gusto. La lentitud sirvió para deslumbrar con la calidad de fotografía y exteriores, que ya quisieran muchas películas que se estrenan en los cines.

Pizzolatto no trae nada nuevo al público, aunque lo hace en un formato bastante poco habitual. Sin embargo, ¿hay algo más? La inmersión en el interior de los dos detectives trata de ser profunda. A ello pretenden contribuir esas entrevistas a las que son sometidos los protagonistas por parte de la División de Investigación Criminal de la Policía Estatal de Luisiana, pero, a pesar de convertirse en buenos cebos, tan solo se quedan en eso. No bajamos más allá de a la profundidad de periscopio. Con Rustin Rust Spencer Cohle, afectado por la muerte accidental de su hija y por las drogas, que han alterado su percepción, se quiere crear un fondo más allá de su verborrea filosófica y nihilista; pero solo la obsesión por el asesinato de Dora Lange lo obliga a seguir… ¿con vida? Vaya vida, vamos. Es un tipo con un corazón que bombea los remordimientos de una vida pasada en la que pudo ser feliz. El octanaje suficiente lo aporta su divorcio y el joderse el hígado a base de la marca de la casa, “Lone Star”. Por su parte, Martin Eric Hart es otro tanto: vive de su pasado y de justificar la necesidad de acostarse con chicas bastante jóvenes y parecidas a su por entonces mujer, para no llevar la tensión del trabajo al hogar familiar. Dos caras de una misma moneda que no se comprenden, que chocan y estallan hasta el odio más exacerbado, pero que han de unir fuerzas para enfrentarse a una terrible maldad que está ahí fuera, por mucho que todo el mundo se ponga vendas en los ojos.

Entre los dos protagonistas aparece Maggie (Michelle Monaghan), la mujer de Martin, pero su punto de unión en la discordia deja mucho de qué desear más allá de un polvo rápido en la cocina de Rust. Todo se prestaba a mucho más, en una interpretación extensiva de lo que sucedió en la escena de la primera cena a la que acepta ser invitado Rust en casa de Martin. Pero...

Otro tanto sucede con el tema de ese asesino desalmado llamado el Rey Amarillo y su iglesia pantanosa, Carcosa, donde el mardi grass alcanza unos niveles de bajeza moral aberrantes. Del pico inicial del asesinato ritual que se analiza en el primer capítulo, vamos descendiendo abruptamente. No vemos nada cercano a una secta por la que la víctima se sintiera atraída. Cierto es que la escena de la iglesia incendiada y aquel dibujo produce desazón, pero no encontramos más acercamientos a esa figura, perdiéndonos en patios y pasillos de colegios levantados a golpe de talonario evangélico. Se nos representa a ese rey como un ser atractivo hasta para sus propias víctimas entre la oscuridad húmeda de Lusiana, pero perdemos esa senda hasta que nos reencontramos con él justo al final. A pesar de la tensión, no deja de ser desilusionante lo que resulta ser en realidad ese asesino, que, en mi opinión, trata de emular al replicante Roy Batty en los últimos pisos del Bradbury building, eso sí, sin percatarse a tiempo de la naturaleza de su propia mortalidad y del amor por la vida. Otro tanto con Rust y Martin, unos blade runners al uso. Y ahí queda todo.

Resultan ser dignos de aplauso los giros y golpes de efecto que poseen las escenas que dan el cierre a los diferentes capítulos. Introducen en el cerebro la necesidad de visionar el siguiente cuando antes. El mal lo sientes cercano. Es tangible.

También resulta memorable cuanto Rust pretende regresar de entre los muertos para hallar el paradero del sospechoso principal en el lejano 1995, no poniendo reparo alguno a meterse en una peligrosa guarida con demasiadas balas y no menos cocaína en el cuerpo.

A pesar de los saltos temporales, nadie ha de perderse en ellos. Resulta muy fácil ubicarse en cada momento tan solo atendiendo al pelo y a la barriga (creciente o menguante, según la escena) de Woody Harrelson. Sus propios gestos. Hasta la propia forma de fumar de Rust. Pero también a muchos otros detalles que escapan de lo puramente físico: los tamaños de las pantallas de ordenador, la existencia o no de teléfonos móviles, etc. Resulta fácil seguir el camino de baldosas amarillas, siendo que casi la totalidad de la historia transcurre en ese año de 1995.

No sé si unirme al grupo de los que afirman, de muy diversas formas, que esta serie es la mejor de este 2014. Es pronto. No soy tan idiota y es muy posible que para otoño volvamos a ver a esos entendidos desgarrarse las vestimentas y quedarse roncos, a la par que pelándose las rodillas, cantando alabanzas por otra obra maestra de la televisión. ¿Quién sabe? Lo que me resulta indiscutible es que sí es de lo mejorcito que he visto últimamente en cuanto a series se refiere. El guión es perfecto, al menos a nivel de diálogo, y magistralmente interpretado, aunque esto no llegue a salvar, en mi opinión, esos cabos sueltos que ya he mencionado de pasada.

La cuestión es que uno debe hacerse una idea de si le parece o no la mejor cuando ya ha superado el ecuador. La tarea puede ser ardua o no. La oscuridad crece y palpita, impregnando las paredes de las casas en las que la tétrica realidad medra como en una buena novela negra. Tan solo hay que ser capaz de advertirla entre la luz de las estrellas y, si es a tiempo, mucho mejor.

Nunca os he dado una nota en ninguna de las reseñas que he escrito. Ahora tampoco lo voy a hacer. Para mí ha sido una experiencia interesante que igual repito, tan solo para ser capaz de advertir algunos de esos detalles difuminados en el fondo, que otros más avispados que yo han descubierto con el paso del metraje, y encontrar ese extraño camino oculto.

Pizzolatto se ha elevado al Olimpo de los guionistas televisivos por méritos propios. Disfruta de esta etapa más que dorada que contrasta con la que vive el cine. Las grandes estrellas quieren formar parte de proyectos de este tipo, donde la calidad parece ser (y es) superior. Tanto es así que para la segunda temporada de “True Detective” parecen haberse apuntado el cachondo de Brad Pitt y la oscarizada Jessica Chastain (“Zero-Dark-Thirty”).

El autor posee una capacidad innata para preparar un buen guiso: excelentes diálogos que se desarrollan en truculentos argumentos que sacian nuestros depravados y, por fortuna en la mayoría de los casos, débiles y mermados instintos morbosos que soportan el horror filtrado a través de la televisión, pero que son fácilmente vencidos por la náusea en la vida real.

Tan solo espero que le sigan dejar haciendo a su gusto.

2 comentarios:

Jose dijo...

Excelente trabajo Javier. A mi personalmente me fascinó, la fotografía, el guión, las localizaciones... Esa América profunda ultra religiosa, racista y oscura que el cine nos ha inculcado que hay que temer a toda costa y que en True Detective parece más real que nunca. Si tuviera que elegir una escena, me quedo con la del barco de pesca del Sheriff Steve Geraci, genial.

Javier dijo...

Gracias, José. Ha sido una reseña que me ha ocupado buena parte de una hora escribirla.

Sí, la verdad es que esa escena a la que te refieres también es memorable.

Un saludo!