miércoles, marzo 25, 2015

Del mar al cielo para lanzar dinamita sobre los españoles: Un drone decimonónico

Grabado a cargo de Fred T. Jane contenido en la obra "The Angel of the Revolution" (1893) de George Grifftih**


En 1895, recién declarada la tercera y última insurrección cubana contra la metrópoli, que daría la dolorosa puntilla a nuestro otrora inmenso imperio colonial, hubo gran cantidad de arrojados ciudadanos yanquis que ofrecieron todo su ingenio e intelecto en el campo del arte de la guerra para apoyar los esfuerzos de los rebeldes de la Gran Antilla. La cosa no se limitó al desvío de fondos para los mambíses ni en el establecimiento una fértil línea de contrabando de suministros de guerra entre los cayos de Florida y el norte de Cuba a lo largo tres años; sino que alcanzó al desarrollo y puesta a disposición de nuevas armas de acuerdo con las coetáneas corrientes científicas del momento.

Podríamos detenernos en el asunto de algunos de aquellos extraños tripulantes de airships de la oleada de 1896-97*1 que protagonizaron chocantes “encuentros en la tercera fase” con alterados paisanos que, un buen día, se topaban con extrañas máquinas que habían caído de los cielos sobre sus campos de cultivo.

—Vamos a Cuba a bombardear a los españoles.

Sin embargo, nuestra intención es la de prestar atención a una noticia que mezcla varios de los elementos ya mencionados, pero que se centra en el aburrido campo de la aerostación.

Durante los últimos días del mes de octubre de 1895, varios rotativos estadounidenses se hicieron eco de una noticia referida al maquinista y capitán Samuel Andrews*2, de East Hartford, Connecticut, licenciado de la Marina de guerra de los Estados Unidos de América, que acababa de terminar la construcción y de testar con éxito, en los campos de Nueva Jersey, un globo-bombardero para la Liga de Patriotas Cubanos de Nueva York, el cual sería inmediatamente despachado para Cuba. Dicho artilugio estaba ideado para cargar cartuchos dinamita y otros tipos de explosivos que serían arrojados sobre las posiciones de los incautos españoles.

Según es descrito de forma somera, el globo, en sí y a simple vista, no tiene nada de especial, pero posee una serie de características que lo hacen único: en primer lugar, sería un artilugio no tripulado, un drone decimonónico, controlado por el propio Andrews a distancia (no se explica cómo,) y contaría con una góndola blindada, provista con un sistema de carga y lanzamiento automatizado mediante muelles que, una vez liberada de toda su carga, iniciaría un mecanismo de autodestrucción que impediría al enemigo hacerse con la tecnología instalada en la misma.

Por lo visto, el globo interesó a la Marina y Ejército nacionales. Entre los oficiales que presenciaron las pruebas se encontraba el teniente de navío E. R. Collins, de la US Navy, quien aportó una serie de ideas y modificaciones para perfeccionar el invento.

En teoría, el ingenio de Andrews sería empaquetado y transportado hasta Cuba en unos días; arma que, según las palabras de su creador, pondría fin a la guerra en cuestión de semanas. Sin embargo, pronto le perdemos la pista y no consta documento alguno, siquiera, sobre su verídica utilización en Cuba o en cualquier otro lugar.



**Sentimos no haber encontrado grabado alguno que inmortalice el "war-balloon"; razón por la que hemos decidido adornar esta entrada con esta preciosa pieza anterior al acontecimiento de 1895 y que referencia a una escena de la referida obra de ciencia-ficción.

1*Acontecida entre los últimos meses 1896 y 1897, principalmente en California, es considerada la primera, o una de las primeras, oleada OVNI ampliamente documentada.

2* Nos hemos dejado los ojos tratando de encontrar referencias concretas sobre este inventor que responde al nombre Samuel Andrews y, en el transcurso de nuestras investigaciones, no hemos obtenido una respuesta satisfactoria: primero, porque “Samuel Andrews” es común en Hartford desde el s. XVII; segundo, porque las anotaciones con las que nos topamos más a menudo nos redirigen hacia la figura de otro hombre contemporáneo que dista mucho de ser, a simple vista, ese misterioso personaje que planeaba una lluvia de fuego y destrucción contra las posiciones gubernamentales en la isla de Cuba.

La columnas de los diarios que recogen sucintamente la noticia de las pruebas del “war-balloon” dejan constancia de la vinculación de su creador con la mar (capitán y licenciado de la Marina de guerra estadounidense) y con Inglaterra, en concreto con la localidad de Leeds, donde vivía un hermano suyo, también maquinista. Pero estos datos no son suficientes para afirmar o negar que nuestro Samuel Andrews y el Samuel Andrews más famoso en los buscadores de información sean la misma persona.

El segundo Samuel, el que ha dejado más amplia huella por lo visto, es un pobre inglés que emigró a EEUU antes de la guerra de secesión. Fue químico e inventor; socio, ni más ni menos, que de John D. Rockefeller, quien aportó su capital a la sociedad y puso en marcha el sistema de refinado de petróleo que Andrews había creado.

En la biografía de este segundo Samuel, siempre ensombrecido por la figura de su socio Rockefeller en todas las monografías y de quien se separó en 1874, recibiendo por sus acciones en la sociedad un millón de dólares de la época, nada parece vincularle con la US Navy, ni siquiera durante la guerra civil, momento en el que tan solo se encuentran vagas referencias al Ejército nordista y a un lucrativo negocio de contrabando de licor por parte de Rockefeller.

Lo único que parece unir a ambos personajes, más allá del dato de que gustaban de rondar la ciudad de Nueva York, es un simple apunte acerca del exsocio de Rockefeller, contenido en la publicación “Nuevo Mundo” de 31 de Julio de 1925. En sus páginas, se refieren a él como fogonero; y aquí es donde encontramos el vínculo con la mar y las máquinas de vapor ya que ese “machinist” que leemos en los recortes de prensa americanas, oficio que le atribuyen al inventor del “war-balloon”, se puede traducir al castellano como fogonero.

Aún así, la avaricia en palabras contenida en los márgenes de los periódicos estadounidenses consultados, que muchos de ellos se limitan a transcribir literalmente la misma noticia de unos a otros, es la que nos priva de datos esclarecedores. Si el Samuel Andrews, inventor del “war-balloon”, era el anterior socio de Rockefeller, está claro que un hombre adinerado y acomodado, conocido de sobra por sus conciudadanos, no sería referenciado de una forma tan simple como la que sigue: “Samuel Andrews, residente en East Hartford, maquinista”.

Quizá, algún día, seamos capaces de desvelar este pequeño misterio, mas, todo parece apuntar a que son personas distintas; lo cual no desmerece la labor que nos ha llevado a escribir este pie de página.


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