No trato de pecar de falsa modestia cuando inicio este texto autoproclamándome como el tipo menos idóneo para ir dando consejitos a diestro y siniestro sobre esto que se llama “escribir”. Cierto es que he “cacareado” mucho sobre mi primera novela y los diversos pasos que he ido dado para su redacción, formación, terminación y puesta en conocimiento de editorial en editorial, no pasando de ser un escritor novel que aún lo tiene muy crudo en este mundo y que es posible que su suerte no cambie. Aún así, tomando un poco como referencia el espíritu que René Descartes quiso imbuir a su obra “Discurso del método”, me parece apropiado ofreceros el “método” que he alcanzado. Como bien dijo este filósofo francés, es bueno publicar a los hombres (y mujeres si lo hubiera escrito en nuestro siglo) todo aquello que pueda ser de provecho y que ayude en sus progresos, independientemente de que pueda asimilarse a sus teorías como si de un guante se tratara.
Esta serie de consejos, que comienzo hoy con este post, no son más que las máximas de mi experiencia reciente y nada más. Puede que os sirva, puede que no. Puede que lo consideréis como algo digno en lo que gastar o perder el tiempo paseando vuestros ojos y mentes por estas líneas, o dignas de que me quemen en la hoguera y repudiéis como lo más horrendo. Cada cual que saque las conclusiones que tenga a bien.
Creo que ya me estoy yendo por las ramas y es momento de entrar en materia.
Este primer post lo quiero dedicar, siguiendo un orden cronológico en esto de escribir, a la IDEA.
Por supuesto la literatura, en todas sus vertientes (lo mismo vale para otros campos, como por ejemplo, el cómic) no es un lugar donde uno llega y planta la bandera de las barras y las estrellas en plan Armstrong. Es difícil crear algo innovador. Esto es como la música. Todos los acordes ya han sido tocados. Es difícil que la IDEA que tenga en mente no haya existido ya. No quiero cortar alas a nadie, solo ser realista. Todas las historias ya existen, solo hay que encontrarlas y escribirlas.
La IDEA hay que aplicarla a un género. Trilladísimos muchos, pero eso no nos tiene que frenar, que no se desanime nadie.
Ten siempre papel y bolígrafo a mano por que se te puede ocurrir una buena idea en cualquier momento y no siempre va a ser en un lugar cómodo. Lo mismo puede ser en el duermevela, que sentado en la taza del water. Si no se dispone de material, hay que repetir esa idea en la cabeza y aprovechar lo que sea. Es increíble, se te puede ocurrir algo bueno y acabar perdiéndolo todo. Yo no soy ajeno a este extraño “virus” olvidadizo.
Esa idea de la que os hablo por supuesto que no tiene que ser un argumento. Solo tiene que ser una idea, una escena, una persona, una situación. Eso sí, antes de ponerse uno a teclear o a rayar con el boli en un cuaderno, es recomendable (tras anotarla, claro) macerarla un poco en la cabeza, quizás con el mero ánimo de que cuando te pongas a ello sepas que va a haber algo más que esa simple “idea”. Hay que encontrar el cabo y que sea lo suficientemente largo para asirlo con las manos y tirar. Hay que ejercitarse en el noble arte del sokatira mental.
Y cuando hablo de macerar no estoy hablando de contarnos la historia a nosotros mismos. En mi caso, hacer esto no es lo mejor ya que pierde la naturalidad, el desparpajo, todo lo que la componía en esencia. Por ejemplo, esto que os estoy escribiendo ahora se me ocurrió hace unas horas mientras me limpiaba los dientes y os aseguro que en mi mente se creaban cadenas de frases interconectadas, plagadas de buenas palabras, de claridad, de determinación… Si no tienes una grabadora a mano, adiós muy buenas, amigos. Se ha perdido esa primera impresión. La historia ya es de segunda mano cuando pasa al papel y este artículo es una buena prueba de lo que hablo.
Macerar es pensar en ella a través de imágenes y no de palabras, pero sin pasarse. Es sentar una base, plantar una semilla, sobre la que podrá nacer y crecer algo que seamos capaces de afrontar.
En el caso de “Los últimos años de mi primera guerra”, cuyo título no se me ocurrió hasta casi el final, ya que tenía pensado llamarla “La soledad del Pacífico”, no trataba, ni por asomo, de lo que acabó siendo. En un principio quería tratar de un artillero a bordo de un bombardero. La situación geográfica e histórica estaban claras: el océano Pacífico y la II Guerra Mundial. Pero nada más allá. Reconozco que, incluso escritas varias páginas, no había centrado nada sobre el empleo, rango y destino de mi protagonista por que no sabía ni cómo escribirlo. Es más, hasta la primera revisión no sabía en qué año había nacido.
Fueron brutales los debates mentales sobre si sería una narración en tercera persona o un diario, contado día a día, y en primera persona. Ambas posibilidades ofrecían ventajas y grandes inconvenientes.
El sokatira estaba ahí, pero no asomaba nada y necesitaba “escupirlo” ya. Elegí un día cualquiera cuando amenazaba con desparramarse mi cerebro y, como siempre, acabé escribiendo como un demonio. Ya son míticos esos días en los que podría escribir una novela entera en dos semanas si fuera capaz de mantener el ritmo de 4.000 palabras al día. De todos modos necesitaba, lo mismo que he necesitado para comenzar este post, una palabra, una frase… El cabo. Solo necesitaba de otro cabo inicial del que aferrarme antes de tirar.
Comenzar, y no estoy hablando de ese mítico “miedo a la página en blanco” del que hablaré otro día.
Una palabra al menos con la que veas que vas a ser capaz de seguir. Es casi el mismo planteamiento que ya he puesto. Sé que no es fácil por que comenzar a escribir nunca lo es. Esto no es una fórmula mágica y lo mismo da una novela de 150.000 palabras que un mail cualquiera.
No tiene ningún secreto. Simplemente dejarse llevar por lo más natural y sencillo que genere tu cerebro por que, al final, vas a escribir de cosas que SABES. Comenzando a escribir sobre lo que te es totalmente desconocido no pasarás de las dos líneas.
Hay escritores que, según van desgranando a lo largo de artículos y libros dedicados al tema, antes de comenzar un proyecto, lo mismo da su tipo y extensión, necesitan crear un esquema por el que la trama ha de desarrollarse, sabiendo de antemano qué va a acontecer y cómo van a desarrollarse los eventos. Entre estos autores está el achiconocido Ken Follet. Así, en cierta edición de “Los pilares de la tierra” (desconozco si tal apéndice lo incluyó en otros) indica esta manera de trabajar. Yo no voy a negar que sea una manera excelente de trabajar, aunque soy más partidario del estilo de Stephen King y que defiende en su libro “Mientras escribo”, del cual ya os he hablando en este blog (creo) y del que, aunque esté destinado al aficionado de habla inglesa, se pueden extrapolar ciertos principios y consejos para nuestra lengua. Este segundo autor aboga por un estilo casi de arqueología, de encontrar un fósil en la tierra de cuyo tipo y forma desconocemos aunque esté ahí, bajo capas de tierra, que iremos desenterrando poco a poco sin saber a priori a dónde nos puede llevar.
Ambos métodos, que no serán los únicos, tienen sus ventajas y desventajas. Respecto al esquema previo puede caer en un mal cancerígeno que solo obedece a las leyes de la deducción de cada cual. Si el autor ya sabe desde la primera línea qué va a pasar hasta el final, tiende hasta a no modificar nada si es un tanto conservador y no quiere salirse de la huella trazada de antemano. Así, cae en algo tan desagradable para el lector como es que la trama sea predecible.
Ojo, que tal predecibilidad se puede dejar atrás a pesar de que todo esté trazado al milímetro. Un buen ejemplo de esta capacidad nada común, saltando al campo del manga que se puede extrapolar a lo que estamos tratando, es la obra “20th Century Boys” de Naoki Urasawa. Quizás sea su profesión de matemático lo que le ha permitido trazar una historia tan rocabolesca y en la que en más de una ocasión te deja fuera de lugar con giros totalmente inesperados. Es un gran puzzle que abarca 50 años de la existencia de sus protagonistas, desde finales de los años ´60 del pasado siglo hasta mediados de la década que vivimos. Es más, el primer capítulo del primer tomo arranca con imágenes de una escena que no acontecerá hasta quince años después. Urasawa ya sabía. Había construido una megaautopista con su historia, en la que los flashbacks que no son añadidos por capricho sino para entender la trama al completo, la cual no se desvela hasta leído más de una veintena de tomos. Esos flashbacks y saltos en el tiempo son las luces y las áreas de servicio diseminadas por el trayecto y que nos hará avanzar o retroceder. Incluso nos dejarán atónitos con las curvas que tendremos que tomar para volver a la megaautopista.
El seguir el método del fósil defendido por S. King es el que estoy usando ahora y el que empleé para ciertos momentos de mi novela. En realidad fue una fusión entre el esquema y el no saber qué había al otro lado del siguiente árbol en el bosque de la creación. Creo que unir ambos criterios me ayudó, sobre todo el seguir un orden concreto histórico, por que si el Salt Lake City bombardeó Wotje tal día de 1944, fue ese y no otro. Y si el capitán tal se hace cargo de la comandancia de cierta isla, es ese y no hay nada que discutir.
Como iba diciendo, en la actualidad me he decantado por S. King ya que si él no sabe a donde va a ir la trama, mucho menos el lector, lo cual creará una situación de expectativa. Quizás sea un truco comercial, o de genial escritor. No lo sé, pero es el que empleo en mi actual proyecto ya que me he dado cuenta que por mucho que ciertas personas digan que “El Destino está escrito” yo, cuando me levanto de la cama, no tengo ni idea de lo que me voy a encontrar, lo mismo puedo llegar al despacho y encontrarme con que se ha reventado la cañería del baño y todo se ha convertido en una piscina olímpica y hay que salvar los muebles; puede que, de repente, compruebe mi combinación del boleto de los Euromillones y me hayan tocado unos 10 euros; o que acabe viendo un accidente. Nada es predecible de antemano y mucho menos los actos que pueden llegar a ver y realizar los personajes que pululan en mi cabeza ante tal o cual situación determinada, para la cual yo aún no sé qué haría. Hasta bien podría volver a casa y a la hora de irse a dormir encontrarme con Marisa Miller esperándome con los brazos abiertos y las piernas otro tanto. Quizás sobraba esto último en mi exposición, pero la cosa es así. No se sabe más allá de que amanecerá.
Por ejemplo, ayer no me esperaba que tras asegurarme que pasarían a buscarme en coche, el conductor se acordaría de mí cuando dejó aparcadito su vehículo en la parcela de garaje de su casa. Eso no me lo esperaba.
Lo bueno de este sistema “Fósil”, si es que se le puede considerar como tal ya que es un tanto anárquico, es que te obliga a desplegar una serie de acciones desconocidas hasta el mismo momento. Escribir minuto a minuto sin saber que reacciones se desencadenarán. Es como caminar por una calle desconocida en la que te vas fijando en todo y en la que un simple destello de tu imaginación, un solo gramo, puede hacer girar toda la trama.
Cualquier escena de la vida cotidiana me puede dar una idea para un relato o una novela, o para, simplemente divagar. Que veo una guitarra que me mola en el Cash&Converters, pues creo un chaval de instituto, que escucha “Cradle of Filth” a toda mecha y que se dedica a colgar carteles con las actuaciones de bandas en las salas de conciertos por los muros de la ciudad. Si quiero darle un toque siniestro, bien puedo hacerle descubrir una puerta tapiada por la que se manifiesta, en plan pareidolia, un espíritu maligno que se mete en su cabeza para que lo libere en este mundo. Si veo un cartel de la II Guerra Mundial sobre la CocaCola con una BAM (Beautiful american marine) pues puede generarse la historia de amor con esa chica como protagonista de mirada soñadora al infinito a través del crista de una cafetería. Cualquier cosa vale y no creo que haya que dar más ejemplos.
Bueno, aquí doy por concluido este primer post del que espero que saquéis provecho.
Esta serie de consejos, que comienzo hoy con este post, no son más que las máximas de mi experiencia reciente y nada más. Puede que os sirva, puede que no. Puede que lo consideréis como algo digno en lo que gastar o perder el tiempo paseando vuestros ojos y mentes por estas líneas, o dignas de que me quemen en la hoguera y repudiéis como lo más horrendo. Cada cual que saque las conclusiones que tenga a bien.
Creo que ya me estoy yendo por las ramas y es momento de entrar en materia.
Este primer post lo quiero dedicar, siguiendo un orden cronológico en esto de escribir, a la IDEA.
Por supuesto la literatura, en todas sus vertientes (lo mismo vale para otros campos, como por ejemplo, el cómic) no es un lugar donde uno llega y planta la bandera de las barras y las estrellas en plan Armstrong. Es difícil crear algo innovador. Esto es como la música. Todos los acordes ya han sido tocados. Es difícil que la IDEA que tenga en mente no haya existido ya. No quiero cortar alas a nadie, solo ser realista. Todas las historias ya existen, solo hay que encontrarlas y escribirlas.
La IDEA hay que aplicarla a un género. Trilladísimos muchos, pero eso no nos tiene que frenar, que no se desanime nadie.
Ten siempre papel y bolígrafo a mano por que se te puede ocurrir una buena idea en cualquier momento y no siempre va a ser en un lugar cómodo. Lo mismo puede ser en el duermevela, que sentado en la taza del water. Si no se dispone de material, hay que repetir esa idea en la cabeza y aprovechar lo que sea. Es increíble, se te puede ocurrir algo bueno y acabar perdiéndolo todo. Yo no soy ajeno a este extraño “virus” olvidadizo.
Esa idea de la que os hablo por supuesto que no tiene que ser un argumento. Solo tiene que ser una idea, una escena, una persona, una situación. Eso sí, antes de ponerse uno a teclear o a rayar con el boli en un cuaderno, es recomendable (tras anotarla, claro) macerarla un poco en la cabeza, quizás con el mero ánimo de que cuando te pongas a ello sepas que va a haber algo más que esa simple “idea”. Hay que encontrar el cabo y que sea lo suficientemente largo para asirlo con las manos y tirar. Hay que ejercitarse en el noble arte del sokatira mental.
Y cuando hablo de macerar no estoy hablando de contarnos la historia a nosotros mismos. En mi caso, hacer esto no es lo mejor ya que pierde la naturalidad, el desparpajo, todo lo que la componía en esencia. Por ejemplo, esto que os estoy escribiendo ahora se me ocurrió hace unas horas mientras me limpiaba los dientes y os aseguro que en mi mente se creaban cadenas de frases interconectadas, plagadas de buenas palabras, de claridad, de determinación… Si no tienes una grabadora a mano, adiós muy buenas, amigos. Se ha perdido esa primera impresión. La historia ya es de segunda mano cuando pasa al papel y este artículo es una buena prueba de lo que hablo.
Macerar es pensar en ella a través de imágenes y no de palabras, pero sin pasarse. Es sentar una base, plantar una semilla, sobre la que podrá nacer y crecer algo que seamos capaces de afrontar.
En el caso de “Los últimos años de mi primera guerra”, cuyo título no se me ocurrió hasta casi el final, ya que tenía pensado llamarla “La soledad del Pacífico”, no trataba, ni por asomo, de lo que acabó siendo. En un principio quería tratar de un artillero a bordo de un bombardero. La situación geográfica e histórica estaban claras: el océano Pacífico y la II Guerra Mundial. Pero nada más allá. Reconozco que, incluso escritas varias páginas, no había centrado nada sobre el empleo, rango y destino de mi protagonista por que no sabía ni cómo escribirlo. Es más, hasta la primera revisión no sabía en qué año había nacido.
Fueron brutales los debates mentales sobre si sería una narración en tercera persona o un diario, contado día a día, y en primera persona. Ambas posibilidades ofrecían ventajas y grandes inconvenientes.
El sokatira estaba ahí, pero no asomaba nada y necesitaba “escupirlo” ya. Elegí un día cualquiera cuando amenazaba con desparramarse mi cerebro y, como siempre, acabé escribiendo como un demonio. Ya son míticos esos días en los que podría escribir una novela entera en dos semanas si fuera capaz de mantener el ritmo de 4.000 palabras al día. De todos modos necesitaba, lo mismo que he necesitado para comenzar este post, una palabra, una frase… El cabo. Solo necesitaba de otro cabo inicial del que aferrarme antes de tirar.
Comenzar, y no estoy hablando de ese mítico “miedo a la página en blanco” del que hablaré otro día.
Una palabra al menos con la que veas que vas a ser capaz de seguir. Es casi el mismo planteamiento que ya he puesto. Sé que no es fácil por que comenzar a escribir nunca lo es. Esto no es una fórmula mágica y lo mismo da una novela de 150.000 palabras que un mail cualquiera.
No tiene ningún secreto. Simplemente dejarse llevar por lo más natural y sencillo que genere tu cerebro por que, al final, vas a escribir de cosas que SABES. Comenzando a escribir sobre lo que te es totalmente desconocido no pasarás de las dos líneas.
Hay escritores que, según van desgranando a lo largo de artículos y libros dedicados al tema, antes de comenzar un proyecto, lo mismo da su tipo y extensión, necesitan crear un esquema por el que la trama ha de desarrollarse, sabiendo de antemano qué va a acontecer y cómo van a desarrollarse los eventos. Entre estos autores está el achiconocido Ken Follet. Así, en cierta edición de “Los pilares de la tierra” (desconozco si tal apéndice lo incluyó en otros) indica esta manera de trabajar. Yo no voy a negar que sea una manera excelente de trabajar, aunque soy más partidario del estilo de Stephen King y que defiende en su libro “Mientras escribo”, del cual ya os he hablando en este blog (creo) y del que, aunque esté destinado al aficionado de habla inglesa, se pueden extrapolar ciertos principios y consejos para nuestra lengua. Este segundo autor aboga por un estilo casi de arqueología, de encontrar un fósil en la tierra de cuyo tipo y forma desconocemos aunque esté ahí, bajo capas de tierra, que iremos desenterrando poco a poco sin saber a priori a dónde nos puede llevar.
Ambos métodos, que no serán los únicos, tienen sus ventajas y desventajas. Respecto al esquema previo puede caer en un mal cancerígeno que solo obedece a las leyes de la deducción de cada cual. Si el autor ya sabe desde la primera línea qué va a pasar hasta el final, tiende hasta a no modificar nada si es un tanto conservador y no quiere salirse de la huella trazada de antemano. Así, cae en algo tan desagradable para el lector como es que la trama sea predecible.
Ojo, que tal predecibilidad se puede dejar atrás a pesar de que todo esté trazado al milímetro. Un buen ejemplo de esta capacidad nada común, saltando al campo del manga que se puede extrapolar a lo que estamos tratando, es la obra “20th Century Boys” de Naoki Urasawa. Quizás sea su profesión de matemático lo que le ha permitido trazar una historia tan rocabolesca y en la que en más de una ocasión te deja fuera de lugar con giros totalmente inesperados. Es un gran puzzle que abarca 50 años de la existencia de sus protagonistas, desde finales de los años ´60 del pasado siglo hasta mediados de la década que vivimos. Es más, el primer capítulo del primer tomo arranca con imágenes de una escena que no acontecerá hasta quince años después. Urasawa ya sabía. Había construido una megaautopista con su historia, en la que los flashbacks que no son añadidos por capricho sino para entender la trama al completo, la cual no se desvela hasta leído más de una veintena de tomos. Esos flashbacks y saltos en el tiempo son las luces y las áreas de servicio diseminadas por el trayecto y que nos hará avanzar o retroceder. Incluso nos dejarán atónitos con las curvas que tendremos que tomar para volver a la megaautopista.
El seguir el método del fósil defendido por S. King es el que estoy usando ahora y el que empleé para ciertos momentos de mi novela. En realidad fue una fusión entre el esquema y el no saber qué había al otro lado del siguiente árbol en el bosque de la creación. Creo que unir ambos criterios me ayudó, sobre todo el seguir un orden concreto histórico, por que si el Salt Lake City bombardeó Wotje tal día de 1944, fue ese y no otro. Y si el capitán tal se hace cargo de la comandancia de cierta isla, es ese y no hay nada que discutir.
Como iba diciendo, en la actualidad me he decantado por S. King ya que si él no sabe a donde va a ir la trama, mucho menos el lector, lo cual creará una situación de expectativa. Quizás sea un truco comercial, o de genial escritor. No lo sé, pero es el que empleo en mi actual proyecto ya que me he dado cuenta que por mucho que ciertas personas digan que “El Destino está escrito” yo, cuando me levanto de la cama, no tengo ni idea de lo que me voy a encontrar, lo mismo puedo llegar al despacho y encontrarme con que se ha reventado la cañería del baño y todo se ha convertido en una piscina olímpica y hay que salvar los muebles; puede que, de repente, compruebe mi combinación del boleto de los Euromillones y me hayan tocado unos 10 euros; o que acabe viendo un accidente. Nada es predecible de antemano y mucho menos los actos que pueden llegar a ver y realizar los personajes que pululan en mi cabeza ante tal o cual situación determinada, para la cual yo aún no sé qué haría. Hasta bien podría volver a casa y a la hora de irse a dormir encontrarme con Marisa Miller esperándome con los brazos abiertos y las piernas otro tanto. Quizás sobraba esto último en mi exposición, pero la cosa es así. No se sabe más allá de que amanecerá.
Por ejemplo, ayer no me esperaba que tras asegurarme que pasarían a buscarme en coche, el conductor se acordaría de mí cuando dejó aparcadito su vehículo en la parcela de garaje de su casa. Eso no me lo esperaba.
Lo bueno de este sistema “Fósil”, si es que se le puede considerar como tal ya que es un tanto anárquico, es que te obliga a desplegar una serie de acciones desconocidas hasta el mismo momento. Escribir minuto a minuto sin saber que reacciones se desencadenarán. Es como caminar por una calle desconocida en la que te vas fijando en todo y en la que un simple destello de tu imaginación, un solo gramo, puede hacer girar toda la trama.
Cualquier escena de la vida cotidiana me puede dar una idea para un relato o una novela, o para, simplemente divagar. Que veo una guitarra que me mola en el Cash&Converters, pues creo un chaval de instituto, que escucha “Cradle of Filth” a toda mecha y que se dedica a colgar carteles con las actuaciones de bandas en las salas de conciertos por los muros de la ciudad. Si quiero darle un toque siniestro, bien puedo hacerle descubrir una puerta tapiada por la que se manifiesta, en plan pareidolia, un espíritu maligno que se mete en su cabeza para que lo libere en este mundo. Si veo un cartel de la II Guerra Mundial sobre la CocaCola con una BAM (Beautiful american marine) pues puede generarse la historia de amor con esa chica como protagonista de mirada soñadora al infinito a través del crista de una cafetería. Cualquier cosa vale y no creo que haya que dar más ejemplos.
Bueno, aquí doy por concluido este primer post del que espero que saquéis provecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario