jueves, diciembre 03, 2009

Un vigía con brillo centenario

Iratxe nos ofrece amablemente su crónica sobre el centenario del faro del cabo Matxitxako. Muchas gracias!

El Faro Matxitxako, que cuenta con la óptica más grande de todo el Estado, cumplió el día 1 de diciembre un siglo de vida



IRATXE BONBOLLART
BERMEO

Está situado en el extremo más al Norte de la costa vasca y ha visto pasar la vida, a veces entre fuertes temporales, otras entre calmas chichas. Los navegantes se fían a pies juntillas de su luz para orientarse en la mar y muchos enamorados se aprovechan de sus intermitentes destellos para la puesta en escena de sus romances. Es el faro Matxitxako de Bermeo que ayer cumplía su centenario en presencia de algunos de los familiares directos de los torreros que lo habitaron, desde que se inaugurara el 1 de diciembre de 1909.

“Nosotras vivimos aquí, junto a nuestros padres y nueve hermanos, una infancia maravillosa”, aseguraron, visiblemente emocionadas por la vuelta a la casa que les vio nacer, las hermanas Juana y Julia Blanco Bilbao. Su padre, Tomás Blanco Bajo, fue el primer técnico mecánico de señales marítimas que puso en marcha la linterna del faro nuevo de Matxitxako. La torre antigua, que funcionó desde 1852 y aún sigue en pié a tan solo cien metros de la actual, tuvo que apagar su llama al quedarse obsoleta por el limitado alcance e intensidad de su luz. Hoy en día, su mecanismo solo se utiliza para emitir el sonido fuerte de una sirena los días en los que la niebla espesa no permite divisar desde la mar los haces de la linterna del faro nuevo. Su señal acústica previene a los pesqueros de que se encuentran próximos a la línea de la costa.

“Se sustituyó por el nuevo dentro del Plan general de reforma del alumbrado marítimo de las costas de España porque su apariencia de luz fija, con destellos cada cuatro minutos, exigía mucho tiempo para poder reconocerlo”, explicaron fuentes de la Autoridad Portuaria de Bilbao que se encarga de mantener la operatividad de la citada atalaya, además de las de Santa Catalina, en Lekeitio; Punta Galea, en Getxo; cabo Villano, en Gorliz.

Jugar con el viento

Las rachas de viento que arrecian en el Cabo Matxitxako, y que en muchas ocasiones superan velocidades de hasta cien kilómetros por hora, lejos de provocar miedo invitaban al juego a los moradores más menudos del faro. “No teníamos juguetes, así que nos entreteníamos con cualquier cosa. Si soplaba viento, jugábamos a dar vueltas y a que se nos levantaran las faldas. Otras veces salíamos a coger caracoles o a salvar a los pájaros que se estrellaban contra los cristales”, relataban algunos miembros de la familia Blanco.

Los ocho miembros del clan de Juan Luis Abasolo, otro de los torreros que conoció Matxitxako, también guardan recuerdos inolvidables de su estancia en el torreón de Bermeo. “Desde que nos levantábamos de la cama, mi padre siempre estaba con nosotros. Todas las actividades del día las hacía juntos, desde desayunar, ir a pescar, jugar… Nos dejaba incluso subir las pesas y dar cuerda al faro para ponerlo en marcha”, recuerda una de las hijas.

El matrimonio compuesto por Ignacio Ulecia y Flora Blanco, de Madrid, convivieron en Matxitxako entre los años 1954 y 1958. “La noche de bodas la pasamos aquí, y de maravilla”, delató ayer ante el público la esposa. Los amigos y allegados de la pareja se equivocaron al augurarles una corta vida en el faro. “Mis amigas me dijeron que no aguantaría, pero yo guardo muy buenas vivencias de este lugar tan especial”, señaló la mujer.

Actualmente, los dos fareros de Bermeo son Alejandro Martínez y Cristina García-Capelo. Ambos son técnicos de ayuda a la navegación y eligieron cubrir esta profesión atraídos precisamente por la tranquilidad que aporta vivir en un paraje aislado. “En este lugar castigan el viento y los temporales, como el día que sopló a más de 200 kilómetros por hora. No éramos capaces ni de cerrar las puertas de los talleres, se rompían los cristales y volaban las tejas. Pero al mismo tiempo, Matxitxako también nos regala tranquilidad y paisajes impresionantes”, subrayaron.

El edificio del faro nuevo de Matxitxako se ordenó construir a 110 metros al sur de su antecesor y cuenta con una torre de aproximadamente 20 metros de altura. Su foco luminoso se asienta a 122 metros sobre el nivel del mar y la cúpula de hierro fundido que lo alberga se apoya sobre una planta octogonal construida en mampostería. Su óptica es la más grande de todo el Estado y lanza un guiño de luz blanca cada cinco segundos. “Su alcance geométrico es de 23 millas para un observador colocado al nivel del mar, y el luminoso de 35 millas en tiempo medio”, tal y como explicaron sus técnicos en las crónicas de su época.

3 comentarios:

Pascual Rosser Limiñana dijo...

Siempre me han atraído los faros y la vida que se ha hecho dentro de ellos, con las novedades cotidanas de la mar, con el día a día de una familia entre sus muros y sus alrdedores. Hay faros preciosos y con mucha historia que ya no tienen torreros, que funcionan por ordenador, pero que nunca dejará de existir en mi mente su haz luminoso cuando era un trabajo manual, cuando tenían más vida. Saludos.

Isabel Martínez Rossy dijo...

Una crónica preciosa de un faro muy especial...saludos de una farera frustrada (algún dia contaré esta historia en mi Cuaderno...)

Javier dijo...

Sí, Pascual, yo diría que los faros son las construcciones más bonitas que ha podido hacer el Hombre. A mí también me gustaría que nunca dejen de existir.

Pues ya nos vas contando Isabel!