Éste es un título que le va ni
que pintada a la mi actual situación de producción literaria. Me las veía muy
felices tras echar el lazo de nuevo a la continuación de mi primera novela en
las pasadas vacaciones de Agosto. Ya hace más de un mes de aquello y me doy
cuenta de que la cuerda se ha vuelto a romper. Cabalga de nuevo desbocado hacia
la inmensidad, lejos de mi alcance. A parte de estar más necesitado de
documentación, me enfrento a una desgana total por escribir. Lo mismo me da una
hoja de la vida de Lars que un miserable post para este blog. ¡Y no digamos ya
si lo intento de lunes a viernes! Todo el puñetero día delante de un ordenador
sin que pueda disfrutar, siquiera, de 15 minutos de creación libre. Internet,
por un lado, me succiona el tiempo y la inspiración. El trabajo me agota la
imaginación, me la cercena y mutila horriblemente. Mi cerebro deambula como un
zombi dentro de mi mollera. Odio cada día más el Derecho. Me pudre todos sus
problemas y estupideces. Me puede estar entre paredes sin poder crear. ¡Quiero
crear! Sentarme y escribir durantes horas y horas. Quiero un cuaderno, una mesa
de pino vacía contra la blanca pared. Nada más. quiero un ordenador vacío que
solo sirva para escribir en una habitación que devuelva el eco del teclado. Sin
llamadas a la puerta, sin teléfonos ni libros de tipos rancios que apestan a
tabaco rubio. Me siento ahogado, encerrado entre montañas de papel por cuyas
cimas se alzan viejos reyes autoproclamados gritando, amenazando, cubiertos de
sangre, cubiertos de chorradas, que el mundo gira alrededor de su montañita.
Quiero el amplio vacío de una
pared sobre la que proyectar los personajes que viven en las islas perdidas que
hay dentro de mí. Islas que no están ancladas en ningún sitio en particular y
que vagabundean, impulsadas por caprichosas corrientes marinas.
Me voy quedando sin aire. Lo sé.
Soy un pez fuera del agua. El tiempo es limitado. Si no recupero el control de
mi vida y de mi creación, ¿perderé todo lo logrado? ¿Dejaré de ser escritor?
Puede que así sea. Que todo lo aprendido y asimilado se desvanezca entre la
neblina y tarde mucho en volver a encontrarlo.
¿Me estoy rindiendo? No. O
al menos eso es lo que quiero creer. Escribir es un sueño que he conseguido que
se haya realidad. He conseguido escapar de las cavernas de la mediocridad donde
siempre he habitado.
¿Miedo que lo que siguiente que
escriba a lo grande sea una gran mierda? Puede ser, pero cuando escribía y
escribía aquellas otras cientos de páginas, mientras tecleaba a diario y
llevaba un registro exhaustivo de mi avance, de mi creación, no sabía si estaba
haciendo algo que valiera la pena, algo que fuera algo más que pura basura.
¿Otros se habrán sentido así? No
quiero compararme con los grandes y pequeños escritores, solo me gustaría saber si lo que
siento es común en este mundo.
Vivir de lo que escribo es mi
meta, mi deseo. Es una tortura y un placer al mismo tiempo. Es un juego
magnífico. Una partida de ajedrez en la que te enfrentas a ti mismo.
Mi espíritu no es que esté muy
cómodo en estos últimos días. Se revuelve ciego contra todo y todos. Lo mismo
da que sea con o sin razón (más con) y amenaza con despertarse violentamente si
no encuentra una vía de escape a lo que sucede de lunes a viernes y de sábado a
domingo. Si no cambia algo o lo cambio yo...
Cualquier variación, al menos,
traería un nuevo horizonte mañana.
¡Sólo quiero escribir y ser
libre!
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