Edaf, 2000. Madrid 6ª edición 344 páginas ISBN: 84-414-0534-4 |
Un libro joven y entusiasta escrito por un periodista enamorado del Misterio y que huye del trabajo de gabinete
Hubo un tiempo en el que una librería pequeña, humilde y modesta, a la par que encantadora, abría sus puertas en la calle Real de Pontevedra. Fue una de tantas que sucumbieron a la virulenta fiebre que ha diezmado nuestras ciudades y pueblos, cebándose con este tipo de negocios, sustituidos, en el mejor de los casos, por otras librerías en las que uno entra a disgusto y sale con el convencimiento de haber pasado unos insufribles minutos en una especie de LIDL de la cultura.
Descubrí esta discreta librería, de nombre torpemente olvidado, con motivo de recibir el dichoso regalito forzoso de marras, comprado sin ton ni son: lo primero que se cruza en el camino, atropellándolo mortalmente para cumplir con el execrable compromiso social en el que se supone que hay que demostrar cierto (e inexistente) aprecio hacia el destinatario. «Total. Si le gusta leer, le bastará con cualquier título escogido al azar, ¿no? ¡Hala! Pinto, pinto. Gorgorito…».
Un regalo, ese regalo, acompañado de un ticket que permite al sufrido receptor cambiarlo por otro cualquiera, como marcan los buenos cánones del comercio actual para fechas señaladas, me concedió la oportunidad de entrar en una librería con los días contados, algo de lo que nadie se percataba desde el exterior. El negocio estaba regentado por dos amables señoras de mediana edad de las que nada supe cuando, pasadas unas semanas, el local quedó transformado en una horrenda tienda de muebles de apariencia retro y dudoso gusto (que sigue abierta, para más inri). Me quedé con un palmo de narices, pues había encargado una novela que nunca llegó a mis manos. También sentí tristeza al ver cómo la “enfermedad” seguía devorando ilusiones.
El día que crucé las puertas de esta librería por vez primera, cargando con el ejemplar que iba a ser la ofrenda obligada para «el dios del cambio en 15 días si no quedas satisfecho», me atendió una de las dos señoras con una amabilidad que desarmaba hasta al más cínico, invitándome a que deambulara por entre las estanterías y escogiera el título por el que iba a “acertar” (esa vez sí) con mi regalo. En verdad que no sabía qué hacer. Incluso habría salido dando brincos de alegría si me hubieran entregado el coste del desafortunado obsequio, pero sabía que eso no iba a pasar. Tenía que salir de allí con otro libro bajo el brazo. Truco o trato.
Tras merodear por el local con el mismo arte y salero que un pulpo de garaje, di con un ejemplar de «La noche del miedo», del mismo autor que hoy reseño. Por aquel entonces acaba de publicarse y me llamaba la atención el objeto de su investigación. Además, me iba a salir gratis. Era una situación bien dulce.
La señora, sin variar el tono cuasimaternal que me dispensaba, no se sorprendió de mi elección y me confesó, entre vergonzosos susurros, que, aunque no le interesaba la casuística, escuchaba siempre que podía el programa que dio fama nacional e internacional de Jiménez y a sus colaboradores: Milenio 3. Y lo hacía porque se sentía a gusto sintonizando un programa realizado por profesionalidades de verdad y que llegaba a ser incluso familiar, cercano y revitalizante. Coincidí con ella al ciento por cien, a lo que añadí que eran personas a las que les apasionaba (y apasiona) su trabajo y conservan intacta esa curiosidad tan denostada entre los adultos y, sobre todo, entre los muchos que se dedican al periodismo en general.
Ahora que lo pienso, en aquella época aún provocaba cierto rubor afirmar que te gustaban los temas de ovnis, fantasmas, conspiración y demás. Si no le sorprendió mi elección, a mí no me sorprenden ahora sus susurros entre las paredes de su propia librería.
«La noche del miedo» acabó recalando en casa y disfruté mucho del exhaustivo estudio de Iker Jiménez sobre el incidente de la base de Talavera la Real, pues comparto con el autor ese ardor por la fenomenología ovni, la más apasionante y aterradora, para mí, de entre la casuística del misterio. Recuerdo, desde muy niño, que en casa teníamos un libro firmado por Jiménez del Oso, editado en algún momento a finales de los años 1970 por una de las diversas cajas rurales vascas. Era un libro trufado con imágenes de las líneas de Nazca, Minos, etc., que me secuestraba durante horas cada vez que tenía la oportunidad de hacer descender mis ojos sobre sus gruesas páginas a todo color. Ese libro, ahora perdido para siempre entre andanzas y mudanzas, fue mi primer contacto con este mundo extraño y abigarrado del misterio, que fue uno de los motores de la sociedad del tardofranquismo; una temática que acabó siendo denigrada de forma cruel y cainita durante la década de 1990 gracias a ciertos programas-espectáculo de televisión. Todos guardamos en las retinas, aunque nos pese, muchos momentos de esperpento que dejarían mudo al mismo Valle-Inclán.
Mi devenir vital me separó de estas temáticas tan inquietantes, pero retomé la senda gracias a Milenio 3 y a Cuarto Milenio, dándome de bruces con la realidad de que los casos míticos no eran tan numerosos como podrían aparentar ser gracias a mi infantil discernimiento. Pero la curiosidad siempre joven de Iker Jiménez, discípulo de Jiménez del Oso, su ansia por devorar kilómetros y formularse preguntas al otro lado del transistor, me permitió expandir horizontes.
«Enigmas sin resolver» es una obra bisoña, escrita a uña de caballo por un Iker Jiménez reportero de investigación, macutero y cargado de cámaras fotográficas. Por un sabueso que sigue una pista tras otra. Una obra escrita a golpe de teclado nocturno tras escuchar por vigésima vez la última entrevista realizada a un testigo o un experto, inmortalizada en la cinta magnética de un casete. Escrita por un periodista muy diferente a ese del que hoy estamos acostumbrados, al otro lado de la pantalla o de su buhardilla; por un muchacho con menos de treinta años que trabajaba para la revista que dirigía Jiménez del Oso. Una obra publicada en plena resaca del apaleamiento generalizado y público contra los temas de misterio por parte de detractores y especimenes pícaros, que hacían carne del castizo refrán “ríase la gente, ande yo caliente” y que arruinaban ilusiones, las mismas que permitieron a tantos españoles de una época pretérita salirse de la norma establecida (una ralea envilecida y de poca monta, enemigos declarados de Jiménez a los que sigue combatiendo con encono, siendo «Enigmas sin resolver» una primera declaración de intenciones).
La lectura de «Enigmas sin resolver» es apasionante, pues se lee al Iker Jiménez joven e inexperto, que va a “puerta fría” y acumula noches de soledad y carretera, recorriendo Galicia, Extremadura, Castilla y Andalucía. Sin embargo, el planteamiento de la propia obra es erróneo por cuanto la propia obsesión de Jiménez por los ovnis lo envuelve todo. Salvo por la inclusión de las misteriosas desapariciones de menores, como las del niño de Somosierra y el pintor de Málaga, las Caras de Bélmez y la constatación histórica de la existencia real del conocido como hombre-pez de Liérganes, o unos datos sueltos sobre las Hurdes negras y el pueblo maldito de Ochate, absolutamente todo entra dentro de la casuística de vivencias, avistamientos y contacto con formas de vida relacionadas con los ovnis: irrupciones en bases militares (casos de los que nacería «La noche del miedo», años después), encuentros absurdos, ataques, reuniones en los bajos del Café Lión, contactados suicidas…, incluso habrá lugar para la cuestionable desclasificación de documentos del Ejército del Aire español en la década de 1990 y la entrevista a un irritado J. J. Benítez que comenta sus impresiones al respecto. La obra bien podría haberse titulado, salvo por las contadas excepciones referenciadas, «Enigmas sin resolver: encuentros ovni en España» o algo de más depurado estilo, pues el trabajo que casa mejor con el título original será la continuación a la presente obra y que será objeto de la correspondiente disertación en su momento.
Aunque los casos que componen «Enigmas sin resolver» me resultan ya todos conocidos a fecha de 2017, he repasado datos en compañía de la siempre agradable prosa de Iker Jiménez, contagiándome de su espíritu curioso y apasionado; hasta su indignación. He sentido escalofríos al leer extractos de las declaraciones de testigos de los incidentes en las Hurdes y en las bases militares; mi imaginación de escritor se ha revolucionado ante el conocimiento de diversos hechos ocurrido en esa España de la década de 1960 y que para tantas novelas darían… «Enigmas sin resolver» es una obra que merece la pena leer y que ya atrajo la atención de un público ávido por la temática del misterio en su momento, tanto que agotó varias ediciones en las que, por desgracia, se han perpetuado diversos gazapos ortotipográficos y gremlins que, en ocasiones, llegan a ser insultantes para un lector irascible.
Sí, he disfrutado leyendo una vez más a Iker Jiménez, al joven y errante Iker Jiménez esta vez. Pero que sigue siendo el mismo hombre que demuestra su entusiasmo los domingos desde la Nave, los jueves desde su buhardilla (y de cuando en cuando a través de su videoblog).
En el momento de terminar de escribir esta reseña voy por el capítulo VIII de «Enigmas sin resolver II», dedicado a los hechos enigmáticos que siembran la comarca albaceteña de El Pardal.
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