Impedimenta, Madrid. 2014 283 páginas ISBN 978-84-15979-09-8 |
Cuando mis manos sin callos crujan y se llenen de manchas provocadas por la vejez, me temo que no tendré nada de mérito que contar respecto a una vida a punto de consumirse. Como mucho he presenciado en directo y al otro lado de la pantalla del televisor momentos como la caída del Muro de Berlín, el atentado contra el World Trade Center de Nueva York o el derrocamiento de Sadam Hussein cuando las tropas blindadas estadounidenses llegaron al corazón de Bagdad, dando fin a la segunda guerra del golfo Pérsico; y poco más. Todo a través de ojos prestados y para unos instantes que nada más pueden significar que lo que ya son. Las experiencias que atesore serán incluso ridículas comparadas con las de mis padres, vividas a la edad en la que estoy escribiendo esta reseña. Quizá sea una bendición de todos modos, aún para un hombre que anhela tan solo contar historias: tener una vida aburrida.
Sigfried Lenz es un hombre que vivió mucho. Participó en una guerra mundial y sufrió un grave trastorno mental tras presenciar el fusilamiento de un compañero; desertó y fue hecho prisionero; se dedicó al contrabando durante los primeros años de la posguerra; se hizo periodista y escritor y todo ello marcó profundamente su (en nuestro país) desconocida obra literaria.
«El barco faro» es una recopilación de relatos encabezados por la novella que le da nombre. Un conjunto de extrañas historias recogidas en 1960 y protagonizadas por personajes grises y tristes, incluso patéticos, encerrados en un barco que no puede navegar, en una casa en medio de una ciudad en ruinas o que viven una vida sin futuro; que personifican una lucha sin cuartel y mediocre contra el día a día y lo inesperado; sobre todo, refleja el anhelo de algunos personajes por cumplir con su deber.
Los relatos son narrados con cierta prosa poética en cuanto a las descripciones de la Naturaleza, como solo se podría dar en alguien como Lenz que vivió largos años frente las aguas del Báltico; sin embargo, resulta una narración pesada, no por lenta, sino por una carga de palabras a la que no estamos acostumbrados. Me han encantado sus descripciones exhaustivas, pero Lenz no es capaz de aportar ritmo a la lectura, siendo una experiencia espinosa para cualquier neófito que abra las tapas del volumen.
Resultan más llevaderas y agradables las historias relatadas en primera persona. Hay alguna que otra que resulta incluso divertida, apreciándose, aquí y allá, al Lenz periodista; pero todas, absolutamente todas, cuentan con un final que no termina de convencerme como lector. El autor trata de hacer un guiño a la inteligencia de quien le está leyendo, dejando un camino asfaltado de palabras que termina ante un abrupto barranco, momento en el que has de frenar en seco y los neumáticos de la mente se hunden en la grava para impedir que caigas al vacío. Quizá no sea tan inteligente como esperaba el Sr. Lenz que fuera mi persona, por lo que creo que salgo perdiendo con una experiencia de lectura que esconde más de lo que se aprecia a primera vista.
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