Libroslibres. Madrid, 2012 246 págs. ISBN 978-84-92654-99-4 |
Fernando Paz, profesor e historiador, firma una obra corta que luce un ostentoso subtítulo que reza de la siguiente manera: «Aventuras insólitas de unos españoles que quisieron ser demasiado», el cual, por desgracia, se puede aplicar, en su tramo final y en negativo, sin restarle una sola letra, al conjunto de historias de la Historia que se visten con las fastuosas tapas de una escena de caballería inmortalizada por los pinceles y el buen arte de Augusto Ferrer-Dalmau. Un libro que, por su génesis, no debería ni existir si aquellos que formamos la piara histórico-cultural, tantas veces informe como acomplejada, que se llama España tuviéramos, aunque fuera en cantidad irrisoria, algo de orgullo nacional al más puro, rancio y simple estilo inglés o, si no es menester hacer tal largo camino y cruzar las aguas para alcanzar la pérfida Albión, del que se encuentra al Norte de los Pirineos o al Sur del río Miño; historias que debían ser de conocimiento de todos y cada uno de nosotros hasta la náusea o que, al menos, nos “sonaran”.
Pero el trabajo de Paz no es que sea erudito ni un producto que cumpla con las expectativas anunciadas a la hora de trasegar la introducción y prólogo. Digamos, antes de nada, que el cuadro de los Farnesios a la carga, aunque espectacular y con garra, es la miel dispuesta en la trampa por el cazador editorial, pues el libro es eminentemente naval y dedicado casi por completo a la era dorada de la navegación y los descubrimientos geográficos, pasándose por encima de aventuras hispanas quizá más alocadas, por mucho que haya algo de espacio para hazañas desconocidas en África o embajadas a cortes exóticas.
Se aprecia un frustrante empeño por no entrar al detalle en acontecimiento alguno, más allá de anécdota, sin aportar nada a mayores a un conjunto de escasos y curiosos datos, cabos de los que el lector investigador puede tirar (al menos). Resulta que acaba siendo un exagerado trabajo de sinopsis.
Pero, sin duda alguna, lo peor que podemos encontrar en el libro son las profundas cicatrices en el texto, causadas por un cicatero cariño a la edición, pues las erratas son legión y las reiteraciones terminan siendo sombríos y constantes acompañantes. Un grito descarnado se arrastra como un alma en pena a lo largo de los capítulos, suplicando correcciones, sinónimos y otras perlas, que en nada me resultan desconocidas como autor que soy de ensayos históricos, sabiendo bien que emana de dos únicas razones, censurables o no según para quién: la más comprensible es la del cansancio y el estrés acumulados por el autor, a quien, probablemente, le han “encargado” en exclusiva la labor de corrección (con las penalizaciones y penalidades que esto supone) una vez aceptado el primer borrador; y la segunda, más grave y denunciable, es una desatención absoluta por parte de la editorial en cuanto a la corrección orto-tipográfica y de estilo, algo que parece ser parte del menú diario de ciertos sellos. Pruebas de todo lo que afirmo las podemos hallar con exasperante contumacia en el último capítulo, dedicado a la Contraarmada inglesa de 1589, con la intercalación de varios párrafos seguidos en los que se dice siempre lo mismo y que sirven como preámbulo acelerado, a traspiés, para alcanzar un punto y final que deja al lector pasando la página para ser atropellado por la extensa bibliografía.
Innegable y digna de aplauso y reverencia es la honorable intención del autor por rescatar hechos y hombres de entre el cieno del olvido en el que chapoteamos como gorrinos pusilánimes; para que oigamos los nombres de personajes que son más recordados y admirados en países distintos a aquellos en los que les vieron nacer, pero he de ser fiel a mis impresiones y el libro deja en ciertos aspectos bastante que desear, siendo una lectura incómoda por su estilo.
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