martes, enero 10, 2012

¿Cuestiones tecnológicas?

Supongo que sí. Eso debe ser. No veo la mera posibilidad de que haya otra explicación y esto lo dice uno que navegaba en Internet cuando el mandar emails era “trabajo de secretarias” (true story), y que era un friki por hacer páginas web cuando solo eran comandos y comandos de lenguaje .html y los gif animados eran la leche. A día de hoy soy un tipo que aún va por su tercer teléfono móvil y que solo sirve para eso, emitir y recibir llamadas. Sobre los sms ya ni me molesto. No tengo un Smartphone y no le veo utilidad cuando me tiro medio día delante de la pantalla de este ordenador, eternamente “enchufado” (ahora por red wifi). Tengo Facebook del cual no saco mucho rendimiento y del Twitter no hace ni un mes que tengo cuenta. Quizás es que el ser un tipo con un modo de vida bastante cuadricular no da para mucho, tal y como está formulado el tema de las redes sociales.

Ahora hasta un crío de dos años anda más sobre una tablet que yo.

Será que me estoy quedando atrás, pero las escenas que he llegado a ver durante estos días pasados solo pueden tener su razón en las cuestiones de avanzada tecnología que vivimos en la actualidad. Yo ya no puedo vivir sin ordenador, pero hay cosas por “ahí fuera” que pueden llegar a ser demasiado sorprendentes.

Os pongo en situación: Primeros días del corriente año, en una oficina de Correos, haciendo la cola eterna (esa huelga encubierta de brazos caídos ya no pasa disimulada para nadie). Todo el mundo que quería mandar un certificado, excepto yo, no se habían molestado en rellenar el papelito amarillo que te exigen para ello. Seguro que habéis cumplimentado más de uno, pero éste no es el quid de la cuestión. Estaba yo tras la mesa alta que ocupa el centro de la oficina. Delante de mí, las ventanillas, la mayoría sin funcionario, cuando veo a un chaval de unos 20 ya bien pasados con unos papeles en las manos. Esa era su carta. El familiar tintineo electrónico, que avisa del nuevo turno, traspasa de cabo a rabo la sala y el letrero luminoso parpadea cambiando de número. ¡Y allí va el chaval con su legajo! Otro nombre no merece. De repente la mujer, al otro lado de la ventanilla, le da un sobre en blanco y el tipo comienza a titubear más que antes. La señora se levanta y le explica… ¡Hay que poner remitente aquí y el destinatario acá! El muchacho nunca había mandado una carta en toda su vida…

Quizás os parezca una soberana tontería el perder el tiempo escribiendo esto, pero es que a mí me dejó sin palabras, aunque me hace pensar en si no es una muestra clara de nuestro total desapego al pasado reciente. No me refiero a la Historia, si no a cosas que hacíamos de forma “no tecnológica” hace tan solo… ¿Cuánto? ¿Cinco, seis, siete años? Si esto pasa con las cartas normales, ¿qué más estamos perdiendo? Es como si nos estuviéramos hundiendo con plomos en la oscuridad de un mundo de tecnología en el que solo nos movemos a golpe de dedo, pero sin molestarnos en saber qué hay detrás de la pantalla. Sin molestarnos en estudiarla por nosotros mismos. Como si hubiera estado allí de toda la vida y eso es mentira. Siento a veces que nos autoconvencernos de que siempre hemos estado a la misma altura cuando no es así.

¿Nos estamos aburguesando tecnológicamente? ¿Estamos ya de lleno en ese mundo que denunciaba la Freddie Mercury en la canción escrita por Brian May y Roger Taylor “Machines (Or Back To Humans)”?

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