Los pensamientos se me antojan, en muchas ocasiones, como eslabones de una interminable cadena que discurre no recta sino sobre un camino rebosante de bifurcaciones sin fin.
Ayer por la noche, mientras me cepillaba los dientes, mi mente retrocedió en el tiempo y, de forma más que impredecible, acabé pensando en un juego de estrategia cercano al Risk enmarcado en la Europa medieval en el que acabé asumiendo el rol de Dux de la Serenísima República de Venecia, dueño de una poderosa flota naval que, curiosamente, era incapaz de manejar prefiriendo las unidades terrestres en mis operaciones debido a que era la parte que mejor comprendía de las reglas, aunque disfrutaba enormemente cuando conseguía desembarcos exitosos en territorio enemigo.
Este divertimento, administrado hábil y sagazmente por el capitán Daniels, nos llevó a mí y a otros jugadores a meses de ataques, alianzas, traiciones, etc. Al final creamos un mapa político bien diferente al que refleja la Historia real, alzándome con la victoria.
Y hablando de alianzas y traiciones. Con una sonrisa irónica esbozada en mis labios, rememoré el conflicto internacional que sostuve con Florencia (si no me equivoco), gracias al cual desempolvé mi viejo y querido Manual de Derecho internacional público, debiendo estudiar y alegar lo que a mi legítimo interés correspondía (sí, era un juego, pero la deformación profesional me empujaba a interponer dos escritos impetrando el auxilio arbitral). No obstante, esta materia fue una de mis preferidas, una de las que más fascinación despertó en mi persona en toda la Carrera. Mejor dicho, la que más ya que, junto a Comercio internacional, fue la que me granjeó mayor puntuación en la Facultad. No solo disfrutaba con cosas tan curiosas como los regímenes especiales de los archipiélagos como Indonesia o de los estrechos como el de Gibraltar, además de la ZEE, las fosas abisales, los nódulos polimetálicos, etcétera, etcétera, sino también con el Derecho de Guerra, el Derecho del Espacio…
Cuando llegaron los últimos meses del Quinto año en la Facultad nos vimos sorprendidos por las hordas de ofertas de masters de todo tipo e, incluso recordando quien fue la persona que me lo comentó, se me cruzó la posibilidad de seguir por el camino internacional a través de un master breve, barato, interesante y en el que participaba la Cámara de Comercio sobre Derecho marítimo, pero tropecé con dos piedras bien grandes (otro par más de las que me torturaron en aquel año 2004 y que configuraron, en parte, mi actual situación). La primera fue la incertidumbre acerca del cambio de destino, más bien sobre el momento en el que tenía que efectuarse. Corría el peligro de tener que dejar el asunto a medias por traslado y no era cuestión. La segunda estaba personificada por el llamado en nuestro particular grupo como “maisu Dortoka” (nombre del maestro de Son Goku en euskera (como podéis ver, no éramos tan hábiles en este sentido como lo era Edgar Allan Poe en su época de Westpoint)), un mezquino individuo más falso que una moneda de tres pesetas y que, tras su “sonrisa” y “simpatía”, ejercía su despotismo burnsiano. Más vale un antipático genuino que uno que se “hace el simpático”. Al final, los profesores serios, duros, rectos… son con los que aprendemos, ya que se molestan en formarnos y ese es su cometido y deber.
No puedo negar el hecho de que su carácter en el aula me echaba tanto hacia atrás como la materia que impartía regularmente, a la que tuve que enrolarme por requisitos del Plan. Tampoco puedo negar que existía cierta clase de reciprocidad de sentimiento entre él y nosotros (sobre todo yo por lo que me pude percatar) aunque, cómo es comprensible, desconozco el grado de intensidad por su parte, pero no era menor que el nuestro ya que no le seguíamos la corriente en ningún sentido. No era ni insubordinación (para nada), ni tampoco rebeldía. Era una amalgama de circunstancias que ya os la habréis imaginado.
¿Si dicho hombre no hubiera estado involucrado en el mentado master, me habría apuntado?
No sé qué manía tengo últimamente con pensar en lo que fue, pudo ser y es. Ya está alcanzando cierto grado de ¿paranoia? No, no creo, pero es que en ese año 2004 perdí tanto… Tantas oportunidades… Conocí a la mujer de mi vida y llegué tarde; el desgaste de los estudios universitarios me desanimó para emprender el estudio de la judicatura; el mil veces maldito examen de Licenciatura me arrebató por la fuerza la posibilidad de disfrutar de unas buenas prácticas en la Diputación (tenía que licenciarme en la primera convocatoria por mi autoestima, aunque, tras ver las preguntas que cayeron del bombo en Septiembre, habría obtenido un mejor resultado en la segunda convocatoria). Son espinas y espinas, arrecifes que estaban sin marcar en mis cartas náuticas. Son cosas que se recuerdan cuando descansas la mirada sobre la proa que hiende el mar.
Ayer por la noche, mientras me cepillaba los dientes, mi mente retrocedió en el tiempo y, de forma más que impredecible, acabé pensando en un juego de estrategia cercano al Risk enmarcado en la Europa medieval en el que acabé asumiendo el rol de Dux de la Serenísima República de Venecia, dueño de una poderosa flota naval que, curiosamente, era incapaz de manejar prefiriendo las unidades terrestres en mis operaciones debido a que era la parte que mejor comprendía de las reglas, aunque disfrutaba enormemente cuando conseguía desembarcos exitosos en territorio enemigo.
Este divertimento, administrado hábil y sagazmente por el capitán Daniels, nos llevó a mí y a otros jugadores a meses de ataques, alianzas, traiciones, etc. Al final creamos un mapa político bien diferente al que refleja la Historia real, alzándome con la victoria.
Y hablando de alianzas y traiciones. Con una sonrisa irónica esbozada en mis labios, rememoré el conflicto internacional que sostuve con Florencia (si no me equivoco), gracias al cual desempolvé mi viejo y querido Manual de Derecho internacional público, debiendo estudiar y alegar lo que a mi legítimo interés correspondía (sí, era un juego, pero la deformación profesional me empujaba a interponer dos escritos impetrando el auxilio arbitral). No obstante, esta materia fue una de mis preferidas, una de las que más fascinación despertó en mi persona en toda la Carrera. Mejor dicho, la que más ya que, junto a Comercio internacional, fue la que me granjeó mayor puntuación en la Facultad. No solo disfrutaba con cosas tan curiosas como los regímenes especiales de los archipiélagos como Indonesia o de los estrechos como el de Gibraltar, además de la ZEE, las fosas abisales, los nódulos polimetálicos, etcétera, etcétera, sino también con el Derecho de Guerra, el Derecho del Espacio…
Cuando llegaron los últimos meses del Quinto año en la Facultad nos vimos sorprendidos por las hordas de ofertas de masters de todo tipo e, incluso recordando quien fue la persona que me lo comentó, se me cruzó la posibilidad de seguir por el camino internacional a través de un master breve, barato, interesante y en el que participaba la Cámara de Comercio sobre Derecho marítimo, pero tropecé con dos piedras bien grandes (otro par más de las que me torturaron en aquel año 2004 y que configuraron, en parte, mi actual situación). La primera fue la incertidumbre acerca del cambio de destino, más bien sobre el momento en el que tenía que efectuarse. Corría el peligro de tener que dejar el asunto a medias por traslado y no era cuestión. La segunda estaba personificada por el llamado en nuestro particular grupo como “maisu Dortoka” (nombre del maestro de Son Goku en euskera (como podéis ver, no éramos tan hábiles en este sentido como lo era Edgar Allan Poe en su época de Westpoint)), un mezquino individuo más falso que una moneda de tres pesetas y que, tras su “sonrisa” y “simpatía”, ejercía su despotismo burnsiano. Más vale un antipático genuino que uno que se “hace el simpático”. Al final, los profesores serios, duros, rectos… son con los que aprendemos, ya que se molestan en formarnos y ese es su cometido y deber.
No puedo negar el hecho de que su carácter en el aula me echaba tanto hacia atrás como la materia que impartía regularmente, a la que tuve que enrolarme por requisitos del Plan. Tampoco puedo negar que existía cierta clase de reciprocidad de sentimiento entre él y nosotros (sobre todo yo por lo que me pude percatar) aunque, cómo es comprensible, desconozco el grado de intensidad por su parte, pero no era menor que el nuestro ya que no le seguíamos la corriente en ningún sentido. No era ni insubordinación (para nada), ni tampoco rebeldía. Era una amalgama de circunstancias que ya os la habréis imaginado.
¿Si dicho hombre no hubiera estado involucrado en el mentado master, me habría apuntado?
No sé qué manía tengo últimamente con pensar en lo que fue, pudo ser y es. Ya está alcanzando cierto grado de ¿paranoia? No, no creo, pero es que en ese año 2004 perdí tanto… Tantas oportunidades… Conocí a la mujer de mi vida y llegué tarde; el desgaste de los estudios universitarios me desanimó para emprender el estudio de la judicatura; el mil veces maldito examen de Licenciatura me arrebató por la fuerza la posibilidad de disfrutar de unas buenas prácticas en la Diputación (tenía que licenciarme en la primera convocatoria por mi autoestima, aunque, tras ver las preguntas que cayeron del bombo en Septiembre, habría obtenido un mejor resultado en la segunda convocatoria). Son espinas y espinas, arrecifes que estaban sin marcar en mis cartas náuticas. Son cosas que se recuerdan cuando descansas la mirada sobre la proa que hiende el mar.
4 comentarios:
Muchacho escribes que te sales,me gusta mucho leerte.Si quieres un consejo,agua pasada no mueve molinos.Asi que aprovecha lo que tienes,mira hacia delante y a navegar.El tiempo no da marcha atras,que yo sepa,si no yo ya habria cambiado mi vida y tomada las decisiones correctas,
Pero a veces no es mejor toamr las incorrectas para disfrutar de otras sensaciones?
Un saludo
Pues me alegra mucho que me digas eso, por que en esta semana casi me han dicho que no sé ni escribir.
Supongo que si todo se eligiera correctamente, igual la vida sería muy distinta y aburrida.
Bienvenido de vuelta, capitán, tras el merecido permiso. Yo también acabo de reincorporarme. En referencia a lo que comentas, me siento muy identificado contigo en todos los aspectos, pero lo cierto es que a todo navegante que se precie siempre le ha sorprendido en alguna ocasión una roca sin marcar en la carta. La capacidad para verlas y no naufragar es lo que distingue a los buenos marinos, y eso sólo se adquiere a través de la experiencia, que suele ser dolorosa pero muy útil. (por algo dicen que es un grado). Así que simplemente toma nota, y que los fantasmas de tu pasado no se descontrolen e inunden el presente, que no es su ámbito.
Mucho ánimo y adelante
Gracias por la bienvenida, Thom, aunque la verdad nunca me he ido a fin de cuentas.
Puede que lo único bueno sea la experiencia a perspectiva.
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