jueves, septiembre 24, 2009

El primer filibustero

Relato del Marqués de S.*** publicado en el número XVIII de 8 de Enero de 1874 de la publicación periódica La Ilustración española y americana.


¡Siempre la raza anglo-sajona ha de ser la primera en presentarse frente a frente de la bandera española en América! ¡Siempre ella ha de levantar obstáculos delante de nuestro progreso en las apartadas regiones del Nuevo Mundo!

Y pues tan fresco está aún el recuerdo del triste fin que han tenido los últimos filibusteros, parécenos oportuno contar aquí la historia del primer filibustero sajón.

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Durante el reinado de Isabel de Inglaterra brillaba en la corte de Londres un oscuro aventurero que había sabido elevarse desde muy humildes principios hasta los primeros puestos del Estado: sir Walter Ralegh o Raleigh.

De él dijo el historiador Ben Johnson, su contemporáneo: “Tiene en más su ambición que su conciencia, y ama más la gloria que la paz del alma.”

Más tarde, el famoso Hume, ampliando y comentando las frases citadas por Johnson, añadía: “Sir Walter era un espíritu confuso.”

Este hecho pintará su carácter y su ambición: hallábase un día en la cámara de la Reina, y se atrevió a escribir en un cristal, con el diamante de su anillo, estas palabras en francés: Où ne voudrais-je gravir, si ne craignais tomber! – Isabel las leyó y puso debajo: Si le caeur te defaille, mieux vatu ne pas tenter.

Este jeu d´esprit pinta demasiado bien la audacia insolente de sir Walter y la liviana complacencia de la Reina. Nombrado Gobernador de York en 1583, combatió valerosamente la rebelión de Irlanda; pero se hallaba mal lejos de la corte, y se enemistó con lord Grey para tener el pretexto de volver a ella. Volvió en efecto, compareció delante del Consejo Real, defendiese con fortuna y gracia, y fue absuelto, y nombrado al mismo tiempo caballero y miembro del Parlamento por los condados de Dorset y Cornouailles, recibiendo de Isabel la importante donación de doce mil acres de tierra irlandesa, que había sido confiscada a los dominios del Duque de Sesmond.

En 1586 su favor iba en aumento: senescal, guarda mayor de las minas de estaño del reino y capitán de los alabarderos de la Reina, regalándose esta señora el magnífico castillo de Sherbone, que apareció en breve convertido en una de las residencias más espléndidas de la Gran Bretaña.

De tal manera creció su favor en palacio, y también su osadía, que en cierta ocasión le preguntó Isabel:

-Decid, sir Walter, ¿Cuándo acabaréis de pedirme mercedes?

Él contestó al punto:

-Cuando Vuestra Alteza, señora, acabe de concedérmelas.

Bastan las anteriores noticias para que el lector se forme idea exacta de quién era sir Walter Raleigh.

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Pero la pasión dominante de este aventurero consistía en realizar una tras otra osadas expediciones piráticas contra los dominios de España en América.

Solía decir: Odio a los españoles más que a la muerte, y hasta aquella fecha indicada había invertido más de cuarenta mil libras esterlinas en fletar navíos filibusteros contra España.

De vuelta de una de estas expediciones se halló suplantado en el valimiento de Isabel por el célebre conde de Essex, cuyo reinado debía ser tan efímero y concluir con una sangrienta catastrofe, y Raleigh fue desterrado a sus dominios en Irlanda; mas él no podía permanecer ocioso, y desde el fondo de su retiro preparó el equipo de nuevos buques y partió a la caza de galeones españoles, volviendo luego a las costas de Inglaterra con la más rica presa que se había hecho hasta entonces, la Madre de Dios, imponente y hermoso navío cargado de tesoros, que pertenecía a Portugal.

En 1594 partió otra vez para el descubrimiento del país del oro, el Dorado, según él decía; llegó a la isla de la Trinidad, tomó e incendió la ciudad de San José, nuevamente construida por los españoles, y cruzando la entrada del Orinoco, se atrevió a remontarse, en un viaje rápido de exploración, hasta cien millas más allá de la embocadura.

Las expediciones de Sir Walter fueron al fin patrocinadas por el Gobierno inglés, aunque sin buenos resultados, y en 1596 tomó parte en la empresa dirigida por Isabel contra España, siendo nombrado jefe de la retaguardia de la flota que se confió a la mala fortuna y peor dirección del conde de Essex.

Sin embargo, sir Walter forzó la entrada del puerto de Cádiz, quemó cincuenta y siete buques españoles y multó a la ciudad en la enorme suma de ciento veinte mil coronas de oro.

Este éxito le volvió el valimiento en la corte, y cuando la cabeza del conde de Essex rodaba en el cadalso, Raleigh presenciaba la ejecución al frente de los guardias de la Reina.

Pero acusáronle de haber precipitado la caída del infeliz favorito, y en la opinión pública y entre los cortesanos y palaciegos amasábanse ya los rencores que debían estallar bien pronto.

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La reina Isabel muró el 4 de Marzo de 1603.

Entonces empezó para sir Walter Raleigh una serie de terribles reveses.

Dos causas conspiraban contra él: los celos del ambicioso sir Robert Cecil, favorito omnipotente a la sazón, y la nueva política iniciada por el joven rey Jacobo I, que tendía a reanudar las buenas relaciones que antiguamente habían existido entre España e Inglaterra.

Aún no era rey Jacobo I, y ya el ministro Cecil retiró a Raleigh el mando de la Guardia real.

Dos conspiraciones se formaron entonces contra el Rey, para colocar en el trono a la joven y hermosa princesa Arabella Stuart, hija de Carlos Stuart, conde Lennos, quien era tía del rey Jacobo y descendiente directo de Enrique VII.

Conocidos son los detalles de las dos conspiraciones: aristocrática la primera, llamada en la Historia The Maine, contaba entre sus afiliados a lord Cohan y a lord Grey de Wilton; popular la segunda, denominada The Bye, y mucho más peligrosa, porque los conjurados se proponían nada menos que secuestrar al Rey, encarcelarlo, y colocar en el trono a la princesa Arabella, estaba dirigida por Mrs. Marckam y Watson, miembros de las misiones católicas.

La desventurada nieta de los Stuarts, que servía de pretexto para tales agitaciones, quiso huir a Flandes; mas fue conocida en la rada de Dover por los emisarios del ministro Cecil, y trasladada a Londres y encerrada en los subterráneos de la sombría Torre, donde murió loca hacia mediados de Diciembre de 1615.

¿Estaba sir Walter, espíritu inquieto y perturbador comprometido en estas conspiraciones?

Por lo menos fue apresado con los Condes de Northumberland y de Cohan, y éste último cometió la indignidad de denunciarle como cómplice.

El 3 de Noviembre de 1603, siete meses después de la muerte de la reina Isabel, comenzó en Winchester el proceso de Raleigh, y el acusado se defendió con moderación y dignidad: pidió ser careado con su delator el Conde de Cohan, y los jueces no lo consintieron, “Temiendo (dice el historiador Jonson) que el tribunal presenciase una escena indecorosa.”

Y el abogado general redoblaba entre tanto sus esfuerzos para demostrar la culpabilidad de sir Walter, colmándole de invectivas a falta de pruebas concluyentes, hasta llamarle en una sesión detestable ateo, araña del infierno, traidor vil y hombre sin conciencia.

Por fin, el tribunal le condenó a muerte en público cadalso, y el 12 de Diciembre fue el día señalado para la ejecución de la sentencia.

Raleigh escribió a su mujer, antigua dama de honor de la reina Isabel, una admirable carta, fechada en el primer escalón del tablado, en 10 de Diciembre, dos días antes del fijado para el suplicio, y de ella vamos a traducir algunos párrafos:

“En la Torre… -Recibe, mi amada Bessie, con estas mis últimas líneas, mis postreras palabras: en ellas te envío mi amor, para que le conserves puro y vivo aún después de mi muerte, y también mis consejos para que los tengas presentes cuando ya no exista…

“No quiero afligirte con mis dolores, que bajarán conmigo al sepulcro, y pues la voluntad de Dios es que yo no vuelva a verte, ruégote que tengas paciencia, amada mía, y valor…

¿A qué amigo te recomendaré? -¡Ay! Lo ignoro, porque todos, ingratos, me han abandonado en el día de la prueba, en la hora del infortunio…

“Pero te recomiendo a Dios, el mejor, el único amigo de los desconsolados; ama a Dios, haz que nuestro hijo le ame, y nada temáis después; porque él, ese buen Dios de los cristianos, será para ti su esposo y para nuestro hijo su padre; esposo y padre que nadie, ni los miserables que me asesinan, os podrán quitar…

“No puedo decirte más, porque la muerte me llama.

“¡Que Dios eterno, todopoderoso, infinito y clemente; Dios, que es la bondad misma, la verdadera vida, la verdadera luz, la verdadera caridad, os proteja y os ampare; que tenga misericordia de mí, y que me dé fuerzas para perdonar a mis perseguidores, a mis acusadores ya mis asesinos!...

“Mi mano desfallece y no puedo más que bendecirte, a ti, mi querida Bessie, y bendecir a mi hijo.- W. Raleigh.”

Llegó el 11 de Diciembre, y desde las ventanas de su prisión vio perecer en el cadalso a lord Cohan, a lord Grey y a Markam; pero dos horas después de la ejecución de aquellos conspiradores recibió un mensaje de gracia del rey Jacobo I, en virtud del cual se le indultaba de la perna de muerte.

Trece años permaneció encerrado en al Torre de Londres: “Como águila real –dice Hume- prisionera en jaula de hierro.”

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El 25 de Marzo de 1616, sir Walter Raleigh recobró su libertad, tasada por el ministro Buckingham en mil quinientas libras esterlinas.

Tenía a la sazón 64 años, sus cabellos habían encanecido, su cuerpo estaba encorvado y sus piernas flaqueaban; pero en su corazón, todavía juvenil y apasionado, moraba inextinguible el odio a España y a los españoles.

En poco meses preparó una flota de trece navíos, y el 18 de Marzo del año siguiente, 1617, se hizo a la vela en Plymouth para las Antillas.

Reclamó enérgicamente el embajador de España en Londres, más cuando pudo salir del mismo puerto otra flota real en busca del audaz aventurero, éste atacaba y destruía algunos establecimiento españoles de Cuba y Santo Domingo, si bien experimentando crueles pérdidas: su hijo primogénito murió en un combate; su viejo amigo Kemys, segundo de la expedición, se clavó una daga en la garganta el día en que fue derrotado por las galeras españolas; los tripulantes de sus buques, hombres de baja estofa reclutados en las tabernas de Londres, se amotinaron contra él y reclamaron puñal en mano la vuelta a Inglaterra.

Mientras tanto, el embajador de España continuaba pidiendo el castigo del rebelde, que desobedecía al monarca, hollaba las leyes y hacía armas contra un pueblo amigo.

Arribó sir Walter a Kinsale, en la costa de Irlanda, y sabiendo enseguida la conjuración que contra él se había tramado en la corte, se dirigió sin perder una hora a Plymouth y se presentó en el acto al comisario real, que tenía orden de apresarle.

Otra vez fue sepultado en la Torre de Londres, y dijo al entrar en el calabozo:

-Estoy convencido de que es más útil para el Estado mi muerte en un suplicio que romper el tratado de amistad hecho con España. ¡Mi sangre cimentará esta alianza!

El 28 de Octubre de 1618 compareció delante de sus jueces, acusado de haber ejercido libremente la piratería y de haber querido promover una guerra injusta entre Inglaterra y España, y aunque el desdichado Raleigh se defendió con entereza y dignidad, fue condenado a muerte por unanimidad de votos.

El cadalso fue levantado apresuradamente en un patio del viejo palacio de Westminster, y se dieron las órdenes oportunas para que la sentencia quedase ejecutada a las ocho de la mañana del siguiente día.

Sus amigos le consolaban en aquellas horas solemnes, y el dean de la abadía de Westminster le preguntó:

-¿En qué religión queréis morir? –En la que profesa la iglesia de Inglaterra (contestó sir Walter), y en la esperanza de que las manchas de mis pecados serán lavadas con la preciosa sangre de Cristo.

Subió al patíbulo con ánimo sereno y sin afectación, donó varias prendas de su traje postrero a personas que le rodeaban, se postró sobre el tajo, y dio la señal al verdugo…

Su cabeza rodó por el tablado al segundo golpe de hacha.

Este fue el fin del primer filibustero.

Desde sir Walter Raleigh hasta D. Bernabé Varona y Mr. Washington O´Ryan, ¡cuántos desventurados ilusos han perdido su vida prematuramente y por causa semejante en afrentuoso suplicio!

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