viernes, marzo 02, 2007

Boletín de Marzo de 2007 de la Fundación "Letras del Mar"

“…Gran palabra: navegar.

Dejar la playa segura,

irse, correr, olvidar

la ridícula aventura

que me ha traído hasta el mar...”


MANUEL MACHADO

A pesar de lo que creemos, nuestros ojos no se deslizan por las líneas de los textos, como el que tienes frente a ti, cual si fuese un barco navegando sobre las plácidas aguas de un lago. Por el contrario, nuestros ojos saltan como si estuviesen salvando una ola, se detienen en la cresta de la misma durante una centésima de segundo, capturan la palabra que tienen ante sí, esperan a que llegue la siguiente, hasta llegar al final de la línea que es como desembarcar en las arenas firmes de la playa: durando la corta travesía conforme a lo juntas que estén las palabras o al interés que pongamos en la lectura. Travesía que corre en paralelo nuestra atención, que también salta; algo que esperamos no ocurra durante la lectura de nuestro boletín, en cuya redacción ponemos todo el esmero para hacerte llegar, todos los meses, breves pinceladas de cultura marítima.


GUERRA SALVÓ CINE Y CINE SALVÓ GUERRA

Recién nacido, y encontrándose en 1897 al borde de la muerte, como consecuencia de un par de catástrofes, ocurridas en dos salas de exhibición en París y Nueva York, en las que fallecieron cientos de personas, un panorama poco alentador cambió en tan solo veinticuatro horas, cuando a las 9,40 de la noche del 15 de febrero de 1898 el Maine explotó en la bahía de La Habana. La crisis existente en las relaciones hispano-yankis se vio agudizada con éste suceso, y tras el estallido de las hostilidades entre España y los Estados Unidos, los acontecimientos lograron que una cifra sin precedentes de teatros y salas de variedades norteamericanas incluyeran películas de la guerra en su programación. La exhibición de escenas de los restos del Maine, las de la reciente visita del buque español Vizcaya, y las de los preparativos del desembarco en Cuba, se convirtieron en la parte fundamental del espectáculo.
La primera película de guerra americana, y al mismo tiempo el primer film de propaganda bélica, es “Tearing Down the Spanish Flag”, en la que las “banderas de los abuelos” son el antecedente de las que se utilizaron media centuria después con idénticos fines. Rodada en el tejado del neoyorkino edificio Morse, la cinta, de apenas noventa minutos de duración, conmociona a la nación, creyendo muchos ciudadanos que ha sido rodada en suelo cubano. Los camarógrafos disponían tan solo de un asta y dos banderas, una española y otra norteamericana, con las que crearon una escena conmovedora, en base a una escena simple en la que es arrancada la hispana y reemplazada por la americana, lo que desató la euforia en las salas, y fue como el golpe de gong que salvó a una industria en la encrucijada, a la vez que el inicio de una historia en la que no han faltado los trucos y las batallas fingidas, para desatar el ardor patriótico en el espectador.


Como el que provocó, en las fechas finales de la Segunda Guerra Mundial, la fotografía del recientemente fallecido Joe Rosenthal, “Raising the Flag on Iwo Jima” en la que aparecen un grupo de infantes de marina izando la bandera de los Estados Unidos en el monte Suribachi. Imagen que ha dado pie a Clint Eastwood para el rodaje de “Banderas de Nuestros Padres” en la que se narra el trasfondo oculto tras esa imagen, que no refleja la primera bandera que se izaba en la montaña de la isla ocupada por los japoneses, sino la segunda. Existiendo dos versiones sobre el suceso: una en la que se asegura que la primera era demasiado pequeña para que se viera desde todas las posiciones; y otra en la que cuenta que el Secretario de Marina, James Forestal, que acababa de desembarcar en aquellas playas – tesis que se mantiene en el film - , se mostró tan entusiasmado al ver alzar la bandera que quiso llevársela como recuerdo, por lo que se izó una nueva enseña, aprovechándose la ocasión para tomar una nueva fotografía posada que fue reproducida por cientos de periódicos y, posteriormente, utilizada en la venta de bonos de guerra, en unos momentos en los que los presupuestos mantenían contra las cuerdas a la maquinaria bélica americana. En definitiva: nada que ver con lo que albergaban nuestras mentes, desde que vimos luchar en las playas de Iwo Jima a un joven sargento de marines, John Waine, en la mítica “Arenas Sangrientas”.
Y siguiendo con el cine del mar tenemos que referirnos al doble estreno de la anteriormente reseñada “Banderas de Nuestros Padres”, una de las caras de Iwo Jima mostrada por Clint Eatswood quien, en paralelo, nos ha presentado el rostro japonés de la famosa batalla con su “Cartas desde Iwo Jima”, lo que ha representado una novedad en el cine bélico. De espectaculares deben calificarse las escenas del desembarco en las playas negras de la isla del Pacífico recogidas en la primera.


Corto Maltés, el personaje de cómic creado por el italiano Hugo Pratt, aparece en nuestras pantallas, tras una cuarentena de cinco años transcurridos desde su estreno en Italia. Corto es un aventurero como los que antaño crearon Stevenson o Verne, hijo de una gitana sevillana y un marinero inglés, cuyo fin en esta vida no es buscar tesoros ni salvar al mundo, sino viajar, de lo que el héroe hace gala a través de los dibujos animados con los que ha sido recreado para salir en la gran pantalla.
El subgénero de cine de submarinos está de luto por el fallecimiento de Lotear Günther Buchheim, autor de la novela “El submarino”, llevada con precisión milimétrica al cine en 1981. Ganó ocho oscar, convirtiéndose en uno de los grandes éxitos del cine alemán. En la película, Buchheim refleja su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial a bordo del sumergible U-96, durante una complicada misión de patrulla.


LA MAR EN LA MÚSICA CUATRO VECES CENTENARIA

La ópera, que este año celebra el cuatrocientos aniversario de su primera representación en la italiana Mantua, es el género musical que combina sorprendentes escenas de masas, en las que intervienen todos los elementos auditivos y visuales posibles - solistas, coro, orquesta, ballet, vestuario y decorado -, convirtiéndose en el que mejor contribuye a adentrarnos con la imaginación en el océano. Entre todas las óperas compuestas, “El holandés errante” cuenta con una partitura en la que, según Félix Mottl, “allí por donde se abra, salta el viento y te salpica el agua salada en la cara”. Wagner la concibió tras un accidentado viaje por el Báltico rumbo a Inglaterra; y está basada en la leyenda de un capitán que, por una apuesta, había salido de puerto el día de Viernes Santo, mal que le pesara a Dios. Su actitud blasfema es castigada con su muerte y la de toda la tripulación, así como con la desaparición del buque, que reaparece en el cabo de Buena Esperanza, avistándose, siempre que hay tormenta, con su capitán al timón intentando sin éxito gobernar la nave, hasta el día del Juicio Final. Desde que se inicia la representación con la impetuosa obertura, la mayor parte de la acción transcurre sobre las aguas del mar, elemento que es omnipresente a través de las canciones de los marineros, los bailes que evocan el bamboleo en la cubierta, y en el lenguaje de los intérpretes; hasta que en el último acto el barco fantasma es tragado por un enorme remolino, y el espíritu del holandés errante surge de los restos del naufragio, elevándose a lo alto del escenario.
Uno de los miles de casos de la compleja vida sentimental del marino, que busca una “novia en cada puerto”, para percibir algo del calor del hogar lejano, es el eje sobre el que gira la ópera “Madame Butterfly”; en la que Puccini retrata un mundo de amor y sueños que es destruido por la cruda realidad, apoyándose en tres elementos fundamentales, como son: la historia romántica, conocida por el músico italiano durante una estancia en Londres, en torno a la cual se escribió el argumento; el contorno japonés; y el mar. La obra se ambienta en el Japón de finales del siglo XIX -un mundo que comenzaba a recibir la influencia de occidente- para contar la tragedia de Butterfly, una geisha enamorada del teniente Pinkerton, oficial del buque “Lincoln” de la Marina de Estados Unidos, que vuelve a su país tras dejarla embarazada. El marino regresa tres años mas tarde al país del “Sol Naciente” con su esposa norteamericana, y Butterfly, que ha rechazado una oferta de matrimonio de un noble rico, se ve obligada a sacrificarse para retener su honor.


SE MANTIENE EL OLEAJE EDITORIAL

“La última ola” nos la ofrece la Editorial Noray, con el libro del mismo título, del que es autor Edgardo Mackay, que acaba de publicar dentro de su Colección de Narrativa Marítima. Se trata de una novela histórica cuyo principal protagonista es un cañonero de la marina estadounidense, en la que se narran las aventuras de la nave en las costas del Pacífico sudamericano, al término de la Guerra de Secesión, participando en el bombardeo de Valparaíso, el combate de El Callao y el cataclismo de la ciudad de Arica. La obra, en definitiva, describe un período en el que España combatió con sus antiguas colonias: etapa de nuestra historia perdida en la memoria de muchos.
“El dominio del mar” de Antoni Sella, nos hace vivir la voluntad del hombre por conocer los mares, para convertirlos en vías de comunicación y de comercio, combinándose magníficos textos, escritos por expertos, con excepcionales imágenes, a menudo inéditas, de cartografía medieval y de instrumentos náuticos, procedentes de los fondos del Museo Marítimo de Barcelona.
José Carlos Silvares, nos narra el naufragio del que fuera buque emblemático de nuestra Marina Mercante, el “Príncipe de Asturias, a través de su obra de idéntico título. Naufragio que estuvo rodeado por el misterio y la fatalidad, y del que Silvares saca ahora a flote hechos, documentos e imágenes.
Siguiendo con la crónica del pasado marítimo tenemos como novedad “Historia de la Marina Mercante Asturiana II. Llegada-afirmación del vapor. 1857-1900” de la que es autor José Ramón García López, que constituye el segundo volumen dedicado a este tema y contempla el período de la llegada del vapor a la marina asturiana con el Jovellanos de la “Naviera Alvargonzález y Cía”, y la constitución de tres grandes sociedades anónimas que abrieron una nueva etapa: la “Compañía Avilesina de Navegación”, la “Compañía de Navegación Vasco Asturiana” y “Marítima Ballesteros”.
“Submarinos Aliados en la Gran Guerra. 1914-1918”, de la que es autor Cristino Castroviejo Vicente, nos “sumerge” en la aparición con fuerza de éste nuevo arma que vino a revolucionar el arte de la guerra, dedicada en un principio a la defensa de las costas, actuando en un rol similar al de los torpederos, sin aventurarse, aún, a su empleo como naves corsarias.
Las nuevas tendencias en el terreno de la “Seguridad Marítima y Medio Ambiente” son recogidas por Marta García Pérez en un libro publicado con este mismo título, en el que se analiza la evolución de los mecanismos de regulación y seguridad internacional, tras las grandes catástrofes ocurridas.


CON EL REFLUJO DEL OCÉANO DE LA VIDA

WALT WHITMAN (*)

(...) Mientras recorro las playas que no conozco
mientras escucho la endecha
las voces de los hombres y mujeres náufragos
mientras aspiro las brisas impalpables que me asedian
mientras el océano, tan misterioso
se aproxima a mi cada vez más
yo no soy sino un insignificante madero abandonado por la resaca
un puñado de arena y hojas muertas
y me confundo con las arenas y con los restos del naufragio.
¡Oh! desconcertado, frustrado, humillado hasta el polvo
oprimido por el peso de mi mismo
pues me he atrevido a abrir la boca
sabiendo ya que en medio de esa verbosidad cuyos ecos oigo
jamás he sospechado qué o quién soy
a no ser que, ante todos mis arrogantes poemas
mi yo real esté de pie, impasible, ileso, no revelado
señero, apartado, escarneciéndome con señas y reverencias burlonamente amables
con carcajadas irónicas a cada una de las palabras que he escrito
indicando en silencio estos cantos y, luego, la arena en que asiento mis pies.
Ahora sé que nada he comprendido, ni el objeto más pequeño
y qué ningún hombre puede comprenderlo.
La naturaleza está aquí a la vista del mar
aprovechándose de mí para golpearme y para herirme
porqué me he atrevido a abrir la boca para cantar.

(...)
Bajad, aguas del océano de la vida
(ya volveréis en la pleamar)
no ceses en tus gemidos, vieja madre cruel
llora sin término por tus hijos abandonados
pero no temas no me niegues
no susurres con voz tan ronca y colérica contra mí
cuando te toco o me aparto de ti.
Os amo tiernamente a ti y a todos
hago provisión para mí y para esta sombra que nos mira
y nos sigue a mí y a lo que me pertenece.
Yo y lo mío, hileras de hierba, pequeños cadáveres
espuma blanca como la nieve, burbujas.
Ved como de mis labios muertos mana el fango al fin
ved cómo los colores del prisma relucen y se agitan
manojos de paja, arenas, fragmentos
puestos a flote por muchos humores contradictorios
por la tempestad, la calma, las tinieblas
las olas embravecidas, pensativos, un hálito, una lágrima salobre
una salpicadura de agua o fango
arrojados igualmente desde las fermentaciones insondables del abismo
uno o dos capullos marchitos, desgarrados igualmente
flotando sobre las olas a la deriva
igualmente para nosotros aquella endecha sollozante de la Naturaleza
nos acompaña el clamor de las trompetas e las nubes
nosotros, caprichosos, traídos acá no sabemos de dónde
tendidos ante ti, tú allá arriba, caminas o te sientas
quienquiera que seas, también nosotros yacemos náufragos a tus pies.
(*) Poeta estadounidense que rompió valientemente con la poética tradicional, tanto en el plano de los contenidos como en el del estilo, marcando un camino que siguieron posteriores generaciones.

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