martes, octubre 25, 2016

Guardia de cómic: reseña a «El viajero de la tundra», de Jiro Taniguchi

PONENT MON. Barcelona. 2006
242 páginas
ISBN: 84-96427-28-5
Bajo semejante título, se nos presenta un conjunto de seis relatos de vida, muerte y reconciliación, principalmente, con la Naturaleza, que sabe y huele a Literatura

Jiro Taniguchi es un mangaka que puede presumir de una dilatada y exitosa carrera profesional que se remonta a hace más de cuatro décadas, pues en 1974 fue el centro de los focos gracias a sus primeros trabajos publicados en revistas especializadas de Manga. Su particular estilo realista y hasta preciosista no dejaba (ni deja) indiferente a nadie e impedía a cualquier entendido en la materia el tratar de meter a Taniguchi en un mismo saco junto a una miríada de autores de cómic japonés un tanto reiterativos.

Como todo lo que llega de tan lejos, del otro lado del mundo, Taniguchi tardó unas dos décadas en ser conocido y reconocido en Occidente.

Yo escuché acerca de este autor hace no tanto, atraído por la reseña enlazada a un tuit que apareció en mi muro, dedicada a la obra «Barrio lejano», una historia protagonizada por un hombre de mediana edad que, un buen día, al regresar a casa, se equivoca de tren y se apea en el pueblo donde vivió su infancia y está su madre enterrada, fallecida casi treinta atrás, justo cuando tenía la misma edad que el personaje central de este manga tiene en ese momento de desorientación. El viaje de introspección en la infancia y primera juventud da un vuelco inesperado cuando, sin explicarse cómo y por qué, el hombre retrocede en el tiempo, manteniendo todas sus experiencias de adulto, cómo enfrentarse al mundo y sabiendo de antemano qué va a ocurrir a su alrededor, pero quedando “atrapado” en el cuerpo de cuando tenía 14 años. Tiene la oportunidad de enmendar los errores, de volver a estar junto a sus desaparecidos padres y una hermana pequeña, aunque pagando el caro peaje de volver a vivir el día a día hasta alcanzar su Presente.

Aunque no parece que el argumento de «Barrio lejano» sea nada del otro mundo, en cuanto lo comparamos con el resto de oferta de cómic nipón, sentí una furibunda curiosidad quemándome por dentro. Quería saber cómo se desarrollaría dicha historia sin dejarme llevar (ni contaminar) por el entusiasmo exacerbado que supuraba el amable reseñador de turno; pero, cuando llegué a la “T” de Taniguchi, un impresionante alce blanco se interpuso en mi camino, me hechizó y me obligó a dejar de lado, por el momento, los dos volúmenes que encierran «Barrio lejano». 

Sobre el alce, un título contundente: «El viajero de la tundra».

¿Cómo resistirse?

Sin haber tomado contacto hasta entonces con nada firmado por Taniguchi, lo primero que me impresionó de su obra (aunque ya estaba advertido de ello) fue su calidad a los lápices y plumillas; su estilo manga alejado de las exageraciones habituales en ojos y gestos, así como su cariño por el detalle en un conjunto de seis relatos de vida, muerte y reconciliación, principalmente, con la Naturaleza, que sabe y huele a Literatura.

El primer relato, que da nombre a la recopilación, está protagonizada por Jack London en persona y recoge una experiencia que le hizo reconsiderar su aventura en las tierras auríferas de Alaska, cuando, junto con un compañero, se ve atrapado por una terrible ventisca y es rescatado por un anciano de una tribu del Norte, que ese año no logra dar con su alimento y ha dejado atrás a tan oneroso miembro de la comunidad (costumbre muy arraigada en los pueblos árticos y que, aunque nos parezca de una crueldad imperdonable, sirve de balón de oxígeno para la supervivencia del grupo). El anciano no lamenta su suerte, solo el que no sea capaz de encontrar el alce blanco, el ídolo totémico de su pueblo y rogar al espíritu para que sea benévolo y generoso con los suyos.

El segundo relato reproduce los primeros instantes de la obra «Colmillo blanco», de Jack London, protagonizado por una pequeña expedición que carga con un cadáver en un ataúd y que es perseguida por una manada de hambrientos y resueltos lobos que irá dando cuenta de los perros de tiro y de los dos hombres en cuanto haya ocasión.

El tercer relato nos habla de una tribu nipona de cazadores en lo más recóndito de las montañas, de la historia de un hombre carcomido por la desesperación, la venganza y la culpa aunque lo oculte a la perfección a sus familiares y convecinos. No pudo salvar a su hijo del ataque de un fiero oso y, transcurridos tres años del funesto suceso, le llega el rumor de que ese mismo oso merodea los bosques sin haber encontrado un refugio donde pasar el invierno. El protagonista, rompiendo su promesa, carga con la lanza y el fusil y se echa a la montaña cubierta de nieve, buscando el rastro del astuto y peligroso plantígrado para hacerle frente, siendo ésta, al final, una historia de reconciliación entre el Hombre y la Naturaleza.

Los dos siguientes relatos no encajan con el hilo del recopilatorio (tampoco lo hace el último al ciento por cien), pues el primero recoge la narración de un hombre que recuerda un verano en concreto de su infancia, aquel que vivió alejado de su madre, ingresada en unhospital, encontrándonos con un argumento centrado en el descubrimiento de la vida y de un amor verdadero; primer remanso de paz y tranquilidad en medio de la brutalidad que acecha en las anteriores historias.

El segundo de estos dos dispares relatos, que tanto se alejan de la salvaje Naturaleza, la protagoniza un mangaka y transcurre en la gran ciudad. El hombre recuerda una etapa de su juventud que transcurrió entre las claustrofóbicas paredes de un edificio plagado de historias y de vidas que acabó desapareciendo. Es como si no hubiera existido nada de todo aquello si no llega a ser porque el protagonista lo había “atrapado” su esencia entre las páginas de un manga que dibujó pero que nunca presentó a concurso alguno o llegó a publicar.

La narración que cierra el volumen la protagoniza un investigador científico especializado en grandes cetáceos. Viajaremos de nuevo hasta Alaska, pero a una época más actual, junto a un hombre obsesionado con Old Dick, un vetusto espécimen de ballena azul con el que alcanza cierto grado de intimidad durante sus inmersiones y que le podría llevar hasta el mítico cementerio de ballenas de la tradición inuit.

«El viajero de la tundra» reúne historias dotadas de una gran fuerza poética en las que la Naturaleza, tanto humana como salvaje, tiene un lugar de honor en la narración. Historias que no habrían sido llevadas con éxito al papel si el mangaka en cuestión no tuviera el arte y cuidado de Taniguchi, con su estilo realista, nada caricaturesco y que hace justicia a cada viñeta en la que encuadra una acción, sus diálogos y silencios. No decepcionará a nadie que se adentre entre sus tapas, por mucho que se vea en el brete de leer en el sentido japonés.

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