La coña marinera y terrestre de los casos de corrupción que asolan el país proveen a nuestra vida de una chispa de entretenimiento sin precio, si no, que se lo digan a los que presentan exquisitos platos de gourmet en los carnavales de Cádiz con el asunto. Es sintonizar un noticiario y montarse en un carrusel digno de una casa del terror accionadas por resorte.
Pero si dejamos de lado los airados, compungidos y embusteros golpes que nos aporreamos en el pecho descubierto y de preguntarnos por los ceros que han ido a parar de una cuenta bancaria a otra de tal y cual político, constructor y otros tahúres e iluminados de las cuentas de esta nueva edad de oro de la que se nos ha privado del correspondiente Quevedo; si nos apeamos sin caernos de mala forma de esa nube irreal y de papel que nos hemos montado como sociedad aficionada a la más intrincada papiroflexia, donde pretendemos cumplir (o eso creemos) el deseo ancestral de volar por encima de toda la mierda, como estúpidos, puros, virginales e inmaculados. Si hacemos ese mínimo esfuerzo y orientamos los pabellones auditivos, debidamente encerados o no, a cazar al vuelo las pequeñas curiosidades y jocosidades que salen al paso, hace tiempo que debería habernos sorprendido un término que no es utilizado muy correctamente, pero que ahí está, enfermizamente enquistado en nuestra psique. El caso ERE en Andalucía, EREscándalo o EREgate, la trama de corrupción en Mercasevilla, también conocido como “el caso del fondo de reptiles”, título más propio de una serie de novelas baratas de investigación policíaca de los años ’50.
Fondo de reptiles… ¿A qué narices se están refiriendo en la tele con eso de un fondo (de dinero, obviamente) para animales escamosos? Es instintivo girar la cabeza hacia aquellos bochornosos tiempos de los fondos reservados, pero no es nada de eso y merece la pena saciar nuestra curiosidad y desbrozar el término, algo arruinado por los orines del pasado y la impericia informativa. El asunto, damas y caballeros, tiene su guasa y bata de cola.
Hay quien da por cierto que se lo debemos al genio y figura del canciller Otto von Bismarck al referirse a la partida presupuestaria en negro que había que separar año tras año para comprar y mantener lealtades, además de enmudecer a monedazo limpio a los plumillas, fueran partidarios del partido de gobierno o del de enfrente. Para von Bismarck la prensa, cada uno de sus miembros, era un reptil que se colaba por los despachos y al que había que echar un pedazo de carne o papel moneda para saciarlo y mantenerlo gordo y estéril.
La verdad que el magín del canciller tenía su retranca y el concepto debió calar en aquella Europa y hasta es posible que los reptiles mutaran hacia otras odiosas formas de vida para los gobiernos de turno; formas de vida que nacieron con otros fines, pero que se pudrieron por dentro, pues una organización que sea subvencionada termina siendo comprada.
Yo desde que escuché eso de “fondo de reptiles” me estuve haciendo la velada pregunta, pero sin llegar a hacer una búsqueda en Google. Supongo que, a fin de cuentas, la curiosidad que despertaba en mí no llegaba a ser, siquiera, una incomodidad. Pero resulta que estudiando la vida del ilustre don Pascual Cervera y Topete —almirante de la Marina de guerra española allá por el 3 de Julio de 1898, al mando de una de las dos Escuadras supervivientes hasta tal fecha, haciendo realidad la profecía de Cánovas del Castillo de que España solo se desprendería de las Antillas y del resto de su Imperio de Ultramar mediante otro Trafalgar—, en su época como ministro de Marina (14 de Diciembre de 1892-23 de Marzo de 1893) tuvo su particular affaire con el dichoso fondo y los más dichosos aún reptiles.
Don Pascual era un hombre de ciencia y números y durante toda su vida militar tuvo que enfrentarse con las matemáticas, no solo en números de toneladas de desplazamiento, de carbón, provisiones o millas a recorrer. Como máximo responsable del Ministerio de Marina, repasando las cuentas a mano, sin ayuda de plantilla Excell ni Contaplus alguno, Cervera topó con una serie de partidas que iban desangrando poco a poco a la institución. Parecía una tontería, pero había dado con un pequeño fondo de reptiles con el que el Ministerio mantenía muchos estómagos llenos y sonrisas abiertas y el nuevo ministro no estaba por la labor de perpetuar tan malsana costumbre. Y esto lo sé yo tras hacer un curioso análisis de la obra de Alberto Risco «Apuntes Biográficos del Excmo. Sr. D. Pascual Cervera y Topete» (1920), habiendo dado con el dato en la página 177, correspondiente al capítulo XIII, a modo de coletilla a las reformas incómodas que encabezaba el nuevo ministro, como fue la creación de una Subsecretaría de Marina, que recayó sobre los hombros del contralmirante don Luis Martínez de Arce. Ambos altos oficiales compartieron largas horas de despacho y quebraderos de cabeza, pero mejor dejemos que sea Alberto Risco quien, con su pluma, nos ilustre:
«El primer hallazgo de ambos, al buscar ahorros por el Ministerio, fue de los que dejan en éxtasis al hombre más despreocupado y bonachón.
»—Don Pascual —le dijo una vez (el contralmirante Martínez de Arce)—, he encontrado un renglón por donde puedo pasar el lápiz rojo.
»—¡Hola!, ¡hola! ¡Venga ese rengloncito que en la mano tengo el lápiz! —contestó el ministro con cara sonriente.
»—Es un rengloncito muy corto, no tiene más que dos palabras: ¡La Prensa!
»Cervera se quedó con el lápiz en alto, apuntando con él al techo; o no comprendía la palabra prensa o esperaba que bajase del techo el enemigo para ensartarle. Don Luis prosiguió:
»—¿Quiere otra frase más larga? Pues ahí va. El fondo de reptiles.
»—¡Canastos! ¡El fondo de…! —Y el lápiz rojo apunto a la alfombra, como si de sus orillas, ribeteadas de paño, comenzase a salir un enjambre de aquellos ofidios.
»—Enristre el lápiz y verá salir reptiles.
»Entonces comenzó el subsecretario a leer cuentas de suscripciones a periódicos que o no venían al Ministerio o venían dos ejemplares, pagándose de ellos las suscripciones a docenas. Cervera veía visiones. Aquello era un despilfarro o, mejor dicho, un timo.
»El fondo de reptiles quedó tapado, pero estos no tardaron en asomar por otro boquete la cabeza, pidiendo su ración.
»Pocos días después de darse de baja el Ministerio a multitud de inútiles suscripciones, se presentó el directo de uno de ellos, de uno de los de cuarto orden, que vivían de la basura recogida entre las heces sociales, queriendo hablar con el Ministro. Arce quiso ahorrarle a su jefe el mal rato y contestó que no estaba visible; que tratase el asunto con él.
»—Vengo solamente a manifestarle al señor ministro los perjuicios que me ocasiona la supresión de las suscripciones del Ministerio (eran unos cinco duros mensuales) y a rogarle que…
»—¡Ah, vamos! Pues ese negocio es de mi incumbencia y se ha dicho por convenir así; de modo que…
»—¡Fíjese, señor general, que mi periódico ha estado siempre a la devoción del Ministro y…
»—Lo cual es esta a la devoción de la justicia y…
»—Y es que, si me priva de esa subvención, me veré obligado a cambiar de táctica.
»—Haga lo que guste; pero el señor ministro de Marina necesita ese dinero para comprar barcos que defiendan la Patria. Así que si no dese más…
»El director del periódico salió echando venablos y, al día siguiente y al otro y al otro, se desató en infamias y calumnias contra todos los que tenían que ver algo en el Ministerio de Marina.
Huelga decir que los siguientes proyectos de Cervera como ministro fueron convenientemente torpedeados por los reptiles, quienes no le abandonaron cuanto duró su carrera profesional, pues fueron los mismos que en Junio de 1898 pintaban al almirante de risible gallina, clueca y cobarde, de senil uniformado, de incapaz, por no atreverse a salir del puerto de Santiago de Cuba a puerta gayola, esperándole de frente sesenta navíos enemigos, erizados de cañones de mayor calibre que los españoles, pues “con la enseña patria en los mástiles, no se puede salir derrotado”. Es así de triste, pensar que la guerra hispano-americana fue fraguada en los fogones de tinta e imprenta, al igual que su triste final, pues Cervera recibió la orden de salida inmediata por parte del general Blanco oficialmente ante la inminente capitulación de Santiago de Cuba, con el peligro de que la escuadra intacta fuera capturada y extraoficialmente por la opinión pública caldeada por ciertos periodistas que hacían astillas con el mástil patrio y los sillones del Congreso de los Diputados.