martes, julio 31, 2018

Fin del crucero 2017-2018


Hoy damos por concluido el crucero 2017-2018 del Navegante del Mar de Papel, sin que se advierta por el horizonte nada de aquello que nos pueda estar acechando para este próximo Septiembre, para bien o para mal. Solo nos queda seguir trabajando y confiar en que los vientos y las corrientes nos sean favorables e inspiradores.

¡Pasad un armonioso y cálido Agosto!

¡El 3 de Septiembre pasaré lista!

Lectura de 31 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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lunes, julio 30, 2018

Relación de publicaciones de Julio de 2018

Colaboraciones con HRM

Reflexiones a la luz de la bitácora
—Plásticos a go-go https://goo.gl/Z9wt6V

Reseñas
—Reseña a «Carrie», la primera novela de Stephen King https://goo.gl/vuSSgh
—Reseña al filme «Mystic River», dirigido por Clint Eastwood https://goo.gl/mDVVyu
—Reseña a la segunda temporada de la serie de TV «The Wire. Bajo escucha» https://goo.gl/fFFXub
—Reseña al cómic «Warfix. Adicto a la guerra», de Davie Axe y Steven Olexa https://goo.gl/Zm9xGf

Lectura de 30 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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martes, julio 24, 2018

Guardia de cómic: reseña a «War fix. Adicto a la guerra» de Axe y Olexa

David Axe (guionista)
Steven Olexa (dibujante)
Editorial GLENAT. Barcelona
Septiembre de 2008
88 páginas
ISBN: 978-84-8357-681-6
«War fix» posee un guión falto de carne, pero muy bien llevado a las viñetas por parte del, entonces, novato Steve Olexa, con un estilo cercado al manga, con escasez de viñetas por página, con mucha fuerza visual gracias al blanco y negro y a una lectura cuasicinematográfica

Esta autobiografía de un periodista anodino que toma la decisión de abandonar su cómodo puesto en el periódico local y convertirse en reportero de guerra me ha traído el recuerdo de que yo mismo me plantaba, en 1991, delante el televisor, a contemplar la extraña danza internacional del conflicto en Kuwait. Sentado en mi silla, me quedaba boquiabierto, como hechizado por esas imágenes de cohetes cayendo aquí y allá en mitad de una noche transfigurada por el velo verdoso de los sistemas de visión nocturna, de tanques retorcidos por el fuego, de ruinas que medraban en el horizonte. La guerra en directo.

Me atraía a la par que me causaba pavor. Me excitaba de algún modo y los hombres y mujeres reporteros, que se realizaban sus crónicas in situ, se manifestaban en el televisor como despreocupados semidioses ante la cámara, delante de un público occidental febril por saber cuanto sucediera. Entonces, se quería saber.

Axe tomó la firme decisión, doce años después de la Primera guerra del Golfo, de cumplir un sueño o una pesadilla. Puso su mundo patas arriba, sobre todo a lo respectivo a su relación sentimental con su novia. Nadie entendía la necesidad de Axe de “estar allí”, en el Irak posterior a la caída de Saddam Hussein; seguramente él tampoco, pero se gastó hasta el último céntimo en prendas de protección, equipo de fotografía y un billete de ida hasta Bagdad. Y a través de su guión, Axe nos permite exponernos en convoyes atacados por insurgentes, desde la Zona Verdad a la base Anaconda, saltando de hito en hito por medio de los personajes que va conociendo, desde mercenarios nepalíes a otros reporteros adictos a la guerra, pasando por comandos de las fuerzas especiales o camioneros que hacen la ruta más peligrosa del mundo.

Ésta no es la primera obra en cómic sobre periodistas y la guerra. Pocos títulos pueden llegar a la altura de «El fotógrafo», de Guibert, pero todos ellos conforman en una bibliografía de escasa envergadura productiva, aún cuando el oficio y el conflicto humano son indisolubles desde los tiempos de Ernie Pyle. Todos quieren contar la guerra, los estragos del jinete del Apocalipsis que hace que la vida sea más intensa cuando mayor sea el peligro. Y Axe termina escribiendo un guión con sus propias experiencias, plagado de silencios y breves momentos de constricción personal, pero sin abandonarse en detalles; virtud o defecto de la obra, pues todos los cómics de reporteros siempre parecen guardarse los “secretitos” de la logia periodística internacional. Es un guión falto de carne, pero que está muy bien llevado a las viñetas por parte del, entonces, novato Steve Olexa, con un estilo cercado al manga, con escasez de viñetas por página, dotado de mucha fuerza visual gracias al blanco y negro y a una lectura cuasicinematográfica (aunque, en ciertos momentos, las cartelas y globos no parecen estar en un orden o ubicación correctos, impidiendo una coherente sucesión de pensamientos, obligando al lector a echar marcha atrás hasta dar con la forma acertada de unir los diferentes puntos).

Ciertamente, Axe, como guionista, podría haber hecho mucho más, pero eso sería acabar escribiendo un manual de reportero que podría interesar a alguien como yo, pero que quitaría peso a los propios pensamientos y tribulaciones de un adicto a la guerra con carné de periodista.

Lectura de 24 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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jueves, julio 19, 2018

«Don't Bring Me Down», Electric Light Orchestra



You got me running, going out of my mind
You got me thinking that I'm wasting my time
Don't bring me down
No, no, no, no, no
Ooh-ooh-hoo
I'll tell you once more before I get off the floor
Don't bring me down

You wanna stay out with your fancy friends
I'm telling you, it's got to be the end
Don't bring me down
No, no, no, no, no
Ooh-ooh-hoo
I'll tell you once more before I get off the floor
Don't bring me down

Don't bring me down, groos!
Don't bring me down, groos!
Don't bring me down, groos!
Don't bring me down

What happened to the girl I used to know?
You let your mind out somewhere down the road
Don't bring me down
No, no, no, no, no
Ooh-ooh-hoo
I'll tell you once more before I get off the floor
Don't bring me down

Lectura de 19 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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martes, julio 17, 2018

Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «The Wire. Bajo Escucha»

Título original: «The Wire». 2003. Episodios de 59 minutos. Drama policíaco, investigación policial. Creador: David Simon. Dirección: VV. Guión: VV. Elenco: Dominic West, John Doman, Deirdre Lovejoy, Wendell Pierce, Lance Reddick, Sonja Sohn, Seth Gillian, Domenick Lombardozzi, Clarke Peters, Andre Royo, Michael Kenneth Williams, Jim True-Frost

Esta segunda temporada es como el necesario respiro para volver con Avon Barksdale y para calar definitivamente a Stringer Bell

Tras la intensa operación de caza del entramado del narcotraficante Avon Barksdale, los integrantes de la unidad han sido dispersados por todo Baltimore, recibiendo sus recompensas o sus castigos. El asunto de la escucha, tan abruptamente cercenada cuando se empezaron a llamar a puertas que no se debía, aún sigue coleteando en el ánimo de los agentes de la Policía, sin entender cómo acaban de nuevo reunidos para iniciar una nueva caza cuando se descubre en los muelles los cadáveres de más de una docena de mujeres, asfixiadas dentro de un contenedor; más aún cuando, en realidad, se les reúne por un ejercicio de cohecho demasiado presuntuoso por parte de un insidioso comandante que persigue a la cabeza de unos de los sindicatos de estibadores locales.

Aunque la trama gana profundidad, pues no se queda estancada en el asunto de las drogas y del territorio Barksdale, tocando palos como la trata de blancas, el contrabando, la especulación urbanística, la corrupción política y la mafia portuaria, no llega a mantener la tensión de la primera temporada. Se conserva el aliento sobre los problemas que atenazan Baltimore, haciendo hincapié en que es una ciudad abandonada, sin oportunidades, a la que sus ciudadanos se ven abocados al crimen, aunque sea por omisión

Paradigma de esto que comento es la supuesta presa, Frank Sobotka, presidente del sindicato que, en el fondo, solo pretende llamar la atención del número suficiente de políticos para que draguen el canal y se reabran unos muelles para que el puerto de estiba regrese a los buenos tiempos, con más barcos, más trabajo y menos apuros para los operarios. Pero Sobotka es un excelente ejemplo de que el fin no justifica todos los medios, sobre todo cuando no tienes el corazón corrompido hasta ese punto.

La unidad del teniente Daniels abarca mucho más sobre la pizarra, involucrando al departamento de Homicidios y hasta el FBI, pero se atraganta a la hora de presentarlo al espectador. Con capítulos de larga duración se quedan cortos y vuelve a observarse una falta de implicación personal de los personajes menos principales en un reparto coral hasta el ahogo. El trío policial McNulty-Greggs-Daniels sigue copándolo todo y, en el otro frente, está Sobotka y su sobrino Nick, entre los que pulula el personaje más estúpido y odioso que haya podido parir guionista alguno: Ziggy Sobotka, a quien te gustaría estrangular en más de una escena y que resulta asombroso que su cuerpo no acabe flotando en las aguas del río Patapsco. No hay justicia y la cosa es así de clara.

Quizá el problema es que no seamos capaces de ver a los del sindicato como los “malos”. En realidad no lo son, por mucho que algunos pasen del despiste de algún contenedor y se dediquen al tráfico de drogas. Tampoco es que a los camellos de Barksdale los veamos como tales, pero hay una mayor indefinición, sobre todo cuando esa maldad la saturan el Griego y su lugarteniente.

Esta segunda temporada es como el necesario respiro para volver con Avon Barksdale y para calar definitivamente a Stringer Bell. La trama de prisión no funciona y, tanto es así, que se comete la tropelía de cargarse al maravilloso personaje de D’Angelo. Para saber de qué palo va Stringer tampoco había que llegar a tanto, pero es que el argumento entre rejas patina desde la escena del juicio y punto en boca.

No es que esta temporada sea inferior en calidad, ni mucho menos. Se puede apreciar aún más los orines que carcomen la superficie de Baltimore, una mayor oscuridad, pero, en cambio, un pulso débil.


Lectura de 17 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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martes, julio 10, 2018

Reseña de cine: reseña a «Mystic river»

Título original: «Mystic River». 2003. EEUU-Australia. 2 h 18 min. Drama. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Brian Helgeland, basándose en la novella de Dennis Lehane. Elenco: Sean Penn. Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden, Laura Linney

Filme que deja en el espectador un buen sabor de boca; en el que Sean Penn se hace dueño y señor de la escena

Tres niños de once años juegan al hockey en plena calle durante el transcurso de una tarde apacible y gris que se convertirá, en un abrir y cerrar de ojos, en una pesadilla; algo más que un mal sueño que les acompañará durante el resto de sus vidas: un coche negro y dos hombres se cruzan en el destino de los chavales, siendo que uno de ellos, Dave, acabará siendo víctima de un secuestro que duraría cuatro largos días de abusos sexuales y violaciones por una pareja de pederastas.

La amistad que unía a esos chicos se rompe para siempre por culpa de una pregunta bien simple: ¿por qué fue Dave y no otro? Una broma cruel gastada por hombres crueles. Ya nada será lo mismo, pero la separación entre los tres personajes se verá reducida a centímetros al converger en torno a un hecho criminal sucedido años más tarde. Hasta entonces, cada uno ha seguido una senda única y personal: Dave es un taciturno y en apariencia inofensivo padre de familia que comienza  mostrar ciertos signos de desequilibrio mental; Jimmy es un delincuente con cierto aire mafioso de barrio que regenta una tienda de comestibles; y Sean es un policía de la unidad de homicidios a quien su mujer embarazada ha abandonado para su mayor desesperación.

Los tres amigos de infancia se reunirán cuando la hija mayor de Jimmy, Katy, aparezca asesinada de dos tiros y con la cara destrozada a golpes, y, como en todo argumento noir, las dudas comienzan a asaltar a los personajes y al espectador. ¿Por qué el día del crimen Dave regresa a casa cubierto de sangre, con un tajo en el abdomen y la mano destrozada? ¿Por qué calla la verdad? ¿Por qué hay sangre en el maletero de su coche? ¿Por qué espera para confesar que vio a Katy la noche de su asesinato? Pero a esto hay que sumar mucho más, pues Katy iba a darse el piro a Las Vegas sin que nadie de su familia lo supiera y, encima, acompañada del hijo de Ray Solo, un chico del que Jimmy recela por mucho que niegue la mayor y sobre el que pesa una historia de venganza entre ladrones. La sospecha se irá retorciendo, rompiendo barreras y alimentando razonamientos erróneos que darán lugar a más dolor e injusticia.

Lo realmente destacable es el guión, que es bien firme y nunca vacila al destapar el tarro donde se encierra un microcosmos de barrio, una periferia con pasado violento que ha quedado marcado sobre el cemento de las aceras. Un guión al que dan vida los personajes destacando, por encima de todos, el que encarna Sean Penn, quien da perfecta cuenta de sus dotes artísticas con un hombre que lucha contra la maldad innata que pudre su alma: un asesino y un amante padre y esposo; la luz y la sombra. La pérdida de Katy hará que Jimmy se vuelva ansioso, sediento por hacer Justicia de la única forma que sabe, la misma que le enseñaron las calles con cada diente roto, mientras llora a su niña, a la que no podrá volver a abrazar, a sentir su calor, pues alguien se la ha arrebatado, como si tuviera derecho a ello. La sombra vencerá pero, ¿hallará consuelo?

Quizá la interpretación de Tim Robbins sea la menos brillante del filme y de su carrera, aunque le otorgaran un Oscar por ella. Un papel nada exigente para un actor con sus tablas, cuya vulnerabilidad exasperante y ciertos estallidos momentáneos de violencia contenida y bañada de mentiras lo solventa con cierto retraimiento y timidez. Dave no es alguien debidamente desarrollado pues, aparte de su trauma infantil y de que es padre de un niño, apenas sabemos nada de él, no habla; y  su mujer, Celeste, nada aporta. Por ello, es vulgar el desenlace de su existencia.

Por su parte, Kevin Bacon interpreta a un policía de homicidios que se encuentra con la delicada exigencia de investigar la muerte violenta de la hija de uno de sus mejores amigos de infancia a quien el paso de los años le permiten saludar, al igual que a Dave, alzando la barbilla y ya está. Salvo por la ausencia de su esposa, que lo llama desde distantes lugares y cabinas de teléfono, tratando de encontrar su lugar en el mundo y en su relación con Sean, apenas existe una construcción veraz del típico poli entregado y honesto. A decir verdad, todo lo bueno se lo lleva Sean Penn, rindámonos a la evidencia; aunque confieso que me ha encantado Laurence Fishburne como policía cínico, objetivo, pero también humano, tendiendo a pasar por alto detalles que solo Sean advierte, pues está empeñado en demostrar que Dave es inocente.

Respecto a la dirección, nunca hemos sido capaces de ponerle muchas pegas al Sr. Eastwood, en un película en la que hay puntos fuertes como sus planos, en especial el cenital cuando Jimmy ve confirmados sus miedos y tiene que ser contenido por unos cuantos uniformados y que fue utilizada para la promoción en su día; pero no me ha gustado que haya dado el brazo a torcer permitiendo la inclusión del desfile final y otras escenas anteriores para justificar la maldad para proteger el amor hacia la familia. Debió finalizar en el momento en el que Sean da la noticia a Jimmy de que ha capturado al verdadero responsable de la muerte de Katy y Jimmy se aleja, calle arriba, con la botella de whisky en la mano y los remordimientos revolviendo las cenizas de sus entrañas.

«Mystic River» es un filme que deja en el espectador un buen sabor de boca y una lesión benigna en el recuerdo. 

Lectura de 10 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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  • Termómetro: 23,5º
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lunes, julio 09, 2018

Plásticos a «go go»

La Semana Verde es una feria agropecuaria (y mucho más), que se celebra cada mes de Junio en el recinto correspondiente de la localidad de Silleda (Pontevedra). Si uno cuenta con los dineros y las necesidades suficientes, puede salir de sus pabellones con una buena docena de huevos de gallina campera, unos kilos de chorizo de Toro, unas excelentes cuñas de queso de cabra, el mobiliario del salón reformado, una piscina nueva o conduciendo un tractor o un turismo de kilómetro cero; incluso vistiendo un equipo completo de caza o pesca y cargando en el maletero con alguna antigüedad. Hay de todo. Pero también se puede uno conformar con admirar los ejemplares que concurren a los concursos de razas domésticas en peligro de extinción, domas de caballos árabes y pruebas de agilidad con canes de todo tipo; y siempre tras haber llenado el papo con muestras gratuitas dispuestas en los diferentes stands del pabellón 1, desde lo más pijo a lo más llano, o comprado una sartén de esas mágicas que tanto se pregonan en la teletienda.

Hay quien se consuela con cargar un ejemplar de la edición del día de “El Diario de Pontevedra” y no haber pagado un chavo por él.

Si se pasa el día entero entre sus naves y pasillos abiertos, y el tiempo acompaña, lo mejor es relajarse comiendo un bocadillo de jamón, a 5 € la unidad, con la consiguiente botella de agua o lata de refresco, sentarse en la grada y admirar las evoluciones tranquilas de algún jinete a lomos de su montura. Si no acompaña, la opción más aconsejable es llevar los pasos hasta el cercano pabellón 10 y hacer cola en el autoservicio, donde, por 12 €, se puede disfrutar de un bufet libre bastante aceptable.

Con vistas al amplio campo, este pasado 10 de junio llegamos al autoservicio con la extraña sombra de la portada del periódico pontevedrés, referenciado dos párrafos antes. A todo color, bombo, platillo y demás instrumentos de percusión, se alertaba que la ciudad del Lérez es la que menos recicla plástico en relación con el resto de la Comunidad, con unos raquíticos 8,1 kilos/año por cabeza; siendo que Galicia es la segunda región donde menos se separa y trata el plástico en origen, detrás de Extremadura.

En una ocasión pasada os hice partícipes de un sueño/pesadilla que tuve de un mar asolado por los plásticos y de una posible solución; en la misma semana en la que disfruté de los aires puros de Silleda, supe de cierta masa plástica entre las islas gallegas que se abren al mar, frente a las rías; pocos días antes, había saltado a la palestra la noticia de un cetáceo que moría entre convulsiones y en cuyo estómago se encontró ochenta kilos de bolsas… Pero no quiero ahora poner a parir a esos que se ríen a la cara de los que separamos residuos o de los que se conforman con derivar esfuerzos al tratamiento de desechos de materia orgánica que, siendo sinceros, no es la solución a los problemas de este planeta. Lo que quiero es hacer constar una realidad que sucedió en ese pabellón 10 de la cafetería-autoservicio. Sobre la bandeja coloqué dos platos, uno de los cuales fue cargado de lechuga, tomate, cebolla, maíz y atún desmigado y el otro con churrasco y patatas fritas. Hasta ahí todo normal, incluso cuando llegué a la mesa. Lo aterrador aconteció después, cuando comprobé que SOLO YO, con esa comida, IBA A GENERAR CINCO ENVASES PLÁSTICOS: un individual de aceite de oliva y otro de vinagre para la ensalada (como no tomo sal, me ahorré el tercero), a lo que sumé otro con mahonesa para las patas y un vaso para servirme la bebida, además de la copa de flan de huevo. Por suerte, los cubiertos eran metálicos y los platos de porcelana barata. Quizá aquel domingo se sirvieron más de 1.000 menús, más las raciones que se zamparon las hambrientas masas dispuestas en largas filas ante food-trucks y remolques dedicados a la comida rápida.

Respecto a mi menú, ¿tanto habría costado haber puesto una aceitera y una vinagrera a compartir entre los comensales de la mesa larga? Lo de la mahonesa tiene un pase, todo sea para no invitar a nuestros intestinos a la desagradable salmonella, pero… ¿Qué clase de desarrollo social nos ha llevado a semejante prodigalidad plástica? Echo una mirada ahora a mi alrededor y enumero una infinidad objetos con componentes derivados del petróleo. Desde este ordenador, pasando por las gafas de sol que reposan a escasos centímetros de un flexo; al lado de la agenda tengo un sobre de este versátil y contaminante material a la espera de que se materialice el mensajero que ha de llevárselo. Los brazos los tengo apoyados en dos apéndices de una silla en la que las piezas de metal se limitan a los tornillos y a la palanca del elevador…

Y salvo mis pantalones, que son 100% algodón, todo lo que llevo encima tendrá algo de poliéster o algún derivado del petróleo. TODO.

Es como, al igual que sucede con la electricidad, si ya no pudiéramos vivir sin plásticos a nuestro alrededor, irremediable muleta para la más ínfima acción diaria. ¿Qué seremos capaces de sacrificar por poner fin al veneno que llega a nuestras aguas, pero que nos es tan sustancial como civilización avanzada? ¿Seremos capaces de dar con un remedio, con un sustituto menos tóxico y fácil de tratar? ¿Los gobiernos se toman en serio este problema o se limitan a parchear para salir guapos y sonrientes en las fotografías y que el follón lo arreglen, si pueden, las generaciones futuras?

Estas son mis pajas mentales de hoy.

Lectura de 9 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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jueves, julio 05, 2018

«Live And Let», en versión de Guns N' Roses



When you were young
and your heart was an open book
You used to say live and let live
you know you did
you know you did
you know you did
But if this ever changing world
in which we live in
Makes you give in and cry
Say live and let die
Live and let die

What does it matter to ya
When ya got a job to do
Ya got to do it well
You got to give the other fella hell

You used to say live and let live
you know you did
you know you did
you know you did
But if this ever changing world
in which we live in
Makes you give in and cry
Say live and let die
Live and let die

Lectura de 5 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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miércoles, julio 04, 2018

Guardia de literatura: reseña a «Carrie», de Stephen King

Random House Mondadori.
Barcelona
5ª edición, Octubre de 2008
255 páginas
ISBN: 978-84-9759-569-8
King plantea una historia de maltrato y desprecio descarnados y también, desde su óptica y experiencia como profesor de Inglés, una acusación contra aquellos compañeros de enseñanza que son testigos mudos del abuso y que no hacen nada por defender a la víctima o lo hacen cuando todo está perdido

Este es un título sobre el gira una leyenda cuasiurbana, que tendrá su base de realidad, y que es avivada por King cada vez que le dan la oportunidad. Recuerda un poco a aquella otra referente a cierta obra clásica del género de terror que, tras pasar por la retina y entendimiento de la esposa del autor, ésta, espantada, arrojó el manuscrito a las llamas, donde se consumió por completo. El afligido escritor se vio entonces en la urgencia de reescribirla en una sola noche, calcando de su memoria todo aquel horror imaginario. Con «Carrie» fue King quien echó el borrador a la papelera, siendo Tabitha, su mujer, quien lo rescató del fondo de la basura; algo que fue providencial, pues ésta sería la primera novela del de Bangor y con la que alcanzaría la fama que tanto ansiaba; con la que se terminarían de raíz todos los problemas personales, el malvivir en una caravana con un raquítico salario de maestro que apenas servía para hacer frente a los gastos de una joven familia de cinco miembros y cuyas facturas medicas se abonaban a golpe de relato publicado en revistas como Playboy.

King no se las tenía todas con él, sin sospechar nada de lo que se escondía al otro lado de la puerta de la edición de esta novela. Tenía dudas que se centraban en el propio argumento. ¿Cómo trasladar el drama y el horror a una línea protagonizada por adolescentes? Era una pregunta complicada a pesar de que él mismo era profesor y  observaba a sus alumnos a diario desde el otro lado del pupitre. Carecía, en su convicción, de la visión por debajo del pedestal de los adultos. Pero la obra fue rescatada por Tabitha, tras una jornada desquiciante para Stephen, llegó a la editorial correcta y se escuchó ese click inesperado: todo encajaba, incluso entre el público y la crítica.

«Carrie» es una novela de principiante. Apenas llega al mínimo de palabras exigido para ser considerada una obra larga y el autor se sirve sin pudor de un recuro que sería común en sus primeras obras: poblar los capítulos con extractos de noticias, teletipos, libros especializados y testimonios, todos de su propia factura (y en los que el autor comete algún que otro fallo). ¿Esta medida la eligió King con el ánimo de presentar un manuscrito con las dimensiones prescritas o estuvo así planeado siempre en su cabeza?, ¿genialidad o una triste excusa para cumplir? Me da igual, pues esos extractos le dan fuerza al texto, lo mantienen vivo y hasta son interesantes, cuando no divertidos.

Y esos mismos extractos se adelantan al propio desarrollo narrativo de la trama en «Carrie». Desde el principio sabemos qué va a suceder gracias a los sesudos “estudios” sobre la telequinesia, testimonios ante comisiones de investigación y libros de confesión escritos a posteriori por testigos que tienen una penitencia que pagar. Tras esas cuñas intermitentes, en las que se teoriza de forma subjetiva sobre el desastre de la ciudad de Chamberlain y los supuestos poderes de Carrie White, King relata la historia tal y como “sucedió en la realidad”. Resulta, así, digno de aplauso que King sea capaz de mantener firme al lector durante el corto desarrollo argumental protagonizado por la adolescente hija de Margareth White, una chica de instituto que es el centro de todas las bromas preparadas por los “graciosos” de turno, quién sabe si solo motivadas por su poco atractivo físico o por ser la hija de una fanática religiosa un tanto anormal que quiso matarla con un cuchillo nada más nacer. Lo cierto es que Carrie deambula como una alma en pena por los pasillos de una siniestra prisión, que se alza tanto dentro como fuera de su casa, donde es sometida a constantes vejaciones; y King plantea una historia de maltrato y desprecio descarnados y también, desde su óptica y experiencia como profesor de Inglés, una acusación contra aquellos miembros de la enseñanza que son testigos mudos del abuso y que no hacen nada por defender a la víctima o lo hacen cuando todo está perdido, cuando ya forman parte inseparable de la masa de risas hirientes, ya ese voluntaria o involuntariamente.

Todo el drama da comienzo en las duchas del vestuario femenino. Carrie, de 16 años, está experimentando su primera menstruación y sangra para su asombro y desolación; cree firmemente que se está muriendo. Sus compañeras no desaprovechan la ocasión, pues Carrie no sabe qué le está sucediendo, es así de tontaina, y le arrojan compresas y tampones para “¡que se lo tape!”. Una de esas chicas es Susan Snell, quien generará un sentimiento de culpa que le acompañará durante años, y que creía que su expiación la encontraría tratando de hacer feliz a Carrie. Otra de esas chicas será la cabecilla de los abusadores, Chris Hargenssen, cuyas emponzoñadas tripas elucubrarán un plan maestro para destruir a la paria, reducirla a la nada.

Las líneas convergen hacia el baile de fin de curso, algo tan típico y americano. Carrie es invitada por Tommy Ross, la pareja de Susan Snell, movido por la compasión y los tejemanejes penitenciales de su novia. A la par, tenemos a Billy Nolan, un macarra peligroso y violento con el que Chris se ha unido para beber, meterse mano y retar a la Muerte.

Una serie de casualidades llevarán a Carrie a la humillación definitiva, momento en el que sus poderes alcanzarán un punto álgido, pasando de la pasividad mojigata a la locura homicida.

King recoge en este título varios ingredientes comunes en sus próximas novelas: elementos paranormales, violencia, muerte, retazos de la etapa juvenil, la religión mal entendida y la deshumanización de pequeños núcleos de población ante lo inesperado, aunque siempre manteniendo un brillo de esperanza apenas discernible.

El argumento de «Carrie» es simple. Si lo desnudásemos de los adornos, de esos que le quedan tan bien, casi es un cuento de terror de escaso fondo, nada más allá de la advertencia de que uno nunca sabe a qué fuerzas se está enfrentando y que la humillación siempre pasa factura, deja marcas lacerantes en la víctima y, en ocasiones, en los agresores, siendo estas últimas mucho más profundas y brutales. Un apunte psicológico real sobre el que no se tiene plena conciencia hasta que acontece la desgracia.

Lectura de 4 de Julio de 2018 a las 1200 horas



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  • Higrómetro: 47%