lunes, enero 31, 2022

Relación de publicaciones de enero de 2022

Hola a todos: en esta ocasión os mando una relación en la que me sorprende que haya sido tan “opinador”, aunque una columna sea de cachondeo y la otra necesite de una especial esfuerzo por parte del lector. Columnas ambas que se han quedado en las cuadernas de este barco.

También he vuelto un poco por los cerros de la investigación dentro de la temática naval, esta vez por haber topado con la figura de Ramón de Carranza como jefe de espías españoles en 1898, que espero que sea de vuestro interés, como el resto de publicaciones y reseñas.

Gracias por estar ahí. Un saludo

Artículos

—«Breve semblanza de Ramón de Carranza y Fernández Reguera, oficial y espía» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/01/breve-semblanza-de-ramon-de-carranza-y.html

Reflexiones a la luz de la bitácora (opinión)

—«J. K. Rowling, “la malvada”» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/01/j-k-rowling-la-malvada.html

Otras reflexiones (opinión)

—«Los vascos en “La ruleta de la suerte”» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/01/los-vascos-en-la-ruleta-de-la-suerte.html

Mi haiku

—Para la segunda semana del año 2022 https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/01/mi-haiku-para-la-segunda-semana-del-ano.html

Reseñas

—Reseña a la novela «El planeta de los simios», de Pierre Boulle https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-literatura-resena-el-planeta.html

—Reseña al anime «Nicky, la aprendiz de bruja» (1989) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-cine-resena-nicky-la.html

—Reseña a la película «The Box» (2009) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-cine-resena-the-box-2009.html

—Reseña a la segunda temporada de la serie «Motherland: Fort Salem» (2021) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-television-resena-la-segunda.html

—Reseña a la película «Al final de la escalera» (1980) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-cine-resena-al-final-de-la.html

—Reseña a la película «Pulp Fiction» (1994) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2022/01/guardia-de-cine-resena-pulp-fiction-1994.html


Lectura de 31 de enero de 2022 a las 1200 horas

                                



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viernes, enero 28, 2022

jueves, enero 27, 2022

Guardia de cine: reseña a «Pulp Fiction» (1994)

Título original: «Pulp Fiction». 1994. 153 min. EEUU. Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Reparto: John Travolta, Samuel L. Jackson, Uma Thurman, Bruce Willis, Ving Rhames, Harvey Keitel, Tim Roth, Amanda Plummer, María de Medeiros, Eric Stoltz, Rosanna Arquette, Christopher Walken, Paul Calderon

Tarantino es capaz de mostrarnos lo nuevo en un viejo camino por medio de una comedia negra apuntalada por unos diálogos insuperables y dentro de un marco de realidad atípica, pero francamente divertida

Aún no puedo creer que «Pulp Fiction» sea la segunda película dirigida por Quentin Tarantino, pero ahí están las fechas. Lo digo porque «Jackie Brown» sí parece más un segundo intento por asomar la nariz en Hollywood. El salto que da con «Reservoir Dogs» es estratosférico. Pero ahí están, como he dicho, las fechas (sigue leyendo


Lectura de 27 de enero de 2022 a las 1200 horas

                              



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miércoles, enero 26, 2022

J. K. Rowling, “la malvada”

Representación de cómo ven los inquisidores
a J. K. Rowling (hasta nuevo aviso)
La creadora de Harry Potter, J. K. Rowling, es una especie de, bueno, malvada. Tal vez ella siempre lo ha sido, y cuando éramos niños, simplemente no nos dimos cuenta […]”.

Así es como una tal Ruth Johnson, colaboradora del blog de noticias de cultura The Beat, define a J. K. Rowling en su artículo de 7 de enero de 2022 «Saying goodbye to Hogwarts isn’t as hard as it could’ve been at this point». Y, claro, lo dice con esta contundencia por la enésima polémica en torno a la escritora por los motivos más inusitados y rebuscados. Ahora es que la representación de los duendes en el universo Potter es antisemita, a lo que se suma la “manifiesta” transfobia de la autora y sus “extrañas” metáforas acerca del SIDA y de la esclavitud en los personajes del profesor Remus Lupin y los elfos domésticos.

Y estoy prácticamente seguro que por solo escribir este post se me tachará de lo mismo que a la Rowling. Incluso se me ninguneará como defensor de una millonaria.

El artículo de Johnson, el cual quedó cerrado para comentarios tras recibir unas reacciones a favor y otras en contra bastante agudas, no es más que la pataleta absurda de una persona cuyo destino divino autoadjudicado es el de ser protagonista dando pena. Así, Johnson se recrea en su pasado desde la rostra de The Beat para desvelarnos una infancia dickensiana (para ella), en un hogar regentado por unos Ned y Maude Flanders hechos carne y hueso, unos iconoclastas cristianos norteamericanos que prohibían a sus hijos leer y visionar cualquier cosa que tuviera relación con el mago Potter, no fuera a ser que acabaran teniendo simpatía por el demonio. Tanto es así que la pobre Ruth tenía que violar el sagrado mandamiento paterno a hurtadillas y en la biblioteca pública. Como colofón a esta tragedia familiar de telenovela, resulta que es una chica que tuvo que luchar con su sexualidad e identidad de género durante la adolescencia. Vamos, que lo tiene todo y no tiene nada.

Siguiendo con la lectura de Johnson tras tan explosivo arranque, como si hubiera detonado una mina Claymore, continua con su periplo al pasado, a cuando incluso se vestía de alumna de la Casa de Ravenclaw para ir a los estrenos de cine y participaba en diversos eventos durante la etapa universitaria.

Pero, ahora, resulta que Johnson es un trasunto de exfumadora, un cuervo inquisitorial. Alguien que tras poner la serie de Potter como lectura de cabecera y biblia, la aborrece, reniega de ella y hasta considera que la prosa de Rowling es mediocre (extremo en el que no coinciden muchos autores literarios, como el caso de Stephen King). También que la continuación en teatro le parece idiota y que la serie «Animales fantásticos» suena aburrida (aunque confiesa que no ha visto ni la una ni la otra).

Johnson, como tantos como ella, es una hipócrita carente de escrúpulos y de muebles en la cabeza. Se las da de valkiria enarbolando la bandera del arcoíris cuando se menciona la palabra “transfobia”, pero piensa en monocromático, pues las polémicas en torno a Rowling son, en fío, exageraciones y bulos alimentados por gentes que no pasan del “clickbait”.

Claro, a Rowling se le ocurrió decir “esta boca es mía” en el tema de una vuelta de tuerca social tan artificial como es la novedosa y forzada aceptación del colectivo LGTBI hasta en lo más estúpido y, en especial, de las mujeres transexuales. En identidad de razón a lo que he expresado en el anterior párrafo, ¿cómo es posible que un, digamos, grupo en el que caben todos los colores, se automutile en cuanto a pensamiento; se haga monocromático? ¿Por qué caben lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, asexuales, etc., y se quiera limitar al binomio tradicional y arcaico hombre-mujer? ¿Por qué la tolerancia es intolerante? ¿Por qué se habla de democracia y termina en populachocracia? ¿Por qué se cierra la puerta a la educación y se la abre a la imposición?

Porque a mí, como hombre blanco y heterosexual (el nuevo Gran Satán), todo esto me suena muy sospechoso y estoy seguro que muchos otros entre la comunidad LGTBI piensan igual. Pero supongo que dentro del círculo sucederá lo mismo que en la corriente intercultural de izquierdas: hay que sacarle brillo a lo bueno y tapar bajo la alfombra lo malo.

Rowling, por lo visto, lanzó una bola de nieve pendiente abajo al ironizar sobre el término “personas que menstrúan” para referirse a mujeres nacidas como tales. Literalmente dijo: “Estoy segura de que existía un término para esas personas”.

Y lo que es un sarcasmo que habría salido de las tripas de cualquiera, se convirtió en gasolina que prendió los insultos contra las mujeres más comunes sobre la faz de la tierra: puta, bruja… Pero es que Rowling, que se considera feminista, se sentía agredida, anulada y ninguneada, porque, por un lado, una mujer transexual tiene que llamarse mujer, pero una mujer con sus cromosomas XX, es “persona que menstrúa”. Lo mismo que ahora sucede en Gran Bretaña con las mujeres embarazadas, a quienes hay que llamar “personas gestantes”.

De los cortos mensajes de Rowling en el maldito Twitter, en ningún momento se expresó en un tono de tránsfobo, o eso me parece con mi insuperable falta de observación y sin saber si la cosa habrá ido a mayores. Al contrario: manifiesta que es amiga de personas que han dado al paso, a las que quiere y por cuyos derechos no dudaría en combatir. Sin embargo, aquí cada cual no entiende o no quiere entender, y así se acuñó la expresión “las mujeres trans son mujeres” para responder a la escritora.

Por si fuera poco, a la Rowling se le ocurrió incluso compartir algo tan simple como la opinión de que las mujeres trans no pueden cambiar su sexo biológico. Es de cajón de madera de pino que un hombre que hace la transición, aunque se le ponga vagina, en un análisis de ADN siempre se detectará el cromosoma XY, o eso creo yo. Y es que el sexo biológico corresponde con el que se nació, determinado por los cromosomas, los genitales, las hormonas y las gónadas, y es obvio que un tratamiento de cambio de sexo no anula ni muta todas estas condicionantes, así como que el sexo biológico nada tiene que ver, a fin de cuentas, con la identidad de género, que es otro palo.

Pero sobre lo que más ha incidido Rowling es en la idea absurda de que un hombre, con su barba, su alopecia y su pene (sin cirugía ni tratamiento hormonal), pueda decir que se siente mujer, se le conceda un certificado administrativo oficial y pueda entrar en un cuarto de baño o un vestuario reservado a las mujeres sin que nadie se lo pueda impedir, como Pedro por su casa.

Ay, J. K., ¿cómo se te ocurre?

Lo que se esconde detrás es el ansia del movimiento más recalcitrante y fundamentalista antifeminista (sí, he dicho bien, antifeminista), disfrazado de feminista, por hacer suya la corriente LGTBI simplemente para sumar adeptos a su lobby de presión social. Las mismas que se hacen llamar, con orgullo, feministas (cuando son feminazis), son las primeras que tachan a las mujeres trans como “hombres fetichistas” (solo hay que echar mano de Twitter). Empero, «el enemigo de mi enemigo es mi amigo y, luego, ya me desharé de él». Solo hay que tener ojos y oídos, y el miembro de la comunidad LGTBI que se crea que está siendo arropado por alguna línea feminista puede que no tarde en ver cómo la evolución progresista se queda en humo o da un giro orwelliano o atwoodiano.

Pero como hay tontos de sobra, en vez de analizar y sopesar las palabras de Rowling, es mucho mejor hacer el paripé y participar en otra quema de libros y de brujas. Y a estos les siguen varios (que no todos) de los actores, entonces niños, de la saga fílmica de Harry Potter, que se han puesto los primeros en la manifestación y en el juicio del Tribunal de la Santa Inquisición New Age, todo ello sin renunciar a un solo penique de los millones de euros que han amasado cada uno (y seguirán amasando), por derechos de imagen y reproducción cada vez que las películas salen en la televisión, se sacan nuevos productos de Wizarding World, etc., porque de su talento interpretativo no están viviendo, palabrita del Niño Jesús.

«Muerdo la mano que me da de comer, pero con delicadeza que, al final de cuentas, mis manifestaciones han sido al cuello de la camisa, y luego me como las salchichas que me echa con el rabo entre las piernas».

Al cuello de la camisa porque, ahora, nadie está molesto con Rowling...

La cosa entre el reparto se diluyó y hay quien ha sabido salir airoso, como Rupert Grint, quien considera a Rowling como una tía a la que quiere y respeta, aunque eso no suponga estar de acuerdo con todo lo que diga. Sí, señor. 

Sin embargo, lo que más simpático me resulta son las novedosas lecturas que se hacen de las historias que Rowling trasladó a sus libros, y que son un reflejo al otro lado del espejo de su propia experiencia vital. Solo hay que molestarse en profundizar (y si uno tiene tiempo), en ver los extras de las películas para sacar buenos apuntes biográficos de esta señora, que vivió una infancia triste, con una nula relación paterna (que da fruto al trauma de la pérdida de los padres de su joven protagonista); que fue pobre hasta el extremo (el primer libro de la serie Harry Potter lo escribió en una cafetería para ahorrarse la calefacción y esperaba pagar facturas con lo que le dieran de regalías), depresiva (los dementores nacen de este trastorno), obsesionada con la idea de la muerte (una constante en todos los libros), y víctima de violencia de género y maltrato en el hogar. Y todo ello lo trasladó sin olvidarse de aquello que percibía durante la época en la que comenzó a escribir y, en concreto, en la que la saga está ambientada (1991-1997). Rowling es una persona que hasta que no consiguió el éxito, era una verdadera desgraciada, algo que no pueden entender aquellos que la critican y se criaron entre algodones.

Tomando como guión los rebuscados motivos de novedosa crítica negativa de la obra de Rowling, una vez finiquitado el asunto de la supuesta transfobia, me gustaría expresarme de la siguiente manera:

Respecto a la extraña metáfora del SIDA, es cierto que Rowling quiso tratar el asunto a través del personaje de Remus Lupin, amigo de James Potter y Lily Evans, y, a la postre, el único profesor normal de defensa contra las artes oscuras que pasa por Hogwarts en aquellos años. La licantropía que sufre Lupin, con todo lo que viene aparejada en cuestión de salud y de repulsa social, es lo que veíamos del SIDA durante aquellos años. Hasta que Lady Di no le dio la mano en público a un enfermo de SIDA (año 1987), estas personas eran unas apestadas y no solo enfermas, algo que se mantuvo hasta bien entrada la década de 1990. Parece que a muchos se les ha olvidado el desprecio que se impregnaba a las sentencias de muchos sobre aquellos “maricones y drogadictos” que te podían transmitir su maldición incluso si te sentabas en el mismo inodoro. Hoy veo muchos chavalines que han descubierto a Freddy Mercury, pero a este hombre, que, por cierto, se murió por una complicación agravada por el SIDA, fue descalificado por muchos. No todo fueron florecitas y velas en el portal de su casa (y encima hoy Queen sería un grupo cancelado por haber tocado en el Brasil de los dictadores o la Sudáfrica del Apartheid, por ejemplo, aunque luego donara todo el dinero del bolo).

Ahora, treinta años después, gracias al avance de la medicina, el SIDA nos parece una anécdota, una enfermedad endémica y punto (aunque al Sur de Sáhara no lo sea). Pero no, amigos, es una desgracia para muchas personas y Rowling, a través de Lupin, un buen hombre, quiso dignificar a estas personas.

Con respecto a la extraña metáfora de la esclavitud de los elfos domésticos pasa también algo muy curioso. Para nada Rowling es proesclavista, sino que se limita a denunciar la existencia de esclavos en la actualidad, que están a nuestro alrededor, que sabemos que están ahí, que nos dan igual y que viven ocultos hasta que una redada policial acaba con parte de la red. También que hay personas que trabajan por un sueldo, pero que acaban en unas condiciones de semiesclavitud porque se les va privando día a día de derechos laborales. ¿Acaso no nos parece normal que haya negocios no esenciales abiertos hasta las diez de la noche? ¿Acaso no nos parece normal ir a hacer la compra al centro comercial un día que está señalado en rojo en el calendario? ¿Acaso no nos parece normal ver mensajeros sin sonrisa atravesando la ciudad a cualquier hora del día los siete días de la semana? ¿Acaso no sabemos qué se esconde tras las canjas llenas de basura que traemos del otro lado del mundo con la frase impresa "Made In PRC"? Yo aún me acuerdo de comer pan duro los domingos.

Y, lo peor de todo, es que a los que nos beneficiamos de este sistema nada nos importa y los mismos esclavos están tan anulados que llegan a olvidar que tienen derechos. Como dice le dice a Hermione Granger un personaje que no recuerdo y durante el desarrollo de «Harry Potter y el Cáliz de Fuego»: “son felices así”. Son felices así, en la ignorancia y la desidia.

Para terminar, quisiera hacerme eco de la más novedosa polémica en torno al supuesto antisemitismo encarnado en las figuras deformes y narigudas de los duendes que principalmente se ven dentro de los seguros muros del banco Gringotts. El afirmar aquí que Rowling se dejó llevar por la histeria antisemita y por los atributos que siempre se han colgado a los judíos es pueril y simplón.

Recuerdo bien que hice mi último curso de instituto, hasta poco antes llamado COU, y era tonto el que no se quisiera meterse a estudiar Económicas para trabajar en un banco porque ahí estaba la pasta y un futuro prometedor (diría que más del 85% de mi clase que superó la Selectividad se matriculó en dicha facultad). A mi hermana, que pocos años antes había terminado la carrera universitaria, un día se le puso, a ella y al resto de sus compañeros de aula, al banquero Mario Conde como ejemplo a seguir para la juventud española. Durante las décadas de 1990 y 2000, las instituciones financieras, siguiendo el sendero abierto por los tiburones de Wall Street, se alimentaron con hordas de licenciados tendentes a la psicopatía y al embuste para copar sus organismos de control. El dinero por el dinero; ¡más madera! Los clientes pasaron de seres humanos a cerditos de barro a reventar con el martillo, y si no había nada dentro, a otra cosa... De ahí nacen escándalos como las participaciones preferentes, los créditos SWAP, etc., etc. ¿Acaso Rowling no sería uno de tantos que fueron sacados de un banco cogidos del cuello, confundidos por pordioseros que se habían confundido de lugar donde echarse y cocerse?

Los duendes de Rowling no se despintan del común de los cuentos. Si destaca algo de ellos en los rowlianos es su tremendo apego por los galeones de oro. Son codiciosos y egoístas, ¿pero ese es un cariz propio de la leyenda negra del pueblo judío? Un antisemita te respondería que sí. Alguien como yo, que soy prosionismo, diría que es un atributo propio a toda la Humanidad, con independencia de narices. Quizá los escarbatos sean judíos adorables, ya puestos.

Esta es mi pica en Flandes a favor de la Rowling y las nuevas fuerzas del Mal, esas en las que aún se cree que se puede opinar distinto. 

He dicho.


Lectura de 26 de enero de 2022 a las 1200 horas

                             



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martes, enero 25, 2022

Guardia de cine: reseña «Al final de la escalera» (1980)

Título original: «The Changeling». 1980. 109 min. Canadá. Dirección: Peter Medak. Guión: William Gray, Diana Maddox, historia de Russell Hunter. Reparto: George C. Scott, Trish Van Devere, Melvyn Douglas, John Colicos, Jean Marsh, Barry Morse, Madeleine Thornton-Sherwood, Helen Burns, Ruth Springford

Sin duda es una gran película con una base real documentada y muy fiel a los fenómenos de casas encantadas, que muestra por primera vez y de la forma más correcta una sesión de espiritismo

Considero que cualquier película protagonizada por George C. Scott merece la pena ser visionada con atención, aún cuando sea de un género por el que no suelo prodigarme como es el terror (aunque por aquí los habrá, bien fogueados, que consideren que este título ya no merece entrar en dicha categoría) (sigue leyendo)


Lectura de 25 de enero de 2022 a las 1200 horas

                            



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lunes, enero 24, 2022

viernes, enero 21, 2022

jueves, enero 20, 2022

Guardia de televisión: reseña a la segunda temporada de «Motherland: Fort Salem» (2021)

Título original: «Motherland. Fort Salem». 2021. 10 capítulos de 45 min. EEUU. Dirección: Eliot Laurence (creador), Steven A. Adelson, Haifaa Al-Mansour, M.J. Bassett, Rebecca Johnson, Shannon Kohli, Amanda Tapping. Guión: Eliot Laurence, Nicole Avenia, Joy Kecken, Maria Maggenti, Nikki McCauley, Christopher Oscar Pena, Brian Studler. Reparto: Taylor Hickson, Amalia Holm Bjelke, Lyne Renee, Jessica Sutton, Ashley Nicole Williams, Annie Jacob, Kai Bradbury, Tony Giroux, Guilherme Babilônia, Linda Ko, Jill Morrison, Lorraine Colond, Miranda Edwards

A la segunda temporada de «Motherland: Fort Salem» se le encuentran las mismas y escasas virtudes y los abultados y engorrosos defectos de su antecesora

Mi opinión general no se ha movido una sola casilla con respecto a la que dejé aquí impresa en referencia a la primera temporada de esta serie de tinte sobrenatural y militar. Sin embargo, vaya Vd. a saber, me ha sucedido también lo mismo que entonces: me he dejado los ojos en el empeño de catar todos los capítulos de un tirón, a un ritmo de uno por noche. Y me resulta extraordinario pues tengo apuntadas otras producciones que me parecen mucho más atractivas y mejor hechas («Vigil», por ejemplo), y las voy dejando atrás o las visito de una forma desesperadamente lenta y con demasiada pausa (sigue leyendo)


Lectura de 20 de enero de 2022 a las 1200 horas

                         



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miércoles, enero 19, 2022

Breve semblanza de Ramón de Carranza y Fernández Reguera, oficial y espía

Ramón de Carranza y Fernández Reguera, en el
Mundo Naval Ilustrado (1/07/1898)

Presentación 

Para la gran mayoría, Ramón de Carranza era el estadio de fútbol de Cádiz (hasta que la vena revisionista lo cambió de nombre el 24 de junio de 2021), un trofeo de verano y punto final. Por consiguiente, prácticamente nadie sabe de la vida y obra de este hombre, un oficial de la Armada, espía y político que pudo haber torcido la Historia de España en 1898, quién sabe si a su favor.

Ramón de Carranza y Fernández Reguera (Ferrol, 16 de abril de 1863-Cádiz, 13 de septiembre de 1937), procedía de una familia de ascendencia aristocrática, íntimamente ligada con el estamento militar, razones de peso que justificaron su ingreso en la escuela de guardias marinas a la, hoy pronta, edad de 13 años.

Su padre fue José Juan de Carranza y de Echevarría, nacido en Nerja, Málaga (aunque de ascendencia vizcaína, alavesa y balear), quien desarrolló su carrera primero en Galicia para, luego, ser comandante general de Puerto Rico, capitán general del departamento del Ferrol y, en 1888, miembro del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Por su parte, su madre fue Carmen Fernández Reguera y González de Pola, oriunda de Santander (aunque de ascendencia gallega), y de la que no es tan fácil encontrar datos, como en el caso de su marido.

Como iba diciendo, a los 13 años, en concreto el 17 de agosto de 1876, el joven Ramón ingresó como caballero aspirante en la Escuela naval, obteniendo los galones de guardia marina de segunda clase en junio de 1878, embarcándose entonces en la fragata Blanca. Ya entre 1881 y 1888 fue ascendiendo hasta el grado de teniente de navío.

En enero de 1896 fue aceptada su solicitud de ser destinado a la isla de Cuba y se le asignó el mando del cañonero Contramaestre, luchando contra los insurrectos y el contrabando de armas para el enemigo. En una de dichas acciones, sucedida en octubre de 1896, saltó a tierra junto con treinta hombres y se internó un kilómetro hasta dar con un campamento donde les esperaban cuatrocientos insurgentes. A pesar de la descompensación de fuerzas, los españoles pusieron en fuga a los mambises y se apoderaron de gran cantidad de material de guerra (se dice que más ochocientos fusiles), e información. Por este acto, Carranza fue recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta condecoración militar, el 26 de abril de 1904.


A los 39 años, a comienzos de 1898, Carranza fue nombrado agregado naval en la embajada de España en Washington. Con el grado de teniente de navío en excedencia, se encargó de dirigir el servicio español de Inteligencia en los Estados Unidos en un momento muy tenso. La guerra en la Gran Antilla fue cosa que se estuvo caldeando durante años por intercesión de la prensa amarilla, que no dudaba en echar leña al fuego: cualquier choque diplomático real o ficticio entre España y la aún en pañales superpotencia americana, por mínimo que fuera, era válido para exacerbar a la opinión pública y tensar una cuerda que se rompió definitivamente con la explosión del crucero USS Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, como todos sabemos.

Cartas, comisiones y desafíos a duelo

El 9 de febrero de 1898, el New York Journal, propiedad del magnate William Randolph Hearst, el jefe de los «fogoneros de la guerra»,  publicaba una carta escrita por Enrique Dupuy de Lôme y Paulín, embajador de España en Washington, al entonces presidente José Canalejas. Dicha carta, fechada en 1897, ponía a caer de un guindo al presidente McKinley, llamándole de todo (en concreto: débil, populachero y politicastro). El escándalo quedó servido en bandeja de plata y Dupuy de Lôme tuvo que dimitir, recogiendo el testigo Luis Polo de Bernabé el 10 de marzo de 1898.

¿Cómo obtuvo Hearst dicha misiva? Nos lo podemos imaginar. Seis días después, el Maine saltó por los aires, y ya daba igual.

Aunque los primeros informes de la Marina de guerra estadounidense se encaminaban objetivamente hacia un accidente provocado por negligencia (almacenamiento de proyectiles en mal estado en los pañoles de munición), los ánimos expansionistas del presidente McKinley, quien se engalanaba, a lo carnavalesco, con las ropas de libertador del oprimido pueblo cubano, llevaron a declarar la guerra a un enemigo empeñado en una estrategia defensiva y carcomido por décadas de conflicto interno.

El cañonero Contramaestre
No se dudó en sentar en las Comisiones del Senado de los Estados Unidos de América a todo interesado o defensor de la causa de entrar en liza con España. Dos de ellos alcanzaron cierta fama justo por lo que hizo Carranza cuando leyó sus declaraciones: el general de infantería Fitzbugh Lee (emparentado con el famoso general sudista y, entonces, cónsul general en La Habana), y el capitán de navío Charles Dwight Sigsbee. Ambos oficiales intervinieron de forma muy ardiente ante la Cámara, acusando sin ambages a unos “ociosos” (y no identificados) oficiales españoles que habrían orquestado un sabotaje que condujo al desastre del Maine, al hacer explotar un torpedo o una mina submarina en las inmediaciones del buque de guerra. 

Carranza, como agregado naval en Washington, entendió que se estaba faltando el respeto a la institución de la que formaba parte, así como al reino de España, y desafió a duelo a Lee y a Sigsbee, así como a otros personajes de los que el ferrolano recibió misivas y telegramas acusadores (“[…] de cierta clase de gente que a juzgar por su lenguaje seguramente no son caballeros”); duelos, salvo uno, en el que Carranza se reservaba el derecho a escoger arma por ser el ofendido. Carranza incluso envió a la prensa sus cartas retando a Lee y a Sigsbee (publicadas en The Globe de Toronto, a 2 de mayo de 1898); cartas que fueron dirigidas a las Secretarías de Estado y Marina antes de partir de Washington rumbo a Canadá.

Por lo visto, solo respondió alguien por Sigsbee excusándole por no poder atender su misiva como era debido, aunque el oficial de marina manifestó (al igual que hizo Lee), a la prensa que no había recibido reto alguno y que dudaba que fuera a recibirlo (28 de abril de 1898) y que, en su caso, lo “ignoraría”, algo que da muestra de una arrogancia sin límite.

Como se indicó más arriba, hubo otros difamadores a los que Carranza desafió. Pero nadie se ofreció a batirse en “el campo del honor”, quizá por la fama del español como experto en esgrima y gran tirador que secundó la prensa estadounidense, así como por la forma en la que era descrito: orgulloso, calculador y fiero.

Titular del San Francisco Call, de 16 de octubre
de 1898

El «Anillo» de Montreal

Carranza fue un hombre referenciado en la prensa estadounidense por varios motivos antes de que tuviera que hacer los bártulos y correr velozmente, junto a toda la delegación española, hacia la neutral Canadá cuatro días antes de que los EEUU declararan la guerra a España: era de público conocimiento que tenía que ser el jefe de los espías españoles en suelo norteamericano.

En Washington y, luego, en Toronto y en Montreal, ciudad esta última muy cercana a la frontera con los EEUU, Carranza tejió una red de agentes, principalmente entre miembros de la población católica y promonárquica europea, sin importar el país de procedencia de las “antenas”, con la que ir obteniendo información sobre el estado defensivo de la costa estadounidense y su relación de fuerzas en puertos y tierra adentro. La red operaba principalmente en Nueva Orleáns (por ahí deambulaba un tal John Waltz, quien fue capturado en posesión de mapas e información, siendo el primer proespañol condenado a muerte por espionaje durante la guerra de 1898), Mobile, Key West y Tampa, donde también se reunían fondos para la adquisición de un cañonero, desviándose después el dinero vía Méjico.

Empero, el que la oficina de la embajada y de Inteligencia abandonara Toronto y se instalara en el Hotel Windsor de Montreal no ayudaba en nada, porque el lugar era un nido de serpientes para los intereses españoles: carlistas dispuestos a cualquier cosa para provocar la caída la rama isabelina, detectives a sueldo de ambos bandos, reporteros de prensa que anotaban las identidades de cuanto elemento sospechoso cruzara el hall del establecimiento hostelero y, claro está, agentes yanquis infiltrados en la ciudad canadiense.

Pronto, tras el “incidente” del Maine, la paranoia generalizada dio pie a que cualquier extravagancia se publicara y hasta se diera como cierta. Ahí están los rumores nunca confirmados de planes de la Inteligencia española de envenenar de forma masiva a las tropas enemigas, o que la explosión en un polvorín en Dover, Nueva Jersey, fuera inmediatamente achacada a la acción de hostiles agentes proespañoles.

Curiosamente, el llamado «Anillo» de Montreal se mantuvo operativo hasta 1899.

Grabado representando el arresto de 
Carranza (Titular del San Francisco Call,
de 16 de octubre de 1898)

Cartas y espías capturados

El servicio secreto norteamericano era capaz de seguir la pista a cualquier elemento sospechoso, incluso nacionales que se vendían a los españoles, pero sus éxitos más rotundos eran fruto de una contumaz falta de discreción por parte de los diplomáticos y miembros del servicio. En esto Carranza no tuvo mucha suerte, o eso mismo es lo que más se destacaría por parte de los vencedores, quienes hicieron publicidad suficiente de la captura de cada espía o información relevante. Tenemos, por ejemplo, la detención de George Downing, un suboficial del crucero Brooklyn, arrestado el 7 de mayo de 1898 en Washington bajo la acusación de espiar para los españoles y quien acabó ahorcándose dentro de su celda.

Pero también Carranza contó con activos importantes y más difíciles de atrapar, como fue el detective canadiense Frank Arthur Mellor, exartillero, bígamo y aficionado al boxeo. Mellor contactó con dos borrachines que formaban parte de la dotación de baterías de Kingston, Nueva York, pero uno de ellos se derrumbó ante los agentes del servicio secreto. Por suerte, Mellor, como Carranza, no era dado al desaliento, por lo que siguió cooperando con el español, incluso llegando a poner pie en Florida y tantear posibles fuerzas subversivas. Sin embargo, la Inteligencia del Canadá debió tomar cartas en el asunto y colaborar con John Elbert Wilkie, jefe del servicio secreto estadounidense, para anular a Mellor.

Lo más rijoso para Carranza resultó ser la correspondencia que los agentes del servicio secreto estadounidense pillaban al vuelo. Cartas dirigidas al presidente de España o al mismo Carranza en el hotel de Montreal donde se alojaba la delegación, que eran interceptadas y rápidamente decodificadas (si es que estaban codificadas, por lo visto). Aunque los remitentes usaran nombres falsos, el contenido de sus cartas parecía poner en jaque la seguridad nacional estadounidense, pero no parece muy lógico que se dirigieran sin tomar las debidas medidas.

Y a estas cartas hay que sumar las que escribía el propio Carranza. Una de estas fue robada de su habitación, en la calle Tupper, nº 42, mientras estaba fuera desayunando (el oficial acusó al detective privado Joseph Kellert del delito, aunque parece que fuera un tal Bell), y fue publicada en la prensa por orden de John Elbert Wilkie. Carranza admitió su autoría, pero, según manifestó el oficial, estaba dirigida a su primo y nada había en ella que indicara la existencia de un sistema de espionaje español y, mucho menos, dirigido por él. 

Leída dicha carta, con un tal José Gómez Imay como destinatario, lo único que tiene que ver con el espionaje es que menciona que habían capturado a dos agentes españoles, pero las autoridades de Canadá consideraron que la prueba era suficiente para expulsar a Carranza de su territorio tras haber sido arrestado y, por lo visto, impuesto una fianza de 1.000 dólares.

Con todo ello, resulta dudoso el asunto, pues Carranza, para comunicar sus informes, se servía del telégrafo y de un código cifrado, y se acusó a Wilkie de haber manipulado el texto con la ayuda de un hábil falsificador.

Pero antes del incidente de la carta de Tupper, nº 42… La misteriosa desaparición de Carranza

A finales de mayo de 1898, la delegación española partió rumbo a Liverpool, con Carranza y sus subalternos a bordo. En un momento y un puerto no concretados, durante la travesía hasta la desembocadura del río Lawrence, los espías españoles saltaron tierra. Entonces dio comienzo a una particular odisea protagonizada por Carranza, quien, disfrazado, atravesó el Canadá, dirigiéndose al Oeste, hasta la costa del Pacífico, evitando a la policía del país y las emboscadas que organizaban los agentes estadounidenses para darle caza.

La prensa a ambos lados de la “Frontera Internacional” no dudó en denominar estos hechos como “la misteriosa desaparición de Carranza” que, por lo visto, duró tres semanas, hasta que el oficial fue visto de nuevo en Montreal. 

¿En qué estuvo liado el Sr. Carranza durante esas tres semanas? Pues bien: Carranza llegó a Vancouver, donde trataba de hacer realidad su plan de adquirir un buque (el apalabrado Amur, un mercante ruso), armarlo y actuar de corsario por la costa pacífica estadounidense, teniendo Alaska como área principal de acción. La tripulación la conformarían marineros civiles españoles que estaban internados en Nueva York, bajo custodia del cónsul del Imperio Austrohúngaro, quienes, en teoría, tenían que abandonar la ciudad del Hudson y llegar a Halifax, Canadá, para volver a España. Una vez en ese puerto, unos zarparían hacia Europa y otros se hurtarían de las autoridades y se unirían a Carranza en Vancouver. Sin embargo, el teniente de navío esperó en balde. Ningún marinero de los prometidos se presentó y es que el cónsul austrohúngaro, temeroso de las sospechas que la prensa amarilla hacía caer sobre su figura (Hearst y compañía siempre en medio), ordenó que todos los españoles fueran repatriados sin excepción y con las máximas garantías.

Durante el s. XX

Una vez firmada la paz con los EEUU, Ramón de Carranza se hizo animal político, aunque siguió en activo en la Armada, concediéndosele el rango de contraalmirante en 1930, año en el que se retiró. En 1912 fue promovido a capitán de fragata y, cuatro años después, a capitán de navío (por antigüedad), pero lo vemos más interesado en cuestiones de despacho que en acciones militares. Así, fue tres veces diputado a Cortes y senador del Reino por Cádiz, pero se lo recuerda más por ser alcalde de la citada ciudad entre julio de 1927 y la proclamación de la II República española, cargo que volvería a ostentar (además de la Gobernación civil), el 29 de julio de 1936 por disposición del general Gonzalo Queipo de Llano . 

Analizando sin profundizar su ideología, esta era marcadamente ultraconservadora, en sintonía con la Unión Patriótica de José María Pemán. Simpatizaba con los Primo de Rivera y con los sublevados del 36, aunque no por ello se le puede tachar de franquista (al contrario que a su hijo Ramón de Carranza Gómez). No, amigos. Es una falencia el afirmar que Carranza fuera franquista, pues Franco, hasta que no jugó sus cartas para ser nombrado generalísimo, era prácticamente un cero a la izquierda en esto del Golpe. Es más, siendo que Ramón de Carranza falleció el 13 de septiembre de 1937, tras una grave enfermedad, no vemos que le diera mucha ocasión se hacerse franquista. Más bien era fascista.

José Antonio Primo de Rivera hizo referencia a Carranza en varias ocasiones. Por ejemplo, en un artículo publicado en La Nación, a 27 de mayo de 1929 (fin firmar), se dice de Carranza que era «[…] hombre activísimo, enérgico, de grandes iniciativas y de grandes prestigios en aquella ciudad. Así se unieron, para el bien de Cádiz, un alcalde ejemplar y un jefe de Unión Patriótica lleno de entusiasmos y arrestos juveniles, de talento y cultura excepcionales. Desde entonces no han cesado el uno y el otro de gestionar beneficios para aquella ciudad. Ambos han recorrido diversas veces todos los Ministerios, expresando y razonando las aspiraciones gaditanas.

»Cada vez que ha venido a Madrid el señor Carranza ha venido a pedir para su pueblo. Cada vez que Pemán estuvo en la Corte no cesó de recorrer los Ministerios ni un solo día, ni de interesar al Presidente y a los demás ministros en la resolución de los asuntos de la "tacita de plata". Nosotros, que hemos visto, y que muchas veces acompañamos a Pemán y presenciamos el fervor con que defendía los intereses gaditanos y cómo pedía mejoras para su pueblo, persuadiendo, convenciendo a los ministros, aduciendo razones que justifican ciertas concesiones, al parecer, excepcionales; nosotros, que hemos presenciado su titánica labor y cómo puso al servicio de esta causa todo su valimiento, nos imaginamos cuánto será su gozo al ver la resolución del Gobierno sobre una de las supremas aspiraciones de Cádiz: la de la zona franca».

Puede advertirse aquí elogios en exceso, más que nada porque se acusa a Carranza, hoy, de haber dejado un ayuntamiento en la ruina y pasto de la corrupción. Aún así habría que destacar la creación de los comedores municipales y el intento de municipalizar el suministro de gas, así como la planificación y ejecución de diversas obras públicas.

Anciano y viudo desde el 1 de septiembre de 1934, tras el fallecimiento de su esposa Josefa Gómez y de Arámburu, no era muy consciente de su degradación física, razón que le supuso la denegación de su solicitud para ser nombrado almirante de la Flota Nacional y la dimisión del cargo como alcalde a 9 de julio de 1937.

Ramón de Carranza expiró, como ya adelantamos, el 13 de septiembre de 1937 a las cuatro y media de la tarde en su casa, sita en la calle Ancha, rodeado por sus hijos Ramón, José León, Micaela y Carmen, y asistido por el vicario capitular Eugenio Domaica. Por disposición testamentaria, Carranza ordenó que no se le rindieran honores militares a pesar de tener derecho como almirante y caballero laureado. Igualmente, dispuso que su entierro fuera de clase modesta, sin coronas, y que el dinero sobrante fuera repartido entre los pobres de Cádiz.


Lectura de 19 de enero de 2022 a las 1200 horas

                        



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