miércoles, septiembre 28, 2016

Breve reseña a la calle y figura de Payo Gómez de Sotomayor

Dista mucho de ser una calle turística. No digamos ya de ser una calle que esté cerca del centro o por la que muchos hayan tenido la ocasión y necesidad de pasar, pues se aleja del río Lérez, hundiéndose en los fondos de El Burgo, rozando los límites de Lérez. Una calle casi olvidada para un hombre que fue muy importante en su tiempo y cuyo sarcófago reposa en las ruinas de Santo Domingo, junto al de su mujer e hijo: hablamos de Payo Gómez de Sotomayor, bisnieto de Payo Gómez Charino, ese esquivo personaje que lució las galas de almirante de Castilla.

Resulta chocante el que le dedicaran una calle tan apartada, sobre todo cuando su casa se levantó en la que hoy se conoce como rúa da Ponte, a escasos metros del puente del Burgo, en la orilla izquierda del río Lérez.

Payo Gómez de Sotomayor no fue almirante pero sí mariscal de Castilla, título no precisamente carente de importancia durante la Edad Media y, además, embajador del rey Enrique III ante la corte del gran Tamorlan, que es como se conocía por estos lares al soberano mogol Timur El Cojo.

La relación de este Payo con la ciudad de Pontevedra se evidencia como más bien religiosa, aunque sin descuidar por un instante sus funciones y privilegios como señor feudal. Según el cronista Vasco de Aponte, era una persona cuerda y discreta, bien querida del rey y que contaba con un vasallaje compuesto por mil individuos de diferente condición. Su relación con la corte castellana venía de lejos, como prueba su relación con el almirante Charino, pero es que su padre, Diego Álvarez de Sotomayor “O Mozo”, y su suegro fueron incluso caballeros al servicio del rey Alfonso XI.

Además de mariscal y caballero de la Orden de la Banda, Payo Gómez de Sotomayor fue señor de las fortalezas de Sobrán y Lantaño con sus territorios, además de Insua, Cela, Santo Tomé do Mar, Portonovo, Carril, Rianxo, Villarmayor, las merindades de Postmarcos y una larga relación de tierras y jurisdicciones.

Señor poderoso y a tener en cuenta como aliado y como enemigo, pues resulta que su hijo Sueiro, quien recibió el mayorazgo, tuvo que jurar en 1445 que protegería a la villa de Pontevedra de todo peligro, incluso de su propia familia, los Sotomayor y, muy especialmente, de su padre.

Enrique III de Castilla, a quien sirvió Payo, fue considerado un hombre de gran visión y de estado, de ahí que ordenara enviar dos embajadas a la corte del gran soberano mogol Timur, una de ellas encabezadas por nuestro Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, de la jurisdicción de Arévalo, tras la sonada derrota de Nicosia en 1396, sufrida por el bando cristiano. El rey castellano tenía noticias de que el pujante Imperio otomano sumaba enemigos en sus fronteras orientales; aunque fueran musulmanes, muchas tribus y ciudades no comulgaban con los turcos y uno de ellos era el mogol Timur, quien había logrado formar su propio imperio desde Samarcanda, llegando a los territorios del Volga y exigiendo tributos a Polonia o atacando el mismísimo Egipto. Timur acabó posando su ambiciosa mirada en Beyazid I, sultán de los turcos. Enrique buscaba un enemigo común contra los turcos, en un intento desde la península ibérica de mantener sobre sus cimientos a Constantinopla.

Hacia 1401, los dos embajadores de Enrique III partes para Oriente con sus salvoconductos y llegan a tiempo para el combate decisivo entre Timur y Bayaceto: la batalla de Ankara (1402). Aunque pueda causar cierto resquemor o suspicacia, al parecer, en dicha contienda Payo Gómez de Sotomayor es nombrado caballero a las órdenes de Timur y se enfrenta a los turcos. ¿Sucedió realmente o es una hipérbole romántica que nos ha contaminado las prácticamente nulas crónicas de esta primera embajada a Tamorlan?

Detalles del sepulcro de Payo Gómez Sotomayor en las
Ruinas de Santo Domingo
Gil González Dávila dice que ambos embajadores se ofrecieron militar durante la batalla y el Mogol debió quedar muy impresionado, sobre todo con Hernán Sánchez, a quien le adjudicó el sobrenombre de Tamorlan.

No nos atreveríamos a dudar de la bravura del Sotomayor, pero resulta una postura un tanto arriesgada para un embajador extranjero. De todos modos, la victoria sonrió al bando mogol y Beyazid terminó enjaulado y sirviendo de escabel para el triunfador, y las relaciones del monarca con el embajador fueron excelentes, aunque no tanto como las que tendría Timur con el caballero y cronista Ruy González de Clavijo, quien es recordado a día de hoy en una avenida de Samarcanda (desde 2004) y en un barrio de la misma ciudad (entonces pueblo), que lleva el nombre de su lugar de nacimiento, Madrid.

La embajada castellana regresó a la península acompañada por representantes de Timur, como fue Mahomet Alcaxí, a quien conocería Clavijo en su misión posterior, y gran cantidad de regalos, entre los que se encontraban tres bellas “princesas” húngaras o griegas (no se sabe muy bien) que fueron cautivas de Bayaceto y que, tras la victoria en Ankara, lo eran de Timur.

Debemos dedicarles unas palabras a estas tres damas (hermanas según alguna crónica) que, incluso, se creía que eran miembros de las casas reales de Hungría, Servia y Grecia. Una de ellas, conocida como Angelina Griega, una belleza inmortalizada en los versos del trovador Mícer Francisco Imperial, contrajo nupcias con Diego Rodríguez de Contreras, poderoso noble segoviano, a quien dio tres hijos y fue enterrada en San Juan de los Caballeros.

Otra de las cautivas era conocida como Catalina y se desposó con Hernán Sánchez de Palazuelos, quien perpetuó la estirpe castellana con esta exótica sangre.

Estos dos casamientos hicieron muy feliz a Enrique III, quien no tuvo reparos a la hora de dotar a las novias.

Pero la tercera en discordia, y rogamos que se nos permita hablar así, es María, quien llevó de cabeza a nuestro Payo Gómez de Sotomayor, pero por culpa exclusiva de éste y de nadie más. Cuando la embajada llegó a la villa jienense de Jodar, el pontevedrés “tuvo amores” con esta dama, a la cual dejó en estado. No sabemos si esas relaciones fueron consentidas o no, pero Enrique III montó en cólera y puso precio a la cabeza del indecente noble quien, sin duda, se habría aprovechado de su posición frente a una chica que había pasado gran parte de su vida como cautiva de los infieles.

Payo tomó las de Villadiego e hizo muy bien para salvar su pellejo, mas Enrique III calmó su ira tras recibir numerosas peticiones de diversos nobles que abogaban por el perdón real.

El rey castellano dotó a María y obligó al perdonado Payo que se casara católicamente con ésta. Obviamente, en la sala del trono, la espada de administrar Justicia estaba recién afilada.

Payo Gómez de Sotomayor contrajo nupcias con María a regañadientes y tuvo con ella descendencia nobiliaria, y aunque muchos románticos hayan dulcificado su relación matrimonial, a la que solo le faltaban cupidos revoloteando por las esquinas, lo cierto es que para él, tal y como consta en su testamento, era una sirvienta (miña serventa, si prestamos atención a su testamento).

Con la muerte de Enrique III en 1406, el de Sotomayor pudo denunciar ante el tribunal eclesiástico su matrimonio con María, oponiendo coacción regia sobre su voluntad ejercida por el propio monarca ya fallecido. Por mucho que se pudiera alegar a favor de la pobre María, Payo tenía razón: se había casado a la fuerza, algo que, aunque demasiado habitual en las fechas, era un alegato justificado en Derecho canónico para declarar la nulidad del enlace.

Sepulcro de Mayor de Mendoza en las Ruinas de Santo Domingo
Sin embargo, Payo no se libró de María como hubiera deseado. Había tenido una hija con ella (que se casó con Martín Rodríguez de Junqueiras) y la mantuvo en su casa, aunque no con la dignidad que hubiera merecido. Pero ahora tenía el camino expedito para dar el braguetazo y casarse con la dama a la que le había echado el ojo: doña Mayor de Mendoza, quien era familiar directo (unos dicen hermana, otros sobrina) del arzobispo de Santiago, Lope de Mendoza, y a quien dotó de tierras que extendieron el poder de los Sotomayor por Galicia (Salnés, Santa María de Oliveira y San Payo de Carreira).

Decir, además, que con el emparentamiento con los Mendoza, los Sotomayor ganaron mayor peso, si cabe, en el Almirantazgo de Castilla.

Ahora, el nombre de Payo Gómez de Sotomayor se recuerda como una calle perdida de Pontevedra y su sepulcro, junto al de su esposa e hijo, guardan silencio entre las ruinas de Santo Domingo, esperando a que alguien los rescate del Olvido. 

Lectura de 28 de Septiembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 20º
  • Higrómetro: 44%

martes, septiembre 27, 2016

Guardia de televisión: reseña a «Stranger Things»

Título original: «Stranger Things». 2016. Ocho capítulos de +/- 50 min. Thriller-terror-ciencia ficción. Idea original de Matt y Ross Duffer. Elenco: Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolfhard, Millie Bobby Brown

Miniserie que destila por todos los poros detalles extraídos de la década de 1980 y párrafos e ideas procedentes de la cabeza de Stephen King, con lo bueno y lo malo que esto pueda suponer para el espectador

Las escenas de los tráileres con los que, en su momento, nos dejamos los ojos en Youtube fueron hiladas entre sí con la habilidad y maestría de un buen trampero. Se había preparado un suculento y vistoso cebo para que nos hiciera la boca agua y nos urgía a abalanzarnos sobre la pantalla sin reparar en las consecuencias. Un thriller de terror soft y ciencia ficción para aquellos nostálgicos de los años ’80 o que crecieron durante los mismos, que da comienzo con cuatro chavales alrededor de una mesa de Dragones & Mazmorras, en un sótano, mientras el padre de uno de ellos trata de ajustar un televisor “de culo” y “cuernos” en el que aparece Michael Knight un tanto distorsionado.

En su día comenté por Twitter el asunto con un colega que iba a participar del evento maratoniano en Netflix, tragándose entera y de una tacada la miniserie de ocho capítulos. Como era de esperar, me arrojé al vacío y me aventuré a desentrañar qué había más allá de lo obvio en los tráileres, pero solo supe decir que me parecía una mezcla de la película «Super 8» y el manga «Akira», de Katsuhiro Otomo. Y vistos ya hasta los títulos de crédito finales del último capítulo de la producción televisiva, me avergüenzo de mi precipitación pues, si hubiera pensado un poco más, habría sacado el pleno al 15: «Stranger Things» es un popurrí de ideas extraídas de las novelas de Stephen King (incluso el título recuerda al nombre del escritor) y a quien, al menos, han tenido la amabilidad (y decencia) de mentar, aunque sea en labios de la hermana de la supuesta madre de Once, la niña protagonista dotada de poderes psíquicos. A saber: una pequeña localidad rodeada de bosques y que no parece quedar muy lejos de Maine, una cuadrilla de amigos («El cuerpo», idea después desarrollada por King en «El cazador de sueños», aunque los protas de «Stranger Things» son descaradamente los Goonies), una niña con poderes que ha adquirido de su madre al haberse presentado como cobaya humana para una serie de pruebas con drogas experimentales cuando se encontraba embarazada («Ojos de fuego»), la inusual y misteriosa desaparición de un niño («Los tommyknockers»), un policía de pueblo que vive con la constante pesadilla de la muerte de su hija («La tienda») y otros tantos apuntes a los que les acompañaría otros tantos títulos del maestro de Bangor.

Popurrí de King y de los ya referidos «Goonies», «Tiburón», «Poltergeist», «E.T»... Bla, bla, bla.

Y con tanto King de por medio, comencé a sospechar y a temer que la obra de los hermanos Matt y Ross Duffer fuera a verse aquejada del mismo mal que las novelas en las que parece que se inspiran de forma nada velada: un final pobre y sobrado de hilos sueltos. Por desgracia, se confirmaron mis más profundos miedos.

Pero basta ya, por el momento, de darle palos a la serie, que merece otro tantos, sin duda. Me ha gustado mucho la experiencia, yendo de la mano junto a unos niños que se comportan como lo hacíamos nosotros, apreciándose a este respecto una excelente labor de casting, pues encontrar a actores de estas edades con cierto talento y que no parezcan un ramillete de cursis y pedantes resulta harto complicado; por no hablar de la faena que supone el dirigirlos, no pudiéndoseles exigir y presionar al igual que a los adultos. Los muchachos protagonistas son creíbles, divertidos y naturales, sin ápice de sobreactuación; destacando Once o, para los amigos, Ce (aunque el pobre Lucas Sinclair no aporta nada).

También ha resultado agradable recuperar a Winona Ryder en un papel que ha interpretado bastante bien (aunque muchos por ahí dicen que se le fue la pinza): el de mujer al borde de un eterno llanto y presa de la desesperación más absoluta, que lucha contra lo increíble y contra aquellos que no la creen; pues lo último que supe hasta hoy de aquella sobrevalorada actriz de los ’90 fue que era pasto de tabloides por su cleptomanía (así de olvidada tengo yo a esta señora), pero en «Stranger Things» me ha convencido, al igual que otros actores y actrices que han nutrido la producción, aunque sin pasarse.

Lo más impactante de la serie no es el monstruo, claramente inspirado en Lovecraft y acompañado de un sonido reverberante de depredador (no voy a decir nada de la chorrada de que se siente atraído hasta por la sangre que brota un corte en el dedo), sino las primeras escenas de las luces de Navidad que Joyce instala por su casa para comunicarse con su hijo, atrapado en el Mundo del Revés: es una escena que me regocijó, al igual que ese otro plano, copia en espejo del pueblo de Hawkins, en una atmósfera enrarecida hasta donde la pequeña Ce ha llegado con sus sondeos mentales.

Me hubiera gustado ver un final más original y no el de siempre, con cabos sueltos, preguntas y separación temporal, y que no tiene que ver con esa masa viscosa que regurgita el renacido Will y que se escurre por el desagüe del lavabo de su casa (que tampoco es que sea muy allá). Sobre todo me hubiera gustado una muerte más digna para el oscuro personaje que encarna Matthew Modine, pues la que se escenifica es patética, siendo entonces, en ese preciso instante, cuando empecé a tener sudores fríos; y más y más cositas para volver a darle de palos a esta miniserie y que podría eternizar esta reseña, al igual que otras tantas que he hecho para este blog, así que aligero.

Aún con toda su amplia parte negativa, «Stranger Things» tiene suficientes elementos positivos que merecen que nos tiremos casi ocho horas delante del televisor y sin pestañear. Eso, sí, ¿merecerá la pena dignarse en visionar la segunda temporada?

Lectura de 27 de Septiembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758 (Variable). Nimbostratos
  • Termómetro: 19º
  • Higrómetro: 44%

miércoles, septiembre 21, 2016

Un “continente” de basura


Hay quien se refiere a esto como un sexto continente debido a su extensión; por mi parte, considero que es una terminología errónea técnicamente hablando. Aun pretendiendo, con acierto, hacer hincapié en el alarmante problema que supone la existencia de una masa inmensa de basura flotando en el mar, encerrada entre las corrientes que a nuestros ancestros les permitió viajar desde México a Filipinas y regresar a América, el giro oceánico del Pacífico Norte, resulta descabellado y hasta absurdo.

Más correctos resultarían otros términos como Gran isla basura, Gran parche de basura del Pacífico o Gran sopa de plástico para denominar a este vertedero marítimo que pesaba, ya en 2012, unas 3,5 millones de toneladas y que ha llegado a ocupar una extensión de 3,4 millones de kilómetros cuadrados. Traduciendo: podríamos enterrar a España en basura con siete capas de este insalubre caldo.

El giro en el sentido de las agujas del reloj de las corrientes en el Pacífico Norte atrapa en su interior la basura que ha sido arrojada al mar desde las costas oeste norteamericana y este asiática, focalizando en el área “tranquila” del océano dos remolinos gemelos (que no uno) compuestos por bolsas de plástico, envoltorios, botellas, boyas, redes de pesca, bombillas, chapas y otros objetos minúsculos y ligeros que consumimos sin medida y que no dudamos en desechar por donde sea.

Y los efectos sobre las criaturas que tratan de medrar en el Pacífico son incuestionables, pues la descomposición lenta de los productos que integran la masa está emitiendo toxinas a las aguas y muchos animales complejos los confunden con alimento (bolsas de plástico con gelatinosas medusas), uniéndose una mayor toxicidad a la cadena trófica.

Hacia 1985, mucho antes de que se constatara la realidad, se presentaron diversos trabajos advirtiendo de la posible formación de una megaisla flotante compuesta por basura, siendo la actividad humana la única responsable de la misma (sobre todo debido a la desidia en relación al tratamiento de residuos, que comienza con la acción de cada uno de nosotros, en casa), calculándose que los objetos tardaban en quedar atrapados por el giro tan solo 5 años después de ser arrojados a las aguas y que el 80% de la basura que nutre al “continente” procede de las zonas terrestres, mientras que el porcentaje restante procede de la navegación.


Menos conocida, pero, no por ello, menos importante, es la que se haya en el Atlántico, descubierta en 2009, y que “navega” sumergida a 30 metros de profundidad y que sigue creciendo en el giro oceánico del Atlántico Norte.

¿Seremos capaces de poner freno a dichas “sopas” cuando vivimos en un mundo plastificado y absorto en la brillantez de la inmediatez más superficial? ¿Te preocupas de recoger, acaso, el envoltorio que se te acaba de caer al suelo y echarlo al contenedor amarillo?

Lectura de 21 de Septiemrbre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Estratos
  • Termómetro: 20º
  • Higrómetro: 44%

martes, septiembre 20, 2016

Guardia de literatura: reseña a «Los hijos del senador», de Olga Romay

EDICIONES B SA. Barcelona
Primera edición: Junio 2016
ISBNE 978-84-666-5940-6
691 páginas
Olga Romay comparte generosamente sus amplísimos conocimientos acerca de la vida romana durante el s. I a. de C.; no hay detalle doméstico, militar, político, ritual, comercial… que se le pase por alto y no lo mencione en una visita guiada de excepción por Roma y sus rincones más brillantes y sórdidos

Si cometemos la insensatez de mezclar juventud, hormonas desatadas y ausencia de control paterno, todo ello en dosis desproporcionadas, el cóctel resultante ha de denominarse, a la fuerza, Desastre Asegurado, pero si a éste le sumamos una guerra civil encabezada por Pompeyo y Julio César, la cosa se pone más peliaguda aún si cabe para unos protagonistas que no tardarán en meterse de cabeza en alcobas ajenas y en buscarse enemigos excesivamente poderosos.

Cuando la tensión estalla en el Senado de Roma, el patricio Servilio, que hasta entonces nunca había dado el brazo a torcer a favor de ninguna causa y partido, se verá en la urgencia de unirse a uno de los dos bandos que arrastrarán a la República al foso inmundo de un conflicto fratricida. Servilio opta por el mal menor y presta su habilidad y armas a Pompeyo, no sin antes haber reclamado la patria potestad de los cinco hijos que ha tenido con cinco mujeres diferentes y cobijarlos en su villa de Campania, donde cree que estarán a salvo de los fuegos y la rapiña (pensamiento un tanto desacertado del que podría dar buena cuenta la esclava Brisélida).

Servilio marcha con los ejércitos pompeyanos y deja a sus hijos en el campo, donde pronto se aburrirán como ostras de Arcade y regresarán a la Ciudad Eterna, desoyendo todos los consejos en contra. Así darán comienzo a sus aventuras y desventuras que los llevará a recorrer toda Roma, desde el templo de Júpiter capitolino hasta la Cloaca Máxima, encaminando sus pasos hacia todos los puntos cardinales, sin que ello sea obstáculo para tratar de salvar a su padre de una muerte vaticinada años atrás.

Con esta descomunal novela de 691 páginas, su autora, Olga Romay, da muestra sobresaliente de sus conocimientos acerca de la vida romana durante el s. I a. de C.; no hay detalle doméstico, militar, político, ritual, comercial… que se le pase por alto y no lo mencione en una visita guiada de excepción por Roma y sus rincones más brillantes y sórdidos.

La lectura es cómoda pues la autora cuenta con excelentes herramientas como narradora, no se pierde en vías muertas para que brillen florituras innecesarias y escoge una narración sencilla y adornada en su justa medida; sin embargo, no se libra de ciertos puntos en negro: 

Lo primero que me ha costado digerir de la novela es su descomunal tamaño. Aún elevando mi agradecimiento por el hecho de que se haya empleado un tipo de material para su impresión que ha reducido su peso al máximo, es de incómodo manejo entre las manos (sobre todo como lectura veraniega) y, para aquellos menos aficionados a estos “tochotes”, no parece terminarse nunca por más horas que le dediques.

La existencia de descansos en los capítulos ayuda y mucho al lector poco musculado, pero ciertos episodios son de una longitud monstruosa y otros carecen de sentido más allá de la permitir un nuevo futuro para el liberto Lucio y una herida en el corazón del joven Quinto: me estoy refiriendo al capítulo y párrafos dedicado a las dos vestales Tullia y Priscila que, para mí, no aportan nada.

La visita guiada no resultó en ocasiones todo lo comprensible que se hubiera deseado. En más de una me vi en la obligación de trasegar entre aguas empantanadas debido a que el Latín del instituto —con sus lecciones antropológicas, declinaciones y la traducción de textos de Cicerón—, lo tengo un tanto oxidado.

Otro punto negro es la presentación de los sinsabores y desventuras de unos hermanos encabezados por Mario, el mayor, que resulta más propia de una sitcom, pues no salen de una para meterse en otra, necesitando siempre de la ayuda de un adulto, sin que falten sus madres de por medio.

La autora ha querido contar tantas cosas que ha tenido que recurrir constantemente a flashbacks, algunos de los cuales no encajan muy bien, como son los que surgen a medida que nos acercamos a las fases finales de la novela, en las que abunda la narración directa de hechos para “aligerar” y correr hasta Farsalia, hasta la última escena, cuya batalla resulta confusa, sobre todo para alguien no familiarizado con la misma.

Para terminar esta lista de “pecas” del libro, se ha abusado del fuego con los hijos de Servilio y de las tretas y engaños que, aunque nada se diga al respecto, poca o ninguna gracia deben haber causado en personajes como Longino, Octavio y Marco Antonio, sobre todo cuando toda la ciudad descubre el pastel: uno ha perdido esposa y reputación, otro la posibilidad de vengarse y el de más allá una magnífica propiedad adquirida por cuatro perras.

Todos estos detalles envuelven con niebla el quizá edulcorado final.

Aún así, «Los hijos del senador» es una obra digna, bien escrita y pasional, no debemos olvidarlo; y es de reconocimiento y aplauso el que Olga Romay nos haya ofrecido el cofre del tesoro de la vida romana, conduciéndonos junto a sus personajes y por entre las estrechas calles de Roma, permitiéndonos observar a hombres y mujeres a través de los ojos de los silentes seres mitológicos que pueblan estatuas, frescos y mosaicos.

Lectura de 20 de Septiembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 19.5º
  • Higrómetro: 44%

lunes, septiembre 19, 2016

Lectura de 19 de Septiembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758 (Variable). Estelas de vapor. 
  • Termómetro: 19º
  • Higrómetro: 44%

19 de Septiembre de 2016



jueves, septiembre 15, 2016

«Moonage Daydream»,



Tercer track de «The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars» (1973)

I'm an alligator, I'm a mama-papa coming for you
I'm the space invader, I'll be a rock 'n' rollin' bitch for you
Keep your mouth shut, 
you're squawking like a pink monkey bird
And I'm busting up my brains for the words

Keep your 'lectric eye on me babe
Put your ray gun to my head
Press your space face close to mine, love

Freak out in a moonage daydream oh yeah!

Don't fake it baby, lay the real thing on me
The church of man, love
Is such a holy place to be
Make me baby, make me know you really care

Make me jump into the air

Keep your 'lectric eye on me babe
Put your ray gun to my head
Press your space face close to mine, love
Freak out in a moonage daydream oh yeah! 

Freak out, far out, in out

Lectura de 15 de Septiembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 753,5 (Variable). Encapotado. 
  • Termómetro: 19º
  • Higrómetro: 42%

miércoles, septiembre 14, 2016

Visita al Arsenal de Ferrol





Las F-102 y 103



Imposible no seguir con la mirada al R-11

La impresionante Sala de Armas

















Última línea de artillería en caso de ataque












En su día, este dique diseñado por Sánchez Bort fue el más grande del mundo.
Aún hoy sigue en uso en el Arsenal para las unidades más pequeñas





Este cañón en lo último que se ve al salir por la otra puerta del Arsenal,
destacando en su superficie (si no me equivoco) un águila bicéfala rusa