sábado, junio 30, 2018

Relación de publicaciones de Junio de 2018

Artículos
—El buque de Seguimiento Satelital y de Misiles «Kosmonavt Yurii Gagarin» https://goo.gl/BQ1Kvx

Colaboraciones con HRM

Reflexiones a la luz de la bitácora
—Viajar y colonizar el espacio: ¿Una quimera? https://goo.gl/Dbvd8G

Reseñas
—Reseña a la película de Akira Kurosawa «Trono de sangre» https://goo.gl/VD5t64
—Reseña al cómic «Bajo el sol de medianoche» de Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero y que supone el retorno de Corto Maltés https://goo.gl/2yqxid
—Reseña a la primera temporada de la serie de tv «The Wire. Bajo escucha» https://goo.gl/PfYhjX
—Reseña a la película «El maestro del agua» (2015) https://goo.gl/AoYzwK

martes, junio 26, 2018

Guardia de cine: reseña a «El maestro del agua»

Título original: «The Water Divine». 2015. 1 h y 51 m. Drama bélico. Color. Australia-EEUU-Turquía. Dirección: Russell Crowe. Guión: Andrew Knight, Andrew Anastasios. Elenco: Russel Crowe, Olga Kurylenko, Jai Courtney, Yilmaz Erdogan

Aunque la historia lo permitía y era un riesgo que asumí, me fue grato que la cinta impida que se cuele el sentimentalismo barato, falso, simple y llorica por cualquier resquicio entre fotogramas

Los libros de texto y las monografías, con su fría y tosca objetividad, tienden a reducir los conflictos armados a meras fechas, nombres propios de ciertos personajes y cifras. Olvidan y destierran el drama humano con demasiada facilidad; no solo el que se vive en los campos de batalla y en las poblaciones asoladas por la guerra, sino también el sufrimiento de esos familiares a quienes la Muerte arrebató un padre, un hermano, un marido, un hijo…, todos vestidos de uniforme y que descansan en fosas lejos de casa. Otro tanto sucede con aquellos que regresan desfigurados en lo físico y mental. Defecto o virtud con los que se reduce la narración de los hechos desde el axioma ortodoxo de los estudios históricos, pues tratar cada vida sería un imposible, quedándose muchos nombres por el camino. Quizá la asepsia acostumbrada sea la mejor solución a un problema que sigue estando ahí.

«El maestro del agua» retrata un suceso real protagonizado por un padre golpeado por la muerte de sus tres hijos en la batalla de Galípoli, esa trampa para soldados de la ANZAC, en la costa del mar Egeo. Afectado psicológicamente, pero tratando de mantenerse cuerdo para cuidar de su mujer, tan gravemente trastornada que termina quitándose la vida.

Enfrentado a un mundo cruel, en el que no encontrará entre sus iguales una mano amiga, ni siquiera en la iglesia, Connor viajará hasta los rescoldos del otrora orgulloso Imperio otomano con el firme propósito de recuperar los cuerpos de sus tres hijos y enterrarlos junto la tumba de su madre. Connor se sentirá traicionado por sus compatriotas, quienes deberían empatizar con su causa, siendo solo ayudado por un general turco, enemigo hasta hace solo unos meses, pues el empeño de ese padre le conmueve, creándose entre ambos hombres una amistad que vence las férreas y estúpidas barreras que impone la Política.

Aunque la historia lo permitía y era un riesgo que asumí, me fue grato que la cinta impida que se cuele el sentimentalismo barato, falso, simple y llorica por cualquier resquicio entre fotogramas. Lo que uno se encuentra es amor paternal y fraternal en estado puro, fuerte y leal en tiempos en los que dichos sentimientos no son casi ajenos. Encontramos algo auténtico, incluso estando a la espera de si Ayshe le servirá al sacrificado padre un café demasiado dulce.

La historia se encuentra excelentemente hilada, en su justa medida y sin pretensión, tan solo queriendo recuperar una visión humana de ese desastre traumático que fue Galípoli y que aún no ha cicatrizado en la piel de las actuales Australia y Nueva Zelanda. No es una película que vaya a engrosar enciclopedias de cine, pero posee garra y es digna por el retrato del dolor íntimo.

Lectura de 26 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 23º
  • Higrómetro: 43%

martes, junio 19, 2018

Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de «The Wire: Bajo Escucha»

Título original: «The Wire». 2002. Episodios de 59 minutos. Drama policíaco, investigación policial. Creador: David Simon. Dirección: VV. Guión: VV. Elenco: Dominic West, John Doman, Deirdre Lovejoy, Wendell Pierce, Lance Reddick, Sonja Sohn, Seth Gillian, Domenick Lombardozzi, Clarke Peters, Andre Royo, Michael Kenneth Williams, Jim True-Frost

«The Wire», lenta donde las haya, no llega a presentarse como un hilo aburrido del que se van colgando ganchos estériles que atraigan la atención para aguantar otros 300 segundos más hasta el final, de trampas de tramoyista; a cada episodio no le sobra una sola coma y respira un trabajo de guión como pocas veces se pudo haber escrito desde que el oficio dejara de ser tan prestigioso

Si el pensar común de los decanos del lugar no ha cambiado de parecer ante los demostrados excesos de la adaptación de cierta saga literaria perpetrada por un tipo que quería ser un autor de novela histórica sin estudiar Historia, La Serie (así, con mayúsculas) debería seguir siendo «The Wire», un producto televisivo de comienzos del s. XXI que, si no la veías entonces por donde fuera, hacía de ti un auténtico Pringado (con mayúsculas igualmente). Pero ya sabéis que soy perro que gusta de huesos viejos, de ahí que hoy me toque hablar de este thriller policíaco que sentó un antes y un después en el infecundo panorama de las series de este género; un pico en la gráfica, de esos que se salen del papel sábana.

El argumento de «The Wire» nos apea en una ciudad prácticamente en ruinas, de perfil amoral. Un Baltimore de edificios abandonados, negocios cerrados, paro y corrupción; un escenario ideal para un reparto coral en el que todos los personajes involucrados, o una gran parte de ellos, son individuos que recorren un camino granado de obstáculos familiares, vitales y laborales; quizá no recorran un camino, sino ambos extremos de un callejón sin salida del que no logran averiguar cómo entraron en él.

Por un lado está la propia investigación policial del entramado de narcotráfico y corruptelas de Avon Barksdale, un auténtico fantasma, con ese dédalo de agentes de dudosas capacidades, más dudosos padrinos y más extraños enemigos, a los que se unen confidentes y colaboradores en una cruzada en la que nadie cree y que se lucha sobre tierra fangosa y de herejes. Encabezan el reparto el inspector de homicidios Jimmy McNulty, la oficial de narcóticos Kima Greggs y el teniente Cedric Daniels, seguidos muy de cerca por Lester Freamon (un extraordinario policía condenado al ostracismo del departamento de Empeños por haber pretendido hacer bien su trabajo en Homicidios). Todos ellos son ovejas negras, parias, nombres escritos a máquina en un expediente escasamente brillante pues tienen el defecto de gustarles meter el dedo en la llaga y en el ojo de quien no deben. Son unos apestados en el Departamento, imperfectos; alguno incluso algo corruptible. Juntos acaban formando una ecléctica unidad de investigación en los sótanos de la comisaría central, siendo capaces de hilar, a golpe de vigilancia y escucha telefónica, un caso por el que mataría cualquier fiscal.

Por otro lado está la trama de los mismos criminales, aunque esto no es del todo cierto. Es la historia de D’Angelo Barksdale, quien se presenta como un muchacho fuera de lugar al que su tío, el misterioso amo de las calles de Baltimore, salva el pellejo durante el transcurso de un juicio por homicidio. Este personaje es el único que muestra una clara evolución y el que confiesa vivir una pesadilla; es, de nuevo, el argumento del individuo que ha nacido en el seno de una familia poderosa y que se niega a coger las riendas y a ensuciarse las manos. ¿Pusilanimidad, cobardía, sentido común? Su vida es un pequeño revoltijo: joven, con un hijo a cuya madre no ama, se encarga de la distribución de “mierda” en las casas baratas de Baltimore y, sentado en el sofá que preside el patio común, observa el escenario por el que deambulan drogatas, camellos y policías; sueños rotos junto a jeringas infectadas. D’Angelo es el propio Baltimore; quiere salir de ese hoyo y hasta es capaz de entregar a su tío a cambio de una oportunidad, pero la familia es la familia, Baltimore es Baltimore, y todo seguirá igual de podrido.

Como toda serie que marca un antes y un después, y con los años que han pasado desde su estreno, tiene una personalidad propia e imposible de encontrar en otras tantas del género por aquel entonces y que sería una locura emitir en nuestros días: palabrotas, brutalidad policial, violencia y unos diálogos tan demoledores que no pueden dejar indiferente a nadie, como cuando D’Angelo se sincera con sus colegas de sofá, o cuando tratamos de conocer más a fondo al drogadicto Bubbles u Omar despliega toda su ira; almas que la ciudad ha masticado y vomitado.

«The Wire» toca muy de cerca la corrupción diaria y demuestra cómo un simple camello de barrio, con lo que saca al día, puede estar untando el bolsillo del próximo fiscal o juez; incluso al director de la Policía de la ciudad. Ese es el elemento perturbador al que se enfrentan un puñado de hombres y mujeres con o sin placa, que tratan de limpiar las calles de la ciudad a la que aman y a la que, impotentes, solo pueden verla agonizar.

Es La Serie también para comprender cómo deberían hacer las cosas en la HBO, y también como lo hacen, con esos capítulos kilométricos de los que tan mala nota han tomado las series españolas, que se agotan a los 30 minutos pero que extienden sus capítulos hasta unos asmáticos 70 minutos. Pero «The Wire», lenta donde las haya, no llega a presentarse como un hilo aburrido del que se van colgando ganchos estériles que atraigan la atención para aguantar otros 300 segundos más hasta el final, de trampas de tramoyista; a cada episodio no le sobra una sola coma y respira un trabajo de guión como pocas veces se pudo haber escrito desde que el oficio dejara de ser tan prestigioso.

La segunda temporada da un giro de escenario, aún siguiendo en Baltimore, con unos agentes de Policía que han conocido, una vez más, el reverso de la medalla por hacer lo que se supone se espera de ellos. Pero de todo eso ya trataremos en una próxima reseña.

Lectura de 19 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 757 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 21,5º
  • Higrómetro: 42%

lunes, junio 18, 2018

Viajar y colonizar el espacio: ¿una quimera?

Al comienzo de su número 7, los Cuatro Fantásticos se las prometían muy felices, a excepción de La Cosa, cómo no, cuando la Humanidad entera entró en una especie de psicosis colectiva. De héroes indiscutidos, el cuarteto pasó a ser un peligro a eliminar por vía expeditiva, argumento poco sólido pero muy común en el trasfondo de las historietas escritas por un aún joven Stan Lee. Por culpa de un influjo mecánico extraterrestre, la Tierra se convirtió en un lugar poco recomendable, por lo que los protagonistas de la serie aceptaron de grado la invitación de Kurrgo, el tirano del planeta X, el cual estaba sentenciado a desaparecer por el inminente impacto de un asteroide. El dictador requería la presencia de Mr. Fantástico (qué poco ego el señor), para que diera con la solución científica que salvase a su especie, los xantha, de la extinción pues, la propia desidia de su pueblo, el cual conocía el secreto de la navegación interplanetaria, solo permitió la construcción dos naves espaciales minúsculas. La cuestión era evacuar a 5 billones de almas.

Sin que mediase palabra o revelación alguna, el pomposo líder de los Cuatro Fantásticos se sacó un conejo de la chistera y creó una fórmula química que provocaba que todo aquel sobre el que se rociara la solución disminuyese extraordinariamente de tamaño. Luego, en el planeta de destino, mediante la ayuda de un antídoto en forma de gas, se invertiría el proceso; pero Mr. Fantástico se guardó mucho de decir que eso último era una mentira, pues solo había logrado la primera composición y, además, en el universo el tamaño es relativo.

Este relato, en no pocos pasajes algo ridículo pasado a la viñeta, me ha dado de qué pensar durante las últimas semanas. Reapareció un buen día a modo de pasatiempo, quizá haciendo cola en el banco, quizá limitándome yo a mirar al techo, a la espera de las sombras de la tarde. Y ha llegado a inquietarme respecto a las posibilidades reales del Ser humano, como especie, de romper las cadenas que lo mantienen firmemente unido a nuestra Perla azul y enfrentarse con éxito al vacío del cosmos.

Navegar es necesario. Es lo que nos impulsó como especie pensante. Queríamos averiguar qué se escondía tras la siguiente isla, qué riquezas podrían existir, tanto materiales como inmateriales; pero, por aquella, continuábamos hollando una superficie amigable y “conocida”, con posibilidades de abarcarla en su totalidad en una sola vida, pero, ¿y el espacio?

Como dijo Mr. Fantástico, el tamaño es relativo en el universo, pero también lo son el tiempo y las distancias.

Un ser humano tiene una vida estimada de 80 años, siendo optimistas. Esta limitación apenas supuso un freno en su día al ser una especie capaz de manipular objetos y crear utensilios para alzarnos hasta la cúspide del dominio sobre la Tierra. Sin embargo, lanzarnos al espacio es un imposible debido a nuestras carencias tecnológicas y miedos más novedosos. Hay que alcanzar la velocidad de la luz, como poco, para ver el fondo del túnel, algo que, a día de la presente, resulta solo teórico sin el apoyo de la energía nuclear. Pero, aunque diéramos con el secreto para viajar a 300.000 km./s., tardaríamos 4,243 años en alcanzar la estrella más cercana a nuestro apartado punto relativo en la galaxia, Próxima de Centauri, sin saber si allí habría sitio para nosotros.

Los últimos estudios revelan la existencia de una infinidad de exoplanetas situados en una zona de habitabilidad dentro de sus sistemas, todos muy similares al nuestro. Y parece que son muchos más aquellos en los que existe una estrella enana roja, un astro que cuenta con un combustible prácticamente inagotable (al contrario que nuestro sol). Supertierras en la zona “Ricitos de Oro”.

Pero cualquier opción se encuentra fuera de nuestro alcance y ahí juega la relatividad del espacio-tiempo-tamaño-esperanza de vida. Aunque se haya probado la existencia de agujeros negros y se teorice sobre los de gusano que interconectan distintos planos del cosmos, nos costará siglos o generaciones entenderlos y aplicarlos prácticamente a nuestras perentorias necesidades, por no decir que esa vastedad llamada universo no se plegará a nuestros deseos de forma dócil y pacífica.

Con amargura, pues siempre he mirado hacia las estrellas con el mismo fervor reverencial que nuestros ancestros, considero que no contamos con las medidas necesarias para el viaje interplanetario. Nuestra esperanza de vida es insuficiente y enclaustrarnos en naves que tardarían décadas en llegar a un destino incierto mermaría a la propia Humanidad. ¿Qué consecuencias médicas y genéticas podrían causarnos las travesías de años por el espacio? Acabaríamos exhaustos y como bolas de sebo. Quizá los señores de los cielos, quienes puedan pasearse de estrella en estrella, provengan de sistemas en los que sus planetas y la vida sean millones de veces más grandes que los que pertenecen a nuestro sistema (por ejemplo, entre los Kepler tenemos 12 planetas más grandes que nuestro Júpiter, siendo que el Kepler -12b, de la constelación Draco, a 1956,64 años luz, casi lo dobla de tamaño). Quizá existan especies inteligentes en aquellos parajes para los que unos cien años humanos sean un suspiro, como es para nosotros la vida de ciertos insectos en la Tierra, que apenas duran unas horas y hasta nacen sin boca por la que alimentarse. Quizá sean también criaturas enormes que, puestos en comparación con nosotros, podrían aplastarnos como a hormigas; o justo lo contrario, pero con una longevidad que nos parecería antinatural.

La solución para un éxodo de la Humanidad (apunte en el que habría que discutir quiénes serían los afortunados/desgraciados en partir hacia las estrellas más cercanas), en mi opinión, pasaría por la transhumanización de la tripulación de la nave o la dependencia de una bondadosa inteligencia artificial, aunque todo se reduciría a una población encapsulada, en forma de embrión a desarrollar en el planeta hogar de destino, o en sistemas de hibernación cuyas secuelas físicas y mentales serían imprevisibles. Los tripulantes deberían hacer pasar sus esencias a cuerpos sintéticos que pudieran hacer frente a la erosión temporal y administrarse fármacos que frenasen una posible demencia; o la inteligencia artificial programarse de tal modo que pudiera cumplir su misión sin que llegase a decidir matar a todos los huéspedes. Con todo, el horizonte se reduce a que la Humanidad acabará viajando y colonizando el universo por medio de unos padres demiúrgicos mecanizados, arriesgándose a perecer en el vacío o a medrar en el planeta a colonizar sin conocimiento alguno de su pasado por culpa de una simple casualidad que borrase el registro de datos de la nave.

¿Viajar al espacio es una necesidad creada por un bromista cósmico que sabe de lo fútil de nuestros intentos? ¿En caso de que tengamos una necesidad tal como los xantha, seremos capaces de reclutar a algún Mr. Fantástico? Disculpadme, pero hoy me siento un tanto pesimista al respecto y me vuelve al recuerdo la pregunta que me hizo mi madre en una ocasión, disgustada al escuchar el desorbitado coste de un lanzamiento para la ISS, a la que respondí dándole una detallada lista de los beneficios que disfrutábamos diariamente gracias a la investigación espacial. La cuestión ahora será si ese despilfarro a ojos de mi madre podrá sernos útil a corto o a medio plazo para salvar a nuestro planeta y a nosotros mismos de paso. Que sirva como herramienta de salvación y no de huída. 

Aún con todo, navegar es necesario.

Lectura de 18 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 757,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 20º
  • Higrómetro: 51%

jueves, junio 14, 2018

«Co-Co», The Sweet



Co-Co would dream of dancing
At midnight beneath the stars
'Cos when it comes to dancing
Co-Co's a star

He danced in a ring of fire
That circled the island shore
And as the flames got higher
They'd all call for more and more

Ho-chi-ka-ka-ho, Co-Co
Ho-chi-ka-ka-ho, Co-Co
Ho-chika-ka-ho, go go Co-Co

Ho-chi-ka-ka-ho, Co-Co
Ho-chi-ka-ka-ho, Co-Co
Ho-chi-ka-ka-ho, go go Co-Co



Read more: The Sweet - Co - Co Lyrics | MetroLyrics

Lectura de 14 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 18º
  • Higrómetro: 49,5%

miércoles, junio 13, 2018

El buque de Seguimiento Satelital y de Misiles «Kosmonavt Yurii Gagarin»

Atracado en Odessa, 1971
Insignia entre los de su clase, el Kosmonavt Yurii Gagarin tuvo un papel fundamental durante los últimos años de la Guerra Fría, cumpliendo sobradamente su cometido, pero no tanto como para ganarse un retiro y final dignos, a semejanza de la práctica totalidad de la alta tecnología soviética

Si algo caracterizaba a los rusos comunistas fue su afán por construir las máquinas más grandes e insospechadas jamás vistas, como vanidosa demostración de fuerza, tanto industrial como científica. Por desgracia, tanto esfuerzo solo sirvió de futuro acopio para innumerables chatarreros y desguaces repartidos por el ancho mundo.

En su día os hablé de un buque de telecomunicaciones que acababa con la vida de todas las ratas que se colaran en sus bodegas, y que tuvo un historial ciertamente corto y decepcionante: el SSV-33 Ural (proyecto 1941 "Titan") Kapusta. Pero hoy me gustaría hacer otro tanto con un navío que fue la estrella de una pequeña flota llamada “Espacial”, de la que formaba parte el SSV-33, y que era una macro estación móvil de seguimiento de misiles, cohetes, satélites y todo lo que despegara del suelo con el sello URSS pegado en la cubierta y llegara a la órbita: el Kosmonavt Yurii Gagarin.

Orgullo de los astilleros de Leningrado Baltic S&G Works, fue completado en 1971, siguiendo los planos de la clase Sofia o Akhtuba (ex Hanoi) de buque tanque a vapor. Una vez botado, tardó solo unos meses en ser fotografiado en emplazamientos tan delicados como La Habana, la bahía de Nipe, Cienfuegos y la base naval de Cayo Alcatraz. Aunque se vendiera al mundo como un buque “pacífico”, de investigación, dentro del programa de exploración espacial (en particular, de la Luna, cuando ya habían tirado la toalla), y adscrito a la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, no menos cierto era que su principal labor era la de control y seguimiento balístico, como pieza fundamental del escudo antimisiles de la URSS.

El Kosmonavt Yurii Gagarin en la Bahía de Nipe (Cuba), 1971-72
Los números del Gagarin aún asombran. Poseía una eslora de 231,6 metros, una manga de 32 y un calado de 9,2. Su planta de dos turbinas a un eje le permitía generar 14.000 kw que desplazaban 45.000 toneladas a una velocidad de 18 nudos. Su autonomía de hasta 130 días, sin necesidad de repostar combustible ni provisiones, le permitía batir récords de permanencia en alta mar. Con la calculadora en la mano, era capaz de recorrer 20.000 millas náuticas por misión.

En su rol se contabilizaban 248 personas, de las que 136 eran tripulantes. El resto se ocupaba de 86 laboratorios de investigación y seguimiento, y de las 1.250 habitaciones dedicadas a distintas funciones científicas y personales. Mención aparte merecen los objetos que le daban su especial configuración: cuatro enormes antenas reflectoras parabólicas, dos de ellas de 25 metros de diámetro y las otras dos de 12,5, y de 1.000 toneladas de peso, que no causaron pocos problemas de navegación, pues cuando se orientaban de forma que dejaran de estar en posición nadir, hacían efecto vela (disminuyendo en dos nudos la velocidad si se orientaban hacia proa), por lo que mantener el navío quieto era realmente complicado (por no decir otra cosa), imposibilitando un correcto seguimiento de los objetos espaciales. A estas cuatro había que sumar otras 73 de menor tamaño, tipo y configuración.



Pero el Gagarin, como algunos de sus hermanos, era mucho más que un frío buque de investigación. En sus “tripas”, los hombres y mujeres que fueran abordo podían disfrutar de una existencia distendida, con comedores, un gimnasio, un teatro con un aforo de 300 personas y tres piscinas cubiertas. En su interior había, incluso, espacio suficiente para cargar con varios vehículos con los que, quien tuviera los permisos pertinentes, podía desplazarse por tierra una vez en puerto.

Breve recorrido por el interior del Kosmonavt Yurii Gagarin
Como insignia de una flota de once navíos especiales, tuvo su principal (o única, según se vea) área de operaciones en el Océano Atlántico (que nadie se desmaye por la obviedad que he soltado), donde realizó entre 1971 y 1991 unas 20 expediciones. La razón de tanto buque por todos los mares se justificaba con las propias órbitas de los ingenios, que solo permitían seguirlos en territorio soviético 9 de cada 24 horas del día. Y el seguimiento, a su vez, a estos barcos por las naciones adscritas a la OTAN no solo se realizaba por cuestiones de seguridad, sino también por puro “cotilleo”; por ejemplo, la desbandada general que se produjo en el Índico en Diciembre de 1968 confirmó a los EEUU el fracaso de la misión soviética a la Luna, lo cual le dio a la NASA unos meses más de oxigeno para preparar la exitosa misión Apollo 11.

Gracias a la insoportable presión económico-armamentística que la Administración Reagan aplicó sobre la URSS, ésta colapsó a finales de la década de 1980. El tsunami administrativo y gubernamental fue tal que muchos de aquellos orgullos soviéticos se derrumbaron al mismo ritmo que las estatuas de Lenin en las plazas públicas. La flota “Espacial” fue una de tantas víctimas, siendo el caso del Gagarin bastante rijoso: acabó en manos de Ucrania tras su recién adquirida independencia, pretendiendo su gobierno mantenerlo, pero, como sucedía en todas esas repúblicas que habían recuperado su soberanía, las arcas estaban vacías. Por tanto, lo que se avecinó era de esperar, más que nada cuando la tripulación, a mediados de la década de 1990, comprobaba con desesperación cómo el pago de sus nóminas se iba retrasando mes tras mes. La solución de la centena larga de tripulantes fue también muy rusa: con paciencia y sin disimulo, procedieron a canibalizar y comercializar cuanta pieza pudiera extraerse del navío sin comprometerlo seriamente. Hablamos de material técnico, pero también de piezas del museo que se guardaban en su interior, como regalos personales de cosmonautas que visitaron la nave, etc.

Al final, fue obvia la ridiculez que suponía seguir manteniendo semejante “bicho” sin función alguna para Ucrania que, en 1996, tras las pertinentes negociaciones, vendió el Gagarin a una compañía australiana de desguace de barcos a 160$ la tonelada de metal, siendo llevado a un puerto de la India (al igual que el Akademik Sergei Korolev), previo el borrado de toda referencia a su glorioso pasado, incluso renombrándosele como Agar.

Supuestamente, el del fondo es el Gagarin
Para dar término al artículo, vamos a referenciar los buques de la flota “Espacial”:

  • Kosmonavt Vladimir Komarov, de 17.000 toneladas
  • Kosmonavt Yurii Gagarin, de 45.000 toneladas
  • Akademik Sergei Korolev, de 21.250 toneladas
  • Akademik Nikolai Pilyugin. Incompleto
  • Kosmonavt Pavel Belyayev
  • Kosmonavt Georgi Dobrovolskii
  • Kosmonavt Viktor Patsayev. En uso
  • Akademik Vladislav Volkov
  • Borovichi
  • Kegostrov
  • Morzhovets
  • Nevel
  • Marshal Nedelin
  • Marshal Krylov

Lectura de 13 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 755,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 17º
  • Higrómetro: 50%

martes, junio 12, 2018

Reseña de cómic: guardia a «Bajo el sol de medianoche»

Guión: Juan Díaz Canales
Dibujo: Rubén Pellejero
NORMA CÓMICS. 2015, Barcelona
78 páginas
ISBN: 978-84-679-2092-5
En la obra de Canales y Pellejero no se aprecia instinto, solo un miedo reverencial y absurdo hacia Hugo Pratt, sin pretender superarlo en ningún momento

Hace unos pocos años apareció la noticia que removería el mundo del cómic hasta sus sólidos cimientos: la fundación CONG SA, titular y gestora de los derechos de autor de Hugo Pratt, había dado luz verde a un proyecto singular: volver a dar vida al mítico personaje Corto Maltés, importando bien poco que su creador llevara 20 años fallecido. Tributo al genio de Rimini; ansiedad por no quedarse tan solo en las largas historias de aventuras dibujadas en las décadas de 1970 y 1980 principalmente; ¿deseos de amasar pasta fresca? Sería absurdo pretender desentrañar qué movió a las cabezas pensantes de CONG SA a realizar semejante apuesta, pero es cierto que el proyecto se presentaba con unas galas inmejorables, sobresaliendo el guionista Juan Díaz Canales (Blacksad), quien garantizaba la calidad del álbum, al menos, en apariencia, sirviéndose se los lápices de Rubén Pellejero (El silencio de Malka).

A fecha de la presente se han editado dos tomos, «Bajo el sol de medianoche» y «Equatoria», siendo que el primero es el único al que he tenido oportunidad de hincarle el diente, leyéndolo de cabo a rabo. 

La historia que se confina entre sus tapas es muy Pratt. Sigue un esquema muy estudiado, en el que no falta el guiño literario, la mención a Venecia o, incluso, el elenco típico de aventureros, déspotas, patriotas, soldados de fortuna, cobardes, espías… y un Corto Maltés tan bocazas como de costumbre. Sabor a mar y a Muerte. El carrusel Prattiano al completo y sin excepción, con un inicio prometedor, con Corto pretendiendo hacer un último favor a su amigo Jack London, en las tierras del Gran Norte. Ese comienzo habría entusiasmado a Pratt y entusiasma a cualquier aficionado a sus novelas gráficas, pero…

En fin, el carrusel está ahí, pero todo él posee una pátina de tan desdeñosa artificialidad que echa para atrás. Ni el guión ni el dibujo van a engañar a nadie, más que nada porque es un absurdo homenaje-plagio. El dibujante pretende alcanzar la simpleza del trazo final de Pratt, viejo y más ocioso que de costumbre, con unas viñetas que son un vergel de recursos bastos. Cualquiera que haya leído las aventuras del Maltés a cargo de Pratt notará ahora un sabor agrio, el que se degusta cuando alguien quiere resucitar a un autor muerto sin aportar nada nuevo o propio. El guionista no tanto, pero el dibujante se ha dejado esposar por una ingenua querencia u homenaje de líneas ortodoxas.

Por su parte, el trabajo de Canales no es que sea de suspenso, pero tampoco de sobresaliente. Dejémoslo en un punto medio. Lo más negativo es que permite que las páginas tomen tal velocidad que causa sensación de vértigo, sin dar tiempo a muchos personajes de adquirir cierta “madurez” para el peso que se les atribuye en la trama. Para más inri, el guionista se lo pasa en grande echando mano de la cornucopia personal de chistes ingeniosos que traslada a las bocas de los personajes, pero poco más; incluso algunos resultan ser demasiado estúpidos. Además, sus bocadillos apenas dan lugar para más de una frase, algo que no se corresponde con el espíritu Prattiano que se pretende honrar, seguir o plagiar,

Pero de lo que realmente adolece el cómic es de la forma de trabajar de sus creadores. Desconozco el programa que adoptaron, pero no parece que hicieran propia la forma de trabajar de Pratt: dibujar primero y, luego, escribir los diálogos. Pratt se dejaba guiar por su instinto, haciendo fluir la historia; que sus personajes hablasen solos. Y en la obra de Canales y Pellejero no se aprecia instinto salvo un miedo reverencial y absurdo hacia el italiano, sin pretender superarlo. Si Pratt se mantuviera con vida, no le importaría en absoluto que unas manos más jóvenes siguieran inmortalizando las historias del personaje que le permitió alcanzar fama mundial, pero, quizá, no de esta manera (algo que los de CONG SA no han sabido ver).

Supongo que el proyecto seguirá avanzando; la publicación del segundo álbum debe ser prueba de ello, además de las reediciones de este «Bajo el sol de medianoche». Y yo leeré todo lo que pueda, pero estos nuevos trabajos no sustituirán a ninguno de esos viejos cómics dibujados hace tantos y tantos años...

Una última cosa. Animo a los involucrados en este renacimiento a que sitúen a Corto Maltés en otra etapa que no sea siempre la de 1914-1918, pues ya va siendo poco verosímil la capacidad del personaje de moverse por tantos y tan distantes puntos del planeta en tan corto periodo de tiempo.

Lectura de 12 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 755,5 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 17º
  • Higrómetro: 50%

lunes, junio 11, 2018

Luis Delgado Bañón presenta nueva novela


Envidiable es la carrera de este señor de las Letras y la Mar. Incansable su pluma y desafiante su prosa, que aborda, desde su particular óptica, la Historia de España.

Este jueves 14 de Junio, a las 20.00 horas, Delgado Bañón presentará el volumen 29º de su saga marinera, titulado «El navío Reina Doña Isabel II», que tendrá lugar en la Sala Isaac Peral del Museo Naval de Cartagena.

Como siempre que nos es posible, nos hacemos eco de este acto, deseando mucha suerte y asistencia a este veterano autor.

Lectura a 11 de Junio de 2018 a las 1200 horas



  • Barómetro: 753 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 17º
  • Higrómetro: 50%

jueves, junio 07, 2018

«Radar Love», Golden Earring



I've been drivin' all night, my hand's wet on the wheel
There's a voice in my head that drives my heel
It's my baby callin', says I need you here
And it's a half past four and I'm shiftin' gear
When she is lonely and the longing gets too much
She sends a cable comin' in from above
Don't need no phone at all
We've got a thing that's called radar love
We've got a wave in the air, radar love
The radio is playing some forgotten song
Brenda Lee's comin' on strong
The road has got me hypnotized
And I'm speedin' into a new sunrise
When I get lonely and I'm sure I've had enough
She sends her comfort comin' in from above
We don't need no letter at all
We've got a thing that's called radar love
We've got a light in the sky, radar love
No more speed, I'm almost there
Gotta keep cool now, gotta take care
Last car to pass, here I go
And the line of cars drove down real slow
And the radio played that forgotten song
Brenda Lee's comin' on strong
And the newsman sang his same song
Oh one more radar lover gone
When I get lonely and I'm sure I've had enough
She sends her comfort comin' in from above
We don't need no letter at all
We've got a thing that's called radar love
We've got a light in the sky
We've got a thing that's called radar love
We've got a thing that's called radar love

Lectura de 7 de Junio de 2018 a las 1200 horas



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martes, junio 05, 2018

Guardia de cine: reseña a «Trono de sangre»

Título original: «Kumonosu-jô». 1957. Japón. B/N. 1 hora y 50 minutos. Dirección: Akira Kurosawa. Guión: Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto, Ryûzô Kikushima, Akira Kurosawa, adaptando la obra «Macbeth», de William Shakespeare. Elenco: Toshirô Mifune, Isuzu Yamada, Takashi Shinura, Akira Kubo, Hiroshi Tachikawa, Minoru Chiaki, Takamaru Sasaki

«Trono de sangre» es considerada por muchos como la mejor adaptación cinematográfica de «Macbeth». Yo no voy a discutirlo, pues coincido en es que es un filme cuidadoso, puramente japonés, que hace suya la historia shakespeariana, puramente humana, y la funde con las tradiciones narrativas niponas

William Shakespeare escribió tantas comedias como tragedias. De todas ellas solo unas pocas nos resultan mínimamente familiares al formar parte inexcusable de nuestro raquítico acerbo cultural. Aparte de las consabidas, es poco probable que nos suene algún título a mayores.

Entre los verdaderos dramones del de Straton-on-Avon se da una especie de quintología que reúne un vasto compendio con los más bajos instintos de los que hace gala el ser humano: «Hamlet», «Romeo y Julieta», «Otelo», «Macbeth» y «El rey Lear». De entre las reseñadas, mi favorita es «Macbeth», junto con «El rey Lear», quizá por la honda impresión que me causó ser testigo, a medio de la lectura y transcurridos los siglos, de la brutalidad de sus escenas, la misma en la que no existe piedad ni para los niños ni los ancianos indefensos, dejando en paños menores toda diarrea martiana en tronos de hierro.

Akira Kurosawa decidió en su día hacer una apuesta arriesgada pues el cine, bien se sabe, no es lugar para cobardes: adaptar la obra teatral «Macbeth» a la gran pantalla y con toda la esencia del Japón feudal. Hoy día nos parece incluso corriente ver a Hamlet como un príncipe danés en pleno s. XIX, a Puck como un duendecillo picaruelo en la década de 1900 o a Tito Andrónico gobernando un futurista estado fascista. Kurosawa trasladó la tragedia desde las highlands escocesas hasta unas tierras no menos inhospitalarias del Japón del s. XVI, en pleno periodo histórico del Sengoku (país en guerra), a los pies de un bosque y un castillo llamados de las Telarañas. 

Entre los recovecos de la floresta, los Macbet y Banquo de ojos rasgados, quienes responden a los nombres de Washizu y Miki, capitanes del daimyo Suzuka, se encuentran con una espeluznante figura espectral: un espíritu del bosque que compone el futuro en su rueca. Dicha aparición desvela a los dos oficiales el futuro que les deparará; aunque en realidad es el empujón que ambos, sobre todo Washizu, necesitarán para hacer realidad sus más profundos deseos: un empujón que los arrojará al abismo.

La esposa de Washizu, con vestimentas y afeites de mujer de samurai, ejerce de Lady Macbeth añadiendo al personaje un aura siniestra hasta entonces nunca vista; guía igualmente la mano homicida del protagonista del drama para hacer realidad las palabras del espíritu del bosque de las Telarañas: alcanzar el trono. Una vez más nos haremos la pregunta de si Macbeth-Washizu sería capaz de actuar como termina haciéndolo si su compañera no emponzoñara sus oídos, minando su determinación y lealtad hacia su clan y sus compañeros de armas. ¿Es en realidad Lady Macbeth-Washizu un ente real e individual o parte de la conciencia del protagonista, una materialización física de su mente separada, asumiendo el polo oscuro de su mente? Lo que resulta más evidente es el nombre del lugar escogido para desarrollar la historia, que parece condenar a los personajes de antemano: el futuro de Washizu se desvela en el bosque de las Telarañas, donde el espíritu teje el destino; donde Washizu queda atrapado sin remedio, debiendo pagar un alto precio por sus crímenes: pérdida de herederos, locura…

«Trono de sangre» es considerada por muchos como la mejor adaptación cinematográfica de «Macbeth». Yo no voy a discutirlo, pues coincido en que es un filme cuidadoso, puramente japonés, que hace suya la historia shakespeariana, puramente humana, y la funde con las tradiciones narrativas niponas. Akira Kurosawa realiza un gran trabajo y dirige con maestría a su actor fetiche, Toshiro Mifune, quien parece salir de un cuadro Ukiyo-e, al igual que las escenas más dramáticas, dotando de extremada fuerza al contenido gráfico.

Se echa en falta el soliloquio de Macbeth hacia el final de la obra, uno de los momentos más sobresalientes del original. “Apágate breve llama. La vida es una sombra que camina”; y se lamenta que la película no fuera filmada en color, pues nos impide acercarnos y recrearnos en el colorido propio de las vestimentas de los guerreros y los daimyos (a la riqueza del vestuario).

Ésta es una película que llevaba largos años deseando visionar, pero he comprobado que el espíritu del bosque de las Telarañas tenía trenzados planes bien distintos para mí. La experiencia ha sido positiva, aunque hay que comprender que es un filme datado en los años 1950, cuya lentitud y silencios pueden poner a prueba al más inquieto, siendo que los veremos plagiados en los westerns meridionales.

«Trono de sangre» es una producción a la que hay que salir al encuentro desde la curiosidad por el mundo nipón y por querer comprenderlo; por obtener una visión preclara de una historia universal de ambición desmedida y traición, tan naturales al ser humano, y que casa a la perfección con la idiosincrasia del Japón feudal.

Lectura de 5 de Junio de 2018 a las 1200 horas



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