martes, octubre 31, 2017

Resumen de publicaciones de Octubre de 2017

Artículos
—Arnaldo Tamayo Méndez, el primer cosmonauta cubano https://goo.gl/VdgqDD

Colaboraciones con HRM
—Entrevista a Montserrat Claros con motivo de la publicación de su novela «El periplo del Talismán» http://www.hrmediciones.com/index.php/blog-rei/91-noticias/155-entrevista-a-montserrat-claros-el-periplo-del-talisman
—Entrevista a Miguel Ángel López de la Asunción, coautor el libro «Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler» http://www.hrmediciones.com/index.php/blog-rei/87-contemporanea/160-entrevista-a-miguel-angel-lopez-de-la-asuncion-javier-yuste

Reflexiones a la luz de la bitácora (opinión)
—Un 8 de marzo cualquiera https://goo.gl/1UFvxY

Reseñas
—Reseña a la novela «Homeland. La huída de Carrie», de la franquicia «Homeland» https://goo.gl/CqbDnS
—Reseña a la clásica cinta «Mujercitas», de 1949 https://goo.gl/DujbND
—Reseña a la novela de Hisako Matsubara «Samurai» https://goo.gl/FE8ZiA
—Reseña a la segunda temporada de la serie de TV «Chicago PD» https://goo.gl/SsXrrf
—Reseña a la novela de culto de ciencia-ficción «La mano izquierda de la oscuridad», de Ursula K. Le Guin https://goo.gl/g6JynG

Guardia de literatura: reseña a «La mano izquierda de la oscuridad», de Ursula K. Le Guin

Minotauro.
Barcelona, 1984
271 pág.
ISBN: 84-350.0442-2
Le Guin establece una mística en la dualidad guedeniana, prácticamente perfecta, un equilibrio entre la luz y la oscuridad que no varía, que es imperturbable; una dimensión que muchos entienden como de defensa, desde la ficción, de la libertad sexual y la tolerancia hacia cualquier tendencia o inclinación

La mano izquierda de la oscuridad es la luz, al igual que la mano derecha de la luz es la oscuridad. La duplicidad del ser humano, ya sea como ente individual o a medio de un tercero: un hermano, un amante o un extraño procedente de las estrellas.

Esta novela de la segunda mitad de la década de 1960 fue una de tantas adoptadas como guía de los movimientos contraculturales, narrada en primera persona por sus dos protagonistas: Genly Ai, un terrícola enviado por el Ecumen —que es una federación de planetas donde medra la especie humana—, y Derem Estraven, el primer ministro del reino de Karhide, caído en desgracia al apoyar la misión de Ai. El primero nos permite leer un informe oficial sembrado de locuciones y opiniones; el segundo su accidentado diario personal; y, entre medias, se introducen descansos en la historia a medio de mitos y leyendas orales de Gueden, un helado planeta en el que se desarrollan distintas civilizaciones de humanos hermafroditas que adoptan un rol, aspecto y sexo determinados una vez al mes, durante un celo denominado kémmer, tras el cual, si no hay concepción, vuelven a un estado latente asexuado.

La misión de Ai es la de convencer a las principales naciones de Gueden para que firmen un tratado de alianza comercial, que se unan a una especie de comunidad económica de mundos humanos, pero la situación política entre Karhide y Orgoreyn, que mantienen una guerra fría al estilo EEUU y URSS o, al menos, India y Pakistán, pone graves trabas a la labor del enviado terrestre. Ai ha de vencer cuantiosos escollos, siendo que, como humano, yerra y desconfía de Estraven, que es el único en quien debería confiar en un planeta que el Ecumen siempre ha denominado como Invierno; cae en un grave y fatal error, pues Estraven sí pretende que su país, Karhide, encabece el acuerdo con los hombres de las estrellas, cree ciegamente en Ai a pesar de ser un perverso (siempre está en kémmer, con un rol masculino), alguien tildado de embustero al hablar de vuelos por el espacio (algo imposible de comprender para los habitantes de Gueden, donde no existen animales voladores ni matemática alguna que sustente la posibilidad de elevarse en los aires).

Genly Ai recorre parte de Karhide y, al fracasar en la audiencia con el rey Agraven, pone rumbo al vecino Orgoreyn, convencido de que allí habrá más personas dispuestas a prestarle oídos y a firmar un tratado con el Ecumen, provocando un efecto dominó por todo Gueden. Ai decide cruzar la frontera en el momento en el que Estraven es declarado traidor y proscrito.

Ai, sin darse cuenta, se encontrará en un grave peligro del que saldrá con vida gracias a la intervención de Estraven, quien se jugará algo más que el tipo para salvarle, compartiendo ambos una traumática experiencia en el Norte del planeta, que permitirá al terrestre comprender el valor de la dualidad de los habitantes de Gueden, hasta el punto de considerarla como una superioridad mística.

El enfrentarse a las primeras páginas de «La mano izquierda de la oscuridad» es poco menos que un reto no acto para enclenques literarios. La lectura es apretada y de difícil ubicación en nuestra imaginación, pues nos lanza sin cintos ni seguros a un acto ritual de Karhide, sin que tengamos la menor idea de lo que nos rodea; nos arranca del útero de la normalidad para que nuestra carne sienta el mordisco de lo inhóspito, lo cual forma en el lector el erróneo razonamiento de que la novela va a ser un peñazo de los que hacen Historia. Sin embargo, la cosa pronto remonta y resulta ser incluso atractivo acompañar a Genly Ai a lo largo de sus encuentros con distintos guedenianos y por sus descripciones; aunque resultarán más interesantes los descansos: los mitos y leyendas de Gueden que el propio Ai trascribe a la palabra escrita en su informe.

La novela no es de aventuras galácticas, sino la representación de una cultura humana (sobre la que arroja sombra la tesis de la intervención de un ente superior en el desarrollo y evolución de las diferentes razas humanas diseminadas por la galaxia), en la que los dos personajes interactúan hasta una unión propiamente guedeniana, sin la intervención del sexo aunque el matiz hermafrodita de la población sea una constante agotadora, la luz y la oscuridad que asumen como propias las particulares disciplinas o credos que se practican y estudian en Gueden.

No es de aventuras y, en ocasiones, cuanta con ciertas notas de trama puramente política, pues el Enviado busca un acuerdo interplanetario, la cual puede hacer recular a muchos lectores que huyan de este tipo de argumentos. La aventura en sí puede que sea la evasión de Ai, con la ayuda de Estraven, de la granja (gulag) donde es internado en Orgoreyn; el recorrido de ochenta y un días por el Hielo. Pero, a pesar de su importancia por la unión y comprensión entre los dos personajes, alcanzando la dualidad, es tedioso hasta el punto de poder saltarse uno varios párrafos y no perderse nada, siendo que solo hay que atender a los diferentes incisos nocturnos dentro de la tienda de campaña.

De una narración que se anuncia como fatigosa, pasa a otra capaz de despertar la curiosidad del lector por conocer una civilización con decenas de miles de años a sus espaldas, estancada en la Edad Media tras haber vivido una etapa industrial de tres milenios; que conoce a un ser de otro mundo, embajador de una federación galáctica; pero también la tesis de que una sociedad como la guedeniana, en la que todos sus miembros pueden conocer de primera mano una masculinidad y feminidad efímeras, salvo durante el embarazo, y que los condena en el buen sentido a ser una raza que holla el planeta de forma pacífica. Le Guin establece una mística en la dualidad guedeniana prácticamente perfecta, un equilibrio entre la luz y la oscuridad que no varía, que es imperturbable; una dimensión que muchos entienden como de defensa desde la ficción de la libertad sexual y la tolerancia hacia cualquier tendencia o inclinación.

Antes de cerrar, he de hablar algo mal acerca de la traducción al castellano de la obra, a cargo de Francisco Abelenda en la edición que he leído, que es del todo mejorable, pues se introducen términos que, si no erróneos, suenan bastante mal y pobres en comparación con el texto en su conjunto. Increíblemente pobres para un traductor de hace décadas (no para un actual).

Lectura de 31 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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miércoles, octubre 25, 2017

Arnaldo Tamayo Méndez, el primer cosmonauta cubano

Hoy no causa sorpresa alguna el rosario de banderas que coronan nuestra órbita terrestre desde la Estación Espacial Internacional (ISS), aunque aún haya muchos países que siguen con los pies pegados a la Tierra. Vivimos una suerte de recuperación del anhelo por el espacio, de capa caída desde la entrada en la década 1980 y por culpa de una serie de desastres humanos y financieros a los que se sumaría el colapso de uno de los grandes contendientes de la Guerra Fría; aunque aún estamos dando los primeros pasitos, que no se engañe nadie.

La Carrera Espacial está plagada cuantiosos hitos y curiosidades y hoy quiero tratar un hecho relacionado con los países que se asomaban al espacio, con tutela de los hermanos mayores, como gesto de buena voluntad, hermanamiento o como se quiera denominar más acertadamente. En esta ocasión reseño un hombre a quien acabo de conocer y cuya historia me parece llamativa por cuanto no tenía la más mínima idea de que existiera un cosmonauta cubano, el cual me ha salido al quite mientras investigaba sobre la guerra de 1898; anécdotas de investigador por Internet, que nadie se asuste.

Pasando de página en página, como un Fox Mulder ante una hemeroteca en microfilm, encontré a Arnaldo Tamayo Méndez (Baracoa, Guantánamo, 29 de Enero de 1942), quien formó parte de la tripulación de la Soyuz-38, en 1980; el primer latinoamericano, de ascendencia africana, que flotó en el espacio.

Tamayo es uno de esos hombres a los que la Casualidad, la Suerte o cualquiera de esas esquivas diosas le sonrió en un momento de anodina rutina para un chico de campo que conoce lo que es trabajar desde muy niño y que es huérfano de madre en un país como la Cuba comunista de los años 1950. En 1959 se alistó a la Asociación de Jóvenes Rebeldes y obtuvo, poco más tarde, el acceso al Instituto Tecnológico cubano, donde se le presentó la posibilidad de viajar a la URSS para prolongar sus estudios. Tamayo quedó deslumbrado ante la oferta de convertirse en piloto militar en una escuela soviética, un sueño para un chaval que admiraba profundamente a Alexéi  Marésiev, uno de los ases de la segunda guerra mundial, quien llegó a combatir con piernas protésicas.

Poco sospechaba Tamayo por aquella que sería admitido en la URSS e integrado en un proyecto de colaboración soviético para el Espacio años después; pero no nos adelantemos en acontecimientos. 

Tamayo se encontraba estudiando en Rusia cuando Yuri Gagarin daba un discurso en la Plaza de la Revolución el 26 de Julio de 1961; en el Colegio de Aviación de Eysk, para ser más exactos, donde adquirió conocimientos y experiencias que, en 1962, le valieron el ingreso en las Fuerzas Armadas Revolucionarias como piloto de combate.

Involucrado de lleno en lo que podríamos denominar con palabras prestadas como Guerra contra el Enemigo imperialista, durante la Crisis de los Misiles (14-28 de Octubre de 1962) Tamayo realizó veinte vuelos de reconocimiento y, después (1967), fue destinado a Vietnam del Norte como asesor militar en materia de defensa antiaérea.

La carrera militar como aviador de Tamayo atrajo las miradas de la cúpula comunista y consideraron adecuada su participación en el proyecto de colaboración Interkosmos, a los que se adscribirían cosmonautas de países satélites y del Pacto de Varsovia.

De entre los cincuenta aspirantes cubanos, el último corte solo lo superaron Tamayo y José Armando López Falcón (La Habana, 8 de Febrero de 1950), preferentemente por su dominio del idioma ruso y su disciplina, ingresando en el Centro de Preparación Yuri Gagarin, donde ambos se complementaban, pero solo Tamayo llegó a obtener su plaza en la Soyuz-38 tras el examen de 18 de Septiembre de 1980, acompañando a Yuri Viktorovich Romanenko (Orenburg, 1944). López, por su parte, sería tripulante de reserva. La noticia de la selección fue dada por Raúl Castro en persona.

El 19 de Septiembre de 1980, a las 0012 horas, Cosmódromo de Baikonur (actual Kazajstán), despegaba la Soyuz-38, la cual se acoplaría al complejo orbital Salyut 6 (1977-1982) a las 2349 horas de Moscú. En la estación, durante los ocho días que Tamayo estuvo en órbita, junto con los habitantes de la misma, Leonid Ivanovich Popov (Oleksandriia, 1945) y Valeri Viktorovich Riumin (Komsomolsk-on-Amur, 1939), y su compañero de misión, se realizaron un total de veinte experimentos médicos, biológicos, físicos y técnicos propuestos algunos de ellos por la Academia de Ciencias de Cuba (el cultivo de monocristales orgánicos en microgravedad a partir de azúcar cubano; la exploración del país antillano desde el espacio para la explotación minera; unas sandalias especialmente diseñadas para contrarrestar la ingravidez y los primeros electroencefalogramas a humanos en gravedad cero, etc.).

Tras el regreso de Tamayo a la Tierra, fue considerado en Cuba un héroe nacional y agasajado como merece la ocasión. A subrayar la orden tajante e inapelable de Fidel Castro prohibiendo al cosmonauta volar de nuevo, todo fuera para evitar otra desgracia como la de Yuri Gagarin al perder (o se lo hicieron perder) el control de su MIG-15 el 27 de Marzo de 1968.

Hoy día, Tamayo conserva el sueño de volver a viajar al Espacio, ese que cumplió cuando tenía 38 años, como también el de ver a otro cubano ascender tanto como lo hizo él hace más de 35 años.

Lectura de 25 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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martes, octubre 24, 2017

Guardia de televisión: reseña a «Chicago PD. Segunda temporada»

Título original: «Chicaco P.D. 2nd season». 2014. Drama policíaco. Varios directores y varios guionistas. Elenco: Jason Begde, Jon Seda, Sophie Bush, Jesse Lee Soffer, Patricka John Fluegue, Marina Squerciati, Laroyce Hawkins, Elias Koteas, Amy Morton, Brian Geraghty, Stella Maeve, Markie Post

Tras una tremenda primera temporada, «Chicago PD» decae en lo absurdo, con detalles imposibles de tragar

Cuando alguien tuvo la genial (y necia) idea de comprar los derechos de emisión de «Chicago PD» para TVE, debió estar convencido de que daría el pelotazo en cuanto a audiencias, pues todo lo que triunfa en EEUU (por lógica) debe hacer otro tanto en nuestro país. Yo en particular visionaba por las noches (de los jueves, creo) esos episodios en La Primera en un estado a medio camino del éxtasis: por fin una serie dura y ruda de policías que se dejaba la mitad del presupuesto o más en tiroteos, persecuciones en automóvil, exteriores y violencia, sin dar gotas de oxígeno a la ñoñería típica y al uso; una franquicia dedicada a una unidad de choque o comando K (aunque se la denomine de forma genérica como Inteligencia del distrito nº 12) que destila cierto tufillo a mafioso con un jefe sobre el que cuelga la sospecha de ser un corrupto y un aficionado a la brutalidad policial. Pero, como era menester, la producción se fue diluyendo en la parrilla de programación de TVE, llegando a emitirse sus últimos estertores a partir de las 0.00 horas, hasta que desapareció por completo, absorbida por los conductos de ventilación de aquello que no interesa al común de los mortales ante el televisor.

Os podréis imaginar el cante hondo de palabrotas que entoné con arte y salero. En tales situaciones, todos somos así de folclóricas.

TVE me dejó pocas opciones y todo por la puta audiencia hormigueante y deficitaria, más apegada a la vulgaridad de encefalograma plano. Me detuve ante un portal de descargas y me limité a esperar que la fibra hiciera su trabajo; ¿algo que objetar?

Llegar al último segundo de la primera temporada me dejó satisfecho, aunque, claro, estaba el hecho de que uno de los hombres de Hank Voight, el jefe de la unidad de Inteligencia, ha sido asesinado y el supuesto corrupto es el principal sospechoso (ese muerto es el personaje que encarna el actor Archie Kao quien, supongo, pediría su sacrificio al percatarse de que era un calco exacto de sus tiempos en «CSI: Las Vegas»).

Tenía unas inmensas ganas de seguir de cerca las andanzas de este grupo en su segunda temporada y, en cuanto tuve la ocasión (tras acordarme y tener tiempo para ello), me llevé los archivos a casa y me puse al tema. Entonces… 

¡Dios, qué error cometí al querer saber cómo seguía!

A pesar de que se mantiene toda la acción y hasta cuenta con interesantes incorporaciones, como la del agente Roman, esta es una temporada un tanto odiosa y decepcionante, comenzando con que se solventa el crimen con el que se da cierre a la primera y se airea el tema de la corrupción de Voight en 42 minutos, desperdiciando algo que podría haber sido la línea argumental de todo un año (los guionistas son americanos, no españoles, joder); encima, el brutal Voigh pasa a ser una especie de Papá Noel bonachón que se dedica a regalar futuros mejores a base de fajos de billetes, con un aire paternalista blandengue que se cuela por entre la arrugada frente de Jason Beghe y no le pega nada. Otro detallito aborrecible es la obsesión por calentar la cama de todos los de la unidad durante las gélidas noches de invierno, siempre precedidas de escenas de sexo anodino; una bochornosa fiebre de Cupido que resulta difícil de digerir, como el fugaz paso de Lindsey por el FBI a lo Kate Beckett de «Castle» o los globos que pega Jon Seda en las escenas de acción que protagoniza (el puño le pasa a medio kilómetro del rostro del sospechoso de turno).

Pero lo peor de todo, lo que ya me hace sudar sulfuro, es la estrategia obsesiva por cruzar los guiones de «Chicago PD» con los de hasta tres franquicias de la cadena. Varias historias nacen en dichos títulos y finalizan, en el mejor de los casos, en la Unidad de Inteligencia, pero hay una en particular que ni sabremos de su génesis ni de su conclusión entre los rascacielos de la Ciudad del Viento, como es aquella en la que Nadia es secuestrada por un asesino en serie; la trama nace en «Chicago Med» (desconocida para mí) y muere en la tediosa y abotargante «Ley y Orden. Sección de víctimas especiales»; te “enteras” de lo que sucedió al comenzar el siguiente capítulo con el resumen de “anteriormente…”. Joder, ¿de qué vamos?

Acabé frenético por beberme el vaso de la segunda temporada de «Chicago PD» hasta el fondo, incluidos los posos, y pasar a otra cosa. Sus únicos capítulos potables son los dos últimos, aunque estén gangrenados con la enfermedad que se manifestó desde el minuto uno

Quizá me moleste en buscar las siguientes temporadas, pero una mueca de desagrado en mi rostro, acto reflejo como respuesta a tal pensamiento, ilustra a la perfección lo que con toda probabilidad acabaré haciendo.

Lectura de 24 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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miércoles, octubre 18, 2017

Entrevis a Miguel Ángel de la Asunción, coautor del libro «Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler»


Miguel Ángel López de la Asunción, junto a Miguel Leiva, ha publicado la obra «Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler» (Actas, 2016), un completísimo y novedoso estudio sobre esos hombres que resistieron y cumplieron con la encomienda mucho más allá del deber y el honor; una visión que trata de rescatar la verdad y desprenderse de loso rollos de grasa que ha acumulado los malentendidos conscientes e inconscientes y la insidia nacional.

Motivos por los que ha pasado por mis preguntas y cuyo resultado podéis leer en la entrevista que se ha posteado en el día de hoy en HRM: http://www.hrmediciones.com/index.php/blog-rei/87-contemporanea/160-entrevista-a-miguel-angel-lopez-de-la-asuncion-javier-yuste

Lectura de 18 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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martes, octubre 17, 2017

Guardia de literatura: reseña a «Samurai», de Hisako Matsubara

Título original: «Brokatrausch»
Colección Andanzas. Tusquest editores.
4ª edición: octubre de 1986. Barcelona
ISBN: 84-7223-205-0
235 páginas
No estoy tan seguro de que sea ésta una historia de amor; más bien es de impotencia entre dos de los personajes con respecto a la sombra proyectada por el hombre que da título al volumen

Ponerse a la lectura de una novela escrita en alemán a finales de la década de 1960 por una japonesa, sacerdotisa sinto, casada con un científico y residente en la República federal de Alemania, es, cuanto menos, una experiencia singular. Fernando Sánchez Dragó, para más inri, es quien prestó su pluma para prologarla allá en 1983, con el cuerpo de Naranjito aún caliente, considerando la narración de Matsubara a la altura de «El gatopardo» por su descripción de un mundo en decadencia, aprisionado dentro de una esfera de cristal cuyos habitantes se niegan a aceptar el giro de los acontecimientos y de la realidad (esto último lo aporto yo). Igualmente, Dragó considera a «Samurai» como una novela de amor en un país como el Japón, en cuya lengua no existe término para encuadrar semejante sentimiento o querencia; pero yo no estoy tan seguro de que sea una historia de amor, más bien es de impotencia entre dos de los personajes con respecto a la sombra proyectada por el hombre que da título al volumen.

Para entender de lo que estoy tratando quizá sea recomendable gastar tinta y tratar de resumir algunos aspectos de la trama; escribir una sinopsis, vamos, en la que se me escapará más de un dato importante y sobre la que recaerá mi análisis.

En la humilde población costera de Himari residen algunas de las familias que cortaban el bacalao durante la etapa del shogunado Tokugawa. Tras la Restauración Meiji, éstas habían ido cayendo en desgracia hasta el punto de ser fantasmas de carne con un apellido destacado en los anales. Una de esas familias es la de los Hayato, con su padre al frente, quien no es más que un inconsciente de manual apegado de forma un tanto infantil a su condición de samurai y al teatro Nô. Bajo el yugo suave pero firme de Hayato padre no solo está su esposa, de quien se espera lealtad, abnegación y silencio, sino Tomiko, la única hija natural del matrimonio, y Nagayuki, un vástago de la también distinguida y decrépita familia de los Ogasawara, que fue adoptado por Hayato cuando contaba con doce años para ser su yoshi y casarse con Tomiko cuando llegase la hora, tan solo para mantener vivo el apellido nobiliar y limpia la sangre.

Nagayuki y Tomiko vivirán felices sus tres primeros años de matrimonio en Tokio, que el muchacho aprovechará para licenciarse en la facultad de Derecho de la Universidad Todai como número 1 de su promoción. Como yoshi, no se espera nada menos de él que satisfacer la férreas exigencias del padre de familia, quien ha inculcado al chaval, desde temprana edad, las normas del bushi-do. Durante esos tres años, Tomiko y Nagayuki, libres de Hayato, viven de verdad su amor, pero cuando se logra el objetivo propuesto en la Todai, el matrimonio regresa a Himari con la noticia y esperando el consejo de Hayato, pues varias e importantes empresas nacionales se han interesado en tan excelente alumno, concediéndole la oportunidad de poder trabajar en América al de unos meses. Nagayuki, cuyo conocimiento del inglés es alto y sabiendo de las oportunidades de negocio y riqueza que le podrían deparar al otro lado del Pacífico, necesita las indicaciones del padre y su bendición; pero Hayato no comprende ni quiere comprender que el Japón feudal ha desaparecido y que, además, su nombre apenas vale un penique una vez cruzadas las puertas de Himari, no digamos ya a un océano de distancia, y eso será la perdición de buena parte de su familia.

En un principio, Nagayuki teme la reacción de Hayato, quien podría negarse a que sus dos hijos partieran hacia tan lejano país. Sin embargo, aún en su inconsciencia, Hayato sabe (o le han hecho creer) que cualquier hijo del Japón puede regresar de América inmensamente rico y “vestido de brocado”, lo cual alimentaría su rancia arrogancia de samurai a través de los logros de su hijo adoptivo; pero aconseja a Nagayuki de la peor forma que se le pudo ocurrir: le ordena que desdeñe las ofertas de trabajo y que parta a San Francisco de inmediato y en solitario como el príncipe nipón de un cuento.

Es en ese mismo instante cuando damos cuenta de la imbecilidad que hace presa de Hayato, quien manda a Nagayuki en primera clase hacia un país desconocido, condenando al número 1 de la Todai a acabar rompiéndose el espinazo como jornalero o trabajador de una conservera, todo ello en la estúpida convicción de que en América todos se iban a plegar y reverenciar a Nagayuki gracias a su título y apellido, además de por sus ricos kimonos.

Nagayuki zarpa hacia San Francisco sin otra carta de presentación que la de ser “otro amarillo más”; y lo hace sin Tomiko, a quien el padre de familia prohíbe abandonar Himari, pues el yoshi ha de demostrar su valía y honrar su apellido samurai. En América, Tomiko "no sería otra cosa que un engorro" y Nagayuki ha de regresar vestido de brocado o morir.

Nagayuki se atormenta desde niño ante la posibilidad de fracasar y ser repudiado por Hayato. Tanto es así que el fallar a su joven esposa, a quien literalmente abandona, es algo secundario. Y cierto es que vamos dando cuenta del funesto destino de Nagayuki en los pensamientos, temores y confesiones de Tomiko con Fumiya, la madre natural de Nagayuki; sin embargo, quien fracasa a mis ojos es el vanidoso Hayato, quien no tiene inconveniente, una vez viudo, en contraer nupcias con Rin, una hija de pescadores a quien empreñó estando ésta sirviendo en la casa familiar, dando a luz a un bien formado niño que llevará el nombre de Gen; incluso Hayato se rebaja a relacionarse con Eda, el hijo de un estibador, que se ha hecho rico en América a base de explotar a compatriotas látigo en mano. Hayato es un imbécil que nunca ha tocado dinero por considerarlo impuro, pero que lo gasta a espuertas en la compra de objetos innecesarios, en actos puramente egoístas en la creencia de que él nunca puede hacer nada mal o de forma errónea, siendo el centro de burlas y engaños hasta el punto de llevar a la familia a la más deshonrosa ruina, debiendo ésta pasar por el oprobio de ver su majestuosa mansión embargada y trasladarse al barrio pobre de Himari. Con la madre enferma, Tomiko mantendrá a su familia gracias a su arte con la aguja y el hilo. Mientras, Hayato tan solo pondrá sus esperanzas en que Nagayuki regrese cualquier día con los bolsillos bien llenos de billetes de dólar, pues es el hijo que ha creado a su imagen y semejanza sin ser consciente de la verdadera naturaleza del muchacho; esperando que el yoshi lo mantenga para siempre en su pedestal de samurai intachable, venerado por su pueblo aunque sea un inútil a los ojos de todos. Respecto a Eda, por ser rico y ladino, Hayato pasa del recelo a la abierta amistad, rebajándose mucho más que Nagayuki en las calles de San Francisco, en las que, tras varios años de vagabundear, consigue trabajo en un despacho legal.

La impotencia de Tomiko, que tan solo anhela reencontrarse con Nagayuki, es tal que rezuma en cada página de las que componen el volumen y va espumando con el paso de los años. Su amor hacia el marido no se verá nunca mermado, pero el peso de las circunstancias y de las palabras de su padre la marchitan por dentro de tal modo que acabará siendo un objeto de intercambio en los tejemanejes de Hayato, quien pretende recuperar a toda costa su influencia.

El primer y último compás de la novela están narrados en primera persona por la nieta de Nagayuki y Tomiko durante el desarrollo de un ritual sintoísta en el que se despide del alma de sus desdichados abuelos y nos habla del regreso de Nagayuki a Himari, transcurridos sesenta años desde su partida, llevando consigo unas pesadas y voluminosas maletas, si no repletas de billetes de dólar, sí de recuerdos.

En más de una ocasión me he visto tentado de abandonar las páginas de «Samurai» y pasar a otro título. La belleza del texto es inconmensurable, pero es una lectura plana en muchos pasajes, llegando a saltarme varias líneas a sabiendas y sin importarme, pues sabía que no me estaba perdiendo nada. La parquedad de la edición, apenas algo más de 230 páginas, me impulsó más que nada a saber de esta tragedia hasta el mismo final; total, se lee en cuestión de cortas horas. 

Quizá soliviante el carácter de Hayato, por su afectada figura y falta de profundidad más allá de las cuatro paredes de las que siempre se rodea, formando una fachada limpia y decadente, llegando a traicionarse a sí mismo y a sus ideales por mantener su estatus en un mundo al que no pertenece; pero no deja por ello de ser el centro de la desgracia.

Supongo que he de recomendar esta lectura con cautela. No es una profusión de datos, ritos y nombres nipones entre los que un lego occidental se perdería con facilidad. Al contrario, es una novela muy occidental para haber sido escrita (en alemán) por una japonesa; una historia familiar de decrepitud y amor obstaculizado por el deber y el orgullo.

Lectura de 17 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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17 de Octubre de 2017



viernes, octubre 13, 2017

martes, octubre 10, 2017

Guardia de cine: reseña a «Mujercitas»

Título original: «Little Women». 1949. EEUU. Color. Tragicomedia. Dirección: Mervyn LeRoy. Guión: Andrew Solt, Sarah Y. Mason y Victor Heerman, basándose en la obra de Louisa May Alcott. Elenco: June Allyson, Peter Lawford, Margareth O’Brien, Elizabeth Taylor, Janet Leigh, Rossan Brazzi

«Mujercitas» es un filme que ahonda en el amor fraternal y en la odisea personal de cuando se accede a la edad adulta

Alguien que yo me sé, que sigue con desquiciante atención esta Guardia de cine, no me perdonaría el que obviara mencionar que «Mujercitas», en su versión de 1949, junto a otras cintas como «Sonrisas y lágrimas», es la típica película que se raya en el polvoriento reproductor del aula de audiovisuales de cualquier colegio de monjas que se precie, quizá por su blancura (que no alcanza el punto ñoño) y la bondad que irradian todos y cada uno de los personajes que pueblan esta historia; virtud ésta última que, en teoría, se ha de inocular a los estudiantes de dichos centros, aunque, bien es cierto, dar entre esas paredes con alguien bondadoso, sobre todo entre el profesorado, es tan habitual como el dar con una esquina en la que no se acumule el polvo.

Esta adaptación de la obra literaria de Louisa May Alcott es la más reconocida por su calidad interpretativa y por su capacidad de llegar a emocionar al espectador, aún cuando éste sea un ciudadano gris en un mundo famélico de sentimientos positivos; un cuento, a veces exagerado en extremo, cuyo protagonista principal es la carismática y divertida Jo March quien, armada con su inteligencia y descaro, se gana al público desde los primeros encuadres. Y sobre Jo gira toda la historia, tejiéndose a su alrededor una vida familiar a la que Jo se aferra con uñas y dientes, en un deseo vano de no enfrentarse jamás a la crueldad del mundo de los adultos y temerosa del amor que le profesa su vecino, Laurie; aún así, Jo se verá obligada a iniciar un periplo hacia la madurez, momento en el que la cinta se divide en dos, y decide poner rumbo a Nueva York y ejercer de institutriz, dejando atrás un hogar en aparente descomposición para ella tras el matrimonio de una de las hermanas.

En la gran ciudad, Jo, junto a un inesperado compañero, bajará la guardia ante la madurez para recibir el duro golpe de la enfermedad de Beth, la hermana menor, quien se enfrenta a su nefasto destino con una entereza impropia de su edad, pero, ¿qué edad es la apropiada para formarse una coraza ante el dolor más cruel?

La obra de Alcott bebe de forma nada velada de las tramas de Jane Austen. Jo es una especie de Liz Bennet en casa de las Dashwood; la reina en un tablero, obligada a brillar, pero Jo huye constantemente a las profundidades de sus novelas, a sus recuerdos de infancia o a la gran Nueva York; mas, por suerte, Jo vuelve a ser feliz, recuperando su hogar, transformado y reforzado a fuerza de dolor y nuevos amores.

La película se deja ver con agrado y, como adelanté, se guarda mucho de llegar a convertirse en una patraña de soez ñoñería, no debiendo uno sentirse malamente embriagado por el exceso de azúcar transformado en alcohol puro y sensiblero. Es divertida y cargada de buenos sentimientos, de esos que explotan en nuestras retinas y oídos como fuegos ratifícales en fechas señaladas, pero que se queman y extinguen en nuestras vidas con demasiada facilidad. Una película que ahonda en el amor fraternal y en la búsqueda de uno mismo.

Lectura de 10 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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10 de Octubre de 2017



jueves, octubre 05, 2017

Entrevista a Montserrat Claros con motivo de la publicación de su novela «El periplo del talismán»


Nuestra amiga Montserrat Claros ha publicado nueva novela que gira bajo el título de «El periplo del talismán», fusionando una vez más Historia naval española y ficción, retratando al Real Colegio Náutico de San Telmo de Málaga durante el siglo XVIII;  motivo por el que en HRM nos hemos interesado por su trayectoria y último retoño.

Aquí os dejo un enlace directo a la entrevista que le he realizado y os animo a sumergiros en el particular mundo de Montse: http://www.hrmediciones.com/index.php/blog-rei/91-noticias/155-entrevista-a-montserrat-claros-el-periplo-del-talisman

Lectura de 5 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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martes, octubre 03, 2017

Guardia de literatura: reseña a «Homeland. La huida de Carrie», de Andrew Kaplan

Ed. Planeta, Barcelona. 2003
361 páginas, anexo incluido
ISBN 978-84-08-12166-4
Un producto excelente para los fans de la serie de televisión y para cualquiera que disfrute de un thriller actual, pues la narración lo llevará hasta la primera línea de combate; a saber del miedo de los personajes a acabar abandonados en una cuneta con un balazo en el estómago, a no poder impedir que una bomba estalle y a ver cómo los amigos, los activos también, van cayendo uno a uno y su sangre va ensuciando las manos de la protagonista

La oscuridad se ha cernido sobre los cielos de Beirut y las calles se engalanan para otra noche de diversión y sofisticación en la zona Norte y occidentalizada de la capital del que fue uno de los países más prósperos de Oriente Medio, hasta que la guadaña de la guerra civil y los recelos religiosos lo cubrieran de podredumbre y agujeros de bala.

Los neones brillan, la música traspasa las paredes y las calles rebosan de vida. De chicas cuyas piernas restallan en apretados jeans de marca y de hombres con las camisas abiertas, con el último combinado alcohólico de moda, al acecho en la discoteca más ruidosa y moderna entre las últimas abiertas al público. Es una noche cualquiera, pero también una noche para encuentros furtivos. Carrie Mathison, agente de la delegación de la CIA en Beirut, ha concertado una cita, un primer encuentro evaluatorio, con Ruiseñor, un posible activo de la DGS siria a quien fichar, comprar y atraer; pero una misión tan simple como aquella termina con una mujer estadounidense huyendo por las calles con unos matones pisándole los talones, quienes no tienen más meta que apresarla y asesinarla. Carrie es capaz de librarse de sus perseguidores, pero al alto precio de dejar al descubierto el piso franco de la delegación, o eso es lo que reza en el informe que llegará a Langley.

Carrie es humillada por su torpeza e impericia, pero deduce que hay un traidor en la delegación o que ésta está comprometida ante agentes enemigos, sin saberse hasta qué punto está podrida la estructura de la CIA en el país. La cita con Ruiseñor se concertó gracias a Dima, una chica de alterne que era activo del director de la delegación. Todo tiene muy mala pinta.

Así es como da pie esta novela que es la precuela a la celebrada serie de televisión Homeland, de la Showtime. Trescientas y pico páginas que harán las delicias de todo fan por su ritmo trepidante, por relatar la misión en la que Carrie Mathison se encontraba metida antes de que se diera el asunto Nicholas Brody, mundo antes de esa corta escena con la que comienza el capítulo piloto, en Bagdad. También porque nos zambulliremos en el personaje de Carrie y sabremos de sus primeros “vuelos” provocados por su trastorno bipolar, que se manifiesta una noche, durante su etapa universitaria, saliendo a la calle prácticamente desnuda, con un manifiesto sobre la musicalidad y asaltando a un profesor para convencerlo de que lo publicara (también de su vida en una casa en la que se convive con muchas desagradables escenas protagonizadas por el padre), así como la razón de su pasión por el jazz.

De lo que adolece la novela es de que Carrie es la única protagonista y no hay otras líneas argumentales paralelas, como en la serie; no hay escena en la que ella no esté de por medio, para bien o para mal y, en parte, es hasta lógico pues todo gira necesariamente a su alrededor, empezando por el subtítulo, al que tendremos ocasión de dedicar unas palabras unos párrafos más adelante. 

He dicho que adolece, pero también puede que fuera una decisión razonable para un producto nacido de la necesidad de cubrir la demanda de los fans de Homeland, presentando, con un esquema muy televisivo y rápido, una obra atractiva.

Igualmente no me ha parecido de gusto otro defectillo, ya propio de la serie que se ha trasladado a la novela, y que no es otro que recurrir constantemente a las escenas de sexo. Carrie es un tío con bragas, vale; es así de sencillo, como el mecanismo de unas maracas, pero dichas escenas no aportan nada esas escenas salvo el saber que Carrie tuvo un affaire con David Estes, más que nada para aliviar cierto frenesí y torcer la voluntad de éste para poder avanzar con la investigación. A mis 36 años me podéis acusar de carca precoz, pero, no teniendo problema alguno con ello, es innecesario tanto roce y lubricación para lo que se acaba sacando en crudo. Tanto condón gastado me recuerda a esa serie titulada «Roma», que la gente trasegaba porque salían tetas cada dos minutos y algún culo agujereado cada tres, al igual que la sobrevalorada «Juego de Tronos».

No creo llevar mucho orden con esta reseña y ahora voy a hablar, en el aspecto negativo, del erróneo subtítulo en castellano por la gracieta propia de la lengua inglesa, esa misma que dedica un término para referirse una infinidad de acciones, objetos y demás. Las traductoras Mireia Carol y Ana Isabel Sánchez, en su buen hacer, decidieron (u otros decidieron por ellas) y entendieron “Carrie’s run” como “La huida de Carrie” y, bien, el comienzo de la novela narra la huida de la protagonista de sus perseguidores, miembros de Hezbolá o vaya Vd. a saber; incluso Carrie recibe en Irak el nombre en clave de Fugitiva. Pero “run” es simplemente carrera en la mente de Kaplan. Cada dos por tres se relata cómo Carrie era atleta durante sus años de universidad y la trama se presenta como una carrera de fondo para impedir que los planes del segundo de Abu Nazir, el sádico Abu Ubaida, se vayan cumpliendo. Carrie no huye, sino que corre hasta alcanzar el éxito de la misión, retratándose un personaje adicto a la guerra, no muy diferente a los del capitán Willard en «Apocalypse Now» y el sargento William James en «The Hurt Locker».

Pero la nota principal a mis objeciones no es que se hable de Twitter y los Iphones antes de que salieran al mercado (vaya patinado, Andrew, al menos en lo de Twitter, que lo de Apple puedes salvarte por cuestión de meses), sino que es la de que la Carrie de la novela no es muy parecida a la de la serie. Solo tenemos que echar un vistazo a su historial y éxitos en esta ficción en papel. Dejando de lado que el autor se deshace en alabanzas hacia Carrie, que si es muy guapa, sexy… que se la pone tiesa a heteros y mojada a lesbianas (así, hablando en plata), eclipsando a todas las demás zagalas, pobres desgraciadas; que es lista como Sherlock Holmes hasta el punto vez de merecer un dentista con consulta propia y sonrisa sana y un marine traumatizado; la Carrie de la serie, en cuanto a su peso argumental, no tiene nada que ver con ésta. En la novela tenemos a una agente de élite que, ojo, en el desarrollo de la trama frustra tres atentados, dos de ellos en suelo estadounidense, y otro en la Zona Verde de Bagdad, con batalla campal incluida; no estamos hablando de nimiedades, pues impide el asesinato del vicepresidente de los EEUU, la voladura del puente de Brooklyn y que las cabezas cercenadas del embajador estadounidense en Irak y del primer ministro iraquí sean expuestas ante el público mundial. Además, desarticula una buena parte de la estructura de Al-Qaeda en Irak (AQI) al conseguir abatir al segundo al mando y descubre la brecha de seguridad en la delegación de la CIA en Beirut. Luego resulta que Carrie, en la serie, es poco menos que un ser diminuto, incluso un elemento molesto para Langley, al que se prefiere no hacer el más mínimo caso, y esto que Inteligencia del Departamento de Policía de Nueva York le hace el corte.

Alguien con semejante hoja de servicios, que le haría merecedora de una distinción presidencial a lo Tony Mendez con el asunto Canadian Six, no creo que recibiera semejante maltrato, por mucho que sus “vuelos” bipolares acaben traicionándola (vuelos muy bien tratados en la novela, por cierto). Alguien a quien Saul Berenson postula para dirigir la delegación de Bagdad ya en 2006.

La novela cuenta con los ingredientes clásicos del género de espías, sin obviar el exotismo y la labor de investigación detectivesca. Lo primero se solventa con el recurso no tan barato de trasladar al lector a Beirut, Bagdad o Ramadi, con pelos y señales fatuas por medio de demostrar un soberbio conocimiento acerca de los nombres de las calles y la arquitectura urbana, además de introducir términos árabes en el texto. El segundo con la necesidad de Carrie de lavar su maltrecha imagen ante los jefazos de arriba, queriendo saber hasta qué punto AQI está metida en la delegación de Beirut.

No es solo un producto excelente para los fans de la serie de televisión, sino para cualquiera que disfrute de un thriller actual, pues lo lleva hasta la primera línea de combate; a saber del miedo de los personajes a acabar abandonados en una cuneta con un balazo en el estómago, a no poder impedir que una bomba estalle y a ver cómo los amigos, los activos también, van cayendo uno a uno y su sangre ensuciando las manos de Carrie. 

Lectura de 3 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



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lunes, octubre 02, 2017

Un 8 de Marzo cualquiera

¿Os habéis dado cuenta? No hay mañana en la que nos despertemos sin conocer que ese día, el anterior o el siguiente, el es el de… lo que sea. El calendario está más apretado que el santoral católico para hacernos partícipes (por obligación gregaria) de la celebración, concienciación, sentimiento o necesidad de esto o aquello. Los hay de todos los colores, gustos y sabores, y desfilan con idéntico estruendo y fanfarria siendo rápidamente relegados al olvido hasta el año que viene (no sin cierto alivio).

Muchos de estos “días de…” son odiosos, pues parecen conformar una especie de garita de peaje o paso de penitencia; como si el mostrar durante 24 horas cariño o cercanía hacia nuestros progenitores (días del padre y la madre), por nuestra mascota o por preocupación por la ingente basura que cubre, capa a capa, nuestros mares y océanos…, fuese el particular padrenuestro y avemaría a recitar que nos salvará de la condenación eterna a la que nos hemos conducido a través de 364 días de injustificada indolencia.

Señores. Yo me rebelo a que mi vida sea controlada por los hitos de un calendario, que se politice vilmente mi comportamiento humano y tenga que suspirar de alivio cuando mi alma se ha salvado por solo empeñar 24 horas en lo que sea. ¿Rebelión? Quizá no esté empleando el término más acertado, pero hoy no estoy en mi mejor momento ante el teclado y las letras.

Rebelión o pataleta, pero con causa. Reconozco a mis padres todos los días, amo a los animales todos los días, trato de reducir mi huella en este ecosistema todos los santos días.

Ese calendario solo nos recuerda un hecho y un acto al año, cada rotación planetaria, con los que justificamos una vida de egoísmo, cuando no de egocentrismo; eso que está enterrado como un cadáver maldito, bajo metros y metros de hipocresía plástica e ideología de bazar de todo a cien. En lo más profundo de la realidad, encontramos nuestra verdadera naturaleza: nos importa un pimiento los problemas y las personas que nos rodean. 

Y con precisión matemática, una jornada de deliberación y llorera irrumpe cada año como elefante en cacharrería, con andares fatales, como aquel recordado anuncio de turrón: el 8 de Marzo, renombrado, con acierto, como día internacional de la Mujer. 

Alrededor de tan jubiloso y exaltado evento, se aglomeran las odiosas y machaconas consignas y pancartitas, con el acompañamiento musical a cargo de flipados, flipadas y flipades golpeando tambores con frenesí, como monitos con sombrerito y chalecos rojos, vomitados desde una estereotipada producción de Howard Hawks; todo un circo que reproduce una trasnochada y yerma simbología de acuñación new age izquierdista que, para horror del conjunto, es falsa en cuanto a continente y, por desgracia, a contenido.

Muy acertado me parece el rótulo adhesivo que adornaba, hasta no hace mucho, uno de los paneles del ascensor de la Biblioteca pública, en el cual se podía leer una frase contundente: “Todos los días son 8 de Marzo”. Totalmente de acuerdo y por eso escribo (o trato de hacerlo) unas líneas para poner en claro mis ideas.

El baldío femi(nazi)smo de acuñación nacionalista, como cuervo funesto que defeca a lo B-52, me dio la oportunidad, hace ya unos meses, de presenciar un ejemplo vomitivo e hipócrita, la escusa, en fin, para el siguiente relato con el que abuso, una vez más, de la paciencia y tiempo del lector. Me encontraba yo en una de las calles más céntricas de mi ciudad, de cuyo nombre prefiero no acordarme, cuando tropecé por la amura de estribor con un corrillo de niñas perfectamente uniformadas por Inditex, clónicas como la oveja Dolly de morro a rabo, pegando carteles en el frontal de uno de los locales clausurados a lo largo del brazo urbano, que sirven de oficiales y oficios tablones de anuncios para informar a la peña de tal manifa o mitin, todo bien saturado de estrellitas rojas sobre fondo albiceleste. Me resultó una escena digna de anotar: grupúsculo de seis niñas, criaturas abortivo-pijas, manchándose los dedos de cola barata al colocar lo más recientemente escupido por una imprenta al servicio de la extrema izquierda juvenil. Ellas y el material que portaban eran tal diametralmente opuestas entre sí en el aspecto gráfico, que temí sufrir una suerte de colapso, de esos de aúpa. 

¿Aquellas niñas, que habían encontrado la razón de su existencia sobre nuestra perla azul pálido colgando carteles izquierdistas tras hacer las compras obligadas y semanales en la Milla de Oro, hacen algo realmente en defensa de las mujeres? No, pero medio camino en la aventura de la supervivencia político-social ya lo han hecho, pues son burguesas tocadas de cierta aura proletaria de cartón piedra.

Los cartelitos en cuestión eran los retratos de varias mujeres que tuvieron su momento álgido, principalmente, durante el s. XIX. Mujeres con más de cien años en el marco, como si en las últimas décadas no hubiera habido ninguna otra digna de aplauso. Y la pregunta que me hice, ante esos rostros tatuados en celulosa, fue la de si alguna de esas mozas, de dedos engomados y mente atribulada por el comunismo y el próximo número de Superpop, podría ilustrarme acerca de la biografía de estas señoras, cuyas vidas, obras y milagros, previa manipulación, sirven a un programa electoral y de adoctrinamiento, como la señora Rosalía de Castro, debidamente prostituida por y para la causa. 

Pero me ahorré el disgusto de pronunciar palabra alguna pues no quería poner a las ninfas en un aprieto; que esas boquitas temblaran por culpa de la ignorancia no entraban en mis planes. En vez de eso, me quedé observando la galería de rostros con cierto desinterés, de símbolos forzados del feminismo matriarcal gallego. Ninguno de ellos contenía las facciones de una mujer anónima y, en el prácticamente el 100%, enmarcaban a burguesas en una España de pobreza alimenticia, moral y ética que no tocaron un cepillo para fregar suelos ni por accidente. Me llamó también la atención, por no encontrarla por ahí, por su ausencia, Dª. Emilia Pardo Bazán (ahora me parece que tampoco había rastro de Concepción Arenal, ni María Pita, ni…), pero esto ya es otra historia.

Músculo de papel y humo.

Pero, como he apuntado, esos carteles, igual que la novedosa fiebre por las placas de calles en sentido femenino, no dan cabida a mujeres realmente anónimas pues, al parecer, “no hicieron nada”. Solo encuentro, con el mayor de los respetos debidos, burguesas a la sombra de maridos entrometidos en cuestiones de gobierno; señoras con estudios universitarios por aburrimiento, poder y dinero de papá a espuertas para ser recordadas. ¿Por qué no hay una placa (o un cartelito del 8 de Marzo, qué más dará) dedicada a mi abuela materna que, durante la década de 1940 y en la paupérrima España, mantuvo en el rural gallego a diez bocas jugándose el tipo a diario, junto a una viuda de guerra, como contrabandista de alimentos en el río Miño? Quizá porque no mola lo suficiente, pues igual de mal vivió con Alfonso XIII, la II República o Franco; o, quizá, porque su cara no figura en la Wikipedia. ¿Por qué no hay una dedicada a mi madre, que abandonó la escuela con seis años, fue víctima de explotación laboral infantil y se minó la salud tratando de sacarnos adelante a mí y a mi familia, quitándose hasta comida del plato y ahorrando hasta el último chavo para que sus hijos pudieran tener estudios; tener oportunidades? Hay muchos ejemplos que no despliegan el suficiente glamur para los cartelitos izquierdo-nacionalistas; mujeres sacrificadas de verdad cuyos nombres no aparecerán en las bocas de las feministas ilegítimas que se contentan con las migajas y las propuestas de dudosa inteligencia, amparándose en su coño, en vez de lanzarse a luchar contra gigantes.

No hay lugar.

Y no; hoy no es 8 de Marzo, pues para reconocer el aporte de las mujeres, su importancia, no hay que esperar a que llegue fecha alguna en el calendario. Y todo sea por hablar de algo que no tenga que ver con “referéndums” de pacotilla.

Lectura de 2 de Octubre de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 20º
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