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Tened la bondad de permitirme transformar a Donald Trump en el comandante John. A lo largo de este texto, encontraréis la
razón soterrada de semejante chiste gráfico |
Comienzo a escribir este artículo de opinión sumido en una profunda e irritante preocupación. Puedo sentir el picor fantasma de la urticaria que me va a causar hablar de política y políticos. Pero todo sea en aras de no ser el último mono en decir algo, pues me veo en molesta tesitura de realizar un pequeño sacrificio, de perder media libra de mi tiempo y pensamiento, por gracia del nuevo dios elevado a los altares del Medio Oeste norteamericano: el señor Donald John Trump, cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, quien acaba de sentar sus royals en el sillón y golpea inconscientemente con la pierna el maletín de las claves nucleares colocado a su lado, creyendo que es la papelera. Por gracia de éste tipo y de toda la algazara arremolinada a su alrededor. No sé si dedicarle mis palabritas es algo necesario o superfluo, pero quisiera dejar la impronta digital de mis palabras, de mis pensamientos, acerca del triunfo de un modelo populista al más puro estilo de Homer Simpson cuando consigue ser titular del departamento de sanidad de Springfield o, ya puestos, cuando Krusty es votado como congresista. De sus causas también.
Pero, tranquilos, que el Sr. Trump no será el único blanco de mis disertaciones. Habrá palos para muchos y muchas.
Desde que Mr. President Trump firma como tal, es decir, desde el 20 de Enero de 2017, le ha bastado tan solo una semana (sobrándole días) para, a golpe de decretazo, destruir buena parte del escaso legado que Barack Obama ha dejado tras ocho años en la Casa Blanca. En su defensa, al nuevo mandatario no se le puede echar en cara que no cumple con sus promesas electorales. Es más, no creo que haya en los anales de la Humanidad nadie que se haya dado tanta prisa en probar la valía de la palabra dada a gritos en un mitin.
No voy aquí a cargar tintas sobre los 22.000.000.000 $ (lo pongo en número para que se aprecie mejor su magnitud) que se pretenden destinar a la construcción de ese muro fronterizo con el pérfido, corrupto, católico y demasiado moreno Sur de Norteamérica, deteriorando las relaciones con Méjico a niveles nunca vistos desde el fin de la primera guerra mundial. Esta medida ya la sabíamos todos; era un caballo de batalla durante la campaña electoral. No voy a hablar del muro (ni de la prohibición de entrada a ciudadanos de siete países musulmanes que ha animado los aburridos telediarios del fin de semana pasado) pues no ha sido la primera medida adoptada. Esa fue la de paralizar el ObamaCare, un sistema incipiente de Seguridad Social universal (como la que tenemos en España, que nos quejamos mucho de ella sin saber lo que hay por allá), del que se beneficiaban unos veinte millones de ciudadanos cuya situación laboral y/o económica les impide el pagar a tocateja, como unos machotes, un seguro médico privado. Y dentro de la medida, menos cubierta por los telediarios, está el cierre del grifo a la ayuda federal que se dispensaba durante la administración Obama a las familias con menos recursos y que a duras penas pueden pagar la hipoteca de la vivienda en la que residen.
Y a esto me formulo una pregunta muy tonta… que viene después de la siguiente y prudente elucubración. Las ratas de biblioteca más sesudas —esas mismas que echan mano y entienden de estadísticas y de la funesta psicología que inspira al electorado en un sistema democrático, de esas que mendigan pan y queso por los platós de magazine mañanero y de programa de debate político nocturno—, justifican el triunfo de Trump al haber encandilado a todos (o casi todos) los votantes de esa tierra baldía que hay entre Los Ángeles y Nueva York que es América (me sirvo de una línea de diálogo de Ned Flanders, otro personaje de los Simpson que se cuela hoy entre mis ideas), territorios que han sido desatendidos por Washington y las zonas costeras más pudientes, abandonados a su suerte para sufrir las devastadores consecuencias de esa maravillosa y fatua etapa de los felices años ’90 y ‘2000 del outsourcing a mansalva. Incluso allí se tragaron la fantasía embaucadora de que los blanquitos íbamos a estar trabajando con la manicura hecha y ganando dinero para quemar, mientras los chinitos y los inditos se tiraban dándole a la palanca unas dieciséis horas al día, tragaban mierda y morían de toda la contaminación posible que crea nuestro caprichitos occidentales sin querer mejorar. Y no iba a pasar nada en la tierra de Jauja. Ocho horas de curro de oficinista, ocho horas sobando en el sobre y ocho de jarana total, que para algo el Altísimo nos ha encalado.
Claro, todas estas medidas de los felices años pasados han girado una dolorosa de las de agárrate y no te menees sobre todo a ese Medio Oeste y a los estados tradicionalmente industrializados, como Illinois, que cuenta con ejemplos como Detroit, una ciudad declarada en ruina y censo censo poblacional nos sirve como caja de sorpresas para regocijarnos diariamente y delante de la pantalla con el programa “Empeños a lo bestia”, desplegando un plantel de divas y divos de color, a cada cual más ordinario, soez y patético, engrosando la cola de las rebajas en dignidad.
Trump ha sido muy listo. No ha presentado una campaña política, sino una de marketing. Con su populismo asequible ha guiñado el ojo y levantado faldas prometiendo el oro y el moro y hasta el loro. Y el populismo, hoy, ayer y siempre, ha sido plato del gusto de muchos. Entra muy bien. ¿Por qué? Porque es una solución fácil y barata. Da igual que lo barato termine saliendo caro, carísimo. Pero es una solución, a fin de cuentas. En un chasquear de dedos, ¡chas!, obligamos a la Ford a construir en los EEUU, ¡chas!, ponemos freno a la entrada de productos extranjeros, ¡chas!, nos ponemos a perseguir y a retirar de las calles a esos supuestos usurpadores de puestos de trabajo. ¡Chas! ¡Chas! ¡Chas! Y la cosa sigue.
Y a esto me pregunto yo, necio de mí, si toda esa supuesta revolución laboral que el Sr. Trump piensa generar va a encandilar al americano medio. Porque igual pasa como en los también tiempos felices pasados españoles previos a la actual crisis económica. Me pregunto si abrirán fábricas, reactivando el tejido industrial de EEUU, y habrá ríos de americanitos para pedir un trabajo o pasarán del tema, porque son de nariz demasiado fina. ¿Habrá hordas de parados neoyorkinos partiendo a las tierras de cultivo? ¿Ensuciarán sus traseros con grasa de motor?
A lo que sumo, como adelanté, que la primera medida fue suspender el ObamaCare y retirar las ayudas al pago de hipotecas. Y esto me parece la mar océana de curioso pues, si el Medio Oeste americano es el que ha dado el triunfo por delegados a Donald Trump, un área castigada por el desempleo y la precariedad económica, me imagino que allí residirán el 99,99% (bueno, rebajemoslo al 80% por no pasarnos del Precio Justo) de los beneficiarios de la Sanidad Pública creada por Obama y del subsidio con el que ir pagando cuotas de amortización de préstamos hipotecarios, ¿no? Si no tengo trabajo, no tengo seguro médico ni puedo pagar al banco, ¿o me equivoco? Quizá es que yo sea un poco idiota y no me entero, que puede ser. Como hombre, comprender a las mujeres me resulta complicado, pues nunca acierto, pero al Ser humano es tarea por la que no merece el esfuerzo. Sarna con gusto no pica.
Pero no hay que ir con el dedo acusador donde esos amiguitos del Medio Oeste, esos mismos que hoy se desfogan en Twitter, con lágrimas de regocijo y otros fluidos, ensalzando al nuevo presidente. He llegado a ver hasta montajes fotodigitales de Trump firmando un decreto guiado por la mano de Jesucristo, ambos rodeados de delicados y rubicundos querubines. No es broma. Si Jehová escogió a los judíos como el pueblo elegido, Jesús de Nazaret ha debido de hacer lo propio con los yanquis, o eso piensas los predicadores evangelistas de púlpito blanco y frente sudorosa, de traje sastre dominical y satanización diaria. Mas, como he dicho, la culpa (toda) no la tienen estos blanquitos considerados por los pijos de la costa como el deleznable fruto de la endogamia y la soledad del interior del país. Entre estos idólatras no solo está Clint Eastwood y los de la Asociación Nacional del Rifle. Vas a las Redes Sociales y encuentras mensajes y fotografías de hombres y mujeres afroamericanos y chicanos con toda la parafernalia pro-Trump posible hasta las cejas y las trancas. ¡Qué me dices! No, que no nos vendan la moto de lo contrario. Si hay chanergos encabezando las manifestaciones independentistas nacionalistas catalanas, con la estelada en un puño, la cabeza alta y el ano apretado, coreando consignas a favor de la creación de una república libre de la lacra y enfermedades endogámicas de los puercos castellanos, de supremacía blanca sobre los blancos, a quienes acompañan moritos, negritos y sudamericanitos bien subvencionados, en los EEUU pasa otro tanto de lo mismo. Para no ser menos o quedarse atrás.
Lo más sangrante del asunto, por encima de esa patética y recién organizada resistencia anti-Trump, adalides y defensores de bella armadura de una Democracia que bastardizan al grito de “protesto porque ha sido elegido el que yo no quiero”, es que nadie se preocupa de subrayar y enfatizar la razón principal (o única) por la que Hillary Clinton no ha ganado la presidencia de la nación más poderosa de la Tierra. Y es curioso, pues Barack Obama ha finalizado su mandato con un récord de popularidad y, como agradecimiento popular, la peña ha votado al primero que va a descojonar todo su trabajo. Bailecitos cogidos de la mano, flores en el pelo, caras pintadas de chillones colores y todo a la mierda.
Si tiramos de hemeroteca televisiva, de reportajes que los enviados especiales remitían a sus redacciones, siguiendo a trompicones la estela de los extenuantes tours de los candidatos por el país, además de cubrir los colegios electorales durante el Día D, nos encontraremos, en entrevista a salto de mata a votantes de las minorías, con comentarios del estilo: “La política de los Clinton siempre nos ha perjudicado” (siendo un negro quien lo dijo, me imagino que también le molestaría que Obama no erradicara la lacra blanca de los puestos de arriba y pusiera a los rostro-pálidos a recoger algodón, supongo (¡uy!, qué racista me ha salido esto, pero es la puta verdad)), “votar a Hillary será votar el mal menor”, y muchos más, que hay para analizar, sobar, escoger y hasta comprar.
Pero no nos engañemos, no. Hillary Clinton, alguien a quien yo también preferiría ver sentada tras la mesa en el despacho oval, ha fracasado. ¿Por qué? Pues porque es mujer. Sí. Da igual que sea del Partido Demócrata que del Republicano, pues otro tanto le pasó a Sarah Palin, que se tuvo que conformar con su Tea Party de discurso radical incalificable y con admirar cómo una doble, profesional del cine de “adultos” (de nombre Lisa Ann por si hay alguien que quiera volver a bañar sus retinas con semejante “información”), se tragaba miembros bien dotados, del tamaño de su cabeza, por todos los orificios de su cuerpo, salvo orejas y nariz, en unas cuantas pelís porno que hicieron las delicias de maduritos y no tan entrados en años y canas que descubrían, entre pañuelos de papel y cheetos, el voluptuoso mundo de las MILFs.
América ha preferido poner a un hombre antes que a una mujer al frente de su gobierno, importando bien poco su populismo y su retahíla constante de jocosidades y barbaridades televisadas o tuiteadas. Trump ha gastado saliva con comentarios violentos, sediciosos, fascistas, racistas, sexistas, indecorosos… Cogemos el Delorean de Doc y nos vamos para la Alemania de 1933. No pasa nada. ¿Qué importará que el venerable Kirk Douglas, al ser preguntado acerca de la victoria de Trump, dijera que él (y otros) no había combatido en la segunda guerra mundial para esto?
El nuevo presidente se lleva a matar con colectivos que parten desde la CIA hasta las organizaciones femeninas, pasando por lobbys industriales tradicionales. Ha llegado hasta a faltar el respecto a la familia de un soldado estadounidense, muerto en combate, por el simple hecho de que era musulmán. Pero, repito, no pasa nada, my friend, no pasa nada.
Es lo que tiene jugar con fuego: que acabas quemándote. Pero sigues jugando.
Como no podría ser de otro modo, ahora los miembros del circo de payasos democratizadores de dentro y fuera de los EEUU, tanto a un lado como al otro del mundo, estamos tirándonos de los pelos pues una panda de paletos de pantalones subidos hasta el sobaco no sabe cómo rellenar una papeleta de voto. «Es que son tan tontos que no han votado al candidato correcto, oiga. Si es que no se os puede dejar la Democracia. Vosotros votad lo que nosotros digamos. Gran Hermano éticamente correcto vela por vosotros».
No, por favor. Ahora no estemos con bobadas de resistencias antireptilianos, porque no nos pega nada. Sobre todo a esos que el Día de la Inauguración se pasearon con bandera anarquista de un lado y cóctel molotov del otro. No creo que vosotros hayáis pasado por la cabina de voto. Y por nuestra ínsula Barataria, pues contamos con esa panda de lloricas, entre los que me incluiré cuando dé punto al presente artículo (no vaya a ser que demuestre escasez de hipocresía), que están machacando al personal, soldados a un tornillo sinfín. Me resta saber que mi mensaje en nada se deja alterar por determinada ideología política de salón, patio o asamblea de panolis.
Que cada uno sea feliz tocando su son de flauta.
Considero al sistema democrático como un absurdo. Otra tara de una sociedad que no ha crecido como se esperaba. El cuerpo se ha hecho adulto, pero la mente sigue siendo púber y sin pelos en los huevos, y retrocediendo como Benjamin Button. Mi madre, miembro de la mesa en las primeras elecciones democráticas del 15 de Junio de 1977, sacaba la bilis por la boca cada vez que se me ocurría la brillante idea de negarme a acudir a las urnas y ejercer el derecho ciudadano. Ella me reprochaba sabiamente que, si hubiera vivido el Franquismo, seguro que sería uno de tantos protestando contra el régimen y la falta de libertades; que me comería las uñas y los dedos por poder echar un sobrecito en una caja transparente. También me dijo que si no voto, aunque sea en blanco, qué derecho tengo yo de quejarme contra el gobierno, los grupos con representación en la cámara o cualquier otra cosa.
Cuatro años se pasan volando… O no. Pues cada vez que Mr. Trumpy Prez se ventee un pedo, entonando el “America First”, lo cataremos el resto del planeta.
“America First”, “the world, ya se verá”.
Termino este artículo, me examino la piel y no encuentro rojeces. Los dedos no me pican. ¡Genial!