- Barómetro: 756 (Variable)
- Termómetro: 22º
- Higrómetro: 63%
Navegando por el Mar de Papel Moneda, y otros mares... (Sailing at Sea of Banknotes, and others seas...)
Si tengo que decir que «Velma» es una mierda, lo digo, pero me ha entretenido aun cuando la mitad de los chistes no me hayan hecho especial gracia y me parezca una constante tontería
Parecía imposible, algo irrealizable, pero Mindy Kalling lo ha conseguido: parir un producto con el que wokistas y antiwokistas, progres y no progres, todos los colores vistos y por haber sobre el planeta Tierra, etc., se han puesto de acuerdo en calificarlo con la nota más baja jamás vista en la era digital (quizá ya batida), destronando la versión de acción real de Dragon Ball.
Como diría Jesulín: im-prezionante (sigue leyendo)
Nuestra amiga María CM se ha regalado un fin de semana en Burdeos y no ha podido dejar de visitar el Museo de Aquitania, así como pasarnos este par de fotografías seleccionadas de su colección de maquetas (una fragata y un bergantín). Tras mirar por Internet, parecen ser de la sala dedicada al comercio atlántico y esclavista.
¡Gracias María!
¿Cómo se os ha quedado el cuerpo con semejante titular? Me gustaría saberlo, aun con vuestro acostumbrado mutismo monacal cuando visitáis estas cubiertas. Me gustaría saberlo para no sentirme el único ojiplático de esta parcelita de mar etéreo.
Hace unos días, nada, recibí dos emails de Blogger con sendas advertencias clónicas. Alguien había denunciado dos entradas de este blog como de “contenido sensible” para las mentes imberbes y menores de dieciocho años. Blogger no me exigía revisar las entradas o eliminarlas, sino que, tras evaluar las entradas conforme su política de contenido para adultos, se ha limitado a colocar un “aviso a navegantes” para que “sepan” dónde se meten antes de que “sea demasiado tarde”.
Lo sangrante del asunto es que se tratan de dos entradas que considero inocuas en todos los sentidos. A lo que se suma que ya cuentan con varios años a las espaldas. Aunque no por orden cronológico de publicación, el primer mail se refería a la introducción (pues ya sabéis que siempre os remito al blog De Imaginaria), a la reseña de la película «Rogue One». No sé (decidme vosotros), qué le pasa a dicha introducción. ¿Es porque se me escurre un sonoro “Argoderse”?
El segundo mail se refiere a una entrada de 2007 en la que hablo del recuerdo de cierto anuncio de Levi’s de mediados de los años 1990, que nos machacaba con el «Spaceman» de Babylon Zoo y con aquella selenita en jeans de la que creo que estuvimos enamorados o encoñados todos los adolescentes del momento: la modelo moscovita Kristina Semenovskaia (tenía prácticamente nuestra misma edad: 16 años). Yo lo he releído y no he encontrada nada capaz de derretir el cristal de bazar chino de los inquisidores de Internet.
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Y, como es de recibo, me he preguntado quién demonios habrá sido el gilipollas que me ha denunciado por incumplir supuestamente las normas de “contenido sensible” y porqué (gilipollas, sí, lo repito, ahí Blogger tienes contenido “inapropiado” utilizado a conciencia). Pero estamos inmersos en la vorágine de los tiempos más estúpidos y melindrosos de la Historia de la Humanidad: todo es criticable, todo es denunciable, todo es censurable… y lo es por simple deporte. Alguien debería inventarse algún anglicismo de estos para que nos quedemos todos tan contentos en esta suerte de batalla campal sin banderas creíbles y fogosidades puritanas.
Una miniserie que me ha tenido como medio loco a medida que iba desgranando cada episodio
Adrien Winckler es un escritor que está pasando por un insalvable bache creativo. Desde que publicara su primera obra no ha sabido dar con la fórmula, no ya para repetir el éxito inicial, sino para escribir algo que se pueda considerar potable. La razón es simple: a pesar de su capacidad para “encontrar las palabras exactas”, únicamente brilló una vez porque contó una historia dura, cruda y real, la suya propia. Y en mitad del ojo del huracán contacta con él un anciano llamado Albert Desiderio, quien desea contratar a Adrien para que escriba un libro relatando buena parte de su biografía. Adrien acepta el encargo y le da igual meterse entre pecho y espalda cientos de kilómetros casi todos los días para desplazarse hasta la casa de su arrendador: necesita el dinero y, al final de cuentas, bien merece la pena, ¿por qué? Porque Albert, junto a su amada y desaparecida Solange, fue regando las carreteras de Francia con los cadáveres de decenas de hombres a los que daban caza de una forma poco original pero efectiva. Y porque Adrien desconoce que un hilo muy fino lo une a esa pareja de asesinos, así como al resto de personajes cuyo destino se vio alterado en el pasado por la acción de estos dos amantes que se ponían a cien tras cada asesinato (sigue leyendo)