viernes, julio 29, 2022

Relación de publicaciones de julio de 2022

Hola de nuevo a todos: 

Con esta damos por terminado el crucero o “curso” 2021-22, con la esperanza de regresar en septiembre con algo más de fuerza, más ánimo y más salud.

Al contrario que en otras comunicaciones, en esta no tendréis noticia alguna de reseña alguna. No os voy a aburrir con las razones que justifican estas ausencia, pero, en cambio, tenéis dos columnas de opinión, una de las cuales se publicó en Pontevedra viva y un relato que presenté al concurso #Historiasdeanimales de Zenda, sin saber aún nada de su acogida.

Bueno. Lo dicho. Nos vemos en septiembre.


Colaboraciones 

—«La perniciosidad de “Stranger Things”» (en Pontevedraviva) https://www.pontevedraviva.com/opinion/7620/perniciosidad-stranger-things-javier-yuste-opinion/


Reflexiones (opinión)

—«El caganer bunga-bunga» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/07/el-caganer-bunga-bunga.html


Relatos

—«El rescate de Ítaca» (concurso presentado a Zenda en #Historiasdeanimales) https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/07/el-rescate-de-itaca.html  https://javieryustegonzalez.blogspot.com/2022/07/el-rescate-de-itaca.html


Haiku

—Mi haiku para la vigesimoctava semana de 2022 https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2022/07/mi-haiku-para-la-vigesimo-octava-semana.html


Lectura de 29 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                      



  • Barómetro: 763,5 (Variable) 
  • Termómetro: 22º
  • Higrómetro: 61%

jueves, julio 28, 2022

Lectura de 28 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                     



  • Barómetro: 763 (Variable) 
  • Termómetro: 220º
  • Higrómetro: 63%

miércoles, julio 27, 2022

«La perniciosidad de “Stranger Things”», nueva colaboración en Pontevedraviva

 


No, no es lo que pensáis. Tan solo hablo de lo mala que es la nostalgia y Vladimir Putin.

Por supuesto, os invito a leer mis minúsculas elucubraciones https://www.pontevedraviva.com/opinion/7620/perniciosidad-stranger-things-javier-yuste-opinion/


Lectura de 27 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                    



  • Barómetro: 763 (Variable) 
  • Termómetro: 22º
  • Higrómetro: 46%

martes, julio 26, 2022

Lectura de 26 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                   



  • Barómetro: 765 (Variable) 
  • Termómetro: 26º
  • Higrómetro: 57,8%

jueves, julio 21, 2022

Lectura de 21 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                  



  • Barómetro: 763 (Variable) 
  • Termómetro: 21º
  • Higrómetro: 64,5%

miércoles, julio 20, 2022

El caganer bunga-bunga

No sé porqué me dejo llevar, pero es que me expongo con mucha alegría a la inoculación emocional de aquel que comparte cualquier cosa conmigo en la intimidad más jocosa. Soy así de visceral o de infantil.

El otro día me llegó un raquítico artículo/entrevista de una sección de libros de un periódico autoproclamado como iluminado, donde famosos, famosetes, famosillos y sus presuntos, hablan del título que están leyendo, ojeando o usando de peso muerto. Y me llegó la del turno a uno apodado en casa sin mucho cariño como el Caganer, quien con tantas tonterías ha ido defecando en tierra y cielo.

Resulta que el muchacho está (o eso dice), leyendo (por la página 100), de cierto ensayo escrito por Yuval Noah Harari, y no se le ocurre mejor idea que afirmar que nuestros abuelicos de hace 30.000 años tenían mejor calidad de vida que nosotros, pobres consentidos del s. XXI. Para enfatizar su exposición resta importancia a eso de que, en una excursión te podía salir, al paso, un tigre, pero, bah, peccata minuta: los bunga-bungas tenían más tiempo libre para ellos mismos que un operario de fábrica (a esto último, creo que para una comparación más acertada habría sido que un autónomo español).

Claro, claro. Ni punto de comparación, nuestra calidad de vida actual es una inmensa caganerada. ¿Qué podemos oponer nosotros, cuya única pega es que vivimos en un mundo loco de estrés causado por las prisas y el consumismo decadente? Hace 30.000 años y hasta hace 100 te podías morir de una gripe, pero… ¡tonterías! Hace 30.000 años y hasta hace nada te podías morir de una infección de muelas. Hace 30.000 años y hasta hace nada, si te rompías un brazo, lo más seguro es que acabaras manco. Hace 30.000 años y hasta hace nada tu esperanza de vida era tan ridícula que apenas superaba los cuarenta años en el mejor de los casos. Hace 30.000 años y hasta hace nada la mortandad infantil y durante el parto era brutal. Hace 30.000 años y hasta hace nada no tenía electricidad, frigoríficos, supermercados, ropa capaz de cubrirnos del frío, sanidad pública, techos de hormigón y tanto gilipolla suelto… Lo tenemos todo, en cambio...

No, Caganer, hace 30.000 años no teníamos mejor calidad de vida porque, si así hubiera sido, la humanidad se habría quedado enclaustrada en sus cuevas y habría pasado del rollo de la evolución. Y el mayor peligro no era el toparse con un tigre de excursión. No, no y no, pequeña pulga.

No eres más que otro feligrés que se fustiga ante la dudosa certeza de que el ser humano ha errado en todo desde que dejó de vestir tanga de nutria. No eres más que un pedigüeño intelectual que se pierde haciendo la O con un canuto, pero tu sigue a lo tuyo y si es callado, mejor que mejor. Nuestra calidad de vida es inferior a la de generaciones pasadas, pero no te vayas a comparar con un tipo de las cavernas, porque no.


Lectura de 20 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                 



  • Barómetro: 766 (Variable) 
  • Termómetro: 28º
  • Higrómetro: 59,5%

martes, julio 19, 2022

Lectura de 19 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                                



  • Barómetro: 764,5 (Variable) 
  • Termómetro: 21º
  • Higrómetro: 78,6%

lunes, julio 18, 2022

Lectura de 18 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                               



  • Barómetro: 762 (Variable) 
  • Termómetro: 25º
  • Higrómetro: 68,2%

viernes, julio 15, 2022

Lectura de 15 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                              



  • Barómetro: 765,5 (Variable) 
  • Termómetro: 26º
  • Higrómetro: 69,5%

jueves, julio 14, 2022

El rescate de Ítaca

Aquel día no presagiaba nada que lo identificara como distinto al anterior, y al anterior, y al anterior. Nada. La misma atmósfera, bajo un cielo ceniciento, lo envolvía todo con una vibrante tensión. El mismo silencio a punto de romperse. El mismo ardor de estómago.

Durante la madrugada y sin que nadie lo detectase, alguien condujo un coche blanco y lo dejó aparcado de cualquier manera contra el árbol seco, con precipitación. El parachoques, de un plástico absurdamente maleable, se contorsionaba contra la fibra muerta, adoptando una posición que amenazaba con resquebrajarse con el primer leve rumor del aire, con solo una nota sostenida.

Mala señal. 

No me gustaba un pelo aquel coche. Representaba una extraña e inquietante novedad en un, por el momento, olvidado rincón de la ciudad en ruinas, hasta que los hechos y las bombas se precipitasen como el confeti durante la celebración del Año nuevo.

Descendí hasta la calle y fui pisando con tiento, evitando las losetas reventadas y los cristales rotos. Me acerqué al vehículo y, entonces, lo escuché. Un maullido insistente y latoso capaz de taladrar oídos con tinnitus. 

Olvidando de golpe todas las lecciones de precaución aprendidas a la fuerza durante las últimas semanas, inspeccioné el vehículo para dar con el gato que profería sus lastimeros quejidos, mitad de miedo, mitad de un hambre feroz. Debía estar por la parte trasera, quizá dentro del maletero, pero un movimiento fugaz me hizo fijarme en la rueda. Allí estaba, oculto. Un cachorro que debía haber nacido poco después que todo estallase por los aires en mi ciudad. La llanta de aleación tenía practicados unos enormes ojos que me permitían introducir una mano, pero nada más.

Me desembaracé de la guerrera y me remangué. Mis brazos pronto acabaron bronceados por la grasa y la inmundicia, así, hasta los codos. Mientras, peleaba con aquella fierecilla que se negaba a salir, pero que no dejaba de maullar a la desesperada, llamando a una madre que a saber dónde podría estar y si seguía de una pieza.

Sus pequeñas y afiladas uñas dieron buena cuenta de mis manos, como si un loco quisiera trazar sobre mi sucia piel un enrevesado tablero de ajedrez. Pero no cejé en el empeño.

Como si fuera un canal metálico del parto, el gato salió por el ojo de la llanta y lo aupé en el aire, victorioso. Era un gato blanco bajo una grasienta capa de polvo. Su hocico y cola eran de un ligero tono gris azulado, pero no tan intenso como sus dos ojos, un par de canicas añil que me miraban con fiereza y angustia, en una doble apuesta. Aquella pequeña bolsa de piel y huesos era una tormenta de emociones y sentimientos que no paraba de maullar y revolverse.

Creyendo que era una hembra, la llamé Ítaca por seguir con el chiste privado que contábamos en la compañía. Lo consideré muy gracioso.

Me di cuenta entonces que no estaba solo en la calle y tragué saliva. Por suerte, aquellos que me miraban eran ojos amigos y hasta escuché unos aplausos capaces de animar cualquier corazón. Pero el mío estaba henchido de felicidad por la visión de aquel gatito, un trasunto de Simba, elevado por encima de mi cabeza. 

Me sentía enorme. Como un maldito héroe de cuento que acaba de despanzurrar al lobo y salvar a Caperucita y a quien se terciara.

Corrí hasta mi refugio y deposité a la bestezuela en una caja americana, de la que pronto se escapó, mientras yo me frotaba las manos y los brazos con jabón, bajo un agua rayana a la congelación. Aquel bicho no dejaba de hacerse notar y de zafarse, pero no tenía ningún sitio al que esconderse, incluso cuando sonaron los primeros reactores sobre nuestras cabezas. Se coló entre los escombros de una librería caída y, como si pudiera atravesar el hormigón que pendía sobre nuestras cabezas, siguió el curso de los pájaros metálicos de la guerra con la cabeza y las orejas. Fue el único momento en el que estuvo callado hasta que calmé el hambre de su minúscula panza; otro tanto sucedió con sus zarpazos, poco profundos pero arrojados. 

A partir de entonces, cada intento de caricia fue recibido con un cadencioso ronroneo y una compañía inseparable. 

Dos compañeros me espetaron la locura que había cometido. Uno le plagió la frase de forma maquinal al otro:

—Qué ganas de buscarte problemas.

Yo me limité a negar con la cabeza y a pensar en lo más importante, que entonces pasaba por encontrar agua caliente con la que bañar al gatito, que comenzaba a lamerse con el consiguiente peligro de que se intoxicara al seguir cubierto por la inmundicia de los bajos del coche del que lo rescaté.

Fui consciente de una cosa: pude salvar una vida y lo hice. Si estaba en mi mano, ¿por qué no hacerlo? Hombre, gato, niño, perro… ¿Qué más da? Lo fácil habría sido mirar hacia otro lado y «no buscarse problemas».

Sin embargo, no podía quedarme con Ítaca, que pasó a llamarse Tico, pues un compañero más versado en la materia me sacó del error ante mi demostrada falta de pericia en la identificación de genitales felinos. Sé que lo dejé en buenas manos, pero, cuando me despedí de él, se me rompió el corazón.

Dicen que los gatos solo tienen recuerdos de sus últimos tres días. Espero que no sea cierto.

Yo me acordaré de Tico lo que me quede de vida, mucha o poca.


Lectura de 14 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                             



  • Barómetro: 762 (Variable) 
  • Termómetro: 32º
  • Higrómetro: 26%

miércoles, julio 13, 2022

Mi haiku para la vigésimo octava semana de 2022


Ciervo de oro

Tu dulzura escarlata

Siempre anhelo


Lectura de 13 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                            



  • Barómetro: 762 (Variable) 
  • Termómetro: 34º
  • Higrómetro: 51,8%

martes, julio 12, 2022

Lectura de 12 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                           



  • Barómetro: 761 (Variable) 
  • Termómetro: 29º
  • Higrómetro: 42,1%

martes, julio 05, 2022

Lectura de 5 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                          



  • Barómetro: 763 (Variable) 
  • Termómetro: 28º
  • Higrómetro: 65,7%

lunes, julio 04, 2022

Lectura de 4 de julio de 2022 a las 1200 horas

                                                                                                                         



  • Barómetro: 763 (Variable) 
  • Termómetro: 27º
  • Higrómetro: 71,7%