martes, enero 02, 2018

Guardia de cine: reseña a «Candilejas»

Título original: «Limelight». 1951. 2 horas y 17 minutos. Drama musical. B/N. Dirección: Charles Chaplin. Guión: Charles Chaplin. Elenco: Charles Chaplin, Claire Bloom, Nigel Bruce, Buster Keaton

Melancolía entre bambalinas; una historia dotada de una profundidad y humanidad desconocidas, de lirismo y espectáculo, digna de Chaplin

Un cuento protagonizado por una bailarina enferma y un payaso desahuciado en el Londres de los meses previos a la Gran Guerra. El retrato fiel de la vida que se celebra en cada escenario, con todo lo que ello acarrea; un espejismo contenido en una cinta que recorre la juventud y vejez de Charles Chaplin; una historia de belleza trágica donde se canta al miedo al fracaso, a la ancianidad y al abandono; unas rimas descarnadas acerca del pavor ante el éxito, de la juventud y el amor. Chaplin nos habla a corazón abierto y exterioriza su relación tempestuosa con el mundo del espectáculo, la pantomima, de querencia y aborrecimiento. 

Calvero es un guiño autobiográfico donde se dan cabida todas las pasiones y amarguras del artista entregado, que conoce lo más alto y lo más bajo al otro lado de la realidad, esa que desconoce el público. Allí está su Charlot con escenas prestadas del cine mudo, el alcoholismo del padre de Chaplin, la luz y la sombra de un hombre como payaso y como padre. Sí, padre, pues Calvero, viejo y acabado, será el personaje a través del que florece Thereza, la encantadora y dulce bailarina que no puede bailar. ¿Acaso no es la escena inicial, cuando Calvero salva a Thereza de morir asfixiada, una especie de nacimiento, de alumbramiento traumático? Incluso el guión da cabida para que Calvero enseñe a Thereza a caminar, como un amante progenitor, que empuja a su hija hasta la meta, aunque tenga que causarle daño, pues no encuentra otro modo de que se valga por sí misma. ¿Quién lucha y por qué? Da igual: lo importante es que Thereza vuelva a bailar; “el espectáculo debe continuar” como bien expresa el instante final, el fúnebre acto, con un Calvero que acaba de recuperar la chispa que la vejez y los nuevos tiempos le habían robado con dureza y crueldad.

Podemos acercarnos a esta película, a estas poco más de dos horas de cinta, con reticencias, sabiendo lo poco que tiene de innovación y lo mucho del Chaplin de los años ’30; pero no debemos oponer resistencia ante la avalancha emocional que nos arrollará con el paso de las escenas, pues solo debemos prestar oídos y ojos y disfrutar de la melancolía de una historia entre bambalinas, de la vida que es como en cualquier otro lugar, pero dotada de una profundidad y humanidad desconocidas, de lirismo y espectáculo; en fin, digna de Chaplin.

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