miércoles, junio 26, 2024

La hipocresía racista de la Disney

(Esta es una columna de opinión que se quedó inexplicablemente en el cajón desde verano de 2023, así que no os sorprenda lo desfasada que está en algunos puntos, aunque se mantiene en lo esencial)

De un tiempo hacia el día presente, la Disney se ha autoproclamado abanderada (además de fiscal, juez, jurado y verdugo), de una serie de supuestas corrientes políticas autodenominadas progresistas, de esas que abogan por echarlo todo abajo por medio de mazas y con la delicadeza de un elefante manejando cristalería de Bohemia, exterminando de paso aquellas otras más retrógradas que las de “virgencita, que me quede como estoy”. Vamos, la guerra.

Las extravagantes directrices internas aprobadas en el seno de la Disney han sido la comidilla para muchos medios pero, apartándome de la línea LGTBIQA+ (para lo cual os remito a mi anterior reflexión titulada «LGTBIQA+, con “H” de Hipocresía y “E” de Estereotipo»), quisiera pronunciarme respecto al falso cariz de tolerancia racial en sus películas de acción real más recientes, sin detenerme en la demencial estructura organizativa de la empresa, donde cunde la segregación racial, vista con buenos ojos porque los discriminados son los blancos.

El ruido de estas prescindibles producciones, plagiando fotograma a fotograma los clásicos de dibujos animados, con unos elencos que parece que los haya elegido un director de casting daltónico ya aburre, razón por la cual, detecto ciertos y alarmantes detalles que se hurtan del pensamiento del (nunca) respetable público.

La cosita ha ido ganando enteros de contaminación acústica con «La sirenita», asumiendo Halle Bailey el papel protagonista de Ariel, acompañada por una variedad cromática un tanto socarrona con respecto a la actividad sexual del rey Tritón. Semejante jugada por el lateral le permite a la Disney derretir de gusto a ciertos sectores de la población yanqui: léase, cierta parte de la comunidad afroamericana (la más simplona), y cierta parte de la comunidad de blancos (aquella compuesta por supremacistas de puertas para adentro, que se flagelan a diario y con sonrisa pomposa en las RRSS, por ese pecado imperdonable de tener el índice “incorrecto” de melanina).

En verdad, el quid de la cuestión está a la vista de todos, pero muy pocos pueden o quieren verlo, como es lógico en los tiempos que nos han tocado en mala suerte: Disney es hipócrita y falsa. El cambio de tonalidad de piel de los protagonistas (cualquiera menos blanco), no significa, ni de lejos, la inclusión y la aceptación racial de los pueblos no europeos. ¿Por qué digo esto? Porque las películas de la Disney siguen siendo principalmente adaptaciones de cuentos de tradición europea, occidental y, por tanto, blanca. 

Olvidémonos de los mentecatos a los que les sangra la nariz, de pura excitación sexual, cada vez que hay un intento, por minúsculo que sea, de minar la cultura occidental (blanquitos como tú y como yo). Olvidémonos de los discursos chorras de los “progres” y de los “reaccionarios”, del funesto maniqueísmo de peones que sueñan con ser reina del cabaret. Olvidémonos de todos ellos y bajemos a lo sustancial y a lo que ya he dicho: todos, salvo excepciones graciosas que confirman la regla, son cuentos de raíz europea. Si en verdad Disney (y otros), se quisiera dárselas de veras de inclusiva (más allá de sacarle los cuartos en taquilla a los esforzados papis afroamericanos y pijoprogres), ¿por qué no adapta historias del imaginario africano, asiático, oceánico y americano? ¿Por qué no, por ejemplo, estudia los mitos de Benín y los traslada a la pantalla? ¿Por qué nos los del Sáhara? ¿Por qué no los del Sudeste asiático? Las hay, muchas y bien bonitas por cierto.

¿Por qué no? Porque hacerlo sería traicionar el racismo y la xenofobia innata que se esconde tras la máscara de cartón que los directivos se han ajustado delante de su verdadero rostro, gracias al “instagrameable” pegamento de los golpes de pecho, las rasgaduras de vestimentas, el buenismo, el circo y la algarabía barata y hueca.

Ellos y todos tienen la arcilla de la cultura europea y occidental para hacer las tonterías que se les antoje, poniendo a una negrita donde antes había una pelirroja y cosas así (lo más lógico es que tuviera color de merluza). Así es cómo “defienden” a las razas tradicionalmente discriminadas… Hay que defenderlas porque, válgame Dios, ¿“acaso no son inferiores”? No “saben” defenderse. Para eso están los blanquitos de cruzada.

Pueden usar todos los colores que les apetezca del paquete de lápices Alpino, pero siempre pondrán por delante la cultura “correcta y suprema”, que “no es otra que la blanca”.

La hipocresía siempre hace mejores y más correctos amigos.


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